El Salto del Pilón, en la provincia de los Santos, es muy reconocido por su belleza natural, historia y misterios. El nombre se debe a sus rocas en forma de huecos gigantes parecidas a un pilón, que las fuerzas de las aguas han tallado a través del tiempo. 

Se dice que, en los tiempos de la conquista, los españoles exploraron el área porque pensaban que había mucho oro, mientras que los nativos evitaban ir allí, ya que creían que en medio del redondo charco aparecía el espíritu de una mujer hermosa, desnuda, peinándose con un peine de oro, que encantaba a los hombres y los hacía desaparecer. Al llegar, los aventureros tenían que escoger entre la valiosa prenda o la belleza de ojos azules, entonces la mayoría se ahogaba por ir en busca de la joya. Un español llamado Don Julián del Río fue el único que eligió a la mujer, hechizado por sus encantos; ambos se sumergieron en el agua y desde ese día ella no ha vuelto a aparecer. Así nació la leyenda de “La Niña Encantada del Salto del Pilón”.  

Este enigmático lugar se forma en el descenso del río Perales, en Las Trancas, un corregimiento del distrito de Guararé. Me resulta curioso de este pueblo que de un solo lugar nacen varios, todos espléndidos, y que sin duda pueden llamar la atención de turistas panameños o extranjeros. 

En el caso del Salto del Pilón, baja por el cerro Canajagua, pasa por poblados como El Macano hasta llegar al Salto de Cañazas, bautizado con este nombre gracias a que en el sitio hay muchos bambúes que en el tiempo de antes se conocían como “cañazas”. Siguiendo el camino hay otro salto llamado el Siete Varas, una charca tan profunda que las personas tuvieron que usar siete varas para medir hasta dónde llegaba, pero no pensaron que al ser tan largas se hundirían y quedarían allí, lo que dio origen al nombre. Estos tres saltos son los más reconocidos de la zona, sin embargo, existe la posibilidad de que haya más, pues aún no se han explorado las otras áreas. 

Pero, no solo son saltos, el río La Flor es muy bonito y está bien cuidado por los habitantes. En el verano las personas colocan una especie de represa alrededor para crear un pozo y que no pasen animales peligrosos, así pueden utilizarlo de balneario. Es posible recolectar camarones en el agua y frutas de los frondosos árboles a su alrededor. 

Cerro Canajagua era un lugar no explorado, solo una montaña que las personas ocupaban como sitio de siembra; pero eso cambió con la llegada de los extranjeros, quienes llenos de curiosidad querían investigarlo. Pensaron que dentro del cerro había una inmensa cantidad de agua y construyeron una estación para medir la presión de la misma. Luego de esto el lugar quedó habitable. Las personas comenzaron a construir casas y así fue cambiando. Hoy en día es un sitio para turistas o simplemente para realizar un viaje de vacaciones. Tiene tiendas, parques y restaurantes. 

Además de enigmas, ríos y cerros, en Las Trancas hay diversidad de especies, animales y frutas silvestres. El área no se termina de explorar por lo extensa que es. Seguramente esconde muchas bellezas naturales y, ¿por qué no?, algún tesoro que espera ser descubierto por cualquier aventurero.

A nivel nacional es preocupante la manera en que la contaminación ha incrementado y dejado secuelas. Datos poco alentadores reflejan el peligro que enfrenta nuestro medio ambiente, especialmente por acciones del hombre. Hay que prestar atención y ponerse manos a la obra para evitar que este problema acabe con nuestro planeta Tierra y, por ende, con nosotros.  

Como consecuencia de la contaminación, existe una falta de tierras fértiles que limita nuestra capacidad de producir alimentos en mayor escala y sequías por uso excesivo de las aguas. Lo anterior está ligado a la sobrepoblación en áreas que ya no pueden brindar más recursos siquiera a sus mismos habitantes. Esta saturación es sobre todo causada por la migración de personas a lugares más desarrollados, que ofrecen mejores condiciones para vivir. Tanto la falta de tierras fértiles como las sequías inciden de forma negativa en el ámbito ganadero.

