Entradas publicadas por

Rose Marie Tapia es una ilustre autora panameña, nacida el 6 de diciembre de 1947. El primer libro que leí de ella fue Roberto por el buen camino, me inspiró mucho por su forma de escribir en temas relacionados a las denuncias sociales, lo que la ha convertido en una de las mujeres más importantes en la literatura local.

Dicha novela trata de cómo viven algunos ciudadanos en el Istmo, es muy realista y en ella se examinan la causa y la consecuencia de una situación social lacerante y actual como el pandillerismo juvenil. Enseña las vivencias de quienes, de una manera u otra, se ven inmersos en este flagelo y nos incluye en la trama para que seamos parte de la solución. Resulta una buena propuesta para combatir la delincuencia juvenil.

Me gusta de Rose Marie Tapia su pasión por las letras, su forma de pensar, demostrando que la literatura no tiene género; además que manifiesta su compromiso por el arte de la escritura y su disciplina a la hora de redactar.

Uno de los obstáculos a lo largo de su carrera fue la envidia de las personas que la rodeaban y que no pudieron lograr algo en su vida, estas atacan a quienes con todo su esfuerzo tienen que luchar día a día para lograr su objetivo.

A la escritora ya no le afectan tanto las críticas de las personas que la quieren ver caer de donde está; como buena escritora, les corresponde con la suficiente elocuencia para que dejen de juzgar sus obras.

Un buen amigo de Rose Marie le expresó que eso lo hacían algunas personas para que ella desistiera; al saber eso, la autora se animó más a seguir escribiendo. Y en silencio, con su fe ferviente, ora por quienes le desean mal.

La escritora señaló que las cualidades de un verdadero escritor son: honestidad, disciplina, compromiso, amor por lo que hace, ser estricto de su tiempo y sentir un auténtico respeto por su lector.

Dice que la igualdad de género es un principio que se irrespeta por algunos escritores que atacan a las mujeres que escriben porque son incapaces de hacerlo con un hombre, pues tal vez ellos piensan que debemos ocuparnos de otras cosas. Una vez Rose María declaró que en su casa hasta su padre era feminista, porque asignaba los oficios domésticos tanto a sus hijas como a sus hijos y que, mientras haya machismo, la lucha continúa.

La obra más difícil de Rose Marie Tapia es Vida de compromiso, la historia de su madre, quien fue educadora por treinta años e hizo de su profesión como maestra consagrada un compromiso de vida.

El legado que ella quiere dejar es que en Panamá y Latinoamérica se logre elevar los índices de lectura y que los niños sean lectores desde la escuela primaria, que amen la lectura, se inspiren y se atrevan a convertirse en grandes escritores.

Una bella melodía suena al escuchar declamar alguna poesía de la autora Elsie Alvarado de Ricord, quien nació el 23 de marzo de 1928, en el distrito de David de la altiva provincia de Chiriquí.

Su familia era numerosa. En 1951 se graduó de maestra en la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago de Veraguas y años después se comprometió con el abogado Humberto Ricord, con quien tuvo una sola hija.

Elsie se tituló en Filosofía y Letras en la Universidad de Panamá. También estudió un profesorado de Español. Para esas fechas publicó su primera obra, Notas sobre la poesía de Demetrio Herrera Sevillano y luego su primer poemario Holocausto de rosa, donde relata la bonita historia de una mujer enamorada. Años después ganó el Concurso Nacional de Literatura Ricardo, en la sección Ensayo.

En 1960 obtuvo nuevamente el Ricardo Miró con otro ensayo, dos años más tarde publicó una antología que fue incluida en el Diccionario de la literatura latinoamericana. Siempre logró su superación profesional, hasta el punto que obtuvo un doctorado en Filología Romántica en 1968, en España.

Al profundizar más en su vida profesional, sobre los años 70 dio a conocer su primer libro sobre lingüística, también publicó su cuarto libro de crítica literaria y ganó otra vez la categoría de ensayo, en el Miró.

