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Otro viaje más, ir de un lugar a otro, y esta vez a Panamá. 

Justo era de noche cuando llegué. Atravesé la ciudad y al cabo de un rato apareció un letrero que decía “Panamá Pacífico”, en azul. Luego de diez minutos entré en una zona urbana, repleta de gente, un supermercado y dos edificios. Me bajé del auto y el escalofrío me atrapó. Cerré los ojos por un momento y al escuchar la voz de mi madre me apresuré a darle la vuelta al carro. Ahí fue cuando las vi: eran blancas, de dos pisos y agrietadas. Parecían ser unas casas.

En este lugar hay historia. Poco después de llegar me enteré que Panamá Pacífico se llamó antes Howard y era una base militar estadounidense construida para facilitar la defensa de las costas después de la construcción del Canal. Las aventuras eran un imán para mí, así que decidí que debía explorar este lugar y, por supuesto, empezaría por esas casas blancas agrietadas. Mi padre fue conmigo.

Brincando y sonriendo caminé por la carretera, pero la sonrisa se me borró al sentir el viento frío rozar mi piel, así que me detuve. Mi papá no tardó en alcanzarme y seguirme el paso. Caminamos mientras hablábamos de sus cuentos paranormales. De un momento a otro nos encontramos frente a una colina empinada rodeada de árboles que a duras penas subimos. 

Allí estaba, un edificio blanco y viejo. El mismo escalofrío que sentí al inicio recorrió mi piel, pero esta vez más fuerte, y como si algo nos llamara (no tengo la certeza de qué), entramos. 

La casa tenía los vidrios rotos, aunque las paredes estaban firmes. Todo estaba destruido y me costaba respirar, tenía los pelos de punta y sentía muy mala vibra. Recorrí los pasillos con mi padre, aunque a duras penas la luz entraba. Ya en el segundo piso empecé a sentir como si alguien me siguiera, así que salimos. De regreso estaba fuera de mí, solo sé que caminamos recto y que todo era igual. Sin darme cuenta estaba en la avenida otra vez.

Ya han pasado cuatro años, y hace poco decidí volver. Todo estaba diferente, había mucha gente ejercitándose y paseando perros, las casas pintadas con aerosol, aunque aún siento esa vibra lúgubre. Este lugar es la misma zona enigmática hecha pedazos, un pequeño pueblo fantasma donde sé que me persiguen. 

Febrero 2 de 2022. El calor del sol en mi cara, el sudor en mis brazos, la suciedad en mi ropa… pero todo eso valió la pena para estar aquí. El Pixvae es un pequeño pueblo ubicado en la costa del Pacifico, específicamente en Las Palmas, un corregimiento de la provincia de Veraguas. A medida que caminábamos por el sendero, nuestro entorno se volvía más hermoso, las flores caían al suelo, los pájaros cantaban y se escuchaba el sonido de las olas del mar. Era como un paraíso. 

Después de veinte minutos de caminata, llegamos a casa de mi abuela. El aroma de la comida nos daba la bienvenida. Cuando nos acercamos a la cocina, ella nos abrazó. Mientras los demás hablaban fui a mi cuarto y me senté a desempacar. Tenía la intención de explorar este hermoso pueblo, pero preferí dejarlo para el día siguiente, pues el cansancio se apoderó de mí y me acosté. 

En la mañana del 3 de febrero de 2022, el sol estaba fuerte, el viento soplaba desde el Este, era un día bello.  Yo disfrutaba la mañana radiante cuando mi abuela y mi papá anunciaron que ya nos íbamos. Durante treinta minutos caminamos hacia la orilla del río, en el camino nos esperaban el amigo de mi abuela, Abelino, y una lancha. Nos subimos al bote al tiempo que Abelino conectaba el tanque de gas al motor. Con todo listo nos dirigimos a explorar la isla Manglarito. 

El mar se veía tan bello, era azul oscuro, pero transparente como un cristal. Al llegar a la costa de Manglarito y bajarme de la lancha sentí la arena caliente en mis pies. Pude ver cangrejos escondiéndose y flores caídas de diferentes árboles. De la nada, escuché a mi abuela gritando: “Ven aquí, vamos a la fuente de la juventud”. Corriendo y cansada por fin llegamos al río, el más bello que había visto nunca. El agua clara y una cascada rodeada de piedras formaban un paisaje sobrenatural.

