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La familia González-Valdez es feliz, aunque fiestera. Si de genética hablamos, cada uno de sus integrantes tiene un problema en común: la necedad. Tienen fama de ser muy obstinados, decididos e incluso agresivos. Y si alguien les reclama ese comportamiento, acostumbran decir: “Es lo que Yiya nos heredó”. Pero ¿quién es Yiya y por qué es tan importante para este clan?

En un pueblo de la provincia de Chiriquí, para el año 1934, Isaura Acosta trajo al mundo a una niña a quien llamó Elidia Valdés. Desde muy pequeña mostró ser alguien independiente, cualidad que desarrolló aún más al sufrir el dolor de la muerte de su padre, cuando tenía solo cinco años.

Su madre tuvo que pedir a sus hijos que trabajaran el doble para suplir lo que antes el papá aportaba. En aquella región y para esa época las niñas se quedaban en casa, ayudaban en los oficios y tenían la comida lista cuando los varones llegaban. Pero Elidia era diferente, ella era la que salía al monte, mientras sus hermanitos menores se quedaban en el hogar.

Por estar dedicada al trabajo, no pudo asistir a la escuela; no sabía leer ni escribir. Lo suyo era el trabajo físico, donde sí era muy buena. Incluso salió victoriosa de varias riñas donde quedó involucrada. Recuerdo cuando ella contaba con todo orgullo sus trifulcas y líos de la infancia y adolescencia: “La agarré del cabello y estrellé su cabeza contra el suelo… Le pegué con mis propios puños para enseñarle la lección”, eran algunas de sus anécdotas.

¿Orgullosa? ¡Claro que lo era!, y lo dejaba notar con su tono de voz y la sonrisa con la que contaba sus historias. Con la edad, su memoria la traicionaba y repetía las mismas andanzas, pero a nadie le importaba, todos se divertían mucho escuchando sus cuentos una y otra vez.

En su juventud, Elidia conoció a José González mientras era cocinera ayudante para los trabajadores que construían el ferrocarril. Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y pronto engendraron a cuatro retoños. Infortunadamente, José quedó desempleado y enfrentó problemas para mantener a sus hijos. Por recomendación de familiares y amigos decidió trasladarse hasta el otro extremo del país, la provincia de Darién, animado por los testimonios de hombres que se habían lanzado a la aventura y les había ido bien. Él también se alistó para abandonar la provincia de Chiriquí en busca de otras oportunidades. Pero se fue solo, dejó a su mujer en casa con sus cuatro niños y con el quinto que venía en camino.

Al pasar el tiempo, José logró concretar algo en Darién, volvió con buenas noticias y listo para llevarse a su familia. El nuevo panorama fue difícil para Elidia porque tuvo que decidir entre quedarse con su madre y su familia natal, o ir a establecer la suya en un lugar distante. Optó por la última, aunque con dolor en su corazón.

En Darién la familia siguió creciendo, como creció también el gusto de José por la vida fiestera. Aunque él nunca demostró ser realmente casero. Trabajaba duro, sí, pero solo cumplía con las obligaciones básicas del hogar y parte de su salario lo malgastaba en alcohol y mujeres. La mujer entendió que le tocaba a ella sola garantizar la seguridad y las necesidades de sus once hijos.

Y claro que lo hizo, se las ingeniaba para atender a sus niños y apoyar también a su esposo en el trabajo. ¿Cómo lo logró? Bueno, con aquella independencia que la caracterizó desde niña y con la fuerza con la que creció. Para mí estas cualidades la hacen un ser especial.

Por su carácter y la vida dura que enfrentó, Elidia no era una mujer muy expresiva o amorosa, no obstante, tenía formas de mostrar afecto a los suyos. Y su familia también la quería. Hasta el día de hoy sigue siendo muy recordada, después de más de dos años de su fallecimiento.

En las reuniones de los González-Valdez siempre se habla de doña Yiya, de sus historias maravillosas, de la buena mujer que fue y de cómo varios miembros de la familia son necios al igual que ella. Sobre todo, del éxito que tuvo Elidia en transmitir a sus descendientes ese espíritu de lucha, protección y perseverancia por los suyos.

 

Persiguiendo un balón en el barrio de Samaria, con los pies heridos por correr sobre el cemento y con gotas de sudor mojando su rostro mientras se enfrentaba a sus amigos Erika Hernández descubrió su pasión por el fútbol. Sólo contaba con cinco años.

Su trayectoria llena de prejuicios por su género y dificultades económicas han forjado a una de las jugadoras más talentosas de nuestro país. 

Hoy, a los 23 años, tricampeona de la Liga de Fútbol Femenino y máxima goleadora panameña, Erika cosecha triunfos, sonrisas y orgullo. Este fue el resultado de sembrar perseverancia, lágrimas y dedicación. 

