Es bien conocido el trato que se le daba a la mujer durante los siglos XVlll y XlX. Su educación se simplificaba en ser una ama de casa y estar preparada para casarse y cuidar de sus hijos.

Este estilo de vida se convertía en una tradición para ellas desde pequeñas; sin embargo, comenzaron a surgir féminas que rompieron con el estereotipo y llegaron a tocar el éxito, no sólo por su propio bien o por lograr el reconocimiento de otras personas, sino para el beneficio de las mujeres.

Ángela Acuña Braun es una de estas destacadas mujeres. Por más pesada que fuese su mochila, alcanzó la cima y tuvo gran impacto en el país. Ella consiguió ser la primera abogada y notaria en Costa Rica y toda Centroamérica. Dejó un legado muy importante, no solo por ser una figura inspiradora, sino también por su lucha en la defensa de los derechos femeninos y de la niñez.

Durante el régimen dictatorial del expresidente Federico Tinoco, este buscaba reducir el salario y despedir a las maestras embarazadas; Ángela no pudo guardar silencio ante esta injusticia y protagonizó uno de sus discursos más destacados: “Por primera vez en la historia de Costa Rica las mujeres participaron con eficiente actividad en los movimientos populares, sobre todo las más humildes. En lo que hoy es Plaza González Víquez se reunieron para proveer vituallas a los defensores de los derechos ciudadanos… Se daban cuenta, dentro de su sencillez, de lo que sería el triunfo de aquellas jornadas gloriosas”. De manera que incentivó en la ciudadanía la defensa de los derechos femeninos y afectó en el declive del gobierno de Tinoco.

Este y otros actos lograron un gran cambio en Costa Rica, ya que la mujer nunca había llegado a tener importancia dentro de la política, y menos en la toma de decisiones, pues su opinión parecía irrelevante. Ángela trabajó incansablemente durante mucho años a favor del sufragio femenino.

La imagen de la líder ocupa un lugar trascendental en la historia de la sociedad costarricense, pues abrió la senda a muchas, lo que la convierte en un ejemplo a seguir. Su camino al éxito tuvo tropiezos, pero su perseverancia fue mayor. En su etapa de estudiante muchas personas y organizaciones le cerraron las puertas a su crecimiento, pero nunca se rindió, sus ansias de mejorar eran mayores cada vez.

Gracias a sus logros, en 1982 fue nombrada Benemérita de la Patria y desde 1983 el Instituto Nacional de las Mujeres entrega el «Premio Nacional por la Igualdad y Equidad de Género Ángela Acuña Braun» a medios de comunicación que informan sin sexismo, en favor de la igualdad de género.

Luego de conocer la valentía y la importancia que tuvo Ángela Acuña Braun en la lucha de derechos de la sociedad y la mujer costarricense, opino que su imagen debería ser mayormente recordada por todos. Es cierto que hay una foto en su honor en la entrada del Salón de los Abogados, y ha sido nombrada en medios de comunicación; sin embargo, esta pionera es una figura que no merece ser fugaz en la memoria de la gente, sino que debe ser utilizada como ejemplo de superación y perseverancia para inspirar a los jóvenes y enseñarles que nadie puede limitar su camino hacia sus sueños.

Muchos se dan a conocer a través del mar de las palabras. Como un portal, cada expresión permite descubrir a la persona detrás de los párrafos que nuestros ojos atraviesan. Fue por medio de sus letras que esta  heroína decidió nadar contra la corriente social, poner en alto sus ideales y pudo mostrar que nada la detendría. Pero el destino no es tan bello como creemos; lamentablemente, la sociedad del siglo XX no estaba preparada para una mujer diferente, aguerrida, que se opuso a los estereotipos y terminó destrozada.

Desde temprana edad Yolanda Oreamuno se dio a conocer y quedo plasmada en la historia como la escritora pionera en exponer y rebelarse contra la situación de la mujer en la sociedad de Costa Rica. ¿Qué hora es? fue el ensayo donde por primera vez mostró, en una dura crítica, sus postulados y decidió alzarse para buscar su camino.

