No es que morir nos duela, sino que vivir nos lástima más.
Emily Dickinson, fue una poetisa apasionada, pero que no tuvo el debido reconocimiento hasta después de muerta.
Nació en una familia prestigiosa y vivió gran parte de su vida postrada en casa. Tiempo después de estudiar durante siete años en Amherst Academy, asistió brevemente al seminario femenino Mount Holyoke.
El tiempo que asistió en Amherst se puede describir de dos maneras: pleno y estresante. Su punto flojo fueron las matemáticas, no le agradaban y solía intercambiar trabajos con sus compañeras: ellas se encargaban de las sumas, restas y multiplicaciones, mientras Emily les ayudaba con literatura.
—“Hoy es miércoles y ha habido clase de oratoria. Un joven leyó una composición cuyo tema era «Pensar dos veces antes de hablar». Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido, y le dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir”—, le escribió una vez a una amiga, a los 11 años.
—“Terminaremos nuestra educación una vez, y luego seremos Platón y Sócrates, siempre y cuando no seas más sabía que yo”—, le escribió después.
Hoy se especula que escribió alrededor de 1800 poemas, de los cuales ni un cuarto fueron publicados. Quizás sus conocidos sabían de sus escritos, pero no mencionaron nada. Muy pocas personas fueron a las que Emily les tuvo la confianza en enseñárselos. Su hermana menor, Lavinia, quien Emily solía apodar Vinnie, fue su mayor confidente y amiga, sin dejar por fuera a su cuñada, amante y amiga, Susan, a la que le dedicó unos 300 escritos.
Emily también amó a Benjamin Newton, tanto así que una vez le comentó a Susan:
—“He encontrado un nuevo y hermoso amigo. Su carta no me emborrachó, pues ya estoy acostumbrada al ron. Me dijo que le gustaría vivir hasta que yo fuese una poetisa, pero que la muerte tenía una potencia mayor que la que yo podía manejar.«
Su primer amigo le escribió la semana anterior a su muerte:
— «Si vivo, iré a Amherst a verte: si muero, ciertamente lo haré.»
Veintitrés años más tarde, Emily Dickinson aún seguía citando de memoria las palabras de estas últimas cartas de su amigo de la juventud, quien murió el 24 de marzo de 1853.
Luego se enamoró de un reverendo, del que perdió contacto durante 20 años, hasta 1880, cuando se asomó a su puerta. Dos años después, él murió. A propósito de eso, ella escribió: “Agosto me ha dado las cosas más importantes; abril me ha robado la mayoría de ellas.”
Tras las muertes de sus dos amores, Emily sólo halló consuelo en la poesía. Comenzó a dejar de salir de la casa de su padre, y con frecuencia, de su propia habitación.
Cuando murió su sobrino menor, último hijo de Austin y Susan el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el mal de Bright. A principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: Me llaman.
Así, la poeta lírica más memorable de Estados Unidos se marchó. “Vivió y murió en el anonimato”, dijo su biógrafo tiempo después.
Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte el 15 de mayo de 1886. La devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al biógrafo de Emily, George Frisbie Whicher, y al mundo que:
«La poeta lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato».
No es que morir nos duela, sino que vivir nos lástima más.
Emily Dickinson fue una poetista apasionada quien no tuvo el debido reconocimiento hasta después de muerta.
Dickinson procedía de una familia de prestigio y poseía fuertes lazos con su comunidad, aunque vivió gran parte de su vida postrada en casa. Tiempo después de estudiar durante siete años en Amherst Academy, asistió brevemente al seminario femenino Mount Holyoke.
El tiempo que asistió en Amherst se puede describir de dos maneras: pleno y estresante. Su punto flojo fueron las matemáticas, no le agradaban y solía intercambiar trabajos con sus compañeras: ellas le hacían las tareas de dicha materia y Emily les ayudaba con las composiciones.
“Hoy es miércoles y ha habido clase de oratoria. Un joven leyó una composición cuyo tema era ‘Pensar dos veces antes de hablar’. Me pareció la criatura más tonta que jamás haya existido, y le dije que él debiera haber pensado dos veces antes de escribir”. Fue algo que su amiga Jane Humphrey le escribió cuando tenían once años, esta chica tenía un estilo académico un tanto cómico.
El rector de la academia era un experimentado educador de Berlín, Alemania. Edward, el padre de Emily, le propuso inscribirse a unas clases de alemán, pues en un futuro no tendría ocasión para aprender el idioma.
Emily dudó, pues ya tenía demasiado estudio. Piano con su tía, canto los domingos y también jardinería, que no tenía planeado abandonar hasta el fin de sus días. Su educación fue más extensa que como solía ser para las mujeres en aquella época. Emily se sentía presionada gran parte del tiempo, su salud no era muy buena y tanto estudio no le ayudaba a mejorar.
“Terminaremos nuestra educación una vez, y luego seremos Platón y Sócrates, siempre y cuando no seas más sabía que yo. Le dijo una vez Emily a su compañera.