Causa demasiada angustia ver cómo nuestros compatriotas no toman conciencia en cuidar los recursos y evitar la contaminación, que se hace más latente en lugares con exceso de individuos.

Las autoridades deberían implementar proyectos que motiven a los habitantes a no tirar desechos por todos lados y generen conciencia del daño que puede ocasionar la contaminación a corto o largo plazo. Hay que tomar en serio el cuidado y la conservación del ambiente, que empieza por el hogar, porque allí es donde se fortalecen estos valores; luego entra en juego el apoyo de las instituciones académicas para que los futuros representantes del país no tomen por insignificante este problema ecológico, que nos consume cada vez más rápido como si de un virus mortal se tratara.

Acciones como la recolecta de basura en familia o con amigos, la siembra de árboles u otras plantas, donar dinero o mano de obra para organizaciones enfocadas en el cuidado de las áreas verdes, entre otras, son buenas ideas para empezar a motivar a los jóvenes. A cambio, el medio ambiente nos agradece brindando más sombra, brisa, luz saludable, agua pura y comidas nutritivas. 

¿Por qué le pagamos mal a la Tierra que nos da todo?  En lugar de aprovechar de forma sostenible los recursos que la naturaleza nos provee, solemos perjudicar al máximo todo lo que nos rodea. No es casualidad que seamos conocidos como los individuos andantes que más daño hacen a todos. Hasta a sí mismos. A lo que quiero llegar con mis palabras es que no se puede avanzar en la preservación del medio de forma individual, se requiere de unidad y compromiso de todos para lograrlo. Recordemos que pequeñas acciones, por más insignificantes que nos parezcan, suman y hacen el cambio. 

La profesora de Biología decide hacer una excursión con su clase y, aprovechando que tiene a uno de los científicos del Instituto Smithsonian como contacto, logra después de un par de semanas conseguir un viaje para doce estudiantes a la isla de Barro Colorado. En el grupo seleccionado estaban mi mamá, Aleyda Tatiana Bósquez Moreno, y mi papá, Ramón Contreras, quienes en ese entonces debían tener alrededor de veinte años. 

Esta isla tiene algo especial. Además de estar ubicada en el centro del lago Gatún, que se formó artificialmente durante la construcción del Canal de Panamá, una de sus características más asombrosas es que no es realmente una isla, es la parte superior de una montaña que, al quedar rodeada por el agua, luce como tal. 

Es también el hábitat de muchas especies, tanto animales como vegetales, y un lugar donde se han hecho investigaciones durante más de cien años, con científicos de todo el mundo que viajan hasta allá para estudiar la flora y la fauna. 

Allí han descubierto nuevas especies y han confirmado que muchas de estas no son de Panamá, sino que han venido de América del Norte y otras de América del Sur, por lo que se cree que esta “isla” era como un paso de especies a través de los continentes.

Para llegar a Barro Colorado se necesita ser puntual, ya que el bote no espera a nadie. La vestimenta adecuada son pantalones largos, con las bastas por dentro de la media, y sobre ellos debe ponerse cinta adhesiva al revés, por si algún insecto o animal empieza a subir, quede pegado. Además hay que usar botas y camisa manga larga para protegerse del sol. 

En este sitio existe una especie de hormiga de una pulgada conocida como Folofa que, si te llegara a picar, en cuestión de segundos te darían náuseas, dolor de cabeza, escalofríos, y lo peor de todo es que los síntomas podrían seguir por horas e incluso días. Así que es mejor no toparse con ella. 

