Aún sigo con la duda de si lo que soñamos es parte de momentos que predicen nuestro futuro, o si por el contrario son acontecimientos del pasado, o hasta vivencias de algún ancestro. De todas maneras, sea cual sea la verdad, siempre supe que todo lo que aparece en mis sueños me hace cuestionar mi presente.

Era un 28 de octubre de 2020, a las 12:05 a. m. pensé: «Ha llegado mi cumpleaños». Ese día fue ajetreado. Recibí varias felicitaciones y me costó dormir por todas las emociones. Como si fuera poco, había comido bastante dulce, pero me dispuse a descansar. Apagué todas las luces, puse el aire acondicionado lo más frío posible y rellené mi cama de almohadas para estar cómodo; cerré los ojos…

Pero sentí que casi de inmediato había despertado. La sensación era extraña. Noté que estaba en el suelo, en la esquina de una sala. Inmediatamente vi una escena de abuso doméstico por parte de un padre; la víctima parecía ser su hija.

Observé bien y no tardé ni diez segundos en percatarme de que esa pequeña era mi abuela, Cristobalina Velásquez. Me sorprendí y me di cuenta de que estaba soñando. Traté de salir de la casa de forma sigilosa, pero de todas formas no reparaban en mi presencia, me había convertido en una especie de fantasma. De todas formas abandoné la vivienda y de inmediato estaba en otra escena, en una escuela, donde volví a ver a mi abuela. Esta vez era víctima de bullying, no por un niño, sino por un profesor. Escuché los regaños e incluso la misma correa del pantalón del docente al golpear a mi abuela. Quería saber qué ocurría y por qué soñaba esto, presentí en ese instante las duras circunstancias que había vivido aquella mujer.

De repente desperté, encendí mi celular y eran apenas las 3:30 a. m. Aún me acordaba de lo que había soñado en detalle. Esto era nuevo y me emocionaba contárselo a ella. Volví a cerrar los ojos, ahora estaba en una casa en la ciudad de Panamá. Fui a la cocina y encontré a mi abuela otra vez. Estaba junto a un hombre, mi abuelo. Se veían contentos y llevaban muchos materiales de construcción, iban a edificar lo que hoy es la casa donde la mayoría de mi familia materna se crio. Ella sonreía, parecía feliz con este proyecto.

Desperté, ya eran las 9:00 a. m. Vi el celular y noté que tenía varias llamadas perdidas, justamente de mi abuela. La llamé enseguida. Le conté todo lo que soñé, y ella por su parte dijo que la noche anterior era la primera vez en años que no soñaba. Me sorprendió su comentario, ya que pensé que esas teorías de sueños compartidos eran falsas, pero aparentemente alterné el ciclo de sueño con mi abuela, donde yo pasé a ser simple espectador de su existencia.

Reconocí y aprecié el valor que tuvo mi abuela para salir adelante, incluso con obstáculos en su contra. Abuso doméstico y acoso escolar fueron algunas de las malas experiencias que ella transformó en motivación para progresar, convertir su vida en algo provechoso y demostrar, tanto a aquellos que la perturbaron como a otros que la amaron (como mi abuelo), que no hay ningún motivo para no levantarse al caer.

Ella se acerca al espejo para ver su rostro, pero no se siente real. Sus manos tiemblan y el reflejo se ve cada vez más difuso. Lágrimas corren por sus mejillas y caen en forma de gotas al suelo. Baja la cabeza, pues se han mojado sus pies. Vuelve a asomarse al espejo, sin embargo, ya no observa a la misma mujer, sino a una cansada y desmotivada, alguien en blanco y negro, sin colores.

Los colores son vida para ella, le dan un escape del mundo incoloro en el que vive, aunque matices grises van tapando su perspectiva. Así se sintió así por buena parte de sus mañanas, solo algo le ayudaba a seguir adelante: su pasión por el arte y la esperanza de que todo podía mejorar.

El arte la hizo navegar en el mundo de lo desconocido, y fue una manera de expresar lo que sentía sin juicio previo, sin la mirada que ve cada defecto, sin el dedo acusador de la sociedad.

Con trazos de pintura representaba sus emociones y descubrió que sentía mucha inseguridad, desconfianza, confusión, molestia… Aunque todo avanzaba, ella se percibía en el mismo lugar.