Abandonó su hogar para ir al seminario Mount Holyoke, cuyos encargados intentaron llevar a Emily al extranjero a practicar la religión, pero ella se negó rotundamente. Eso no era lo que le apasionaba, pero las ciencias sí.
Desde pequeña recordaba los nombres de las estrellas y constelaciones, también le gustaba mucho la botánica, y eso fue a lo que Emily se dedicó. Si le preguntabas, podía decirte dónde se encontraban cada una de las flores de la región, al igual que algunos de sus nombres. Gracias a lo sabia que era, no tuvo que rendir los exámenes correspondientes en el internado.
Emily enfermó y tuvo que abandonar el seminario, fue traída de regreso por su hermano Austin. Después de eso, no volvió a estudiar nunca más.
En los lugares oscuros de su hogar era una poetisa, se dice que escribió alrededor de 1800 poemas, de los cuales ni un cuarto fueron publicados. Quizás sus conocidos sabían de sus escritos, pero no mencionaban nada. A muy pocas personas Emily les tuvo la confianza para enseñárselos. Su hermana menor, Lavinia, quien Emily solía apodar Vinnie, fue su mayor confidente y amiga, sin dejar por fuera a su cuñada, amante y amiga, Susan.
Susan fue una de las afortunadas en leer los escritos de Dickinson. Se comenta que algunos de esos fueron para ella (trescientos, intentando ser exactos.) Al parecer, ambas mantuvieron una relación íntima a lo largo de sus vidas.
Benjamín Newton fue otro de los amores de la poetisa (aunque nada confirmado), quien provocó una gran impresión en ella, tanto así, que le comentó a Susan:
“He encontrado un nuevo y hermoso amigo. Su carta no me emborrachó, pues ya estoy acostumbrada al ron. Me dijo que le gustaría vivir hasta que yo fuese una poetisa, pero que la muerte tenía una potencia mayor que la que yo podía manejar”.
Su primer amigo le escribió la semana anterior a su muerte:
“Si vivo, iré a Amherst a verte: si muero, ciertamente lo haré”.
Veintitrés años más tarde, Emily Dickinson aún seguía citando de memoria las palabras de estas últimas cartas de su amigo de la juventud, quien murió el 24 de marzo de 1853.
Siguiendo con los amores de la poetisa, en Filadelfia, año 1854, aun luchando con el duelo de la muerte de Newton, se encuentra Charles Wadsworth, un pastor de cuarenta años y felizmente casado, pero igualmente causó una profunda impresión en la joven poeta de veintitrés.
“Él fue el átomo a quien preferí entre toda la arcilla de que están hechos los hombres; él era una oscura joya, nacida de las aguas tormentosas y extraviada en alguna cresta baja”.
Pasaron veinte años antes de que volvieran a verse. Una tarde del verano de 1880, Wadsworth golpeó a la puerta de la casa de los Dickinson. Lavinia abrió y llamó a Emily a la puerta. Al ver a su amado, se produjo el siguiente diálogo, perfectamente documentado por Wicher.
—¿Por qué no me ha avisado de que venía, a fin de prepararme para su visita? –preguntó ella.
—Es que yo mismo no lo sabía. Me bajé del púlpito y me metí en el tren —respondió él.
—¿Y cuánto ha tardado?
—Veinte años —susurró el presbítero.
Charles Wadsworth murió dos años después, el primero de abril de 1882, cuando Emily tenía cincuenta y un años, la dejo sumida en la más absoluta desesperación. En otoño ella escribió: “Agosto me ha dado las cosas más importantes; abril me ha robado la mayoría de ellas”.
“¿Es Dios enemigo del amor?” fue la abrumadora pregunta que apareció al pie del texto.
Al cumplirse el primer año de la muerte de Charles Wadsworth escribió:
“Toda otra sorpresa a la larga se vuelve monótona, pero la muerte del hombre amado llena todos los momentos y el ahora. El amor no tiene para mí más que una fecha: 1 de abril, ayer, hoy y siempre.”
Tras las muertes de Newton y Wadsworth, la vida de Emily Dickinson quedó totalmente vacía y su único camino para evitar la muerte fue nada más y nada menos que la poesía. Comenzó a dejar de salir de la casa de su padre, y con frecuencia, de su propia habitación.
Cuando murió su sobrino menor, último hijo de Austin y Susan, el espíritu de Emily, que adoraba a ese niño, se quebró definitivamente. Pasó todo el verano de 1884 en una silla, postrada por el mal de Bright. A principios de 1886 escribió a sus primas su última carta: «Me llaman».
Emily Dickinson pasó de la inconsciencia a la muerte el 15 de mayo de 1886. La devoción de Lavinia fue la responsable de hacer comprender al biógrafo de Emily, George Frisbie Whicher, y al mundo que:
«La poeta lírica más memorable de Estados Unidos había vivido y muerto en el anonimato».