Al llegar, los guías impartieron a los visitantes una pequeña charla sobre los cuidados que debían tener, y luego desayunaron para emprender la expedición. La isla tiene 42 kilómetros de senderos, de los cuales los invitados solo caminan dos o tres. A lo largo de la travesía, los estudiantes tuvieron mucha suerte porque, según les contaron, por lo general solo se logran avistar hasta tres animales al día en la isla, pero ellos lograron ver más de diez. Además, pudieron apreciar una especie de serpiente que los científicos llevaban esperando por tres años y que salió a la luz justo ese día.

En Barro Colorado hay un tercio de las especies registradas en Panamá. Se pueden encontrar 110 tipos de mamíferos, de los cuales 74 son murciélagos; hay 335 tipos de aves, también reptiles como culebras venenosas e insectos como chinches, mariposas, hormigas y cucarachas.

Esta isla oculta muchos secretos de los cuales los científicos conocen muy pocos. ¿Quisieras unirte a esta aventura?

¡Fuertes corrientes! ¡Cauces arrasadores e implacables! Roca tras roca, el agua cae hasta donde parece descansar su desembocadura.

A lo lejos se puede escuchar el estruendoso despeñadero, capaz de intimidar desde una persona común hasta un reflexivo sabelotodo, cualquiera puede quedar sin palabras ante tanta belleza natural. 

Esto explica por qué muchas personas, embelesadas con la hermosura de estas vías fluviales adornadas con vegetación, las suelen visitar.

Sus amplios senderos parecen tener dueñas: una familia de briofitas que ha tomado el poder de la zona. Las grandes trepadoras llegan más allá de las copas de los árboles y han decidido multiplicarse en la región.

La pareja de extranjeros que se encuentra en el sendero del cerro de la Cruz, exclama: “¡Hemos llegado!”. Efectivamente, pero es solo el primero de tres chorros que han de visitar.

En la región cercana de la provincia de Coclé, en El Valle de Antón, se encuentran tres caídas de agua que convergen en una sola, sitio conocido como el Chorro Las Mozas.

Con gran satisfacción, los coclesanos comparten uno de sus preciados lugares turísticos,  acompañado de su conocido mercado, y lo más llamativo… sus leyendas transmitidas de generación en generación.

La típica historia de turistas que a mitad de su travesía se encuentran a punto de rendirse, parece haberse hecho realidad. Por simple que parezca para muchos, sentarse en la orilla, en lo llano del chorro y sumergir los pies en el agua, es también parte de la aventura. De hecho, es una escena que suele verse entre los viajeros, por los distintos senderos que hay que atravesar para llegar a los siguientes torrentes.

“Ahora no es el momento de lamentarse en estas aguas”, dijo una mujer que se acercó a una pareja de ancianos a punto de descansar. Estas aguas esconden una historia. Esas tres bellas jóvenes hijas de Teobaldo, guerrero de la zona, guardaban un secreto que les costó la vida ante un amor no correspondido.

Una noche de celebración en Penonomé, desde diferentes regiones se dirigía un tumulto al poblado del cacique. A lo lejos se podía observar las llamativas plumas de quetzales que adornaban las cabezas de las personas y las chaquiras que yacían sobre sus pechos.

Guerreros, damas y plebeyos sabían que la multitud se acercaba al jolgorio por el redoble de los tambores y las melodías de sus flautas. La celebración se tornó, tan rápido como inició, en tragedia. ¡Vaya calamidad! Llorar durante horas por el guerrero Caobo y su nueva amante, pareció ser la decisión de las tres mozas.

De las lágrimas que brotaban de sus ojos se formaron unos chorros que las rodearon. Las tres hermanas saltaron de lo alto de un acantilado para alcanzar lo que ellas creían que sería su mundo libre de crueldad e infelicidad.

—Me despido, señores, se acerca otro grupo que parece necesitar mi ayuda —dijo la mujer que parecía ser de la zona, mientras se alejaba. Los turistas solo podían mirarse uno al otro.

—Bueno, no sé tú Henry, pero yo sí terminaré el recorrido —advirtió la anciana mientras recogía sus pertenencias y sacaba del trance a su esposo.

