Mujeres inspiradoras que han dado la cara por su país y que harían todo lo posible para que su nación sea un territorio nuevo existen demasiados ejemplos; pero, lamentablemente, muy pocos conocidos. Sé que lo dicho no es muy bueno, pero considero que es la verdad. Las damas que han luchado y se han sacrificado por su patria merecen más mérito y mención en los libros de Historia en mayúscula, y aquí estoy yo para hablar de una de ellas.

Rigoberta Menchú Tum, una líder indígena y activista guatemalteca, es defensora de los derechos humanos y ha sido designada como Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Entre sus reconocimientos más destacados está haber obtenido el Premio Nobel de la Paz, en 1992; aunque también se puede mencionar que recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Su reconocimiento ha sido nacional e internacional.

En el 2007 se postuló para presidente de su país, quedando en quinto lugar, con el 3,9% de los votos.

Su vida

Hija de Vicente Menchú y Juana Tum. Desde muy pequeña supo y conoció de primera mano todas las injusticias, maltratos, discriminación y abusos que debían sufrir los indígenas guatemaltecos en extrema pobreza. 

A los cinco años fue forzada a trabajar en lugares donde la gente se enfermaba y moría pronto por las deplorables condiciones laborales. Además fue testigo de la represión y la violencia por parte del ejército de Guatemala, que abusaba de su poder y se aprovechaba para maltratar a los pueblos originarios.

Estuvo involucrada desde joven en diferentes causas sociales. Participó en organizaciones a favor de la liberación del pueblo guatemalteco, como el Comité de Unidad Campesina (CUC) y la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOC) desde 1977.

En la guerra civil de Guatemala (1962-1996), familiares de Menchú fueron torturados y asesinados por los militares. Durante esa época había una campaña contra la población sospechosa de pertenecer a algún grupo armado. Fue en ese momento cuando ella se vio obligada a exiliarse en México, a donde llegó en 1981, apoyada por grupos militantes católicos.

Desde este país se dedicó a denunciar a nivel mundial la grave situación de los indígenas guatemaltecos. Aunque Rigoberta sufrió la persecución política y el exilio, no detuvo su lucha, sino que continuó alzando su voz y desde su experiencia contribuyó a la elaboración de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

El 10 de diciembre de 1992 recibió el famoso Premio Nobel de la Paz, volviéndose así la primera mujer indígena en lograr tal distinción, siendo también una de las más jóvenes.

Con el dinero del Nobel creó la Fundación Vicente Menchú, la cual busca recuperar y enriquecer los valores humanos para la construcción de una ética de paz mundial a partir de la diversidad étnica, política y cultural de todos los pueblos del planeta.

Esta dama indígena es una gran inspiración para las mujeres y hombres que buscan luchar por el cumplimiento de los derechos humanos y la seguridad de las personas menos suertudas. Por todos estos motivos, ella es un excelente ejemplo a seguir.

En la ciudad de Las Tablas, provincia de Los Santos, el 12 de enero de 1974 nació Kathania Saavedra Morales, mi madre. Cuando ella tenía ocho años, su mamá se fue a la comunidad de Tonosí para trabajar en el restaurante Flor del Valle. La niña se quedó con su abuela Rosaura, llamada de cariño Chalo, una señora jocosa a quien le gustaba jugar mucho a la lotería y solo sabía escribir su nombre. 

Mi madre amaba pasear por el campo y subirse a los árboles detrás de su casa. Su abuela, además de ser una mujer con mucha experiencia, fue muy inteligente y siempre le decía que la educación era lo más importante que podía tener. Mi mamá le puso atención especial a esas palabras y salía muy bien en sus calificaciones en la escuela. Cuando estaba en primaria compitió en un concurso de oratoria, en el que participaron estudiantes de nivel secundario, y quedó dentro de los tres primeros lugares. 