Pero a sus veinte años el destino le juega sucio y de la manera más desgarradora posible, su esposo, el diplomático chileno Jorge Molina Wood se suicida con un disparo en su sien tras padecer una enfermedad incurable, hecho que ella misma contó por medio del texto La ruta de su evasión: Hace poco leí en un periódico que un amante, al dispararse en la sien un tiro, estando sobre las rodillas de su amada…”.

Un año después se vuelve a casar con el abogado costarricense Óscar Barahona Streber, con quien tiene a su único hijo, Sergio Barahona Oreamuno, en 1942. Ese mismo año acaba el matrimonio. Para su sufrimiento, pierde la posibilidad de criar a su hijo, ya que le fue arrebatado. Después de su divorcio la sociedad le mostró lo sucia y cruel que era, fue víctima de insultos e intentaron destrozarla.

Ella tuvo que exiliarse a sí misma, ya que el país que la vio crecer deseaba tornar en leyenda su historia y volver símbolos sus ideales, pero su objetivo no podría haberse cumplido. México le dio una oportunidad, un lugar donde seguir luchando por la mujer en la sociedad. También vivió en Guatemala, pasó un tiempo convaleciente en un hospital en Estados Unidos y falleció en México en casa de la poeta costarricense Eunice Odio. Aunque en 1961 sus restos mortales fueron trasladados a San José de Costa Rica.

La escritora vivió en una época regida por los desastrosos ideales machistas, donde la mujer debía ser mantenida y su rol era el de la crianza, donde era vista por debajo del hombro como un ser inferior; pero ella no permitió que la sociedad ahogara sus convicciones y jamás se dio por vencida, a pesar de que solo le mostraron odio e intentaron convertirla en esclava, con pensamientos ajenos a ella.

“No sabemos de nosotras mismas sino lo que el hombre no ha enseñado”, con estas palabras decide sublevarse y dejar un camino para reclamar una posición más justa, que las mujeres no tuvieran que fingir ser alguien que no eran y pudieran volar libremente sin reproches.

Yolanda es un ejemplo de esas valiosas mujeres que, a pesar de sus vivencias y que la sociedad trató de hundirla o incluso borrarla, decidió luchar sin darse por vencida, sin rendirse jamás. ¿Seríamos capaces de tener esa osadía que la precursora cultivó?

Mi madre Gilma Gallardo es la mujer más maravillosa y admirable que conozco. Además de ser cariñosa, amable y carismática, lo más valioso que encuentro en ella es su esfuerzo incondicional hacia mí.

Desde niño siempre veía lo duro que trabajaba. También notaba que ese esfuerzo diario no le quitaba de su rostro la sonrisa y el buen estado de ánimo que la caracteriza.

Un día, cuando se alistaba para ir a su empleo, y luego de darme un beso de despedida, le pregunté: «Mami, ¿por qué laboras tanto?». Hizo una pausa, bajó su bolso, colocó sus manos suavemente sobre mis mejillas y con cariño me respondió: «Lo hago para darte lo mejor, para pagar tus estudios y cubrir todas tus necesidades».

Yo quedé pensando en su respuesta y le dije: «Me motivas, madre, pero tu trabajo te separa de mí y a veces te noto llegar cansada». Ella no dudó en aprovechar ese diálogo para darme una lección de vida:  «Puedo estar agotada, pero hago con amor todo el sacrificio que sea necesario por mi familia. Recuerda esto siempre: nunca te rindas, por muy dura que sea la situación, mira hacia adelante».

Sus palabras me tocaron el corazón, y a partir de allí cada vez que la veía ir a trabajar y regresar a casa luego de su jornada laboral, apreciaba mucho su esfuerzo.

Hoy reflexiono y veo que tengo mucho que reconocerte, mamá. Para mí serás mi todo, muchas gracias por lo que has hecho por mí. Valoro demasiado que sigues conmigo y mis hermanos y que con tu ejemplo me enseñas que el amor es el motor para hacer realidad todas las metas y sueños.