—Espérame Kate, también iré —respondió el hombre y siguió a su esposa hasta el próximo chorro, Charco El Mero.

¿Fue la belleza natural o la historia que escucharon lo que les motivó a continuar? No importa, al fin y al cabo, su vuelo de regreso no se daría hasta el próximo 18 de febrero. Faltaba aún un mes exacto para disfrutar del verano panameño, que ese 2016 les abría sus senderos llenos de mitología y aventuras por recorrer.

La Feria Internacional de La Chorrera es una de las más reconocidas del país. Entre los objetivos de este evento anual está rescatar el folclor de Panamá, por lo que se pueden apreciar artesanías, bailes y trajes típicos. Tienen una gran tarima hermosamente decorada que permite apreciar, durante los días de fiesta, la presentación de conjuntos típicos que deleitan con sus bailes a los visitantes.

Aquel 20 de septiembre de 2018, al llegar a la feria después de horas de viaje, quedé sorprendida porque no pensé que el lugar fuera tan grande. Fui junto al conjunto folclórico de mi escuela. El trayecto no fue fácil, incluso nos perdimos en el camino hasta que logramos dar con el sitio. 

Ya había un conjunto folclórico en el escenario. Finalmente llegamos al sitio de la presentación, y una sensación de miedo invadía todo mi ser. Faltaban 25 minutos para nuestra intervención y tenía dificultad para ponerme la pollera, porque no es la que suelo vestir. Esta era un pollerón de color azul con flores, la camisa blanca con encajes y la mota de color azul, que combinaba con los zapatos. Es una pollera que representa la región de Panamá Este. 

Estaba muy nerviosa, la hora cero se acercaba. Debía bailar una pieza con dos compañeros y otra sola, no quería equivocarme frente a tantas personas. Al escuchar que seguía mi conjunto sentía más nervios de lo normal, el primer baile era una cumbia titulada “Atravesada”, después seguía mi presentación en solitario. Sentía un peso demasiado grande sobre mis hombros. Todo el grupo había depositado su confianza en mí para bailar “La Espina”. 

Cuando empezó la música y vi a tanta gente pendiente de mí, quedé congelada por unos 10 segundos, luego miré a mis compañeros y empecé a bailar, pero seguía asustada y tensionada.

Cuando el primer baile terminó sentí que había decepcionado a mi conjunto típico, pero me sorprendió que ellos me felicitaron y me apoyaron. Así que en el último baile tenía más ánimos y todo fluyó mejor.

Al terminar la presentación, que duró como 10 minutos, recibimos un certificado de reconocimiento y me encomendaron a mí ir a recibirlo. Esa distinción me emocionó mucho, ya que sentí que estaban orgullosos de mi desempeño.

Como todo salió bien, disfrutamos de la feria y mayormente de los juegos mecánicos. Ese fue uno de los mejores días de mi vida, por lo que siempre recordaré aquella vez cuando bailé en la Feria Internacional de La Chorrera. 

Conocí a Mateo en mi barrio cuando yo estaba en primaria. No éramos grandes amigos, pero solíamos conversar, al menos durante los cinco años que compartimos vecindario. La última vez que nos vimos fue para las fiestas de fin de año. Tuvimos la oportunidad de hablar, entre otras cosas, sobre los planes que nuestros padres tenían para nuestro futuro. 

En esa ocasión, Mateo me contó la historia de un viaje emocionante que hizo a un bosque en la provincia de Coclé, con solo ocho años de vida. Al principio me pareció un poco aburrida la anécdota, pero luego me entusiasmé escuchando los detalles de su travesía.

Me dijo que sus padres lo llevaron a un hermoso lugar llamado cerro Cariguana, ubicado en El Valle de Antón. Partieron alrededor de las tres de la tarde de un viernes y llegaron casi al anochecer. 

Durante el trayecto, Mateo contempló un hermoso atardecer a través de la ventana del carro en el que viajaban.  El paisaje lo llenó de emoción, nostalgia y una serie de sentimientos que no podía explicar. 