El primero que se metió fue mi papá, y gritó: “¡Qué refrescante!”. Yo fui la siguiente, me quité las chancletas y con cuidado entré poco a poco al río. El agua estaba helada, pero decidí tirarme de una vez. Mi papá tenía razón, era muy refrescante, nadé por unos minutos hasta que él me dijo: “Te reto a que subas la cascada y te tires”. Reí hasta que me di cuenta que no era chiste, así que acepté el desafío. 

Empecé a escalar las rocas de la cascada, pero de repente me resbalé debido al musgo pegado a las piedras. Empecé a caer y logré agarrar otra roca, luego seguí escalando hasta que llegué a la cima y le grité a mi papá: “¿¡Ves que sí lo pude hacer!?”. Me lancé y volví a sentir el agua fría. Me sentía feliz, tan llena de vida, que me pareció que en un instante se había hecho eterna mi juventud.

Unas semanas antes de Navidad, en 2019, mi familia decidió hacer algo diferente. Usualmente, pasamos Noche Buena en casa y hacemos una cena especial, lucimos atuendos lindos y rezamos las últimas oraciones de la época. Después nos vamos a dormir y a la mañana siguiente los regalos aparecen al lado de nuestra cama. A veces también celebramos con algunos amigos o en algún lugar popular como la Cinta Costera. Ese año decidimos ir a Boquete, en la provincia de Chiriquí. Otras personas nos lo habían recomendado, pero no imaginábamos que iba a ser una aventura tan particular.

La noche anterior empacamos todas las maletas, preparamos los bocadillos para el largo viaje por carretera de aproximadamente siete horas. Llegamos de noche a nuestro destino. El estilo decorativo del hotel era rústico, casi todo de madera. Entramos y nos registramos, después subimos para instalarnos. La habitación tenía dos camas matrimoniales, una de ellas la compartí con mi hermano. Después de explorar todo el hotel ya se había hecho un poco tarde, como teníamos algunas cosas planeadas para el día siguiente, decidimos comer algo e irnos a dormir. 

Temprano por la mañana nos dirigimos a hacer un recorrido por los puentes colgantes. En compañía de un guía caminamos a través de senderos, donde apreciamos la vegetación y fauna del área; también por puentes sujetados por cables, de diferente longitud y altura, rodeados de árboles de diversos tamaños y formas. Una aventura para amantes de la naturaleza, no apta para aquellos que temen a las alturas. Al terminar el viaje nos tomamos un refrigerio caliente porque hacía frío. Después volvimos al hotel.

Esa noche era víspera de Navidad, así que, como de costumbre, nos arreglamos y esperamos a que fuera medianoche. Después de un rato, bajamos hacia el restaurante del hotel para disfrutar nuestra cena de Noche Buena. Pero, ¡oh, sorpresa! Al llegar solo estaban los empleados. Fue en ese momento que nos dimos cuenta de que la comida era un bufet, y ya habían recogido casi todo. ¡Nuestra cena especial navideña estaba a punto de ser solo un recuerdo del pasado! Preguntamos y por suerte aún quedaban algunos bocadillos en la cocina. La comida estaba realmente exquisita. Superado el susto y con la barriga llena, volvimos a nuestra habitación para dormir.

Al día siguiente fuimos a jugar minigolf durante una hora. Como era nuestro último día, decidimos aprovecharlo al máximo e ir a una cascada cerca. Iniciamos la ruta en carro, pero en un punto del trayecto solo pudimos continuar a pie. La caminata fue un poco larga, media hora aproximadamente, y el camino, un poco confuso. Cuando al fin llegamos nos pusimos los trajes de baño y entramos al agua, pero estaba helada. Afuera también hacía mucho frío, que se intensificaba al estar mojados. Estuvimos media hora allí y nos regresamos.

El camino de vuelta fue un poco más rápido. Llegamos al hotel, empacamos y emprendimos nuestro retorno a casa. Fueron unas vacaciones muy divertidas, Boquete resultó acogedor y se sentía en cada rincón el ambiente navideño con las lucecitas de colores iluminando calles, casas y comercios. Quisiera volver pronto a seguir viviendo más aventuras.