Gracias madre mía por tu entera dedicación. Te demostraré en el camino de mi vida que valieron la pena tus atenciones. Te amo mucho, madre.

María Esther López, también conocida como la Reina del Sabor Nicaragüense, ha cumplido muchos logros a lo largo de su vida. Ella es toda una artista musical y culinaria, también una productora de televisión e incluso poeta. Pero lo que más la representa son sus grandes deseos de compartir y preservar la comida tradicional de su país, Nicaragua.

Ella inició su camino muy humilde. Venía de una familia numerosa de bajos recursos. Por las noches tenían que dormir en el suelo y al despertar no tenían casi nada de comer. Aún así, ella era feliz y muy aplicada en la escuela. Se esforzaba por destacar en diferentes concursos para, algún día, poder cambiar su situación. Desafortunadamente, a mitad de secundaria no pudo tener el privilegio de seguir sus estudios, ya que necesitaba trabajar y los materiales escolares eran costosos. Así que abandonó y nunca volvió.

Su suerte cambió cuando escuchó de un concurso de poemas en la radio y su primer pensamiento fue mandar uno porque amaba escribir versos. Ese mismo día recibió una llamada del director de radio Julio Escobar, a quien le encantó su obra. Gracias a esto, la invitó a trabajar como libretista y tuvo un gran éxito.

Más adelante llegó a ser asistente de cine, aprendiendo mucho sobre este trabajo. De hecho, este conocimiento la haría generar una gran pasión por la producción cinematográfica. Laboró en programas como El Pollito Intelectual y La Liga del Saber. También participó en shows de cocina y dramas donde aprendió habilidades que le servirían más tarde.

Un buen día se le presentó la oportunidad de ser productora en un programa educativo y cultural que estaba perdiendo popularidad, El Clan de la Picardía. La bancarrota consumía el proyecto, pero María perseveraba y tuvo una idea que daría un giro inesperado. Su plan de ir a los pueblos y tener contacto directo con las personas y sus tradiciones, llevó a este espectáculo a ser un clásico en toda Nicaragua.

María, madre soltera, siempre siguió adelante con ánimo y buscando soluciones, como cuando terminó el programa y pasó por una situación económica difícil junto a sus dos hijos; fue en ese momento que se le ocurrió un concepto que redirigió su carrera: crear un programa de cocina nicaragüense, con un toque innovador, incluyendo canciones patrióticas al cocinar. Este proyecto combinaba lo que la mujer amaba: la cultura, su país y la producción. El programa se llamó Nicaragua en mi Sazón y gracias a él desarrolló una nueva pasión por la música, tanto que hizo su propio álbum bajo el mismo nombre. Canciones que recomiendo por el profundo amor que llevan.

Hoy día María sigue haciendo recetas y es reconocida por preservar platos auténticos de Nicaragua. Ha escrito dos libros de cocina y tiene un canal de YouTube llamado María Esther-NicaSazón, en el que continúa transmitiendo videos con la misma sonrisa.

A sus veinticinco años Carolina Patiño partió de su natal Colombia ante la falta de oportunidades y los problemas económicos. Emigró a Panamá, junto a su esposo e hijas. Abandonó su trabajo de enfermera y el lugar donde habitaba, porque no era seguro ni rentable. Con la esperanza de encontrar mejores condiciones y un futuro brillante, la familia dejó atrás todo lo que conocía y se entregaron de lleno a su nuevo inicio, pero en el Istmo les tocó enfrentar una dura prueba que no imaginaban.

Para todos fue difícil el nuevo comienzo porque, al principio, la situación los superaba por mucho. Pero contaban con el apoyo de la hermana de Carolina, quien les compartía su casa. Además, el padre empezó a trabajar al poco tiempo. La madre se ocupaba de los quehaceres del hogar, como agradecimiento a su hermana por permitirles quedarse con ella.

