Crecí en una casa rodeado de muchos libros, ha sido una enorme ventaja para mí como estudiante. Mi amor por la lectura ha representado muchas alegrías, me ha abierto los ojos al mundo; pero también ha representado tristezas y sinsabores.

Cuando la pandemia estaba en su mayor apogeo, tuve la gran oportunidad de pasar el confinamiento leyendo obras gratuitas como la saga de Harry Potter, sobre la cual supe que se usaron más de seis millones de árboles, poniendo en riesgo al planeta Tierra, para imprimir los tomos que al final quedan anclados en las estanterías. Una solución ecológica sería no imprimir libros y hacerlos todos en formato digital; sin embargo, como lector clásico, soy consciente de que los libros electrónicos no pueden olerse ni manipularse como los de papel que, me han llevado a un vínculo emocional diferente.

En 2019, antes de la pandemia, solicitaba libros prestados en la biblioteca pública de calle L Santa Ana, para llevarlos conmigo y disfrutar de la lectura en mi tiempo libre. Recuerdo que, en un viaje a Chiriquí, de visita a unos familiares, dejé olvidado en el autobús el libro El Estado Federal de Panamá, de Justo Arosemena; fue muy dolorosa la pérdida al tratarse de uno de mis títulos favoritos, porque no pude conocer algunos hechos históricos que me interesaban. Al perder esa preciosa joya tuve que recurrir a las redes y ahí me di cuenta de que algunas obras antiguas no se han pasado a formato digital todavía.

Al verme limitado, tomé la decisión de irme de viaje hasta la Biblioteca Eusebio A. Morales, del Instituto Nacional de Panamá, en noviembre de 2019, para reencontrarme con la historia que nunca terminé de saber, pero me enfrenté a otra realidad: la pérdida y robo de nueve mil libros históricos que reposaban en esta. 

El dolor fue doble, pues no se trataba solamente de leer joyas panameñas como El Estado Federal de Panamá,  de Justo Arosemena;  Ensayos, documentos y discursos,  de Eusebio A. Morales, Los sucesos del 9 de enero de 1964, en la  Revista Lotería; Los tratados entre Panamá y Estados Unidos, de Ernesto Castillero; Tradiciones y cantares de Panamá, de Narciso Garay;  Historia de la Instrucción Pública en Panamá, de Octavio Méndez Pereira, entre otros; sino de poder acceder a libros reconocidos mundialmente que estuvieron allí, como El Quijote, La Ilíada, Crimen y castigo, Cien años de soledad, Guerra y paz, y otros títulos de diferentes disciplinas.

Los ejemplares perdidos fueron donados por expresidentes, embajadores y otras personalidades; existía un registro auténtico sobre los conocimientos creados y acumulados por las generaciones pasadas. Eso es algo que no se recuperará nunca más. Además, nos han cerrado las puertas para el acceso a los conocimientos y a la cultura panameña; es un hecho que ha marcado mi vida y también la de otros compañeros y todos los habitantes de nuestro país. 

Soy un asiduo estudiante y lucho por tratar de recuperar las pérdidas del acervo histórico y cultural de nuestro Instituto Nacional, para mantener viva la lectura de nuestra historia y crecer como hombres de bien.