Hablo de una joven llamada Mary, que recién empezaba su escuela secundaria y estaba llena de temores. Siempre había sido una estudiante brillante con notas perfectas, mas inconscientemente tomaba su buen rendimiento como su valor personal, quería cumplir las expectativas de los demás. Era la forma en la que se sentía realizada, cumpliendo eso que todos esperaban de ella.

Poco a poco su rendimiento iba superando el anterior, pero a ese mismo ritmo crecía su miedo a no cumplir las esperanzas fijadas en ella. Finalmente llegó el colapso, era demasiada la exigencia personal y comenzó a darse cuenta de que para su subconsciente todo esfuerzo era insuficiente. La única forma de validación la encontraba en la escuela, por eso se aferraba tanto a ella.

Notó que casi todas las personas tienen creencias que no son reales. Y así vamos por la vida, asumiendo que hay algo malo con nosotros, cuando quizá todo depende de cómo pensamos sobre lo que nos rodea.

El arte fue un vehículo muy útil para su introspección. Ha pintado varias ideas coloridas que luego vende a seres conocidos, pero sin decir el mensaje, pues opina que cada uno debe elegir el significado de la obra, así le dan voz a los colores y no se vuelve algo impuesto.

Ahora ella quiere sacar todos esos sentimientos atascados en las personas, que se vuelven más fáciles de traducir en una pintura. El arte es otra manera de aflorarlos y no reprimirlos, como le ocurrió.

Hoy esa joven tiene dieciocho años, se acerca al espejo para ver su reflejo y ya no lo ve difuso, se puede apreciar a ella claramente. Todo es a color, no hay ningún matiz gris, aunque mira en sus ojos toda su trayectoria hasta el presente. Observa su yo del pasado y se da cuenta de que no hay nada más inspirador que conocerse a sí misma.

¿Camarones? Jerga panameña para referirse al trabajo temporal que hace una persona. Y a María Rodríguez le tocó «camaronear» desde jovencita para abrirse camino en la vida. Ahora tiene 45 años, aunque aparenta 35.

No creerías si te dijera que tiene seis hijos. Los dos primeros estudian en la Universidad de Panamá, le siguen tres y hacen la primaria en un colegio particular en la ciudad capital, su última y única hija está por culminar el preescolar.

No está casada, aunque comparte su vida desde hace trece años con un hombre de Chiriquí. Se conocieron en 2008, en el trabajo. Ella venía de una relación que no funcionó y aquel señor ni siquiera le daba una pensión alimenticia.

¿Cómo llegó a ese punto y tan joven? Se podría decir que todavía era una niña cuando se enteró de que estaba embarazada por primera vez. ¡¿Cómo iba a decirle a sus padres que con catorce años estaba encinta?! Trató de ocultarlo, pero pasaron los meses y cada vez la panza era más notable. Finalmente, ocurrió lo que temía: al darse cuenta, sus padres la echaron de casa.

Desesperada, no sabía dónde ir. Tuvo que regresar al hogar, donde seguían los gritos, reclamos y discusiones. Sus padres querían que abortara, era la única condición para quedarse. Pero se negó decididamente y sin pensarlo se fue; encontró resguardo temporal en casa de su tía, en Tocumen.

El bebé llegó al mundo en una fecha especial: 25 de diciembre. Por eso María decidió llamarlo Jesús. La tía, con mucho amor, siguió ofreciendo su techo a ambos. La joven madre sentía paz porque su tía la trataba bien, incluso esta aceptó cuidar al bebé mientras ella salía a trabajar. Lo protegía como si como si fuese su propio hijo.

Transcurrieron unos dos meses cuando la chica comenzó a notar actitudes extrañas por parte del esposo de su tía. Todo inició con comentarios inapropiados. Luego siguieron las miradas constantes, y más adelante se perdió el respeto. En ese punto ya los acosos eran directos y cada vez más frecuentes.

La joven lo evadía y procuraba no prestarle atención. Esto molestaba a ese hombre, tanto así que mientras ella estaba distraída él la tocaba. Ella lo apartaba, pero él se enfurecía e insistía. Llegó a golpearla… y un día abusó de ella.

María no lograba asimilar lo ocurrido, estaba paralizada, con una mezcla de miedo y enojo. Pero razonó que lo más importante era la seguridad de su hijo, y temía que ese hombre le llegara a hacer daño. Se llenó de valentía y escapó con su niño y un poco de dinero que había podido recoger.