Pero no duró mucho la tranquilidad. El lugar se hizo muy pequeño para tanta gente y los malentendidos surgían de par en par, razón por la cual Carolina y su esposo decidieron mudarse. En este cambio la invadió el temor, ya que no tenían certeza de si habría algo de comer para el día siguiente.

Todo estaba a punto de complicarse para aquel clan, pues, aunque poco a poco consiguieron establecerse y mejorar su estilo de vida, su realidad tomó otro rumbo cuando la salud de Carolina empezó a decaer. Al principio le dio poca importancia, pero el constante cansancio, los dolores y los malestares empezaron a afectarla. Como era enfermera, y frente a sus síntomas, ya tenía una idea de lo que podía ser: sospechaba que tenía lupus. Su mal presagio empezó a apoderarse de ella. La llevaron al Hospital Santo Tomás y allí le dieron el diagnóstico, que coincidió con lo que ella temía.

El lupus, también conocido como lupus sistémico crónico, es un enemigo silencioso para la salud, que afecta hasta el 40% de la población e impacta de forma dramática la vida de quienes lo padecen. Se trata de una afección autoinmune la cual provoca que el propio sistema inmunitario ataque las células y los tejidos sanos del cuerpo, ocasionando daños a órganos como la piel, los riñones, el corazón y el cerebro. Quizás lo más dramático de esta enfermedad es que no tiene cura.

Aquella mujer de corazón perseverante estaba padeciendo su primer cuadro clínico de lupus tipo nefrítico. Fue internada y después de quince días regresó a casa. La noticia de que la enfermedad es incurable fue un golpe para todos. Empezó a ser alguien frágil que necesitaba atenciones especiales y que no podía consigo misma.  Esa no fue la última vez que su estancia en el hospital se prolongaría.

Le dieron un tratamiento que consistía en tomar unas pastillas que, a su vez, causaban múltiples efectos secundarios. Hubo momentos en que sintió que su cuerpo no era suyo. Sus emociones estaban a flor de piel, y no tenía la capacidad para lidiar con ellas, porque el hecho de no poder pararse de la cama por el dolor y que sus hijas la vieran así le abrumaba su ser.

Todo esto llevó a su esposo a trabajar en varios lugares para balancear las cuentas solo, pero la economía fue decayendo. Ahora se planteaban la posibilidad de regresar a su tierra natal, sin embargo, ya no contaban con ninguna de sus pertenecías allá. Todo lo habían vendido, sería otro comienzo desde cero para el cual no estaban preparados.

La fuerza y perseverancia sacudieron a Carolina. No lo iba a permitir. Logró estabilizarse con el tratamiento y tomó las riendas. Consiguió empleo como planchadora, aunque no era lo mismo que ser enfermera, fue muy pesado. No se rindió.

Cuando todos ya estaban un poco equilibrados en su nuevo hogar, Carolina buscó otro trabajo y obtuvo uno como administradora en una abarrotería. Dos años después fue gerente de una panadería, a esto le siguió gerente de una pizzería, gerontóloga y otros trabajos más, demostrándole a todos que el lupus no era lo único que tenía y, mucho menos lo que la definía como persona, porque, así como es mujer, es madre; así como es madre, es esposa; así como esposa, es hija; y así como es paciente, es sobreviviente.

Porque desde el fondo a la cima el camino es más largo y se necesita más que suerte. Hace falta ser valiente, resiliente y fuerte.  De Carolina aprendemos que no se llegará al destino anhelado sin dar el primer paso, y ese suele ser el más difícil.

Ni el amor es una jaula ni la libertad es estar solo.

¡Quién diría que una sonrisa escondería tanto dolor! Esta es la historia de una mujer que fue abusada, humillada y utilizada por su esposo. Incluso la obligaba a vender droga para su beneficio. Y poco a poco ella fue entrando en un círculo del que sería casi imposible salir.