Mamá tenía diecisiete años cuando se graduó del colegio. Un año después participó como dama de una de las tunas del carnaval más grande y reconocido que hay en todo Panamá.  Ese mismo año también fue escogida como reina del Festival Nacional de la Mejorana de Guararé, fiesta tradicional típica de las más relevantes de nuestro istmo. Luego de estas experiencias viajó a la ciudad capital para estudiar su licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas, en ese lapso fue cuando conoció a mi papá (Jorge Villarreal) a través de una de sus mejores amigas, Darixa Rodríguez.

Al cabo de unos años se casaron, fueron a vivir a Suiza por espacio de cuatro años. Luego regresaron a Panamá y tuvieron a su primer hijo, Diego, en 2007. A partir de allí mi mamá se ha dedicado totalmente a cuidar de su familia. Ese mismo año que nació mi hermano fueron trasladados a Guatemala y allí vivieron por poco tiempo. Después retornaron al Istmo y tuvieron a su segundo hijo (yo, Nicolás). Luego nos trasladamos a la India y vivimos en Nueva Delhi. Disfrutamos muchísimo de este increíble sitio.

Los primeros meses en la India, un país con diferente idioma y cultura comparado con Centroamérica, sentí temor de estar solo, por lo que mi mamá tenía que acompañarme a mi salón de clases y quedarse en la escuela hasta que yo saliera, pero cuando me fui adaptando a la nueva situación todo se solucionó y ella ya no tenía que preocuparse por mí. 

Allá en la India mi progenitora ayudaba junto con un grupo de amigas a niñas huérfanas dándoles comida y ropa. También hacían melas (ferias) y el fondo que se recogía era para los chicos más desfavorecidos. Mi mamá también tuvo la oportunidad de regalarle zapatos, ropa, tableros y útiles escolares a pequeños que por su precaria realidad recibían clases debajo de un puente. 

Después de unos meses en la India mis padres recibieron la buena noticia de que iban a tener un nuevo bebé. Faltando dos meses para que naciera, mi mamá se trasladó a Panamá para dar a luz en su tierra y recibió una agradable sorpresa: sería una niña. Mi mamá permaneció en su tierra hasta un mes después que nació mi hermana Camila. 

Papá estaba en la India porque trabaja para la empresa Nestlé. Allá mi mamá jugaba mucho con nosotros, siempre nos llevaba al parque a montar bicicleta y scooter eléctrico. Ella trataba de pasar mucho tiempo a nuestro lado y disfrutaba compartir todas nuestras etapas de crecimiento. 

Después de cuatro años en la India volvimos a Panamá, donde mi mamá se ha dedicado a orientarnos para que estudiemos mucho, ya que la educación es una de las claves del éxito en nuestro futuro, como le decía Chalo; además nos enseña buenas costumbres, a servir al prójimo, a cuidar el mundo en el que vivimos, a valorar la vida y a luchar por lo que queremos, como han hecho desde siempre mis padres. 

Me puse a pensar: «¿Y si escribo sobre alguien que haya marcado la historia de nuestra patria Panamá?». Llegué a una conclusión: «¡Lo haré sobre María Ossa de Amador!».

Ella fue la esposa del primer presidente de Panamá, Manuel Amador Guerrero. Durante la época departamental, estaban pasando muchos conflictos sociales y económicos dentro de los estados que formaban parte de la Gran Colombia. Como se sabe, a causa de esto, Panamá buscó su anhelada independencia.

Gracias a que comenzó el proceso para la emancipación, en secreto se empezaron a crear los símbolos representativos del Istmo, y ahí es donde entra ella, María Ossa de Amador, quien, en la noche del 2 de noviembre de 1903, confeccionó la bandera nacional junto a su cuñada Angélica Bergamota y a la señorita María Emilia Bergamota (hija de Angélica). 

Pero ¿cómo la elaboró? Antes que todo, las telas fueron compradas en tres lugares diferentes para no despertar sospechas de nadie. Una en el establecimiento La Daila, otra en el Bazar Francés y otra parte en A la Ville de París. Como en ese entonces las autoridades de Colombia estaban muy atentas de cada posible movimiento independentista, las banderas no podían ser confeccionadas en la casa del presidente del Estado Federal, así que María Ossa de Amador decidió comenzarla en la casa de Angélica Bergamota y luego terminarla en una casa abandonada. 