Es sábado y junto con mi familia hemos decidido viajar a Portobelo, en el caribe panameño. Se trata de un recorrido que dura poco más de una hora en auto desde la ciudad de Panamá.

“Hace más de 500 años Portobelo fue una de las poblaciones más importantes de América durante la época virreinal y el puerto por el que pasaron la mayoría de los barcos españoles con el quinto real rumbo a la España peninsular”, leía mi madre en un volante informativo.

Tomé el papel y alcancé a ver un escrito en la parte externa: “Hombres y niños de la cultura congo (esclavos) usan trajes extravagantes, hechos con trapos y objetos encontrados, durante el Festival de Congos y Diablos en Portobelo, Panamá”.

Me sentí muy emocionada, con cámara en mano estaba lista para capturar las maravillas de la fiesta cultural que se celebra cada dos años en la provincia de Colón y que revive la lucha entre el bien y el mal, entre el negro esclavo y el blanco español, entre Dios y el diablo. La tradición prevalece con el sonido del tambor y rememora el tiempo de la Colonia. Es una manifestación autóctona de ritmo y folclore que ha permanecido intacta.

Sentí mucha alegría por participar en el evento y me llené de orgullo al observar el letrero: “La cultura congo fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 2018”.

Todo era perfecto, la temperatura alcanzaba unos 28 °C, agradable a los turistas y locales que recorrían las calles inundadas de una mezcla de olores propios de la gastronomía afrodescendiente. En las fondas abundaba el saus, el arroz con coco y el pescado con leche de coco, así que me animé a ordenar una torreja de bacalao y una chicha de saril muy fría.

Entre los callejones se escuchaba el pujar de los diablos y sus latigazos, así como el compás de los cascabeles que usan en los pies. El tambor zumbaba acompañado de danzantes mujeres negras quienes marcaban el ritmo con sus palmas. Ellas lucían polleras de colores y adornaban sus cabezas con flores. 

Cuando miraba a los congos pensaba que personifican a los antiguos negros esclavos que huían de sus amos españoles. Era como revivir la historia descrita en los libros… ¡Qué feliz me sentí de la herencia cultural de mi país!

Seguí caminando por las ruinas cargadas de historia y belleza, mientras reflexionaba sobre esta fiesta de expresiones e intercambio sociocultural.

Al caer la tarde debía volver a casa, pero esta vez cargada de cultura e identidad, con el recuerdo de los colores e historias antiguas de dolor, lucha y victoria de aquellos que sufrieron maltrato y que murieron por su raza y libertad. Antes de marcharme, aprecié la belleza de las playas con aguas cristalinas, arena blanca, aire puro y el sonido de las olas reventando en la orilla, así como las sonrisas de mis familiares por este viaje tan emocionante.

El día del viaje mis padres ingresaron todo dentro del maletero del auto, estábamos listos para irnos, pero ¿a dónde íbamos? Nos estábamos dirigiendo a la provincia de Los Santos, específicamente a Tonosí. ¿Yo?… yo andaba ansiosa y emocionada por ir a celebrar los carnavales de aquel año (2018), ya que no salíamos mucho a esas festividades. 

Tuvimos un largo trayecto, muchas personas en esa fecha también iban a celebrar carnaval o ir al interior del país, pero eso no importaba… ¿o sí? Un viaje de tres o cuatro horas se convirtió en una gran travesía de casi ocho horas, y todo eso debido a la congestión vehicular y las frecuentes paradas que realizamos.

Día uno. Llegamos a Tonosí a las 12:00 media noche, todos muy cansados, mi papá solo quería ir a dormir, ya que él había manejado todo el viaje, mi mamá también, mi hermano menor estaba dormido desde la mitad del viaje y yo me mantuve despierta…pero con cansancio. 

Pero una vez que ya había salido el sol, fuimos a desayunar en una fonda ubicada cerca del  hotel en el que nos estábamos hospedando. La comida era bastante, pero algo distinta a lo que estaba acostumbrada a ingerir en un desayuno, pero a veces hay que variar. Después nos encontramos a otras personas de nuestra familia (primos, primas, tíos y tías), pues bastantes  conocidos (no de sangre) habían viajado a Tonosí por el carnaval, normal, ¿no? Pero había un motivo por el cual estábamos todos reunidos, una prima que me dobla la edad iba a ser coronada reina y yo sería su princesa. ¡Una gran aventura!