La primera vez que la vi fue en un bello día soleado, donde algunas nubes pintaban el cielo haciéndolo lucir más hermoso de lo usual. Junto a sus hijos, Daniela González caminaba hacia su hogar con pasos seguros, lucía feliz. Nunca imaginé que detrás de aquella sonrisa se ocultaba tanto sufrimiento.

Al pasar el tiempo, en un día nublado y frío me dirigía con mi abuela hacia el edificio de color marrón, con dos pisos de treinta apartamentos. De pronto veo a Daniela, quien en ese momento ya era mi amiga, tirada en el suelo, despeinada, con su rostro golpeado y la mirada perdida. Quedé impactado. No sabía qué hacer. Me acerqué para ayudarla y pude percibir que una llama latía en su pecho, pero no de temor, sino de agotamiento. Abrió sus ojos lentamente y me miró fijo.

Secándose las lágrimas, entre sollozos, Daniela murmuró: «Estoy cansada de sufrir abusos de parte de Ismael, sus malos tratos y humillaciones me abruman». Se levantó y se dirigió a su apartamento a pasos lentos. Quedé totalmente desconcertado al ver cómo la arrastraba el viento de su angustia.

Al día siguiente fui a su casa con el pretexto de jugar con sus hijos, pero la verdad es que quería saber cómo seguía. Al acercarme a la puerta escuché que alguien lloraba. No me detuve y toqué. Hubo silencio, y luego fue Daniela quien abrió. Me dijo que sus hijos estaban dormidos, pero me invitó a pasar.  Entré y eché un vistazo, muchos pensamientos se apoderaron de mí. Se sentía un ambiente hostil. Ella se sentó en el borde de la cama y empezó a desahogarse.

—Me siento ahogada, no sé por qué Ismael me hace sentir así. Me trata como un objeto. Todo lo que hago le molesta. Tengo ganas de…

—No sigas —le pedí.

No sabía qué decirle. Me invadió un sentimiento de tristeza. Solo la abracé y lloré junto a ella. Luego intenté animarla: “Tranquila, saldrás de aquí, eres una mujer fuerte, no te rindas”.  Daniela, aún con el alma en pedazos, me abrazó y dijo: «Eres como ese hijo que siempre quise tener. Sé que me comprendes. No deseo que mis hijos sigan pasando por esto. Saldremos de aquí, los amo y no dejaré que él nos haga más daño. No sabes cuánto agradezco tu presencia y respaldo en este momento. Gracias, muchas gracias».

Ella sabía que no sería fácil escapar de su realidad. Ese hombre insistiría hasta verla sin fuerzas para continuar su vida. Pero asumí que tomaría las decisiones necesarias. Me despedí y cuando había avanzado varios metros me crucé con el esposo. Me detuve. Y a corta distancia vi cuando llegaba a casa y ella salía a enfrentarlo. Me sorprendió que, aunque Daniela estaba casi sin fuerzas, le reclamó con firmeza: «¡¿Qué haces otra vez aquí?!». Él respondió: “Vengo cuando quiera y hago aquí lo que yo quiera”.

Entonces Daniela lanza un grito desesperado: «¡Ya no aguanto más! Mis hijos sufren por ti, no te da vergüenza que ellos observen cómo me maltratas, estoy harta de esta situación, no merezco vivir esto». Aquel hombre se llenó de ira y vi cuando le pegó. Los niños se pusieron a llorar y le gritaban: “¡Papá no le pegues a mamá, no le pegues más!”. Ella como pudo se zafó, lo empujó y lo amenazó: «Donde me vuelvas a buscar te juro que no dejaré nada de ti». En ese momento Daniela tomó a sus hijos y se alejó de él.

No podía creer lo que había presenciado. Pensé: se llegó el momento, seguro ella tomará la decisión de separarse definitivamente.

Pasaron unos meses. Un día la encontré por casualidad. Me alegré mucho de verla cambiada. Hasta lucía más joven, su mirada segura, su cabello brillante y vestía muy bien. Me contó que la fuerza de voluntad la había llevado a vencer el miedo y ponerle un alto al maltrato físico y emocional. Lágrimas empaparon sus mejillas. Mi corazón latió de felicidad al escucharla.

