Festival de colores, historia y tradición

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Es sábado y junto con mi familia hemos decidido viajar a Portobelo, en el caribe panameño. Se trata de un recorrido que dura poco más de una hora en auto desde la ciudad de Panamá.

“Hace más de 500 años Portobelo fue una de las poblaciones más importantes de América durante la época virreinal y el puerto por el que pasaron la mayoría de los barcos españoles con el quinto real rumbo a la España peninsular”, leía mi madre en un volante informativo.

Tomé el papel y alcancé a ver un escrito en la parte externa: “Hombres y niños de la cultura congo (esclavos) usan trajes extravagantes, hechos con trapos y objetos encontrados, durante el Festival de Congos y Diablos en Portobelo, Panamá”.

Me sentí muy emocionada, con cámara en mano estaba lista para capturar las maravillas de la fiesta cultural que se celebra cada dos años en la provincia de Colón y que revive la lucha entre el bien y el mal, entre el negro esclavo y el blanco español, entre Dios y el diablo. La tradición prevalece con el sonido del tambor y rememora el tiempo de la Colonia. Es una manifestación autóctona de ritmo y folclore que ha permanecido intacta.

Sentí mucha alegría por participar en el evento y me llené de orgullo al observar el letrero: “La cultura congo fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en noviembre de 2018”.

Todo era perfecto, la temperatura alcanzaba unos 28 °C, agradable a los turistas y locales que recorrían las calles inundadas de una mezcla de olores propios de la gastronomía afrodescendiente. En las fondas abundaba el saus, el arroz con coco y el pescado con leche de coco, así que me animé a ordenar una torreja de bacalao y una chicha de saril muy fría.

Entre los callejones se escuchaba el pujar de los diablos y sus latigazos, así como el compás de los cascabeles que usan en los pies. El tambor zumbaba acompañado de danzantes mujeres negras quienes marcaban el ritmo con sus palmas. Ellas lucían polleras de colores y adornaban sus cabezas con flores. 

Cuando miraba a los congos pensaba que personifican a los antiguos negros esclavos que huían de sus amos españoles. Era como revivir la historia descrita en los libros… ¡Qué feliz me sentí de la herencia cultural de mi país!

Seguí caminando por las ruinas cargadas de historia y belleza, mientras reflexionaba sobre esta fiesta de expresiones e intercambio sociocultural.

Al caer la tarde debía volver a casa, pero esta vez cargada de cultura e identidad, con el recuerdo de los colores e historias antiguas de dolor, lucha y victoria de aquellos que sufrieron maltrato y que murieron por su raza y libertad. Antes de marcharme, aprecié la belleza de las playas con aguas cristalinas, arena blanca, aire puro y el sonido de las olas reventando en la orilla, así como las sonrisas de mis familiares por este viaje tan emocionante.

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