Las primeras dos banderas fueron de 2,25 x 1,50 metros, y hubo una más pequeña, armada por María Emilia, con la tela que sobró. El 3 de noviembre de 1903 los emblemas fueron paseados por las calles de una Panamá libre.

La mujer al lado del primer presidente

Pero bueno, todos conocemos la historia de la confección de la bandera nacional así que, ahora les voy a hablar del gran honor que tuvo María Ossa de Amador al ser la primera mujer en ostentar el puesto de primera dama de Panamá.

Fue una mujer bastante alegre y determinada, ya que nunca dudaba en tomar decisiones. Animaba a la gente con una buena actitud.

Tuvo dos hijos, Raúl Arturo y Elmira María; esta última se casó con William Ehrman, una persona de gran poder en esa época al ser uno de los dueños de la Compañía Bancaria Ehrman.

A pesar de la brevedad del mandato de Manuel Amador Guerrero, su esposa es recordada por el pueblo panameño como una de las figuras claves de la independencia nacional. De hecho, en 1935, cuando ya habían transcurrido cerca de cinco lustros desde la muerte de su marido, fue homenajeada el 4 de noviembre (antiguo Día de la Bandera y actualmente Día de los Símbolos Patrios) por la Escuela Normal de Institutoras. Esta actividad fue promovida por la doctora Esther Neira de Calvo y apoyada por todas las instancias oficiales del país.

María Ossa fue una persona tan importante que hasta en el corregimiento de Parque Lefevre, en la ciudad capital, se nombró una escuela en su honor. En 1953, debido al 50 aniversario de la República, el Gobierno emitió un sello postal donde figuraban ella y su esposo.

Murió el 5 de julio de 1943, a sus 93 años, en Charlotte, en Estados Unidos, aunque más tarde sus restos fueron enterrados en Panamá.

El 16 de noviembre de 1978, en el Hospital Manuel Amador Guerrero, provincia de Colón, nació la protagonista de esta historia: Vanessa Valencia, quien siempre se ha destacado por ser vivaz, extrovertida e ingeniosa. Ella tuvo una infancia llena de mudanzas, momentos felices y otros con dificultades, pero siempre ha tratado de ponerle una buena cara a la vida.

A los once años, después de vivir en otros domicilios, Vanessa se mudó de nuevo a su natal Colón e ingresó a sexto grado, recibió mucho bullying en la escuela; a pesar de las dificultades, logró ser el primer puesto de honor en ese grado.

En séptimo se cambió al colegio La Asunción de María, en esa época tuvo muchos problemas de baja autoestima, derivada mayormente del dolor por la ausencia de su padre y una madre poco cariñosa; no obstante, comenzó a acercarse a Dios y a encontrarle sentido a su vida.

Vanessa oraba, participaba en la Iglesia y hablaba con Dios tanto como pudiera. Asegura que gracias a Él encontró su vocación como trabajadora social, enseñando la palabra a niños de áreas en riesgo social y llevándolos a la congregación los fines de semana.

Eso quitó la nube negra que sentía sobre sí y le mostró el camino que debía seguir: entender que, independientemente de las dificultades, tenía un padre celestial que la amaba, que la eligió para ser salva y que absolutamente siempre estaría con ella; la ayudó a vivir marcando cada paso con felicidad.

En la vida adulta, uno de sus mayores retos ha sido ser madre. Vanessa tiene dos hijos, el mayor padece de una enfermedad rara, la enfermedad de Addison, cuyo tratamiento hay que realizarlo de por vida. Esto la ha llevado a abrir una asociación de pacientes con seis años cumplidos y tiene un grupo en Facebook con más de 1300 personas de habla hispana.