La vida pintaba difícil para la mujer, pero ella demostró coraje e iniciativa. Con el tiempo abrió un puesto de frutas, luego comenzó a vender comida en el barrio de El Chorrillo, donde residía.

Vino una época de bonanza. Conoció a su prometido y trabajó con él en una joyería. Después abrió una pequeña abarrotería. Y la familia comenzó a crecer: en un abrir y cerrar de ojos ya estaba embarazada por cuarta ocasión, lo cual no le generaba demasiada preocupación, porque su vida era estable.

Sin embargo, así como hay tiempo de vacas gordas, también llegan las vacas flacas. La pequeña empresa comenzó a generar menos ingresos y, para colmo, otra vez estaba embarazada. Ahora enfrentaba más gastos. Cuando parecía que se iba a equilibrar económicamente (no habían pasado ni dos años), se entera de que va a tener otro hijo.

Recuerda que esos nueve meses fueron los peores de su vida, pues varias veces la bebé que estaba en su vientre presentó riesgo de morir, incluso le advirtieron que era probable que naciera con alguna afectación. María sufrió de ansiedad, pero al final el parto salió muy bien para ambas.

En el año 2021, en plena crisis del COVID-19, ella quiso invertir en un restaurante frente a la Lotería Nacional, lo llamó Marie’s Restaurant. Siguiendo los protocolos adecuados sabía que todo iría bien, porque en medio de las adversidades siempre había visto la mano de Dios. Cuenta que nunca dejó de tener fe ni en los peores momentos. Y yo le creo, todo irá muy bien…

En la madrugada del 12 de octubre de 1958, gritos desesperados provenientes de un humilde hogar se apoderaron de la mañana oscura y fría. Una mujer del pueblo daba a luz una bebé que llamaría Evangelia, quien se convertiría en una valiente mujer. De cuna pobre, en su trayectoria demostró que la fe, el  esfuerzo y el amor son los bienes necesarios para lograr una buena vida.  

“El dolor no es nada comparado con el amor que les tengo”, palabras que su corazón gritaba cada vez que parecía estar por derrumbarse.   

A los quince años se convierte en una madre precoz, pensando que su existencia mejoraría con un hombre a su lado, tal y como se lo inculcaron desde pequeña; sin embargo, se da cuenta de lo inestable de su relación y decide separarse. Al pasar el tiempo conoció a Francisco Antonio. Juntos enfrentaron el camino de la vida y sus adversidades cotidianas. Hasta su último aliento, ella lo amó con toda su alma. 

Tras años de confrontar problemas económicos, decide vender lo poco que le quedaba y dejar atrás la tierra que la vio nacer. Emprende un viaje con el sueño de mejorar su situación, logrando llegar hasta la provincia de Colón. 

Años más tarde, es diagnosticada con una enfermedad crónica: diabetes. Es entonces cuando su hermano Chilo decide irse a vivir con ella, para apoyarla y acompañarla. Fue gratificante contar con aquel soporte en esos momentos difíciles. Pero, lastimosamente, él también enferma, es diagnosticado con cáncer de piel, una prueba más para Evangelia.  

Ahora, mientras la diabetes se apoderaba de ella, el cáncer hacía lo mismo con su querido hermano; a pesar de las peripecias que conllevan ambas enfermedades, nunca tambaleó el amor ni la unión familiar.

Ambos decidieron luchar… sin embargo, el cáncer ganó la batalla. Evangelia quedó muy triste con la pérdida de su hermano. Los años pasaron mientras que la existencia de la mujer parecía estar pausada, cada vez surgían nuevos problemas, cicatrices mentales y físicas que solo empeoraban su salud; la diabetes, la hipertensión y las lagunas mentales complicaron su realidad, y fue diagnosticada también con cáncer de piel.  

Para colmo, a mediados del año 2020 una hermana suya fallece, otro golpe más para su vida, pero como solía decir: “El dolor no es nada comparado con el amor que les tengo”. Esas palabras que salían de lo más profundo de su alma la llenaban de fuerzas para seguir disfrutando de sus hijos y nietos.

Después de hermosos recuerdos que abundan en su memoria, momentos felices llenos de paz, su alma comienza a agonizar dejándola vulnerable, hasta que finalmente consigue la paz al llegar a los brazos del Señor. 

En la actualidad ella sigue siendo recordada por los suyos como un claro ejemplo de que nunca debemos dejarnos vencer por las adversidades. Tal como lo hizo Evangelia, vivamos una vida digna y nunca dejemos de inspirar a otros.