Daniela empezó un negocio independiente que fue su soporte económico para seguir adelante. No se rindió y salió de esa cárcel en que vivía, decidida a no ser más esclava del temor.

A lo lejos, en la montaña, se escucha una pequeña voz gritando: «¡Viene la maestra, viene la maestra!». En la brecha del angosto camino se escuchan los pasos de un caballo que a pequeños trotes lleva sobre sí a Mirna Osorio de Trombetta, llena de entusiasmo con sus bolsos de materiales didácticos para llevar a cabo la tarea más importante y significativa del ser humano: la educación.

Desde su juventud, ella sentía inclinación hacia la enseñanza e hizo posible su gran sueño ingresando a la Universidad de Panamá, donde obtuvo su título de licenciada en Educación con Énfasis en Primaria. No fue fácil alcanzar la meta, ya que, entre los quehaceres del hogar, el cuidado de sus hijos y la carrera profesional se conjugaron diversas responsabilidades que ocasionaron mucho estrés y dudas acerca de su objetivo. Hasta que, finalmente, luego de cuatro extenuantes años, alcanzó su deseo anheladp.

Pasaron cinco años más para lograr insertarse en el sistema del Ministerio de Educación y su primera experiencia fue intensa, al punto de que, en sus primeros meses en la escuela Las Marías, en las montañas de Río Indio, en la provincia de Coclé, sufrió luego de dejar atrás a sus tesoros más preciados, sus hijos. Fue así como durante las primeras semanas experimentó un fuerte deseo de volver a casa, rodeada de tanta vegetación, un verdor que en esos momentos le abrumaba.

Meses después su vocación empezó a emerger de lo más profundo de su ser, al ver las caritas sonrientes de sus alumnos en aquella aula multigrado.

Al finalizar el año escolar 2011 estaba programada la graduación de los estudiantes y los preparativos no se hicieron esperar. Los padres de familia habían organizado un brindis para los chicos con el tradicional arroz con pollo, ensalada de papas y chicha de limón con raspadura. Los pollos los llevaría doña María, el culantro y el achiote don Simón y así todos se dispusieron para que el evento fuera un éxito. A la maestra le tocaría traer lo que hiciera falta y pese a que todo estaba organizado meticulosamente, el clima lluvioso obstaculizó los planes.

Eran las 6:30 a. m. y toda la carga estaba lista para ser llevada a la escuela, pero los tres ríos que había que cruzar se encontraban en su máximo nivel debido al aguacero. Hubo que esperar alrededor de tres horas para pasar el primero, con ayuda de un caballo y una cuerda.

Más tarde, siendo aproximadamente las 7:00 p. m., la maestra y su esposo llegaron al segundo río, el más hondo. En ese momento el agotamiento era indescriptible. El hombre tomó la mayor carga y ella lo agarró por el cinturón de su pantalón antes de empezar a cruzar el oscuro y lodoso afluente. En el centro, la maestra resbaló, pero logró tomar nuevamente el cinturón y alcanzaron la otra orilla.

Siguieron la ardua caminata hasta que tres horas después llegaron a la escuela «muertos» de agotamiento, pero agradeciendo al Todopoderoso el cuidado que tuvo con ellos y de saber que al día siguiente sus alumnos recibirían el mejor de los premios: la oportunidad de una vida de superación.

Once años han pasado del acontecimiento. Hoy la maestra enseña en el Centro Educativo Básico General Nuevo San José. Muchos de sus estudiantes son profesionales en diversas ramas y recuerdan a Mirna Osorio de Trombetta como aquella mujer que los impulsó a continuar con el estudio a pesar de las circunstancias.

Un 6 de mayo nació una bella mujer llamada Ivonne Arosemena, ella es mi admiración porque, a pesar de haber tenido una vida difícil, ha sabido perseverar.