Al principio la comunidad era oculta y el objetivo era conversar sobre las situaciones por las que podría pasar su pequeño y así apoyarse con otras personas con historias similares; así fue hasta que una vez en el hospital le regalaron unas pastillas de un niño que tenía una enfermedad rara parecida a la de su hijo, pero había fallecido. Con el pesar que tenía, Vanessa comenzó a orar y sintió cómo en su corazón Dios le decía: «En secreto no ayudas a nadie».

Fue entonces cuando Vanessa entendió lo que debía hacer, cambió la configuración del grupo a «público» y comenzó a llegarle gente en manada, la sensación de ayudar a tantas personas fue muy reconfortante y al mismo tiempo fue subsanando todas las dudas y preocupaciones acerca de tener un hijo con esta condición.

Actualmente, Vanessa es parte de la Fundación Ayoudas, que conciencia sobre las enfermedades raras. Esto la ha llevado a tener diferentes aventuras.

La historia de Vanessa me fascina, porque convirtió cada tropiezo en una oportunidad, que como peldaños en una escalera la llevaron cada vez más arriba. Gracias a su manera de abordar la vida pudo convertir la oscuridad en luz e iluminar a mucha gente siendo una influencia que les ayuda a seguir adelante, a pesar de los obstáculos.

“Mi familia es mi motor cuando no tengo fuerzas”, es el lema de la mujer que me inspira, mi madre.

Si de hablar de ella se trata, las palabras amor y fuerza son aquellas que relucen en mi cabeza en cuestión de segundos.

Durante la década de los 80, cuando en Panamá se estaban dando luchas políticas y sociales, en Venezuela, en una ciudad llamada Cumaná, en el mes de octubre del año 1985, nace María Fernanda Vargas. Una chica que en su niñez estuvo rodeada de mucha familia, donde compartir siempre fue lo esencial, a pesar de que en su casa solo estaban su mamá, papá, hermana y ella.

Mafer, como cariñosamente le dicen, es para mí una de esas personas que en cuanto la conoces sientes que te trasmite un aura de cariño y sabiduría, es cálida y a la vez como una caja de Pandora, no porque desencadene conflictos, sino porque brinda esperanza con sus conocimientos.

Desde pequeña siempre trasmitía esa sensación, fue una niña tranquila que no daba problemas, muy respetuosa, comprensiva, buena en sus estudios y muy madura para su edad; comprendía muchas cosas, era lo que los demás llamarían una joven introvertida e inteligente, pero tenía un as bajo la manga: era muy buena para los negocios.

Mi madre es una mujer que ha tenido que pasar por diferentes circunstancias desde su adolescencia, pero nunca se rindió y siempre trató de dar lo mejor. A sus veinte años dio a luz a su primera hija, esta preciosura que hoy escribe sobre ella, y aunque en aquel momento todo se veía tan complicado, ella siempre se mantuvo fuerte por nosotros, dándonos lo mejor de sí misma, día a día.

Se dedicó a la administración, es trabajadora, responsable y muy decidida, es la mejor en lo que hace y no pone peros si se trata de aprender cosas nuevas; siempre mira hacia adelante y busca soluciones a los problemas de inmediato. Su presencia es sinónimo de alegría y tranquilidad a donde vaya.

Nos demuestra su firmeza en momentos muy difíciles, siempre se esfuerza por darnos lo mejor y me regala todo su amor diariamente con cada uno de sus cuidados.

Si hay algo que atesoro de nuestra relación, es nuestra comunicación. Uno de los tantos momentos que me encantan junto a ella son las tardes cuando llega después de trabajar, me siento en un rincón de la cocina a contarle de mi día mientras la observo cocinar. Por cierto, ¡es toda una chef!, si de gastronomía estamos hablando…

Cualquiera que desee tener una conversación con ella, sentirá la seguridad de haber sido bien escuchado, le gusta hacer sentir bien a los demás; si tengo dudas no lo pienso ni un segundo y se lo comento, de alguna forma encuentra un camino en la niebla y lo aclara por mí.