Al llegar la noche, mi mamá y yo nos dirigimos a una casa que estaba a unos 15 minutos del hotel, en ese lugar me alistarían para la coronación que sería más tarde. El traje de ese día tenía la temática de corsario. Para mi edad (8 años) era un atuendo demasiado increíble, desde los detalles hasta el color, para mí todo en él era perfecto y digno de apreciar. La coronación fue aburrida, no hay otra manera de decirlo, para una niña de ocho años, aquello era aburrido, me dolía la cabeza y había muchísimo ruido, pero no tardamos mucho y nos dirigimos de vuelta al hotel.

Día dos. Como en toda mañana, uno se levanta con una gran energía generada por la emoción, pues esa mañana nos dirigíamos a un río a pasar una parte del día. La corriente del río era fuerte, pero uno podía seguir en pie, también había rocas, demasiadas rocas y era muy fácil lastimarse los pies con ellas. También había renacuajos y pasamos buen tiempo ahí en familia, solo que nos fuimos tiempo después del ‘accidente’.

Una prima estaba adentrándose al río y de un momento a otro estaba pidiendo ayuda. Resulta que había un gran hoyo en una parte del río y ella se estaba ahogando. Obviamente todos andábamos preocupados por lo sucedido, igualmente lograron ayudarla. ¡Qué alivio!

Así que decidimos empacar y devolvernos. Esta vez en la tarde fuimos a los culecos a divertirnos un poco. Sinceramente, fue más divertido de lo que esperaba. Ya llegada la noche, repetí las actividades del primer día, pero el traje era superior al primero, brillaba demasiado y era morado (mi color favorito en aquel entonces), esta vez estaría en una carroza desfilando. Fue de las noches más divertidas de todas en aquel viaje.

Día de partida. Quería quedarme por más tiempo, pero no pude, aun así la experiencia fue increíble. Me faltaron bastantes lugares por recorrer, al igual que actividades para realizar en Tonosí. Al fin y al cabo todo había sido maravilloso, algo que siempre estará en mi memoria. Y de esa manera, desde el maletero del carro vi cómo todo se volvía manchitas a la distancia,  y poco a poco nos fuimos alejando hasta perder todo de vista.

Darién, siendo la provincia más extensa de Panamá (11,896.5 km2), cuenta con clima tropical húmedo, muy húmedo tropical y pluvial premontano; en ella predominan los bosques y existen comarcas como la Emberá-Wounaan y la Wargandí, rodeadas por cierto aroma a misterio y vivaces en cuanto a sonido y color. Son tierras dignas de aventuras.   

En el año 2016 el doctor Alexander Esquivel, de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP), se instaló con su equipo de trabajo en Darién para realizar estudios en las cuencas del caudaloso río Chucunaque, con el fin de evaluar el nivel de sanidad manejado en el área. Una experiencia profesional que marcaría por completo su vida.

Para ingresar a Nurrá, el equipo de trabajo utilizó caballos como medio de transporte, y como había llovido, todos terminaron llenos de lodo hasta el estómago. Luego de pagar las respectivas tarifas para trabajar en el área, evaluaron aspectos como el estado de las estructuras, la tierra, el agua, etc.   

La siguiente parada fue Walla. Sus aguas son claras, es un lugar hermoso y… ¡una trampa infestada de serpientes! Allí pasaron la primera noche, se asentaron y descansaron, arropados de pies a cabeza en una hamaca, expectantes para no ser mordidos por alguna culebra y quizás pelear a muerte con algún alacrán, animal que abunda y merodea el sitio, sin mencionar a los mosquitos. 

Al amanecer los investigadores retomaron su marcha, una parte a pie y luego en una piragua, y entraron de lleno a Darién. En esa comunidad, la delegación de la UTP se encontró con otro equipo de estudio, pero estos no tenían los permisos requeridos para trabajar en el territorio, lo que demoró más la misión de ese día; entonces, una vez completada la labor el doctor Esquivel decidió pasar la noche en el lugar. Fue una noche pesada, pues había cierto riesgo de ser privados de libertad por los nativos, debido a la supuesta invasión. Afortunadamente, no ocurrió nada malo.