Elsie fue una reconocida ensayista, pero los que la leían amaban su poesía y su gran capacidad de expresar ideas y sentimientos de una manera excepcional. Precisamente, por su gran trabajo en las letras se convirtió en la tercera mujer en formar parte de la Academia Panameña de la Lengua, en 1973. Más adelante aparecieron dos de sus catorce libros, el primero fue una colección de treinta poemas y el otro libro es su quinto sobre crítica literaria.

Buscando información sobre esta destacada escritora, supe que el crítico panameño Víctor Fernández Cañizalez  fue quien le atribuyó el título de “poetisa del amor” con el que se le conoció y asoció en Panamá.

En 2002 fue merecedora de la Condecoración Rogelio Sinán. Aquel día, el presidente del Consejo Nacional de Escritores, Dimas Lidio Pitty, dijo durante la ceremonia: “Elsie Alvarado es la mujer de letras más completa de nuestra historia cultural».

Los poemas de Elsie Alvarado fueron traducidos a diferentes idiomas. Ella ejerció en Panamá como una gran autoridad intelectual y académica, gracias a sus estudios literarios.

Esta panameña ha sido una inspiración para mí, a pesar de no haberla conocido. Tuvo una maravillosa vida llena de grandes reconocimientos por sus valiosas enseñanzas, revelaciones, lecturas y muchos poemas; seguramente por ello, aquel 18 de mayo de 2005, día en que falleció a sus 77 años, lo hizo tranquila, con la satisfacción de haber dejado un legado al pueblo panameño, pasando a la historia nacional y cultural como una poetisa del amor.

Es sorprendente ver cómo en el mundo de las celebridades existen polémicas por celos, adicciones, infidelidades, rupturas y divorcios; muchas se vuelven tendencia con historias que pasan del amor verdadero al odio más fuerte. Es triste pensar cómo gran cantidad de esas estrellas que nos hicieron soñar y que nos sintiéramos identificados profesionalmente con ellas, nos hacen recordar que los ricos y famosos también lloran.

Muchas parejas se ven ante el mundo como matrimonios perfectos, pero después captan la atención de sus seguidores cuando les dejan ver que detrás hay engaños y traiciones… Haciendo comentarios al respecto entre algunos miembros de mi familia interviene la tía Juana Jaén, mujer que ha sido ejemplo para todos. Ella nos relata la vida que ha llevado con tío Tule y nos dice que existen infinidades de relatos de amor y desamor.

Su largo matrimonio no ha sido perfecto. Uno de los conflictos que tuvo al ser ama de casa es que no recibía remuneración ni tampoco podía gozar de reconocimiento social. En aquel entonces estuvo clara de que nunca iba a tener vacaciones ni iba a ser despedida por parte de Tule en sus trabajos como maestra, cocinera, niñera, entrenadora y guardia…

Pero hay que luchar por preservar la unión. La tía Juana nos enseñó que es momento de que nuestros jóvenes sepan cómo lidiar con el demonio interior que los hace defraudar a sus parejas. Cada día nos incita a cumplir con rectitud, sinceridad y respeto las promesas hechas en el altar, tal como lo hacían las abuelas. Nos aconseja seguir ese legado, que seamos pacientes, convivir sin desviaciones hacia terceras personas y aprendiendo a satisfacer nuestros deseos y necesidades afectivas solamente con el otro. 

También recuerda que la vida no siempre es color de rosa, que hay etapas en las que siendo jóvenes cometemos errores, pero hay que sobreponerse a las adversidades, saber dirigir nuestras conductas y combatir en todo momento con sana rebeldía.

¡Oooh! Me gusta aliarme con las personas mayores, porque siempre nos dan buenos consejos y nos relatan anécdotas que no es común escuchar entre muchachos de nuestra edad. 

La tía Juana nos indicó que en el primer año de casados se cumple el aniversario de las bodas de papel; a los cinco años, las de madera; a los diez, las de aluminio; a los veinticinco, se celebran las bodas de plata; a los cincuenta, las de oro, etapa que actualmente ella está disfrutando en vida; y por último, las bodas de huesos, cien años después de haberse casado, llegar allá es lo que más desea, de lo contrario, descansaría con su amado por toda la eternidad.