Detalló que, cuando arribaron al sitio, se enteraron que era mejor hacer el recorrido por el sendero y subir antes del mediodía, por lo que tuvieron que hospedarse en un pequeño motel para pasar la noche y descansar. Al día siguiente se levantaron muy temprano, desayunaron y fueron al lugar donde un guía los esperaba. 

Yo me iba entusiasmando a medida que escuchaba esta narración, por lo que le pedí a Mateo que no parara; pero él me respondió que debía ir a dormir. Tuve que esperar.

Al día siguiente, busqué a mi vecino para que me siguiera echando el cuento. Retomó el relato y mencionó que, el guía que los acompañaba en el recorrido, les contó que Cariguana forma parte de un grupo de cerros que rodea el centro de El Valle de Antón, lugar que hace muchos años fue un volcán. 

Mientras subían, Mateo notó la falta de árboles que dieran sombra; tampoco había sitios donde tomar agua. ¡Qué bueno que ellos llevaron algo de comer y botellas con agua!, aclaró, si no hubiesen estado en problemas. 

 —Cuenta Mateo, cuenta  —pedí emocionado luego de una pausa. 

Entonces respondió que pudo observar un tucán muy hermoso, que había unas flores llamadas orquídeas y que también vio a un perezoso. 

—¡Guau! Un perezoso —exclamé y él rio.

Mateo rememoró que estaba muy cansado al terminar esa aventura, pero disfrutó mucho. Para él lo más emocionante fue llegar a la cima del cerro porque la vista fue hermosa. Se podía avistar todo El Valle desde arriba. Al escuchar su relato, comprendí que pasaron unos momentos muy bonitos en familia.

Indicó que bajaron del cerro temprano por recomendación del guía, pues podía llover, y si había tormenta eléctrica, resultaba muy peligroso. Al descender fueron a comer y apreciaron una presentación artística. Finalmente, regresaron al motel a descansar para volver a su hogar al día siguiente. 

Hoy pienso con nostalgia en mi vecino y los momentos que pasábamos conversando de cualquier tema. Hace tres años que no vive en mi barrio. No nos vemos ni hablamos, pero el relato de su paseo al cerro Cariguana quedó en mi mente, al igual que las ganas de visitar ese lugar y comprobar lo que un día me contó un chico llamado Mateo. 

El Casco Viejo de Panamá fue declarado en 1997 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Está rodeado de calles de ladrillos y edificios de múltiples colores. En 1673 era el corazón de la ciudad de Panamá y hoy alberga al corregimiento de San Felipe.

Es un centro cultural e histórico, donde abundan inmuebles importantes como el Teatro Nacional o el Museo del Canal, así como restaurantes con exóticos murales que decoran sus paredes. En uno de esos establecimientos de esparcimiento fue donde una dichosa niña tuvo el honor de bailar frente a una audiencia selecta. 

Fue un 25 de noviembre. Eran las 6:30 p.m., cuando el sonar de unas campanas retumbó en los alrededores. Josenid Mosquera, de 13 años, sentía la presión de participar en uno de los bailes típicos más hermosos y reconocidos de Panamá: El Punto, que fusiona la elegancia, la melodía y una coreografía refinada. No cualquiera tiene la oportunidad de bailar ese clásico nuestro, y encima, ante personas de otros países que estaban emocionados de apreciarlo.  

Su padre, Eligio, le decía a Josenid que este baile le recordaba su época, cuando entre 1988 y 1991, siendo joven, bailaba en el Conjunto Típico del Municipio de Panamá.

“¿Estás lista, hija?”, preguntó Eligio. 

“Sí, pero con un poco de temor”, contestó Josenid, vestida con una hermosa pollera blanca. 

Al escuchar las primeras notas musicales, Josenid sentía que se le salía el corazón del susto y de los nervios. Ella sabía que ese era un momento único y no quería cometer ningún error. Estaba tan contenta y emocionada de poder honrar a su cultura panameña. 