En la madrugada partieron hacia la comarca Emberá-Wounaan, subieron por los ríos Tupiza y Turquesa para llegar a Mortí, con paisajes donde las ramas eran boas. La frontera de Panamá y Colombia está a nada del lugar. Ese fue el último punto que visitaron, la misión tomó alrededor de una semana y los resultados fueron mostrados en una reunión posterior en Santa Fe.  

Algo que resalta mucho el doctor Alexander Esquivel, mi padre, es la falta de sanidad en las comunidades, el pésimo estado de los colegios, viviendas, hospitales y la carencia de servicios básicos. Es complicado que los indígenas puedan salir de estas áreas, no solo por la falta de apoyo o recursos, sino porque sus mismas costumbres se lo impiden. 

El peligro predomina en Darién, hay personas que emigran de sus países, negocios ilícitos, guerrillas y muchos de estos temas pasan desapercibidos, por lo cual se puede decir que la provincia, muchas veces, es un lugar sin retorno; sin embargo, es una tierra de grandes riquezas naturales, arqueológicas, playas, entre muchas otras bondades. Es un sitio que puede resaltar la belleza de nuestro país, pero lastimosamente ha sido algo olvidado por situaciones socioeconómicas y la falta de interés por mejorar las condiciones de nuestros hermanos indígenas y darienitas. 

Sí, Darién es una provincia rica en belleza natural, pero sus poblados, su gente necesita apoyo para mejorar su calidad de vida, tal como insiste mi papá.

Panamá es un lugar pequeño, pero no tanto como muchos suelen creer. Tiene muchos lugares a los que puedes ir y disfrutar. Hoy voy a contarte acerca de una aventura que tuve con mi familia en mi país.

Todo este drama empezó hace 4 años. Aquel día fui al río con mi familia, fue una reunión agradable, pues estaban casi todos mis familiares, aunque no recuerdo exactamente el lugar, pero era muy lindo.

Soy una persona que le encanta a ir diferentes sitios, soy muy aventurera, característica que me hace buena al momento de experimentar cosas nuevas, pues me parece muy satisfactorio sentir la adrenalina de estar en lugares increíbles.

Bueno, ese día estábamos todos en el agua, algunos gritando o saltando desde distintos lugares. Obviamente, sé que eso es peligroso, pero me encanta tirarme de diferentes lugares y sentir esa emoción de caer, sin pensar en el peligro, y ese día no fue la excepción.

Yo estaba nadando por ahí mientras jugaba con mis primos y mis padres hablaban con mis tíos, los cuales estaban en sus temas, como de costumbre. Uno de mis primos mayores estaba saltando de unas rocas, mis tíos le decían que dejara de saltar así, ya que en cualquier momento se podía lastimar. Pero él como siempre no hacía caso.

Al pasar un rato, salimos a comer y la comida estaba deliciosa; terminamos y queríamos entrar de nuevo al agua, pero nuestros padres nos decían que no podíamos entrar ya que aún teníamos que reposar, por lo menos media hora. Obviamente para unos niños de entre 6 a 13 años, esos 30 minutos fueron una eternidad, hasta que al fin entramos de nuevo al agua y mi primo mayor comenzó a saltar de nuevo por las rocas.

Pasado un rato, nuestros padres nos dijeron que ya nos íbamos, pero nosotros respondimos: “aún no, es muy temprano, una hora más, porfa”, y así fue; de repente nos dimos cuenta de que las rocas del suelo nos empezaban a molestar, lastimaban nuestros pies; lo solucionamos usando chancletas en el agua sin pensar que después de tomar esta decisión algo iba a pasar…

Mi primo entró nuevamente al agua, se tiró desde una gran roca filosa… ¡Oh no!, se resbaló, abriéndose una brecha en su pierna. Quedamos impactados al ver la sangre fluir por su pierna, él estaba asustado y lloraba mientras nosotros no sabíamos qué hacer.

Me pidieron que pusiera mi mano sobre la herida, asustada obedecí y la puse… sentí correr la sangre fría por mi mano, fue algo impactante, que me dio mucho miedo ya que yo le temo a la sangre. De inmediato lo llevaron a una clínica cercana, donde le cosieron la herida.  Al llegar a la casa, él estaba muy cansado, ya que se había asustado mucho.