Desde pequeña fue criada por su abuela, esa fue su imagen materna, quien le enseñó valores. Ivonne tuvo que salir adelante por sus propios medios, sin dejar de estudiar ni de perseguir sus sueños.

Su madre y su abuela le inculcaron una religión diferente a la que normalmente vemos: la santería. Jamás imaginó que esa peculiar creencia cambiaría su forma de vivir.

Ivonne se graduó de la universidad, estudió contabilidad y aunque nunca tuvo apoyo de su madre, se hizo una mujer fuerte e independiente.

A veces el panorama era desalentador, pero su suerte no contaba con que su ángel espiritual tenía preparado un mejor futuro para ella: “Mientras yo esté a tu lado, nada te faltará, nunca tendrás la necesidad de trabajar”. Y así fue como Ivonne se interesó por su primer emprendimiento, basado en ayudar a personas, resolviendo un poco sus problemas, haciendo consultas espirituales y leyendo las cartas. El pequeño negocio empezó en el distrito de Chepo, al este de Panamá, con ayuda de su guía.

Aunque algunos no puedan creerlo, Ivonne nunca ha tenido la necesidad de laborar en algo diferente, es sorprendente cómo pudo conseguir su casa, su auto y todo lo que actualmente tiene, ¿fue un verdadero milagro? Ella no ha dependido de nadie, es una mujer autosuficiente, admirable, carismática… ¡Ella es vida!

Esta mujer siempre tiene ganas de avanzar, es una madre responsable y amorosa, sin importar lo que pasó en su niñez. Nunca se quedó estancada, vivió su vida feliz y como ella misma la ideó.

Al día de hoy le agradezco por el apoyo que siempre me ha brindado, no es mi madre biológica, pero como ella dice: “Solo faltaba que salieras de mi vientre”.

Sin dudas, Ivonne ha sido parte significativa en mi vida, me anima a no rendirme y que, a pesar de los problemas, nunca debo agachar la cabeza. Me inspira porque es una mujer fuerte y de bien, una madre, una trabajadora… La guía de mi vida.

Ok, hablemos de algo cool. ¿Bien? Pues, mi madre es una de esas personas que conoces y al primer instante reconoces que es divertida, audaz y astuta, podríamos asumir que su gusto por el rock se deba a eso y, como ya se imaginan, crecí escuchando increíbles agrupaciones musicales.

Adoro hablar de estas cosas, me hacen sonreír… En fin, sobre mi mamá, empecemos por lo primordial: se llama Raiza, nombre que suena fuerte de solo leerlo. A propósito de fuerte, les contaré un poco sobre ella…

No me cansaría de decirlo, ella es quien se encargó de enseñarme lo que una persona con fuerza de voluntad puede lograr. Su independencia característica, sagacidad e inteligencia se ven reflejadas hasta cuando me ayuda a estudiar los exámenes de matemáticas a último minuto.

Siempre ha sido mi mayor pilar, sin ella yo no hubiera sabido ser optimista pese a la adversidad, mejorar mis valores y ver más allá de la imagen. Soy creativa y adoro el arte gracias a su apoyo. 

Actualmente me dedico a la música y de no ser por ella no podría estar logrando mi sueño ahora, incluso he intentado enseñarle a tocar instrumentos y aunque le falta algo de práctica, sé que lo logrará.

No podría ser más agradecida por lo que ha hecho por mí, ninguna otra madre me enseñaría a ser valiente como ella.

¿Recuerdan que al inicio mencioné lo graciosa que es?

Nacida en Chiriquí, el corazón de la biodiversidad, su juventud fue complicada al tener que afrontar la escasez económica, pero supo desde corta edad que debía luchar por su independencia y así consiguió sus objetivos. En la escuela fue escogida como la encargada de la organización de su graduación, fue la mejor decisión que pudieron tomar, pues Raiza sorprendió a todos cuando contactó al alcalde de Chiriquí para que pudiese financiar la graduación.

Tras graduarse, con diecisiete años, la edad que tengo yo actualmente, Raiza se mudó a la ciudad de Panamá. De su familia, ella ha sido la más próspera.