¿Cómo llegaré a la práctica? ¿Podré comprar unos tacos? ¿Comeré lo suficiente hoy?, eran algunas de sus dudas cotidianas. Lo que yo veía como una actividad extracurricular, para ella era el camino hacia un mejor futuro. Mientras yo podía decirles a mis padres que me llevaran a los partidos o me compraran tacos nuevos, ella y su familia tenían que afrontar estos retos día a día. 

Nuestros caminos se cruzaron jugando juntas en el Plaza Amador. Desde ese momento vi que ella no era solo una futbolista, era una chica llena de sueños y esperanzas, una líder. Durante los entrenamientos y partidos Erika irradia alegría, contagia su motivación al resto del equipo con bailes y canciones. Todo eso me hizo admirarla más allá de la cancha. 

Platiqué con otros al respecto. “La empecé a seguir cuando jugaba en Argentina. Tenía una calidad futbolística superior, pero lo que me hizo quererla en mi equipo fue su compromiso, profesionalismo y, sobre todo, su actitud en los vestidores”, confesó el ejecutivo del Plaza Amador, Miguel Novo, cuando le pregunté sobre los atributos de Erika. 

 Aunque su persistencia es impresionante, su talento futbolístico natural es remarcable. Erika se ha destacado en las ligas panameñas, jugando desde los doce años en la Sociedad Deportiva Panamá Oeste, hasta su primer equipo oficial, San Cristóbal F. C. 

El tipo de talento que exhibe al tocar un balón de fútbol no se hace, con ese ingenio se nace. Esto la ha llevado a sudar la camiseta representando a Panamá en países como Estados Unidos, Argentina, Japón y España. 

Y así fue alcanzando sus metas. “Cuando jugué por primera vez en la selección nacional me di cuenta de que los sueños se cumplen, pude sentir ese triunfo y emoción en mi corazón”, describió Erika Hernández sobre su primera vez con la Selección Mayor Femenina. 

Por eso, cuando tuve que elegir a una mujer que me inspira pensé en Erika, sin dudarlo. Desde que la conocí me conmovió personal y profesionalmente. La manera en que convierte un trayecto complicado en algo positivo, no solo con el balón, demuestra su valor.

Si hay una dama que representa el talento de las mujeres artistas y que es digna de destacar es, sin duda, Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón. Sí, Frida Kahlo, la icónica pintora mexicana que fue partícipe de la movida de los grandes muralistas de su país.

De acuerdo con lo que leí, supe que fue hija de un fotógrafo judío-húngaro de nombre Guillermo Kahlo y de Matilde Calderón, quien tenía herencia indígena. 

La artista, famosa por sus autorretratos, sus gruesas cejas y las coronas de flores que usaba en la cabeza, nació el 6 de julio de 1907. Tuvo dos hermanos, uno que murió muy pequeño y otra de nombre Cristina, quien en algunas películas biográficas de la pintora se puede ver que fue su mejor amiga, compañera y protagonista de una traición amorosa hacia Frida con su esposo, el pintor Diego Rivera.

Fue en el año de 1925 que Frida experimentó el terrible y doloroso accidente que cambió su vida. Hasta ese momento era una adolescente como cualquier otra: feliz y enamoradiza. Al menos así la describe la película Frida, protagonizada por Salma Hayek, en el año 2002.

Volviendo a 1925, cuando Frida se encontraba viajando en un autobús no tan grande y poco acogedor, este fue embestido por un tranvía. El choque entre ambos vehículos ocasionó una perforación en la pelvis de la artista, quien además tuvo una fractura en la columna vertebral y la clavícula, así como varias costillas rotas. 

A causa de este hecho fue sometida a 32 operaciones. Fue una guerrera, fuerte, luchadora y motivadora que no se dejó vencer.

En 1953, Frida sufrió otro revés del que ya no se recuperó. Debido a una gangrena tuvieron que amputarle la pierna por debajo de la rodilla. Como es evidente, esta pintora pasó por muchos momentos difíciles en su vida y a pesar de todo siguió perseverando y nunca se rindió.

A los episodios dolorosos se suman la relación tormentosa con su marido, en medio de infidelidades de ambas partes, y las pérdidas de sus embarazos. Una situación muy triste y delicada para las mujeres que sienten el deseo de la maternidad desde su infancia y no lo logran. 

Hoy, la casa de su familia, ubicada en la calle Londres, en el número 247 del barrio Coyoacán, en la ciudad de México, conocida como la Casa Azul es un museo.

Así termina este perfil contando una parte de la existencia de una mujer que representó mucho el carácter mexicano y se convirtió en un ícono del siglo XX.

 

Itzela Betancourt nació el 22 de febrero de 1955. Vivió toda su vida con su progenitora, ya que su papá la abandonó a muy temprana edad. Su madre, Pepita Ruiz Morales, era una niña huérfana quien al crecer se dedicó a trabajar en casas de familias donde planchaba, lavaba, barría y trapeaba.