Eligio, con 46 años de experiencia en bailes típicos, estaba orgulloso de bailar en compañía de su hija.

De hecho, Josenid solía preguntarle por qué las personas de otras latitudes se llenaban de emoción al ver los bailes típicos de Panamá. Él respondía que la razón era que, al ser un país compuesto por diversas culturas, se maravillaban al ver hermosos bailes, cuyos orígenes provenían de Europa, de África y de los pueblos originarios que habitaban el istmo antes de la llegada de los colonizadores españoles. 

Ponía como ejemplo de esa diversidad el baile Congo, El Punto, El Atravesao y el Bullerengue. Le compartía que otra prueba de esa mezcla de razas y procedencias se reflejaba en nuestra gastronomía: arroz con guandú, el ceviche, los tamales, los bollos y el saus. 

Su padre también hacía referencia a la diversidad de animales que hay en el istmo panameño. Como muestra el águila harpía, que es el ave nacional del país, que simboliza nuestra soberanía, pero que está en peligro de extinción como el jaguar, el tapir y la tortuga carey. 

El baile terminó y la pareja compuesta por padre e hija recibió sonoros aplausos por parte del público. Después de refrescarse con agua, Josenid y Eligio participaron de una sesión de fotos en diferentes lugares emblemáticos.

Uno de los puntos fue la Cinta Costera, ubicada a lo largo del paseo marítimo que recorre Punta Paitilla, la Avenida Balboa y el Marañón; el recorrido también incluyó sectores del Casco Viejo, que fue fundado en 1673 como consecuencia del incendio que asoló a lo que se conoce en la actualidad como Panamá La Vieja y el ataque que ésta sufrió de manos del pirata Henry Morgan. Otro sitio escogido para la sesión fotográfica fue los alrededores de la iglesia Santa Ana, templo católico que fue fundado en 1678 y está ubicado en el corregimiento que lleva el mismo nombre. 

Luego del amplio recorrido, Josenid fue para que le ayudaran a quitarse su pollera de gala, los tembleques blancos, sus zapatos de satín y el maquillaje. Después fueron a celebrar todo lo obtenido a un restaurante.  

Cuando llegaron a casa, la joven todavía no podía creer que había realizado ese baile tan especial, y que pudo hacerlo tan bien. Aún no asimilaba que la fotografiaran y le tomaran videos turistas procedentes de Cuba, Colombia y Venezuela. Josenid estaba muy feliz. Aquel fue uno de los días más importantes de su vida. Uno de sus sueños se había hecho realidad.

Era 8 de abril del 2007. Mis padres, María y Andrés, estuvieron ansiosos durante las cinco horas del vuelo. Mi mamá, con apenas veintiséis años, estaba nerviosa porque era su primer viaje largo embarazada de mí. Partieron desde Holanda y tan pronto salieron del aeropuerto sintieron la frescura de las madrugadas de Egipto. 

La cara de mi mamá se ilumina al contarme sobre su viaje inolvidable. Ella dice que siempre recordará lo increíble que fue ver las pirámides e imaginar cómo debieron ser hace miles de años, recién construidas. 

Los primeros cuatro días, mis padres estuvieron en El Cairo. 

 —Nos teníamos que levantar a las 4:00 a. m. para estar en las pirámides a las 5:00 a. m. y comenzar el recorrido por las pirámides —recuerda mi madre—. Al mediodía ya teníamos que regresar, por lo caluroso que es Egipto.

Aunque mi mamá no entró a los monumentos funerarios porque es claustrofóbica, dice que disfrutó mucho caminar afuera del complejo y ver los camellos alrededor.

 —Yo sí me metí a las pirámides, eran muy apretados los túneles y resultaba difícil respirar por el calor y el polvo —interviene mi padre—. Pero todo vale la pena para ver lo asombroso de su construcción y las paredes talladas con jeroglíficos.  