Es alguien tan familiar que puedes contar con su apoyo aun cuando le hayas fallado alguna vez. Su corazón es demasiado noble.

Mi madre me guía por los caminos de la vida. Hablar de ella me hace sonreír, es mi pilar, mi inspiración. Aquella que está allí eternamente, que me incita a seguir adelante con todo lo que me apasiona, que me apoya y demuestra que, con resiliencia y fuerza, podré alcanzar mis metas.

Me enseñó lo que de verdad significa amar incondicionalmente.

Guadalupe Velásquez recibió una crianza ejemplar. Eso la convirtió en una mujer respetuosa, amable y, por supuesto, perseverante. Creció en Altos de Cerro Viento, una comunidad ubicada en el corregimiento Rufina Alfaro y que, a su vez, forma parte del distrito de San Miguelito. Cursó sus estudios primarios en el Colegio Internacional Saint George y completó su formación secundaria en el Instituto Comercial Panamá.

A Guadalupe desde pequeña le gustaban los números y resolver problemas. Su materia favorita era Matemáticas y eligió ser profesora de esa asignatura porque le encanta instruir y ayudar a las personas.

Para lograr este deseo estudió mucho, sus títulos académicos así lo demuestran, pues es licenciada en Matemática por la Universidad de Panamá y profesora de segunda enseñanza con especialización en matemática, por la Universidad Especializada de las Américas. Cuenta además con grado de magíster en matemática pura, matemática educativa y en docencia superior, títulos expedidos por la Universidad de Panamá. Actualmente, cursa estudios de maestría en entornos virtuales de aprendizaje.

Para ella el aprendizaje no termina. Por eso se mantiene en actualización permanente y destaca que las capacitaciones recibidas en la Fundación Proed la han marcado como docente por la calidad de las estrategias que sus cursos ofrecen.

Durante su carrera profesional ha tenido la oportunidad de compartir sus conocimientos con jóvenes de diversos centros educativos, entre los cuales destacan: Colegio Brader, C. E. B. G. Valle Risco, en la provincia de Bocas del Toro; o el Instituto Rufo A. Garay, en la provincia de Colón. Luego de mucho esfuerzo logró su permanencia en el Colegio Jerónimo de la Ossa, lo cual la alegró mucho, pues le queda cerca de su casa. De igual forma ha ejercido la docencia en la Universidad de Panamá, la Universidad Latina,  Universidad Metropolitana de Educación, Ciencia y Tecnología, ISAE Universidad y en la Universidad Americana. Realizó además la corrección del libro de texto Matemática 8, de la Editorial Santillana.

Pero, más allá de las aulas, Guadalupe disfruta mucho de la playa. Como le encantaba viajar, soñaba con recorrer el mundo. Así, inspirada en su frase favorita «Un esfuerzo total es una victoria completa» (Mahatma Gandhi), logró visitar más de doce países y afirma que los que más le gustaron fueron Alemania, por su cultura, y Brasil, por la calidad de las personas.

Su felicidad son sus hijos y su familia. Tiene dos hermanos llamados Miguel y Ángel, uno estudió en Brasil y el otro en la Universidad de Panamá. Cuenta que tiene dos hermanas, una se formó en Brasil y otra en Estados Unidos, donde actualmente vive. Tiene cinco sobrinos (tres niñas y dos varones), muchos ahijados y a todos los quiere mucho. La familia no estaría completa sin sus dos perros Schnauzer: Pocoyo, que, según ella, se porta muy mal, y Cleo, que es un amor. Cuando está triste o deprimida se refugia en Dios.

Guadalupe Velásquez es una mujer increíble, buena profesora y una persona que logró hacer realidad sus sueños. Espero que pueda cumplir los que están por venir y así alcanzar una total victoria.

 TEXTO CORREGIDO

Todos tenemos alguien a quien admirar. Algunos podrían mencionar a su mamá, a su maestra, a su hermana o a otras mujeres en su vida; pero la persona que me asombra es la maravillosa María Ossa de Amador.