Hagamos que nuestras generaciones sean ejemplos como la tía Juana, mujer trabajadora, madre de familia y ejemplo de amor y compromiso matrimonial.

No hay nada más lindo que crecer bajo las enseñanzas de mujeres extraordinarias.

Desde muy pequeña estuve sometida a diferentes retos y problemas, pero hubo damas que estuvieron ahí para apoyarme y enseñarme a salir de esos inconvenientes.  Sus historias merecen ser contadas a nuestras hijas e hijos, para inspirarles y demostrarles que también pueden soñar en convertirse en aquello que más desean.

Mi madre es una de esas mujeres que me instruyó para ser lo que soy ahora. Algo que me satisface es que me nutrió de muchas aventuras; por un tiempo vivimos en el campo, en mi natal Colombia, y ahí me mostró que el camino del progreso no era nada fácil, también cómo ordeñar una vaca, hacer un fogón de barro, colectar huevos, alimentar cerdos y, sobre todo, cómo huir de las vacas bravas.

Así logré levantar las cargas cotidianas, ayudando a cumplir con las tareas domésticas. Ese tiempo que pasé en la finca fue muy especial, ya que comprendí lo fuerte que era mi madre al arrear vacas y cargar pesados cántaros de leche. Esa resistencia es la que la mantiene en vela, la que le ha permitido seguir adelante conmigo.

Después nos mudamos a la ciudad, pasamos muchos páramos, pero ella se encargó de que mi mundo siempre fuera de lo más normal. Ahí me demostró algo muy valioso: “El que es acomedido come de lo que está escondido”.

En ese tiempo conocí a otra mujer que me marcó, era la señora Mercedes Arrocha, elegante y bien conservada, le encantaba que le contara historias y siempre estuvo ahí para apadrinar mis aventuras en su vistosa y hermosa casa; viví con pasión mi interés en el mundo de las bibliotecas, por preservar objetos, revistas y antigüedades, ya que en su hogar tenía muchos libros y reliquias con un valor incalculable para esa distinguida familia.

Diocelina, otra de las mujeres con un corazón noble y un carácter sin igual, sigue siendo ejemplar. Recuerdo gratamente las tardes que pasaba conmigo enseñándome caligrafía, compostura y las reglas de oro para tener buenos modales. Por ella siento la gran dicha de tener linda letra y buena educación.

Con estas damas viví muchos matices de la vida. No es solo la sangre la que nos hace una persona de bien, sino el corazón de muchas mujeres, por su demostración del gigantesco amor que han tenido al enseñarnos, instruirnos y estar siempre en nuestro andar por la vida.

Ellas han hecho mi sonrisa más brillante y sonora. Es una bonita manera de agradecer por esos maravillosos momentos a los que muchas veces no damos importancia en el día a día y que a lo largo de  la vida se convertirán en recuerdos imborrables.

Esta historia es comprometedora, sobre una mujer llamada Carmen A. Miró Gandásegui, panameña, nacida el 19 de abril de 1919. Oriunda del corregimiento de Santa Ana y quien a los seis años fue testigo de la intervención de las tropas extranjeras que pusieron fin a la Huelga Inquilinaria de 1925.

Estudió en el Instituto Nacional, formó parte de la primera generación de egresados de la Universidad de Panamá. Contribuyó a crear el Frente Patriótico de la Juventud, surgido de las movilizaciones en rechazo al Convenio Filós-Hines, en 1947. Ella fue una socióloga, estadista y demógrafa, considerada la máxima experta en población de América Latina y, probablemente, la figura más destacada que han producido las ciencias sociales panameñas.

Es hija de uno de los más famosos poetas panameños, Ricardo Miró. Tuvo una educación excelente, estudió Administración de Empresas en la Universidad de Panamá y luego realizó estudios de postgrado en London School of Economics.  