Fue el 10 de noviembre, cumpleaños de mi amada abuela. Era una tarde bastante tranquila, estábamos platicando en familia, cuando mi tía contó algo sobre su viaje a Ecuador que nos hizo estallar de la risa; tanto, que a todos nos dolía el vientre de las carcajadas. En ese instante mi hermana y yo nos miramos a la cara extrañadas y ella dijo: «Ali, ¿por qué cuando reímos, nuestras caras se ven como si fuéramos chinos?».

Le contesté: «Vamos a investigar». Entonces me acerqué y le pedí a mi mamá: «¿Puedes decirme cómo se formó nuestra familia?». Ella amablemente se volteó hacia mí y me mencionó: «Bueno, lo que tu abuela me contó cuando era pequeña fue que su mamá, Paula, a una edad muy joven se casó y tuvo a sus tres hijos, dos niñas y un varón; y era muy feliz. Ella conoció a su esposo en los tiempos en que los chinos llegaron para la construcción del Canal. Era una relación bastante complicada, ya que mi abuelo tenía sus tradiciones y costumbres, pero siempre la amó. Lamentablemente, él falleció y mi abuela quedó sola con los hijos. Después, la familia de mi abuelo se acercó a mi abuela para que tomara una decisión muy importante: ir a China a vivir con sus pequeños o permanecer en Panamá. Ella decidió quedarse».

No me sentía conforme, quería saber qué más había de mi familia que ignoraba; imaginé que muchas más historias maravillosas.

En ese momento fui donde mi abuela Luzmila Yee y le pregunté lo mismo que a mi madre. Y me dijo con su sonrisa más dulce y sincera: «Bueno, después de que mi madre tomara esa decisión de quedarnos en Panamá, estuvimos en Barraza, en El Chorrillo, donde pasé gran parte de mi niñez y juventud y ayudé mucho a mi mamá, quien se volvió una mujer muy disciplinada y siempre nos enseñó a ganar nuestro dinero de manera justa y honrada. Ella hacía tortillas y empanadas, mientras que yo las vendía (aunque a veces me quedaba jugando y se me olvidaba ja, ja, ja); pero siempre fui una niña trabajadora hasta que terminé mis estudios. Me casé y tuve tres hijos, tu mamá y tus tías; al final cada una de ellas tomó su camino y bueno, ahora estoy jubilada y con nueve nietos y dos bisnietos». 

Después de escuchar la historia de mi abuela Mamita (como le decimos de cariño) fui a ver a mi mamá nuevamente. Estaba sentada con mis tías, así que les pregunté sus historias.

Empecé en orden cronológico con mi tía Nisla Ramos, la mayor. «Bueno, cuando era pequeña mi mamá era bastante disciplinada, pero siempre nos apoyó en todo. Aunque fuimos niñas de casa y nos cuidábamos, a la edad de diecisiete terminé embarazada de mi primera hija Desh; dejé mis estudios y empecé a trabajar, pero no quería estar así y me dije a mí misma que deseaba ser un ejemplo de superación para mis hijos. Hice los años de bachiller que me faltaban, empecé a pagarme la universidad y salí graduada con honores. Tuve a mi segundo hijo y aquí estoy a mis cincuenta años aún trabajando y echando para adelante», detalló.

Luego fue el momento de mi mamá Nadiuska Ramos: «Yo también me embaracé joven, sufrí mucho abuso de parte de mis exparejas. Vivíamos en una casa de madera muy pequeña, pero trabajé con mis tres hijos hasta que, bueno, llegaste tú y ya las cosas habían mejorado. Tuve a Paulín y, a pesar de que la vida me ha quitado a mi querido hijo Joshua, seguimos luchando».

Después habló mi tía Veruschk de Gracia: «Con mucho esfuerzo y dedicación pude terminar mi carrera, me decidí a estudiar ciencias y me gradué, me convertí en enfermera y actualmente soy jefa de enfermería. Tuve dos hijas, aunque por culpa del virus y la pandemia tuve que alejarme de ellas para no llegar muy tarde de mis turnos, pero siempre trato de estar con ellas y con mi familia». 

En ese momento las veía a todas, mi abuela, mi mamá y mis tías, como mis heroínas. Son mujeres que van a inspirarme durante el resto de mi vida.

