—¡Jo! ¡Pero qué calor más bárbaro! Lola, hija, ya puedes ir llevando estos pescados
—exclamaba Chevita estresada, dando indicaciones a sus hijos mientras preparaba los alimentos junto al famoso lago Gatún. 

Eusebia Castillo, mejor conocida como Chevita, vivía en La Arenosa junto con su familia. Pasó gran parte de su vida en los alrededores del lago, el cual le proporcionaba todos los medios para satisfacer sus necesidades. Desde muy pequeña comenzó a ayudar a sus padres con la pesca y la venta de mariscos, pero lo más importante de aquel estanque es que en él ocurrieron muchas vivencias que quedarían para siempre en su mente y corazón. Recuerdos de infancia, como el tiempo tan agradable que pasaba junto a su familia; también memorias de la adolescencia, de sus amistades y su primer amor. El lago era su vida. 

De joven Chevita iba al otro lado del cuerpo de agua a buscar el sustento para su casa, vendía números o pilaba arroz. Así se ganaba el pan. Con el tiempo se convirtió en madre de cinco hijos. Todas las mañanas se sentaba en los alrededores del lago para desayunar café y la tradicional hojaldre. Antes de eso, desde la madrugada, salía junto a otros pescadores de la zona a “montear viejas”, colocaba un grillo en el anzuelo y aprovechaba la calma de las aguas para atrapar a los peces, que luego acomodaba para entregar por la noche. 

Antes del alba, Chevita y su hija Lola partían en un cayuco para entregar los
pedidos a la comunidad que se encontraba del otro lado del lago. En medio de la oscuridad, lo único que podían ver eran las estrellas y los ojos de las babillas que brillaban en las tranquilas aguas. Y a lo lejos, en los árboles, monos aulladores que rompían el silencio con un ruido que les causaba temor en ambas. Lola encendía la radio, como distractor, pues prefería escuchar el famoso «pindín». Chevita cantaba y silbaba para que su hija no tuviera miedo. Hacían lo mismo de regreso. Después seguían con la rutina de preparar nuevos encargos, pescar y pilar el arroz. 

Una mañana Chevita se encontraba remando junto a su nieta, esquivaban algunos troncos que salían del agua. 

—Abuelita, ¿por qué hay troncos por todo el lago? —preguntó la niña.

—Antes de que existiera este enorme estanque había un pueblo —respondió
Chevita—, pero debido a la construcción del Canal, decidieron desalojar para así crear un lago artificial; la zona era perfecta por ser un área de bosque tropical.  Es por esto que aún se observan troncos de casi cien años que sobresalen en el agua. 

—¿Me cuentas un poco más? —insistió la pequeña.

—Este lago forma parte importante del Canal de Panamá y ofrece sus aguas para su funcionamiento. Además, es considerado uno de los más grandes del mundo y es visitado por turistas —explicó Chevita mientras colocaba su mano en el pecho—. ¿Sabes? Crecí con él y adoraba compartir tiempo con mis hermanos mientras trabajaba. Son recuerdos que siempre estarán aquí, anécdotas que más adelante te contaré…