Y ni hablar de su trabajo, la adoran. ¡Es muy carismática!

Durante el COVID-19 tuvo que hacer teletrabajo y aunque en aquel tiempo se volvía más difícil mantener un empleo estable, ella lo logró. ¿Pero saben por qué? Porque es un «monstruo» en matemáticas. Empleados de otras áreas suelen contar con Raiza para cualquier duda o problema, ella sabe resolverlo todo; pero su humildad no le permite alardear de ello.

Aquellos tiempos de pandemia provocaron que sus dotes creativos se fueran en dirección a la jardinería, le apasionan las plantas, podría hablar de eso por horas… Muchas de las que ha sembrado provienen de Chiriquí e incluso algunas llevan años en perfecto estado.

Y el color verde ha de ser su favorito, ya que decoró la casa con tantas plantas que podrías perderte admirando aquella tonalidad. Cualquier día podría estar una amiga suya de cumpleaños y no dudaría en darle una de sus mejores matas, ¡tiene de todo!

Me cuesta escoger entre todos los momentos favoritos juntas, pero sin dudas siempre son cuando estamos en el auto, ella conduciendo largos tramos y yo de copiloto administrando la música, así cantamos mientras vemos las calles. Es algo que seguramente extrañaré cuando vaya a la universidad, sobre todo, cuando al salir de casa recuerde lo que siempre me repite y que su papá le decía: “Juicio”.

Se refiere a que sea responsable, pues mis decisiones repercutirán en lo que pase a futuro, por lo que debo pensar, cuantas veces sea necesario, antes de actuar.

Mi mamá y yo tenemos confianza mutua y si tengo un problema no dudo en contar con ella, por eso doy gracias de poder contarlo. Por su apoyo incondicional y sabias enseñanzas ¡soy y seré mi mejor versión de mañana!


En 1976 comenzó un movimiento de mujeres que decidieron, por medio de la Iglesia católica, sacar la luz de la sabiduría y ponerla en alto con los niños. Ellas se especializaron en la Escuela Santa María La Antigua y en las escuelas de las capillas, con el fin de brindarle educación a los más pequeños de la casa.

Se unieron para poner los llamados jardines o parvularios, primero por la institución religiosa, pero las autoridades gubernamentales de aquel tiempo vieron que era una buena labor y se unieron a dicha causa, creando después los prekínder y kínder para enseñar a los niños una continuación de lo aprendido en los primeros años de vida en su hogar.

Aunque cumplían el papel de maestras, parecía como si fueran las propias figuras maternas y estaban guiadas por el Gobierno. Acogieron a los infantes y los educaron sobre todo lo que debían aprender a su respectiva edad, tal como buenos modales, el himno nacional, la naturaleza y muchos más.

Una de esas maestras pioneras de parvulario fue mi abuela Luz Estella Estupiñan, ella perteneció al selecto primer grupo de nueve institutrices, que en su momento brindaron sabiduría a pequeños desde los tres años.

«El objetivo era plasmar la enseñanza cristiana y cómo convivir con la gente de nuestro alrededor para apoyarnos en un futuro», explicó mi abuela.

Es por esta razón que ella es una fuente de inspiración para mí. Admiro cómo se tomó el tiempo y la dedicación para enseñarle a estos niños muchas cosas, paso a paso, aunque fueran chiquitos que por su naturaleza tienen muchas dudas y a veces pocas respuestas. La paciencia para contestarlas debía ser mucha, pienso yo.

Ser institutriz puede ser uno de los trabajos más difíciles, ya que tienes en tus manos el aprendizaje de quienes serán adultos en un futuro.

Me alegra que mi abuela haya sembrado una buena semilla en muchos actuales abogados, médicos, maestros y de otras profesiones, quienes pasaron por sus manos, ya que aunque fueran pequeños, ella les transmitió mucho conocimiento. 

Mi abuela Luz Estella actualmente tiene 68 años de edad y sigue siendo una luz de sabiduría.