Un viaje mágico hacia las raíces de nuestra identidad
El despertador sonó a las 5:00 de la mañana del 2 de enero de 2022. La profesora Cidia Vergara Batista, madre de las mellizas Karol y Karen, de 14 años, las levantó porque era el día que iban a emprender su camino hacia la tierra ancestral de su familia: Las Tablas, en la provincia de Los Santos.
A pesar del sueño, se levantaron de manera rápida, ya que debían prepararse y recoger sus maletas para ser llevadas a donde su tía Casilda Batista, pues viajarán en dos carros junto a otros miembros de la familia. Empezaron su camino a las 6:00 a.m. desde su hogar, ubicado en una finca ganadera en el corregimiento de Chilibre, en la comunidad de Villa Unida, a orillas del famoso río Chagres, localizado entre las provincias de Panamá y Colón.
Las hermanas estaban felices por regresar a Quebrada Grande, un pequeño pueblo ubicado en las montañas del distrito de Las Tablas, pues habían pasado más de cinco años desde su última visita.
Luego de un largo trayecto, con algunas paradas estratégicas para comer, saludar a familiares e incluso comprar el famoso pan de La Arena en Chitré, en la provincia de Herrera, las mellas vieron con alegría, en especial Karol, el gran letrero verde que decía: “Bienvenidos a Quebrada Grande”, un pueblo especial que porque vio nacer y crecer a su abuela a quien llaman de manera cariños como “Mamá Chela”.
Por fin llegaron a su destino. Pasaron por el cementerio donde están enterrados sus bisabuelos, tatarabuelos y otros seres queridos. Karol miró hacia el horizonte donde vio el Cerro Tebujo, centro de historias infantiles contadas por su abuela. Seguidamente llegaron al puente de la Quebrada Del Paso, lugar de juegos y baños de muchas generaciones. Al subir la loma observaron la iglesia de San Pablo y a la izquierda la casa de sus bisabuelos que, sin dudas, verla fue emocionante porque está llena de gratos recuerdos y emociones.
Cansadas y alegres de haber llegado a su destino, esperaron a su madre y al resto de los viajantes, quienes llegaron dos horas más tarde. Karol miró a su mamá y vio en sus ojos el brillo de la alegría y la nostalgia. Sabe que esa residencia le trae remembranzas inolvidables, de momentos felices con seres que ya han partido.
Llegada la noche, todos sentados en taburetes, conversaban amenamente sobre lindas postales del pasado. Se escuchó el aullido de los coyotes, causando terror a Karol y entre los más pequeños de la casa. Más tarde decidieron ir a dormir. Karol sentía la fuerte brisa que recorría la vivienda y cada uno de sus rincones, obviando la necesidad de un abanico, y sí, una buena manta para arroparse.
Amaneció. Eran las 6:00 a.m. del 3 de enero del 2022, cuando el gallo cantaba y Karol sentía el aroma a café recién hecho. Apresuró el paso, salió de la cama y corrió hacia la cocina en donde encontró a su madre con el desayuno servido: pan de La Arena, queso blanco hecho en casa y leche recién ordeñada enviada por el tío Boli, el único hermano de su abuela que reside en el pueblo.
Cidia le dijo que levantara a su hermana Karen y que se bañaran para desayunar, pues debían buscar en el cuarto los materiales comprados para poder ir a donde sus tías, quienes eran las encargadas de enseñarle a las mellas el legado preciado que representa su identidad.
Ambas se apresuraron a realizar lo solicitado por su madre. Luego fueron a casa de su tía quien, con paciencia y sabiduría, pero sobre todo con mucho amor, junto a cada uno de los miembros de la familia, colaboró para que Karol y Karen aprendiesen este hermoso legado de confeccionar “mundillo”, una trenza tejida con hilos de diversos colores, que se hace sobre una rueda de tela y que es parte de la pollera, el traje típico panameño.
También les enseñaron a hacer los tembleques, que son parte del tocado de la empollerada panameña, estos suelen ser hechos de perlas o en orfebrería, incluso se trabajan flores como mosquetas o mostacillas. Sabiamente, la madre de las adolescentes creó una rutina que combinaba las enseñanzas culturales y tradicionales de su clan con las actividades de recreación.
Por lo que las mellizas también disfrutaron de paseos a la playa, al río, excursiones por el campo, entre otras vivencias en la provincia santeña y, sobre todo, aprendieron que no importa lo lejos que vayan, siempre y cuando el camino de regreso permanezca en sus memorias y corazones, para que sus raíces perduren y florezca durante una eternidad su identidad.
Hoy, Karol y Karen son capaces de crear folclor con sus manos, gracias al amor y la perseverancia de su familia.