Estoy aquí frente a ti, mi querido amigo. Han pasado muchos años, cincuenta tal vez desde la última vez que te vi. Me he hecho mayor, mi cabello es blanco como la nieve, mis huesos adoloridos y mis fuerzas se apagan con el tiempo. Tú, querido, ¿dónde estás? Ya no te veo, no eres ni la sombra de la hermosura que vieron mis ojos. ¿Qué ha pasado?

Aún recuerdo esos bellos momentos que pasamos, tú a veces calmado, otras embravecido. Tu inmensidad parecía que nunca se iba a terminar, esa infinidad de vida que existía dentro de ti.

No supimos apreciarte, cuidarte, amarte y protegerte. Yo traté de luchar con muchos amigos por ti. Caí preso y me torturaron solo por amarte, pero me dolía ver la indiferencia y la crueldad humana. Nos llamaban locos por pensar en tu extinción. Y aquí estoy, sufriendo tu pérdida.

Con lágrimas en mis ojos te digo: no me arrepiento por mi lucha. No ganamos, pero lo intentamos.

El mundo era perfecto y tú lo envolvías con tu manto lleno de especies que nos daban alimento y tantos recursos. Cómo no recordar el canto de las ballenas, los delfines, la ferocidad y majestuosidad de los tiburones, el colorido de tus arrecifes, el danzar de las tortugas, las focas. Aún escucho el golpear de tus olas.  Tú eras y representabas el 70% de nuestra Tierra.

¡Cómo pudimos llegar a esto! Ya no estás, no es posible devolverte la vida, es muy tarde, querido amigo.

No puedo más con esta pena, y a pesar de que ya no resplandeces, de que no se aprecia ni el verdor de tus aguas por la gran cantidad de residuos y desperdicios que te han tirado, me quedaré contigo hasta mi final, hasta que mi corazón no lata más. Y le enseñaré a los niños que lleguen aquí todos mis recuerdos junto a ti. Serán como fábulas, ciencia ficción. Pero así fue como te conocí, mi querido mar.