La verdad es que ese día fue emocionante, pero trágico. Actualmente él tiene la cicatriz, pero dice que no se acuerda de eso… yo sí, pues fue algo que me marcó ese día.

En mayo del 2018, mi madre Yaneth y yo emprendimos un viaje de Capira hacia Panamá, en el trayecto surgió un diálogo bastante inusual sobre la igualdad de derechos y la realidad que vivimos en la actualidad sobre los diferentes grupos humanos del país.  La conversación giró en torno a los pueblos originarios y negros, cuya idiosincrasia guarda cierta particularidad en el habla, el arte, las tradiciones y las costumbres que muchas veces no son comprendidas.

Hicimos una parada en la calle San Blas, avenida de los Mártires, alrededor del mediodía. Detuve mi mirada en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá, mejor conocido como MAC, lugar icónico en la ciudad. Dicha institución está dedicada al fomento, exposición, promoción y resguardo del arte de última generación. El edificio actual se convirtió en museo en 1983.

Al ingresar al recinto recordé los consejos de mi hermana sobre cómo apreciar una obra de arte y que el significado de esta muchas veces está basado en ideas reales o ficticias que pueden ser complejas para un principiante. Realmente sus palabras me cautivaron y sentí curiosidad por conocer el museo.

El guía, un joven de tez negra y cabello ondulado, fue asignado para el recorrido. Su labor fue increíble y cuidó cada detalle.

El ambiente era agradable, incluso familiar; un juego de luces perfectamente ubicadas resaltaba cada uno de los cuadros, los cuales transmitían sentimientos, ideas y emociones.

Durante la estancia, observamos obras alusivas a la etnia negra y la población autóctona del país. Una de ellas me llamó mucho la atención. Guardar semillas en el cabello hace referencia al tiempo de la colonización española, cuando las negras esclavas utilizaban las trenzas con dos funciones: una, como escondite de las semillas, y la otra, como un mapa que definía la ruta de escape para llegar al palenque.

Este proyecto de exposición fue realizado por Juan Canela, director artístico en ciudad de México y curador asociado del museo.

Un aproximado de treinta personas ocupaba el lugar; pude observar una amplia selección de catálogos, libros y materiales promocionales acerca de artistas panameños y latinoamericanos, también volúmenes sobre ciertos periodos artísticos como apoyo a las investigaciones de la comunidad estudiantil. A mi madre le llamó la atención que el museo cuente con talleres didácticos, seminarios y conversatorios sobre apreciación de la historia del arte.

Desde temprana edad me ha llamado la atención los edificios grandes y las obras arquitectónicas exóticas, por eso, mi lugar favorito es la ciudad de Panamá en la que destacan grandes infraestructuras que son fuente de inspiración para mis dibujos.

En una visita a esta urbe disfruté ver impresionantes obras como la F&F Tower (edificio conocido popularmente como el Tornillo) y el Puente de las Américas desde donde se puede apreciar el Biomuseo, otra construcción monumental. Se trata de una estructura colorida e innovadora, diseñada por Frank Gehry e inspirada en los árboles de la selva; en la parte alta se pueden ver diferentes tonalidades vivas, pero por dentro es más oscuro, y durante algunas horas del día es posible ver rayos de luz entre el techo, lo que evoca la atmósfera de un bosque.

Cerca de mi residencia, en La Chorrera, había un pequeño terreno sin habitar. Recuerdo llamarle “minibosque” porque albergaba perezosos, armadillos, reptiles pequeños y gran variedad de insectos, así como perros y gatos callejeros que utilizaban el lugar como refugio y hogar.

En el 2015 aquel espacio desapareció por la construcción del centro comercial Anclas Mall, el primero del distrito. Este era simplemente hermoso, una edificación impresionante; no pasó mucho tiempo para que se llenara de locales, en un abrir y cerrar de ojos ya era el más concurrido del área. Y a solo unos cuantos pasos de mi casa.