Mis padres coinciden en que su parte favorita del viaje fue el Museo de El Cairo, tan grande e impresionante que tuvieron que recorrerlo en dos días. Mi mamá afirma que su pieza favorita es la máscara de oro de Tutankamón, esta tiene una cobra y un buitre que representan el reino del faraón en el Alto y el Bajo Egipto. 

Un dato curioso que recuerdan mis padres es que un día los agarró una tormenta de arena dentro del taxi. Al parecer, esto es usual allá, por lo que los conductores se estacionan a un lado de la vía y los dependientes de las tiendas tratan de cerrar lo más rápido que pueden; aunque el fenómeno no demora mucho, todo queda cubierto por una fina capa de arena y la gente regresa a la normalidad.

El cuarto día, en la noche, tomaron el tren que los llevaría hacia la ciudad de Luxor. Del quinto al séptimo día fueron a los templos de Luxor y de Karnak, este último es el más grande en Egipto, con ochenta hectáreas e inmensas columnas; también visitaron el Valle de los Reyes. 

En la tarde del día siete hicieron una travesía por el río Nilo, el más largo del mundo. Se suponía que iban a ir en un bote falúa (velero pequeño), pero para evitar que mi mamá embarazada se intoxicara en medio del desierto, decidieron ir en un crucero. Recuerdan que pequeños botes se pegaban a los barcos de turistas para venderles mercancía, lanzaban los productos y desde arriba los compradores tiraban el dinero. 

La visita a una comunidad de beduinos (árabes nómadas del desierto) fue otra experiencia. Las casas no poseen techos por lo poco que llueve, la comida es riquísima e incluye hasta lagartos, comen en el piso y comparten sus tradiciones. Algo curioso es que no creen en los bancos y afirman que el oro no se devalúa como las monedas, por lo que compran joyas de oro que utilizan las mujeres, y cuando estas quieren dinero se quitan una prenda y la venden. ¡Aprendizaje de nuestros amigos beduinos!

En los últimos días del viaje fueron al Templo Mayor de Abu Simbel, subieron a Alejandría donde vieron la histórica biblioteca quemada hace siglos y finalmente volvieron a El Cairo. 

Casi quince años después mis padres me siguen hablando sobre su viaje a Egipto y rememoran qué tan increíble fue que yo los acompañara en la barriga de mi mamá durante esos doce días y por siete meses más. Actualmente están planeando repetir la experiencia, esta vez desde Panamá, en familia y con dos hermanas más, para crear más memorias.

—Desde que encuentres señales de dominio y sientas que algo no está bien, debes salir de la relación—, le dije una vez a varios amigos y amigas.

No es un consejo en vano, y menos para las mujeres. En Panamá, los ataques sexuales contra el género femenino crecieron en los últimos tiempos en un 40% y más de 250 murieron por la violencia solo en el 2021. 

Andrea pudo haber sido una de ellas. Hace veinticinco años se enamoró de un hombre que se mostraba atento. El indicado, solía pensar. 

Esa percepción duró poco, hasta el momento en el que empezaron a vivir juntos. Tras unos meses conviviendo, la relación comenzó a desmoronarse: él se enojaba si llegaba a la casa y no estaba lista la comida. Esto era claramente violencia emocional. 

Andrea trataba de complacer a su pareja siempre, aunque algunas veces, tras volver borracho al hogar, él llegó a pegarle. Poco después dejó de dar dinero para la comida porque lo gastaba en alcohol y ella pasó páramos para poder alimentarse. Como consecuencia del maltrato físico, perdió a su primer hijo; sin embargo, logró salir de allí. 

El machismo ha estado vigente durante décadas en nuestros países, ha incluido maltrato físico, y hasta hace pocos lustros la mujer no podía entablar lucha alguna que le diera el derecho sobre su cuerpo y sus decisiones, porque era considerada rebelde por la sociedad patriarcal. Las mujeres como Andrea debían callar y someterse a la voluntad de sus violentos esposos.