Para quienes no la conocen, María fue quien hizo posible la existencia de la bandera panameña. Nació el 1 de marzo de 1855 en Panamá, y estaba casada con Manuel Amador Guerrero, doctor, político y primer presidente de la República. 

María le pidió a su hijo Manuel Encarnación que diseñara la bandera, mientras que ella y su cuñada Angélica B. de Ossa compraron las telas en distintos establecimientos (La Dalia, El Bazar Francés y A la Ville de París) para no despertar sospechas.

Como la propuesta de tener una insignia panameña fue rechazada por el tratado Bunau-Varilla, las dos mujeres no podían dejar que nadie se enterara de que estaban creando este emblema. Lo confeccionaron en secreto, dentro de una casa abandonada, con solo una máquina de coser portátil y a la trémula luz de una lámpara de kerosén.

El 3 de noviembre de 1903 la bandera fue presentada al pueblo panameño y este la aceptó. Ese mismo día fue paseada por primera vez. Quizás muchos piensan que todo lo que involucró la creación de la enseña patria fue un proceso simple, pero cuando lo que estás haciendo es considerado un acto de rebeldía hacia un Gobierno, adquiere un carácter arriesgado. 

Si su objetivo salía mal y las descubrían mientras fabricaban el pabellón, podían haberlas castigado de manera grave, y de paso, a todos los que sabían del plan libertario. Si no las sorprendían en el proceso, pero luego algo resultaba fuera de lo calculado, también habrían sufrido serias consecuencias.

Cuando leo sobre su historia, me doy cuenta de todas las veces en que me quedé callada por miedo a que me regañaran, que pensaran mal de mí o me criticaran, y también me percato de lo complicado que fue hacer el pabellón nacional en esos momentos. Se requiere de mucha la valentía para dedicarse de lleno a una causa y finalmente hacerlo, a pesar del temor que sientas, y eso es muy admirable.

María no solo hizo la primera bandera panameña, sino que también llegó a ser la primera dama de Panamá cuando su esposo, Manuel Amador Guerrero, fue designado el primer presidente constitucional, en 1904. Falleció el 5 de julio de 1948 y aún es recordada como una de las figuras claves para lograr nuestra separación de Colombia.

¡Qué mujer tan increíble! Porque fue la responsable de hacer una gran hazaña. Era muy resiliente, alguien que me inspira todos los días a ser una mejor versión de mí por encima de las adversidades. Cuando creo que no puedo hacer algo, pienso que quizás María también dudaba al principio, pero al realizarlo, demostró que sí era posible.

A veces reflexiono sobre el miedo que debió experimentar aquella mujer al tener que cumplir su misión en medio de la noche, en una casa abandonada, solo con una lámpara y una máquina de coser, y me siento mal por todas las veces en que preferí la comodidad sobre el esfuerzo y el compromiso.

Esta fue María Ossa de Amador, una patriota decidida.

TEXTO CORREGIDO

Cuando vio los destellos del mundo por primera vez, ya conocía las pocas cosas que le pertenecían. Su nombre, Linda, un pequeño hogar situado en Vista Alegre y el sentimiento abrumador de tener que madurar más rápido que cualquier otra niña para sobrevivir.

Aún con su corta edad ya cargaba con varias responsabilidades que ni siquiera un adulto podría desempeñar sin quebrarse en llanto. Calmar el hambre de diez hermanos dependía de cuántas botellas de nance o latas vacías pudiera vender diariamente. La educación anticuada que les impartió el padre dejó marcas que, más allá de su piel, atravesaron su corazón. No tuvo el privilegio de una burbuja familiar que la protegiera del mundo cruel que ningún infante debería conocer. Por lo que, un día, decidió que había sido suficiente.