La primera vez que entré quedé impresionada. Había árboles artificiales de grandes dimensiones en medio del área de comida y una pista de patinaje. Años después abrieron una piscina y una cancha sintética en la azotea, entre muchas otras atracciones. El interior del centro comercial está inspirado en un arrecife, en la fauna marina, por lo que parece todo un ecosistema acuático. En la azotea hay un barco con un ancla que cuelga fuera del edificio el cual tiene varias referencias al Caribe, todo relacionado con su nombre.

Anclas me producía euforia por su vistosidad y siempre llenaba mis expectativas, adoraba ir con mis amigos para pasarla fenomenal; pero en el fondo sabía que el precio fue caro y mi conciencia empezó a preguntarse: ¿qué ocurrió con la fauna y flora del lugar? 

Fue como si despertara de un sueño con esta reflexión, la magia se apagó cuando imaginé cómo los animales huían de las palas, los machetes, las retroexcavadoras y los camiones. Entonces, ¿qué les pasó? Era lo único que me planteaba mientras disfrutaba de las comodidades de aquel centro comercial. 

Eso me hizo reflexionar sobre cuántos otros animales escaparon en la construcción del Tornillo o cuántos insectos fueron aplastados por las maquinarias al erigir el Biomuseo.

Hoy, esas interrogantes me siguen atormentando, pero prefiero pensar que todos esos seres vivos que huyeron asustados fueron llevados a un nuevo hogar.

La familia Alvarado Pimentel, por invitación del tío Rodrigo, realizó un viaje de aproximadamente tres horas y media desde Capira hasta La Guaira, provincia de Colón.

La primera parada fue la bahía de Puerto Lindo, en la Costa Arriba de la provincia caribeña, específicamente en el Linton Bay Marina, puerto deportivo donde pude apreciar embarcaciones de todo tipo, como veleros y yates lujosos con bandera estadounidense y canadiense. Las naves estaban identificadas con nombres curiosos como “Los compadres” y “Doña Gloria”.

Linton Bay Marina está a tan solo 49 kilómetros de distancia de la ciudad de Colón y a 105 millas de la ciudad de Panamá. Gracias a su biodiversidad de flora, fauna y aguas cristalinas, el lugar fue elegido para desarrollar un proyecto que alternara el paisaje natural con los monumentos históricos, como es el caso de Portobelo, que sigue maravillando a miles de turistas en el sector (La Estrella de Panamá, 2021).

Tío Rodrigo nos recibió con una amplia sonrisa. Él es de complexión grande, pelo corto, ojos pequeños y piel blanca. Rodri, como le decimos de cariño, es administrador del Tropic Bar Restaurant, el local es relativamente nuevo y forma parte del puerto. Allí degustamos una deliciosa comida, acompañados siempre de la agradable brisa marina.

Retomamos la ruta y finalmente llegamos a La Guaira, desde ahí abordamos una lancha con destino a isla Grande. Durante la travesía escuché a mis hermanas reír emocionadas, lo cual resultaba contagioso y saltó a mi mente la pregunta: ¿Por qué no habíamos descubierto todo esto antes? Un pequeño rancho sirvió de alojamiento temporal durante nuestra visita al sitio.

Disfrutamos de la playa de arena blanca y agua libre de contaminación. En esta isla destacan el servicio hotelero, el comercio de alimentos y la presencia de autoridades como la Junta Comunal. También se puede apreciar el funcionamiento del Centro de Conservación, Rehabilitación y Reproducción Zoo del Istmo, especialistas en el estudio de fauna exótica y en peligro de extinción como el puma, las guacamayas, los loros, los venados y los perezosos. La gran mayoría de las personas que visitan el zoológico exclaman: “¡Es una belleza! ¡Qué impresionante y loable labor!”. Todo esto le da a isla Grande un carácter de autosuficiencia.

Nos despedimos con nostalgia de esta belleza natural y regresamos a la marina donde tío Rodrigo nos recibió nuevamente en el restaurante mientras prestaba servicio a los clientes.

Allí decidimos pasar el resto de la tarde, charlamos con algunos familiares y amigos de mamá con los que no había tenido contacto en mucho tiempo. La cena fue una pizza tradicional al estilo del lugar y con la sazón única del tío. Pasamos un momento ameno y nos despedimos agradecidos por todas las atenciones de Rodri.

De vuelta, el cielo nos abrazó con un manto estrellado y una luna imponente. Así se sellaba esta fascinante travesía.