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Y ahí estaba yo, a los seis años viendo la película Desayuno con diamantes (Breakfast At Tiffany’s), sintiendo una profunda admiración por la actriz principal de esta comedia dramática: una mujer elegante y hermosa llamada Audrey Hepburn (1929-1993).


El deseo de verme y ser como esta dama fue inevitable. Al buscar información sobre ella, lo que más destacaban era su belleza innegable, pero lo verdaderamente importante era lo maravillosa que fue como intérprete y como ser humano, al punto que dejó una marca en muchas personas, incluyéndome.


Su niñez fue difícil, ya que cuando nació en Bélgica, el 4 de mayo de 1939, estuvo a punto de morir a causa de una tosferina; pero la abnegación de su madre a la hora de cuidarla, la llevó a sobrevivir esta penosa situación.

Según cuenta su biógrafa Robyn Karney, la existencia de Audrey estuvo muy lejos de ser color de rosa. Día a día ella era testigo de las interminables discusiones entre sus padres, lo que derivó en la decisión de enviarla a un internado inglés a los cinco años.


Recibió una estricta educación en casa, pero paradójicamente también descubrió la libertad de la mano del ballet y
convirtió a la bailarina rusa Anna Pavlova en su mayor referente. Saber esto me hizo sentir más cercana a Audrey, ya que de pequeña estudié danza.

Desde chica soñaba con bailar, pero estalló la Segunda Guerra Mundial. Su padre, afiliado a las ideas fascistas, abandonó definitivamente a su familia. Audrey tenía diez años cuando su madre decidió trasladarse con el resto de la familia a Holanda, lugar que pronto se convirtió en un campo de batalla por el avance de Adolfo Hitler por toda Europa. Durante la ocupación nazi, Audrey ocultó sus orígenes británicos y aprendió un perfecto holandés para no llamar la atención. Dentro de su hogar, la situación financiera empeoraba a causa del conflicto bélico y se cuenta que llegaron a alimentarse de bulbos de tulipanes para sobrevivir. Mientras tanto, observaban con pavor cómo partían trenes llenos de seres humanos rumbo a los campos de concentración.

“En mi adolescencia conocí la fría garra del terror humano”, dijo alguna vez.


La II Guerra Mundial seguía su paso, Audrey donó parte del dinero que ganaba como bailarina para ayudar a la causa libertadora a cargo de la resistencia holandesa. La desnutrición se apoderó progresivamente de todo su cuerpo y no tuvo fortaleza suficiente para seguir danzando a nivel profesional. Eso la llevó a buscar oportunidades teatrales en el West End londinense, donde obtuvo conexiones que le permitieron luego conocer a la novelista y dramaturga francesa Colette, quien de inmediato quedó fascinada con la frescura y la melancolía que Audrey dejaba a su paso.

Esa mutua química la condujo a aceptar encarnar al personaje central de la novela Gigi, de Colette, en los escenarios de
Broadway (Nueva York, Estados Unidos). Hizo 217 funciones de esta adaptación teatral y de allí faltaba poco para transformarse en una estrella en Hollywood, una industria que recibió como una revolución la llegada del talento de la delgada Audrey, de melena castaña y ojos marrones, quien eliminó ese mito de que solo triunfaban en la meca del cine las actrices rubias platino y de formas voluptuosas.


A lo largo de su carrera, Audrey Hepburn recibió cinco nominaciones a los premios Oscar en la categoría de mejor actriz principal y obtuvo la estatuilla dorada por su trabajo en la comedia romántica Vacaciones en Roma (Roman Holiday). Es de los pocos artistas en haber obtenido el Oscar, el Globo de Oro, el BAFTA, un Emmy, un Grammy y el Tony.


Aunque fue dueña de un estilo propio y un icono dentro del mundo de la moda, ella nunca se jactó de su atractivo físico ni de su talento. Sólo participó en una veintena de películas a lo largo de su carrera, quizás debido a alguna crisis nerviosa que sufrió y, sobre todo, porque prefirió una vida familiar junto a sus dos hijos y su tercer esposo.


En la última etapa de su vida se dedicó íntegramente a su trabajo como embajadora de UNICEF, a sus viajes a lugares remotos para abogar por los derechos de los pequeños y para recaudar fondos para acciones sociales.