Entre 1946 y 1956, estuvo al frente del departamento de Estadísticas y Censos de Panamá, durante este tiempo también fue profesora de Estadística en la Universidad de Panamá. Al año siguiente, en 1957 se convirtió en directora fundadora del Centro de Estudios Latinoamericanos de Demografía de las Naciones Unidas (CELADE), hoy División de Población de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe de las Naciones Unidas, se mantuvo al frente hasta 1976.

Luego de cuatro años en el Colegio de México regresó a Panamá, donde se afilió al Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA) Justo Arosemena. En 1984 se presentó a las elecciones como vicepresidenta de Panamá, pero no tuvo éxito.

Por su gran desempeño obtuvo numerosos reconocimientos y cabe destacar que en 1953 fue elegida miembro de la Asociación Estadounidense de Estadística «por sus contribuciones a la mayor eficacia de los recientes Censos de las Américas» y por crear «un sistema estadístico completo y útil para su país». 

Carmen A. Miró Gandásegui realizó doctorados en la Universidad de La Habana, en la Universidad Nacional de Córdoba y en el Instituto Latinoamericano de Ciencias Sociales. Sus logros en el campo de los estudios de población y su aporte a la formación de demógrafos latinoamericanos, la llevaron a obtener el Premio Mundial de Población de las Naciones Unidas, en 1984.

En 2015 se publicó una antología de sus escritos recopilados y en el 2016 el Colegio de México le otorgó el Premio Daniel Cosío Villegas; sin embargo, quedó pendiente el reconocimiento y agradecimiento que le debe todo Panamá por su obra colosal en beneficio del conocimiento demográfico y mejoramiento social de la población nacional y latinoamericana y por crear también el Instituto de Estudios Nacionales de la Universidad de Panamá. 

Esta mujer luchadora y de admirar cumplió un siglo en abril de 2019, pero en la madrugada del 18 de septiembre de 2022 la muerte nos arrebató, a los 103 años, a nuestra incansable mujer panameña la Dra. Carmen Miró Gandásegui.

La historia que les voy a contar es sobre una dama que me ha motivado a seguir adelante y que admiro por su esfuerzo y valentía. Es y será una persona importante que llevaré en el corazón, quizás no sea tan reconocida hasta ahora, pero sin ninguna duda es impresionante en lo que ha destacado a lo largo de su vida.

Ella es oriunda del corregimiento de Peñas Chatas, en el distrito de Ocú, provincia de Herrera. Vivió en una casa de quincha, con sus ocho hermanos, su madre y su abuela; recuerda que diariamente tenían que levantarse temprano para buscar agua en una quebrada que quedaba a diez minutos de su casa. 

Luego de desayunar, se iba caminando a la escuela, ubicada a quince minutos, atravesando potreros donde había vacas y toros; muchas veces se tenía que desviar del camino para poder pasar.

En el sitio no había energía eléctrica. Ya después de haber terminado la jornada escolar, debía ir a buscar leña para cocinar; además, vendía chances y le lavaba ropa a otras personas, todo para el sustento diario, que en ese entonces era mucho.

Con todas las limitaciones, la protagonista de esta historia logró terminar sexto grado, pero no pudo seguir estudiando, porque la escuela donde asistía solo llegaba hasta el nivel primario; la secundaria quedaba muy lejos y era de difícil acceso. Tampoco tenían recursos para pagar un carro que la transportara a ella y a sus hermanos.

Al cumplir la mayoría de edad se trasladó a la ciudad de Panamá a buscar un mejor futuro para seguir adelante, allí consiguió trabajo y un lugar donde vivir. También comenzó a estudiar en una escuela nocturna, por ser mayor de edad. Allí, en el Instituto Nacional de Panamá, estudió seis años y obtuvo un Bachiller en Ciencias, luego entró a la Universidad de Panamá, en la Facultad de Humanidades y a la vez fue ayudante de la Biblioteca Simón Bolívar. 