Incluso con todas las escalas grises que pintaban su vida, se las arregló para traer orgullo a la familia. De la boca de sus maestros solamente había espacio para los elogios por su brillantez, lo que hizo que más de una lágrima de orgullo fuera derramada por su madre, el ser más precioso, adorado y que representaba su mundo entero. Linda se esforzó en cada paso que daba con una sola meta en mente: disminuir el peso de los hombros de mamá. Tomó la dura decisión de dejar su hogar y familia atrás para poder recibir una educación superior y conseguir un estilo de vida más humano para todos.

Pero como una puñalada en el estómago o una burla del mundo ante sus esfuerzos, su madre murió, dejando solos a niños que apenas tenían la edad suficiente para caminar, al cuidado de una joven inexperta que no podía asimilar que se había quedado sola, incluso huérfana, sin poder contar con una figura paterna responsable.

A partir de ese entonces, ella pasó a un segundo plano y la familia fue su prioridad. Con un poco de ayuda del que se había vuelto su esposo, fruto de un amor adolescente, logró enviar a algunos hermanos a la universidad, llenó sus estómagos y les brindó un techo seguro.

Años después, luego de muchos esfuerzos sin resultado y pocas esperanzas de los doctores, nacieron de su vientre tres niños y una niña, en los que depositó todo el amor y seguridad que siempre había deseado recibir. Dejó florecer su maternidad mientras terminaba un matrimonio que solo le traía infelicidad. Podía afirmar que, por cada rayo de luz que conseguía, siempre había una nube azul sobre su cabeza que intentaba borrar con desesperación, luchando por el día en que, finalmente, se sintiera plena y feliz.

Con el tiempo descubrió que la felicidad podía brotar de todas partes a pesar del hambre, la pobreza, las inseguridades y el futuro incierto. No se arrepentía de sus pasos y ya no se sentía sola. «La felicidad son los momentos de alegría que compartes con la familia que amas», dice Linda Fonseca, una mujer que inspira.

Rosa Elcibia Almanza González, conocida como Rosita Camarena, nació el 21 de julio de 1964 en la ciudad de Santiago, provincia de Veraguas. Madre amorosa, humilde y perseverante mujer de fe.

Por la naturaleza de su trabajo, formó a su hijo, que actualmente tiene 28 años, para que fuera independiente; así le inculcó realizar sus tareas solo y ella, cuando regresaba a casa luego de ocho horas de trabajo, supervisaba el trabajo de Abdul.

Encontró la inspiración y el apoyo necesarios en su familia, era una niña muy amistosa, tenía muchas ganas de estudiar, de salir adelante, de ser alguien en la vida para así ayudar a sus padres y hermanos.

Su vida no fue fácil, en casa eran de escasos recursos, pero nunca se acostaron sin comer; la superación era su meta principal. Fue educada en el cristianismo y en valores. Durante su juventud nació su vocación por la educación.

Realizó estudios secundarios en la Escuela Normal Superior Juan Demóstenes Arosemena, en Santiago (1980- 1983), lo  que la acreditó como maestra de enseñanza primaria. Recibió el título de licenciada en Ciencias de la Educación, en la Universidad de Panamá (1998) y culminó sus estudios de postgrado en Educación, en la Universidad de Panamá (2000).

Se ha desempeñado como docente de primaria en la Escuela José Irene Muñoz, en la Isla del Rey San Miguel, archipiélago de las Perlas (1984); concursó para ser trasladada a la Escuela Villa Unida, Chilibre (1988). Por mutuo acuerdo ingresó a la Escuela República de Rumania, Gonzalillo (1992) y algunos años después (2000), fungió como subdirectora encargada.

En el período 2014-2019 ocupó el cargo de directora encargada. Con el Decreto 257 del Ministerio de Educación se le reconoció su arduo trabajo, esmero y dedicación en pro de la educación panameña como subdirectora en la Escuela Bilingüe San Juan Pablo Segundo (2022).

La vocación docente siempre está presente en todas las decisiones que se tomen antes, durante y después de hacerse profesor. Ante esto, Rosa afirma que una persona que tenga vocación sabe que la educación se puede mejorar y falta mucho por alcanzar porque la labor es por la niñez.