Audrey Hepburn falleció de cáncer de colon a los 63 años. Dejó una marca indeleble en la historia de la cinematografía y en los corazones de muchos niños. Con esa conciencia cívica, inteligencia y belleza conquistó al mundo entero.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El 25 de mayo de 1973, nace una mujer destinada al éxito. ¿Su nombre? Nivia Quirós. Criada en zonas rojas de Panamá (El Chorrillo y San Miguel-Calidonia), era parte de una familia de doce integrantes. El padre de los últimos ocho hijos era un maltratador infantil y les hizo mucho daño físico y psicológico a los cuatro hermanos mayores, porque no eran suyos.

Nivia estudió en escuelas públicas y como su familia era grande, no había dinero para comida y menos para útiles escolares. A su corta edad sacó un permiso especial en la biblioteca de la escuela para que le prestaran los libros durante el recreo y así cumplir con sus asignaciones. La falta de recursos jamás fue excusa para ella y demostró que a pesar de todas las dificultades por las que pasaba, siempre lograba ser cuadro de honor.

El constante maltrato nunca la desvió de sus metas, no obstante, a sus quince años decidió marcharse de la casa, situación que no evitó que se graduara de la escuela secundaria a sus diecisiete.

Desafortunadamente, debido a su entorno social, se terminó casando un año después y tuvo su primer hijo a esa misma edad. En ese momento, tomó la decisión de criar a su bebé consciente de que la vida de ama de casa no era la que había soñado. Por ello decidió empezar a vender artículos de todo tipo con el propósito de ganar dinero para aportar al hogar y salir adelante.

La joven madre entró a la Universidad de Panamá y completó el primer año, pero debido a su apretada situación económica, suspendió sus estudios y empezó a trabajar de salonera, labor que siguió desempeñando por un tiempo. No obstante, sabía que así no avanzaría por lo que regresó a la facultad. Tuvo sus dificultades con el inglés y con la falta de libros, mas no titubeó y se graduó de licenciada en Relaciones Internacionales con el grado de honor Sigma Lambda al cabo de cuatro años.

Hizo su práctica profesional en las oficinas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y fue contratada por la unidad de Proyectos de esta institución, posteriormente la solicitaron en la unidad de Logística. Sin saber nada de programación de sistemas operativos, manejo de inventarios o inglés, tomó un diccionario y el manual de manejo de sistema operativo y aprendió a instalar y programar servidores del sistema corporativo de la organización. Tomó un curso de inglés y se convirtió en el enlace entre la oficina regional en Panamá y las oficinas de América Latina y el Caribe.

Y con una estabilidad laboral, decidió tener a su segundo hijo, yo. Me siento muy orgulloso de contar la historia que me inspira cada día de mi vida, porque ella demostró que el que quiere puede y que una infancia difícil no es excusa para no cumplir nuestras metas. Todo mi respeto a esta mujer de voluntad inquebrantable.

El tiempo pasará y la injusticia jamás se olvidará.

Año 1997, 6:30 a. m., hora en la que mujeres y niños iban por la leche caliente y espumosa, recién ordeñada, a los campos o a los establos. Para Cristobalina, el momento correcto era dos horas antes, no desperdiciaba ni un minuto del día. Así que, a las 5:45 a. m., cuando se empezaba a notar un celeste tenue en el cielo, era ella quien sorprendía al sol al amanecer porque era más madrugadora que el astro rey.

Solía decir que no había mejor remedio para el alma vacía y el corazón abollado que la comida y los actos de servicio. Entonces, ella lo hacía para curar su mundo interior; vivía para los demás olvidándose de sí misma, pero era solo un escape del remolino interminable de pensamientos y recuerdos que la atormentaban.

Cristobalina preparaba cada platillo con mucha dedicación. Los domingos iba a las comunidades indígenas y pobres del pueblo a repartir comida, que no era mucha, pero era especial porque la hacía con amor. “Lo que sepa tu mano derecha que no lo sepa la izquierda”, afirmaba y poco a poco se fue ganando el amor del pueblo.

San Miguel Pochuta, Chimaltenango, 1982, conflicto armado interno. Días llenos de temor y angustia por las calles. El gobierno contra el pueblo. No hubo victoria, solo gotas de sangre derramadas por inocentes. Para ese entonces Cristobalina era solo una jovencita, la mayor de sus hermanos, su madre había fallecido años atrás. Estaba al frente de la protección y de los quehaceres del hogar.