Se graduó, después tuvo un hijo y siguió laborando hasta que el pequeño cumplió los cinco años, porque no tenía quién lo cuidara. Ahora, ese muchacho sigue los pasos de su madre para ser alguien en la vida.

Sí, la mujer de la que les he estado hablando es mi mamá y me siento orgulloso de ella, ya que ahora tiene seis años de tomar cursos de aprendizaje en la Embajada Cultural del mismo colegio en el que se graduó en la nocturna y en donde yo estoy y formo parte de la agrupación folclórica Nido de Águilas.

Y aquí termino la gran historia de esa mujer perseverante y sabia, quien anhela que vuelva a habilitarse la escuela nocturna, ya que sabe que hay personas que la necesitan, tal como ella en su momento. Espera que se pueda volver a recuperar ese legado que se dejó para que persista en otras generaciones. 

Sin duda alguna esta es una historia digna de admirar, para tomar de ejemplo; no coloco el nombre de la protagonista, porque así ella lo desea y merece ser respetado ese derecho inigualable. 

Aquella noche la luna brillaba en su máximo esplendor, se podía escuchar el llanto de una bebé, Itzel Durango, quien nació el 4 de octubre de 1953, en el Hospital Santo Tomás. Su madre, quien vivía en la provincia de Darién, tuvo complicaciones en el parto, por lo que fue llevada apresuradamente a la capital para que su criatura naciera sana.

Su padre era profesor y director de una escuela, mientras que su madre fue ama de casa, pero llena de conocimientos sobre remedios caseros que les ayudaban en diversas formas.

Años después, Itzel estudió para profesora de educación para el hogar, ya que su pasión y habilidad por enseñar, cocinar y hacer manualidades la hacían candidata perfecta en esta hermosa labor. Se casó con Adolfo Rodríguez, un policía con el que formó una relación muy bonita y tuvo tres hijas. Quedó viuda, lo que la llevó a sentirse triste y desesperada, ya que su sustento siempre fue su esposo, pero esto no le impidió salir adelante.

Lamentablemente, Itzel nunca pudo trabajar de lo que estudió, ya que el día de su entrevista de trabajo no pudo llegar debido a un accidente que le cambió la vida: sufrió una caída tratando de proteger a su sobrino, quedó con una pierna fracturada y no caminó por largo tiempo.

Siguió adquiriendo conocimientos que más adelante le ayudarían, como confeccionar tembleques, polleras, gorritos, sábanas, modistería, repostería, etc. Estas y más son las habilidades extraordinarias que posee mi querida abuela.

Cuando un hijo se queda sin padres se le llama huérfano, pero cuando un padre queda sin hijos es algo tan trágico que no tiene nombre. El 4 de octubre del 2001 ocurrió una desgracia, el mismo día del cumpleaños de Itzel falleció su segunda hija, su compañera de aventuras; eso la dejó en depresión, ella sentía que no lograría superarlo, pero con el apoyo de su madre y de sus otras hijas, pudo combatir poco a poco esa tristeza interna.

En el 2005 el nacimiento de su primera nieta hizo que todo cambiara significativamente en su vida, pues le trajo emoción. Itzel confeccionó trajes, sábanas y todo lo necesario para la bebé de su primera hija.

El 27 de agosto de 2008 ocurrió un incendio en el edificio Juan Ramón Poll, ubicado en el corregimiento de Calidonia y mi abuela fue parte de las personas que estuvieron en el lugar cuando todo se dio. Ella relató que se encontraba con su primera nieta, de tres años. A pesar de su dificultad para correr debido a su pierna lisiada, hizo lo imposible para protegerla del pánico colectivo de quienes allí estaban. 

Estaban en el restaurante, era la hora del almuerzo y justo en la cocina inició el incendio. Itzel y su nieta estuvieron a punto de morir por la desesperación de la gente y entre el forcejeo lograron salir.

Al ver a mi abuela me siento orgullosa, pues a pesar de las dificultades ha sabido armarse de valor y no dejarse vencer. Dicen que después de la lluvia, sale el arcoíris; pero yo afirmo que después del arcoíris sale Itzel, esa mujer que transformó su dolor en amor y valentía.