En Panamá domina el machismo, a la mujer se le inculca que solo ella debe cocinar y hacer los oficios del hogar, y a pesar de que la situación parece estar cambiando de a poco con las nuevas generaciones, siguen vigentes ideas como “no puedes hacerlo porque eres mujer” o “esas cosas son de hombres”, que han limitado la vida de las féminas. Hay que educar para que esto cambie. Que los niños vean que todos tenemos los mismos derechos y deberes, para que casos como los de Andrea, y las miles de mujeres que sufren por la violencia machista, no se vuelva a repetir.

Aquel martes 4 de junio del 2019 mis hermanos y yo nos despertamos a las 6:00 a. m. para tener tiempo suficiente de alistarnos y salir, pues somos una familia grande. Entré al baño para ducharme por unos quince minutos y cuando terminé de arreglarme ayudé a mi mamá a preparar los regalos para mis primos más pequeños.

Cada año los musulmanes celebramos el Eid al-Adha, es como Navidad, pero celebrada a nuestra manera. Ese día, en la noche, vestimos muy elegante y pasamos tiempo con la familia; antes, en la mañana, vamos al Club Árabe situado en la provincia de Colón, para rezar y desayunar nuestra comida tradicional hecha por la mayoría de las mujeres.

Salimos de casa a las 7:00 a. m. Como teníamos prisa no alcanzamos a tomarnos la clásica foto familiar. Tanto mis padres, Ajwad y Nisrine; mi hermano mayor, Nabil; mis hermanos menores, Mohammad y Lia; y por supuesto yo, Dana, estábamos un poco soñolientos, ya que levantarnos temprano no es algo que nos guste hacer.

Llegar al Club Árabe solo tomó cinco minutos, ya que vivíamos cerca. Al entrar sostuve la mano de mi papá, había muchas personas en la entrada y se saludaban entre sí; todos se conocían, ya que en la cultura árabe siempre hemos sido unidos. Tras los saludos, subimos al segundo piso, había tanta gente que estaba segura de que, si soltaba la mano de mi padre, me perdería y no me encontrarían jamás; según mis cálculos había aproximadamente entre trescientas y cuatrocientas personas.

Mi papá y mis hermanos fueron a rezar con el resto de los hombres quienes formaron una especie de círculo entre ellos. Las mujeres estaban detrás. Me senté al lado de mi madre, fue entonces cuando el Shaikh, quien es la persona que guía el rezo, indicó que ya íbamos a empezar. Cuando terminamos, mis primas y yo corrimos a las mesas repletas de comida, nos servirnos y después comimos.

Algunas personas se fueron luego de desayunar para hacer las visitas familiares. Nosotros, como de costumbre, vamos primero a la casa de mi abuela paterna, quien siempre nos recibe con besos, abrazos y una bandeja repleta de chocolates.  Recuerdo que de niños mi madre decía que solo podíamos agarrar dos, porque después en la noche nos daba un ataque de hiperactividad y no dejábamos dormir a nadie, ni a los vecinos; pero entre mis hermanos y primos contrabandeábamos gomitas, chocolates y otras golosinas.

Después de ir a donde mi abuela, visitamos al resto de la familia: a los hermanos de mi papá, que en total son seis; a sus tíos, que son doce; a sus primos, que perdí la cuenta de cuántos son; y a sus abuelos. Somos una familia grande de parte de mi papá, y mi familia materna vive lejos, en Líbano, pero todos los años en las vacaciones viajamos a visitarlos.

El Eid es uno de los eventos que más amo de mi cultura, porque veo a todos mis seres queridos, compartimos, reímos y, lo más importante de todo, es que me dan demasiados regalos. ¡Ja, ja, ja! Mentira. Aunque eso también importa, lo más valioso es que paso tiempo con las personas que más quiero, que me cuidan y con las que siempre estaré agradecida por todo el amor que me han dado.