Su padre, quien era administrador de la finca más prestigiosa del pueblo, La Torre, jamás se encontraba en casa; solo apoyaba económicamente. Llegó el domingo y, como era costumbre, Cristobalina iba temprano a comprar lo necesario para ir a las comunidades. Caminó un par de cuadras hacia el mercado. A tan solo unos pocos metros de llegar, notó cómo un grupo de guerrilleros la observaba con morbo.

Sabía el riesgo que corría, así que decidió dar dos pasos atrás. Pero todo fue tan rápido, que no pudo reaccionar. Los insurgentes la golpearon salvajemente hasta dejarla inconsciente; sin tener un poco de piedad, abusaron de ella. Como pensaron que estaba muerta, la arrojaron a un monte muy cerca del centro del pueblo, donde había toda clase de animales.

A las pocas horas, Cristobalina reaccionó de milagro. Adolorida, débil y confundida sacó el coraje para levantarse y huir del peligroso sitio por miedo a ser asesinada. De pronto, escuchó un escándalo a lo lejos. Moribunda, caminó unas cuadras y llegó a la plazuela, de donde provenían los gritos desgarradores.

Fue de su sorpresa la terrible noticia de que los administradores y dueños de las fincas (entre ellos su padre) serían ejecutados por los guerrilleros. Para los rebeldes no era posible que una persona tuviera una propiedad para ella sola, así que ordenaron a los dueños repartirla con ellos o con el pueblo. Como no cumplieron el mandato, los amarraron de pies y cabeza y fueron ordenados en fila para ser fusilados con la primera campanada de la iglesia. Todo el pueblo entró en pánico y Cristobalina estaba petrificada viendo el terror a través de los ojos de su padre.

Rápidamente, observó cómo los guerrilleros se formaban enfrente de los sometidos. A las 12:30 del mediodía se escuchó la fatídica campanada y sonaron también los gatillos de las armas.

1997. Pasaron los años y Cristobalina lo único que pudo expresar fueron palabras de silencio. El conflicto armado interno había terminado para ese entonces, pero para la mujer jamás culminó; ella moría por una justicia que no lograría obtener. Nunca dejó de ir a las comunidades, siguió adelante y creó una campaña de ayuda a los discriminados y de apoyo a mujeres sobrevivientes de los abusos de guerrilleros y soldados.

Actualidad. La historia de mi abuela Cristobalina jamás fue contada, salvo ahora. Ella colaboró con la creación de la ONG Esperanza y Fuerza. Me enseñó, a través de su relato, que, a pesar de las adversidades, la cruel y dura realidad, hay que salir adelante, con fuerza y fe; que, no obstante los sucesos, debemos luchar por la justicia y que nadie ni nada puede robar nuestros sueños, y sobre todo, la chispa de nuestra vida.

 

  

Roxana Álvarez es una madre soltera que lucha por sacar adelante a sus tres hijos. Ella sabe aprovechar cada oportunidad que la vida le ofrece para poder superarse.

Vino al mundo en 1990. Para ser más preciso, nació en Tegucigalpa. Creció junto a sus padres y hermanos menores en una casa de madera. Aunque vivían en extrema pobreza, eran ricos en amor.

En el 2007, a Roxana se le ocurrió seleccionar objetos reciclables con los que confeccionó hermosos adornos para el hogar, que luego vendió. Este resultado de su ingenio le sirvió para ayudar a sus padres a enfrentar la precaria situación por la que pasaban.

Constantemente enfrentaba condiciones complicadas al momento de recolectar los objetos, pues había personas que peleaban por la misma mercancía que ella. Entonces, tuvo que recorrer las calles, mercados y basureros de distintas colonias buscando esos objetos que le permitirían subsistir; además, era un trabajo que beneficiaba al medio ambiente. Aunque Roxana vivía atemorizada por la competencia a la que se enfrentaba a diario en las calles de su ciudad, tenía la visión clara de que nada la iba a detener.

En ocasiones lloraba, pero nada la hacía parar de trabajar y crear. Ella pensaba en su familia y en aquella olla de arroz sancochado que muchas veces era lo único que tenían para comer, aunque había momentos en que no quedaba más remedio que sobarse la barriga.

Roxana siempre tuvo una visión positiva sobre su futuro. Pensaba que sí podía triunfar. Le gustaba recordar de dónde venía para saber hacia dónde quería llegar. Poco a poco se fue acercando a personas que veían su gran potencial, su gran entusiasmo de poder superarse y optar a mejores oportunidades de trabajo para sacar adelante a los suyos.