La más bella vivencia se remonta en la pupila de mi infancia, cuando mi abuela Otilia pasaba el año buscando tiempo para hacer a cada nieto muñecas de trapos, un camioncito y otros juguetes rústicos, convencida de que era el único modo de que los niños y las niñas de la familia tuviéramos un modesto regalo del Día de los Reyes Magos.

Como es evidente, los pobres son más dadivosos que los ricos, comparten la mitad de un pan para varias personas que están en un mismo sitio, además de ser más cariñosos y solidarios. Recuerdo que éramos un sinfín de nietos que la obligó a que nunca pudiera costearse una alimentación adecuada, y cuando lo conseguía era porque había renunciado a todo lo demás: pagar la luz, la hipoteca, la pastilla para su presión…

Cuando hay pobreza a veces no se come, se come poco, se come mal o simplemente se come lo mismo todos los días. Nadie es capaz de explicar cómo la abuela Otilia hacía “magia”, tal cual la parábola de la multiplicación de los panes y peces, para alimentar a muchos niños… y lo más hermoso es que quedábamos encantados con las delicias de su sazón.

Recuerdo la vez cuando fuimos llevados a la playa que, después de un largo baño y tremendo día soleado, ya ella nos tenía preparado un delicioso manjar blanco; renuncié a comer a mi llegada, por mi fineza, unido a mi gran cansancio. Todos se deleitaron, menos yo, y pasado un rato, cuando fui a buscar mi taza con tanto deseo, no quedaba absolutamente nada y grité: “Ay, ¡cómo me comieron el dulce!”. De pronto, se escuchó un estruendo de risas acompañado de complicidad; mis primos, atrevidamente, se acabaron el manjar.

Las personas estamos hechas de recuerdos, nuestra mente se escapa de manera constante a ese baúl en el que se contienen tantas historias y, aun teniendo más edad, recordamos esas graciosas anécdotas que nos hacen regresar a la bella infancia.

Una niñez feliz es un colchón donde saltan los sueños, es ahí donde los miedos duermen y no molestan, haciendo que nuestro potencial siga creciendo con optimismo y fortaleza.

Me siento dichoso, privilegiado, al igual que quienes también tuvieron la oportunidad de ir junto a ella hasta el lado de las olas. La abuela se sentía feliz viéndonos entre aros de gimnasia, juegos de soldaditos, carritos y pelotas. Ella atendió nuestros miedos, nos hizo sentir seguros y valiosos.

Todos los que la conocieron coinciden en la bondad de su carácter, hablan de su sencillez, de su determinación y su disciplina, que ha sido el legado que nos ha dejado para continuar siendo hombres y mujeres de bien y llevarlo de generación en generación.

Hay ciertas cosas que, de una u otra manera, se hacen difíciles de olvidar y este es el homenaje que hago a esa dama que ha roto los estereotipos de la sociedad actual. La abuela Otilia fue la mejor madre y abuela que la vida nos pudo dar y, sin dudas, también forma parte de esas grandes mujeres profesionales de la salud, las ciencias y las artes que merecen grandes reconocimientos.

Sandra López Vergès en ningún momento pensó que por ser mujer no iba a poder cumplir sus sueños.

Desde temprana edad le interesó mucho la biología. En aquel tiempo no se encontraba a muchas mujeres trabajando en esa rama, pero no fue impedimento; en cambio, hubo muchas personas quienes fueron un ejemplo a seguir para ella.

La bióloga, científica e investigadora es linda, alta, inteligente, con cabello castaño, sobresaliente, aficionada a la naturaleza y a los animales y, sobre todo, es una mujer que siempre busca realizar sus metas sin que las opiniones de los demás le afecten.

Estudió en la Universidad de París VII Denis Diderot y actualmente trabaja en el Instituto Conmemorativo Gorgas. Ha realizado diversos estudios en biología y la salud, relacionados a enfermedades como el dengue, la chicunguña y el zika y, en el tiempo de pandemia, sobre el COVID-19.