Todos tenemos derecho a acceder a una educación de calidad, a ser comprendidos, entendiendo que existen diversas formas de aprendizaje. Esto es algo que caracteriza a la maestra Rosa, por eso es un agente cambio, que afirma que con perseverancia y esfuerzos se logran las metas.

En la vida los anhelos se pueden alcanzar, y para ella es una gran satisfacción ver a cada uno de sus alumnos graduarse, ya sea de doctores, enfermeras, docentes, bomberos, secretarias, entre otros. Rosa Almanza sostiene que cada docente deja un granito de arena en sus estudiantes.

La experiencia profesional de Almanza es amplia, pues ha dedicado 35 años de su vida a responder esa voz, esa llamada, primero como docente (13 años) y luego como subdirectora (22 años). En su labor a cargo de la subdirección de la Escuela Bilingüe San Juan Pablo Segundo cumple funciones administrativas, trabaja incansablemente, maneja los problemas de disciplina de los estudiantes, visitas al salón de clase, en conjunto con los profesores para desarrollar el currículo escolar.

Todas estas razones me hicieron escogerla para mi relato. Es luchadora, la admiro, es mi tía, me quiere mucho y a mi hermanito también.

Era un sábado muy lluvioso al mediodía y en casa estaba mi mamá. Ella cocinaba un sancocho, contenta con el olor del pollo friéndose con el ajo y el orégano, me acerqué para ver cómo se doraba.

Mientras se preparaba el sancocho, me dejó hacer el arroz. Primero lo lavé y luego lo puse en la olla con un poco de agua, sal y aceite. Me dijo que debía estar pendiente de cuando comenzara a secar, para poner la llama muy baja y taparlo.

Luego cortamos el ñame para meterlo al sancocho y darle unos 10 minutos más de cocción.

Mi mamá se llama María Cristina, me cuenta que creció visitando a sus abuelos todos los domingos en Gualaca, en la provincia de Chiriquí, donde toda la familia se reunía y las mujeres cocinaban en el fogón de leña bajo la dirección de la abuela Aura, mientras los hombres estaban en la finca trabajando.

Como ella era la más pequeña, solo tenía labores sencillas como ir a recoger el culantro y los ajíes. Y no fue hasta después de casada, viviendo lejos de Panamá, que le agarró el gusto a la cocina y empezó a recrear esos platos que de niña probaba.

Veo a mi mamá preparar sus platillos llena de felicidad, me da mucha alegría y me sorprende cómo con condimentos y vegetales tan básicos, hace una comida tan rica y saludable.

Todo le queda exquisito. Cada vez que sale de la cocina con un manjar, mi familia y yo le decimos un merecido elogio: “Esta es la mejor comida que he probado en mi vida”. Y es verdad, porque cuando saca un platillo, es un millón de veces mejor que la última vez que nos ofreció sabrosos alimentos. Por eso mi mamá me inspira para aprender su arte, mis recuerdos más felices siempre me llevan a su cocina.

Con mi mamá puedo probar combinaciones para hacer galletas o pasteles, también elaboramos pasta casera o pan; creo que ayudarla en la cocina es lo más divertido de estar en casa.

Volviendo al sancocho, es mi comida favorita y le queda riquísimo; será por eso que mi mamá siempre me lo prepara, aunque creo que realmente ya estoy preparada para hacerlo yo sola.

Ya pasaron los últimos 10 minutos y el sancocho está listo. Comeré pronto, así que estoy muy contenta. Instantes antes probé el ñame y estaba suavecito, fue cuando mi mamá me dijo: “El sancocho está listo”. Buscamos los platos hondos y otros para el arroz, ella comenzó a servir la sopa mientras yo arreglaba la mesa y sacaba los cubiertos. Esta es la mejor parte de la jornada, el momento en que mis hermanas, mis padres y yo nos juntamos en el comedor para hablar de nuestro día y sobre nuestros proyectos, como hacer, pronto, un fogón de leña.