Era la 1:00 de la madrugada, no podía dormir por las ganas de encontrarme con muchos miembros de mi familia que hacía tiempo no veía. Quería conocer, por ejemplo, a mi primo Jorge, de dos años. Con él mis abuelos no se sienten tan solos, y eso me alivia. Ya quería que terminara de amanecer para partir.

Llegó la hora de irnos. Rumbo al aeropuerto disfruté la vista del camino, un paisaje hermoso con lindas flores de verano. Ya en la terminal aérea, mis hermanas y yo fuimos a una tienda donde vendían artesanías de varios países, mientras que mis padres formaban una fila muy larga en otro lugar. 

Luego me dirigí a un puesto de folletos. Estando ahí, una niña se acercó y empezó a leer conmigo. Se llamaba Ámbar, tenía un acento muy bonito, iba de regreso a su país, Argentina, para ver a su madre. Luego de un rato, se fue.

Mis padres nos llamaron para ir a una sala de espera, había un televisor que mostraba los vuelos y paisajes. Cuando cargaba el celular de mi papá, una señora me pidió el favor de conectar el suyo por un momento, y me dijo que se llamaba Liduvina. Ella era abogada. Me comentó que desde pequeña odió las injusticias y por eso decidió estudiar Derecho para defender lo justo. También me dijo que al principio no estaba segura, pero poco a poco fue amando su profesión. Incluso mencionó que ella y su familia eran pobres, entonces, para estudiar debía buscar libros en las bibliotecas, pues no tenía recursos para ir a un café internet en esos tiempos. Me pareció muy curioso lo de las bibliotecas, pocas veces he podido ir a alguna. En ese momento mi papá me llamó y me despedí de la señora.

En el avión, una azafata me sentó junto a mi hermana Dayana. Todo el viaje estuve dormida, el cansancio no me dejó disfrutar las alturas, y al aterrizar mi hermana me despertó. Fuimos a una sala para recoger las maletas. ¡Al fin estábamos en nuestro destino! La ciudad de Barranquilla, Colombia, nos daba una calurosa bienvenida.

Al salir del aeropuerto una persona empezó a gritar de alegría y saltaba con un cartel, en medio de la confusión la reconocí. ¡Era mi prima Valentina! Corrí a abrazarla, habían pasado muchos años desde la última vez que compartimos. Ambas nos sentíamos felices de reencontrarnos. También estaban mi tía y mi otra prima Salomé. Fue un momento emocionante que nunca olvidaré, un sentimiento real de añoranza. En verdad podía sentir cuánto nos habían extrañado, igual que nosotros a ellos. Después de tantos abrazos y saludos nos fuimos a la casa de mi tía.

Al llegar estaba todo oscuro. Pero cuando se encendieron las luces tuvimos la grata sorpresa de ver al resto de la familia paterna… ¡un verdadero encuentro familiar! Estaban mis abuelos, primos y tías. Todos empezaron a abrazarnos, nos decían: «Pero qué grande están». Fue muy bonito que nos recibieron con tanto cariño, un cálido reencuentro que guardo en mi corazón.