Es de esas personas que cuando la ves por primera vez puedes llegar a pensar que es arisca, pero realmente es muy amable. También es empática y colaboradora. Si en medio de una investigación alguien se equivoca o hace algo mal, en vez de enojarse, le da consejos para mejorar y evitar volver cometer los mismos errores. 

Gracias a los aportes de sus investigaciones recibió el Premio CILAC en el II Foro de Ciencias para América Latina y el Caribe. Reconocimiento a la excelencia en la investigación, 2018. Y en medio del nuevo coronavirus trabajó incansablemente en la respuesta a la pandemia.

La doctora siempre habla de reconocer el liderazgo de las mujeres en la ciencia para que la sociedad comprenda que las féminas merecen tener las mismas oportunidades que los hombres para acceder a posiciones de mando y así lograr la igualdad de género.

También señala que las mujeres, científicas y no científicas, en vez de frenarse entre sí, deben apoyarse para lograr sus proyectos y seguir dejando huellas.

Muchos hemos considerado a nuestros maestros y maestras como segundos padres y madres en nuestra preparación educativa.

En la ciudad de Panamá, corregimiento de Santa Ana, existe aún la pequeña y hermosa escuela Juan Demóstenes Arosemena que, a pesar de ser golpeada por los años, sigue en pie. Allí trabajaron dos hermanas maestras, a quienes llamábamos las Castillo, por su apellido; ellas fueron inicialmente auxiliares de limpieza y laboraban en trabajos administrativos en los almacenes de insumos y materiales de ese centro educativo. 

Ambas eran mujeres que, a pesar de su humildad, siempre lucían muy pulcras y bien arregladas, adornadas con sus collares “de bolas” con las que siempre se han identificado.

Por su destacada entrega, les concedieron estudios en la categoría de trabajadoras. Olga y Arelis egresaron de la Facultad de Educación de la Universidad de Panamá y empezaron a ejercer su profesión de maestras. Se enamoraron tanto de su trabajo, que dedicaron la mayor parte de su vida a la docencia.

Ahora, en el 12.° grado en el Instituto Nacional de Panamá, algunos compañeros revivimos ciertas anécdotas con ellas. El día estaba soleado, nos postramos bajo las sombras de un árbol de mango, el ambiente se tornó muy sano, unos hablábamos de clases y maestros, otros sobre las experiencias y ocurrencias vividas y, de pronto, dimos un salto al pasado.

Les comenté a mis amigos cómo recuerdo mucho, a través de maestras y profesoras con el mismo carisma, a nuestras inolvidables Olga y Arelis Castillo, mujeres llenas de sabiduría y bondad. 

Como maestras nos enseñaron con lujos de detalles tópicos de ciencias sociales, historia y ciencia, crearon en mí interés y cercanía a la historia universal. Ambas se esforzaban día a día para enseñarnos el mundo a través de la escritura; las clases de ortografía y lectura fueron algo genial, era como viajar a través de la enseñanza.

Para mí, para mi hermana y primos cercanos sus lecciones fueron fascinantes. Eran maestras con un conocimiento enorme y las más nobles que hayamos conocido.

Lo notable de ambas fue su amor por la vida y la entrega incesante hacia sus alumnos, pues siempre estaban dispuestas a ayudar a todos los que se les acercaban.

Cada vez que vamos de visita a nuestra querida antigua escuela, las vemos muy ancianas y frágiles, pero tenemos en la memoria el tesón y las enseñanzas de esas maestras inolvidables. Nos acercamos y les hacemos recordar quiénes somos para agradecerles que hayan estado en nuestras vidas, porque debido a sus valiosas enseñanzas hoy somos jóvenes sobresalientes y de bien . 

El tiempo corre muy deprisa, muchas veces quisiéramos que se detuviera, pero es absurdo. Esas apacibles maestras ya se han jubilado, pero nunca podrán retirarse de las memorias y de los corazones de niños y niñas que tuvieron el privilegio de ser sus estudiantes.