Emprendí mi viaje, mas no estaba segura si me agradaría el lugar que me recomendaron. Aun así, quise ser parte de esa aventura en la provincia de Herrera.
Al llegar al cruce me desanimé un poco, pues el sol estaba inclemente, y al ver que para llegar a la primera casa tenía que caminar alrededor de veinte minutos, lo dudé más, ya que no había transporte hacia el centro del pueblo.
De repente escuché una voz:
—¡Buenas! Vea, ¿va pa’ dentro?
Entonces me dije: “Esta es mi oportunidad de no realizar esta larga procesión”, y rápidamente acepté. Al ir avanzando mi vista se perdía entre los sembradíos de arroz a los costados del camino, y el conductor entabló una conversación.
—¿Viene de paseo al pueblo? Es que no la había visto por aquí.
—Voy de visita a un lugar que se llama Ciénega Las Macanas —respondí.
—Ajo, eso es muy lindo ahí, pero está un poco lejos —mencionó—. La dejaré donde le puedan orientar sobre cómo llegar.
Llegamos a una capilla y me enseñó hacia dónde debía dirigirme.
Iniciaba mi aventura con un guía, quien sugirió usar repelente para insectos, pero no le presté atención porque observa con asombro el pintoresco paisaje que se revelaba ante mí: las casas de quincha, una carreta jalada por un caballo, un grupo de niños jugando béisbol, señoras entretenidas con la baraja debajo de un árbol de almendro. Aquella tranquila atmósfera fue interrumpida al gritar una niña: “La culebra, la culebra”. Nos detuvimos, pero la situación fue controlada rápidamente, y aunque la serpiente no era tan grande, vacilé para seguir mi travesía. Recobré las ganas cuando el guía soltó unas palabras alentadoras.
—Este es el camino que nos llevará al lugar más lindo de todo el pueblo —resaltó.
A medida que avanzábamos me convencía de que había tomado una buena decisión. El panorama era muy hermoso, la brisa golpeaba mi cara, se podía ver las llanuras, los caballos, las vacas con sus terneros. Luego de quince entretenidos minutos al fin llegamos.
¡Dios! Mis ojos estaban maravillados de tanta belleza, en medio del lugar se veía un sendero que automáticamente llamó mi atención. Entrar fue algo grandioso, pues se percibía paz, había sillas para sentarse y meditar; también, diversidad de plantas y árboles. El cantar de las aves era como una sinfonía angelical. Al salir encontré un mirador con una vista perfecta donde apreciar la gran variedad de aves migratorias que llegan al lugar, un humedal refugio de vida silvestre en medio del paso del río Santa María.
Sin duda, la Ciénega de Las Macanas, ubicada en El Rincón de Santa María, es un lugar perfecto para hacer turismo, desconectarse y estudiar los diversos tipos de aves que habitan en él. Solo faltas tú con tu cámara para que disfrutes, como yo, de todo un paraíso ecológico.