Con una diminuta lámpara de queroseno en la mano, telas de lanilla, agujas, tijeras, una máquina de coser portátil, y una esperanza del tamaño del universo, María Ossa de Amador y su cuñada, Angélica B. de Ossa, corrían apresuradamente en busca de un lugar seguro en donde pudieran forjar nuestro futuro pabellón nacional.

La casa de María, lugar en donde debería estar segura, había perdido esta cualidad desde el momento en que José Domingo de Obaldía, gobernador del departamento de Panamá, empezó a vivir bajo el mismo techo que ella y su familia. Ser vista confeccionando una bandera diferente a la de la Gran Colombia era prueba suficiente para ser acusada de rebelión y afectar a toda su familia. Poder traer a la realidad en tan poco tiempo los bocetos que su hijastro, Manuel Encarnación Amador, había dibujado era una idea completamente descabellada. Pero María, una mujer valiente, decidió dar un salto de fe y poner su granito de arena. 

El 2 de noviembre de 1903 la luna llena les iluminaba el camino y las acompañaba en la búsqueda de un lugar de amparo. Las dos damas encontraron una casa abandonada en el corregimiento de San Felipe conocida como “Casa Tangui” que sería su refugio de trabajo por las siguientes horas de la noche. 

Al llegar a la casa, María y Angélica se dieron cuenta de que la puerta principal estaba cerrada y que no había ninguna manera de abrirla. La única solución, que parecía una completa locura, era entrar por una ventana que estaba en malas condiciones. Con miedo a que la estructura colapsara repentinamente, María y Angélica treparon una pequeña escalera para poder alcanzar la ventana y poder entrar. Las acompañaba Agueda, una criada de Angélica, quien les pasó por la ventana con mucho cuidado todos los materiales. 

Poniendo todo en el piso, empezaron la larga jornada de trabajo que les esperaba. Las horas empezaron a volar mientras el fuego dentro de la lámpara daba la ilusión de extinguirse cada vez más. La tensión y el temor reinaba en este lugar, pues María Ossa temía ser descubierta, acusada de rebelión e involucrar a su familia. Esto no solo era una lucha psicológica, también física contra el cansancio, pero en una esquina de aquella casa había un sentimiento de honor y motivación que hizo que María pudiera seguir adelante. El deseo de poder ver a Panamá como un país soberano y libre era su sueño más grande. 

Al pasar las horas, María y Angélica estaban cada vez más cerca de culminar el plan que al principio parecía una completa locura. Después de horas de arduo trabajo, pudieron terminar las primeras dos banderas de nuestra República, con la esperanza de que algún día fueran izadas, llena de orgullo, en lo más alto. 

Estas dos banderas no solo son pedazos de tela unidas con hilos, ellas representan el sacrificio que nuestros antepasados estuvieron dispuestos a pagar para que hoy pudiéramos vivir en un país soberano. Gracias a todos ellos una parte de nuestra historia como panameños se encuentra detrás de cada puntada de la Bandera Nacional de Panamá.