Su gran sueño era ayudar a los niños y a los adolescentes necesitados para que todos puedan alcanzar una mejor calidad de vida. En una tarde del año 2010 recibió una agradable sorpresa, había sido elegida para estar al frente de una organización que apoya a jóvenes que desean superar las adversidades. Lo que desde pequeña anheló se estaba cumpliendo y tenía la oportunidad de viajar y conocer lugares que nunca imaginó.

Es una mujer de Dios, que se ha levantado del polvo hacia lugares de honra. Por su entrega se ha convertido en un baluarte dentro de su comunidad y es grande el legado que le ha brindado a la sociedad.

Es capaz de relacionarse con personas de diferentes clases sociales. De cada quien aprende algo diferente. Ama a la gente no por su riqueza o pobreza sino por su calidad humana. Sabe cómo afrontar cada situación y cada reto. La clave de todos sus éxitos radica en que es una mujer de mucha fe y con la firme convicción de superarse en todo momento.

Desde muy niña descubrió su vocación de ser un pilar para otros, empezando por su familia con la que superó las necesidades más extremas. El amor incondicional ha sido su impulso para luchar y poder cumplir sus deseos.

Es una dama que me inspira por su valentía, coraje, persistencia y tenacidad al querer izar la bandera de El Salvador en la cima del Monte Everest, el punto más alto de la Tierra. Además, nos enseña que “una mujer nunca debe renunciar a sus sueños por muy difíciles que sean, debemos ser tenaces y tener deseos de superación”. La pasión desmedida que la caracteriza le permitió vencer el reto más grande de su carrera deportiva.

Se propuso ser ejemplo para las nuevas generaciones demostrando que se pueden lograr grandes metas, que debemos tener pensamientos positivos. Esta alpinista hizo historia después de convertirse en la primera salvadoreña en llegar a la cima del Everest, y la tercera mujer a nivel de Centroamérica.

Alfa Karina Arrué nació el 22 de abril de 1976 en la ciudad de Santa Tecla; es la mayor de tres hermanos y la niñez fue su etapa más feliz. De pequeña era girl scout y en sus caminatas se enamoró tanto de la naturaleza que, al crecer, quiso comenzar a escalar. Era muy inquieta y terca… además, lograba todo lo que se proponía, costara lo que costara. Su primer nombre denota “poder o dominio”.

Esta montañista, madre de tres hijos, es nieta del famoso escritor Salvador Salazar Arrué, conocido por su nombre artístico Salarrué. Alfa Karina se graduó de Ciencias Jurídicas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y realizó una especialización en Desarrollo Local, en España, a lo que se agrega una maestría en Derecho Constitucional y Derechos Humanos. Ha estado involucrada en proyectos para las niñas y mujeres que trabajan en el campo, especialmente en las áreas rurales de nuestro país. Actualmente,  labora de manera independiente haciendo consultorías sobre programas de reinserción social y arte.

En 2012 comenzó su travesía deportiva utilizando sus pies, voluntad y equipo para escalar los volcanes de Izalco y Santa Ana y el Cerro Verde. En 2015 se propuso llegar a la cumbre de las montañas o volcanes de Centroamérica y, posteriormente, sus destinos fueron Colombia, Perú y Ecuador. En este último la montaña era de 5000 m. s. n. m. y el volcán más alto fue el Chimborazo. La cumbre donde probó su resistencia física y aclimatación para su siguiente reto, el Monte Everest, fue la montaña Aconcagua de Argentina, con una altitud de 6962 m. s. n. m.

Arrué intento subir por vez primera a la cima del Everest en 2021, pero la temperatura de -46 °C y los vientos de hasta 150 km/h impidieron que lograra su objetivo.

El 30 de marzo de 2022 Arrué partió de El Salvador hacia Nepal. El gran día llegó para la intrépida atleta: el 7 de mayo Arrué anunció que había iniciado el ascenso de los 8849 m. s. n. m. del monte Everest, ubicado entre China y Nepal, punto geográfico con una diferencia de doce horas con respecto a El Salvador. Iba acompañada por montañistas de diferentes países. Cinco fechas más tarde, ocurrió la gran noticia de que Arrué había conquistado el mítico Techo del Mundo, consiguiendo el hito histórico para el montañismo de nuestro país.

Hasta entonces solo existían registros de salvadoreños que lo habían intentado. Alfa Karina Arrué perseveró y lo logró.