Itzela estudió en el Liceo de Señoritas y un día se fue al parque y se preguntó: «¿Qué quiero estudiar?». En ese momento pensó en psicología o teatro. Pasaron los años y se formó en el Instituto Nacional, donde descubrió su verdadera vocación cuando un día una profesora llamada Carmen Leticia la llevó a su salón como asistente y ahí la joven estudiante notó que quería ser profesora de Español.

A pesar de las adversidades que ha tenido que afrontar, nunca se rindió. Por el contrario, siguió esforzándose y estudiando para lograr su meta. Para ser una mejor docente, tomó una maestría en Lingüística. También estudió Dramatización Lectora y tiene un certificado de Cooperativismo.

En 1978 dio clases en la escuela Salomón Ponce Aguilera; de allí pasó a la Mariano Prado, en Natá; luego al Instituto Rufo A. Garay, en Colón; y posteriormente llegó al colegio Jerónimo de la Ossa, donde empezó a trabajar desde 1992.

La profesora Itzela Betancourt, ha dedicado más de tres décadas de su vida a la docencia en este plantel. Lo que admiro de ella es su entusiasmo, dinamismo y compromiso, pues a pesar de tener 67 años se mantiene activa siempre.

Ella es un ejemplo para todos y, para mí es la protagonista de un ciclo de inspiración que ha tocado a todos los que hemos tenido la suerte de conocerla. Esto lo digo porque, a pesar de algunos quebrantos de salud, siempre está dispuesta a trabajar con nosotros, nos da muy buenos consejos y nos motiva para que estudiemos, participemos en el círculo de lectura, apreciemos y valoremos el idioma y nos exhorta a participar en concursos de poesía y de oratoria, entre otros.

Creo que el día que la profesora finalmente se acoja a su merecido retiro, nuestro colegio perderá a una gran profesional, una gran mujer y a un gran ser humano; y nosotros, los estudiantes, a una gran amiga.

La Profa, como cariñosamente le llamo, es sin duda una mujer que deja huellas en todos, como lo hizo en mí.

Mónica hablaba sobre su infancia, la familia, la comida, las personas… Contaba que la relación con sus padres fue un proceso que requirió mucho entendimiento de parte de ella. Ahora siendo madre reconoce que estar a cargo de una familia no es un trabajo fácil. 

A sus diecisiete años sus padres se separaron. Esto le causó un dolor profundo que no pudo acabar de asimilar porque se enfocó instintivamente en cuidar de sus hermanos menores. Su madre salió de un día para otro de su vida.

Recuerda los llantos de sus hermanitos y cómo su corazón se afligía al escucharlos, sin saber qué hacer, qué decir. Entendió que lo mejor era acompañarlos. Tuvo que lidiar con sentimientos que solo pudo identificar con los años, en busca de su libertad.

Un mal poco conocido

Mónica Niño estudió arquitectura en la Universidad de La Salle en Bogotá. En 1998 se casó, tres años después llegó su segundo hijo. Parecía que algo no andaba bien al nacer la criatura, pero creía que la medicina podía resolverlo. Al año los malestares empeoraron. 

En su país, Colombia, los motivaron a buscar ayuda fuera de sus fronteras porque allí no existían los medios para tratar una enfermedad que nadie se atrevía a diagnosticar. Salieron en busca de tratamiento a un hospital en Houston (Estados Unidos).

Les dijeron que Sebastián tenía una enfermedad sin cura: síndrome de mielodisplasia asociada a monosomía 7. Esta situación despertó en Mónica una fuerza que no sabía que tenía. Empezó a ver a su hijo sano en su mente y corazón, antes de verlo con sus ojos. 

Dos años duró el tormento del monstruo de la muerte hasta que el pequeño se recuperó. Ni los médicos supieron explicarlo.

Un nuevo país

En 2016 Mónica se mudó a Panamá, llena de ilusiones al comenzar otra etapa con su esposo. Para ese tiempo ya tenían tres hijos. 

Estaba emocionada en un país que la abrazaba con palmeras, sol radiante y dos mares. Al poco tiempo, un nuevo dolor llegó a su corazón: su madre fue diagnosticada con cáncer de mama, después de haberse recuperado de cáncer de tiroides. 

Viajó a Bogotá, donde le preguntó al médico el porqué de esa enfermedad. “Hábitos alimenticios”, respondió él. 

Ella había empezado a investigar, porque batallaba con un desorden hormonal. Acudió a seminarios con galenos que además de intentar mitigar síntomas, trataban de descubrir la raíz de las enfermedades.

Una oportunidad para crecer

Ahí comprendió el poder de la buena alimentación, así como los efectos de los malos alimentos. Aunque desde los trece años a Mónica le apasionaba la cocina, no imaginó que las enfermedades podrían ser el impulso para levantar un negocio de comida sana. Así nació Monique Cuisine, el 4 de julio de 2022. 

Hoy Mónica inventa, produce y promueve una variedad de productos. Pasa sus días estudiando, cocinando y cuidando de su hogar, para tener los mejores ingredientes curativos, con vitaminas y antioxidantes. 

Mientras terminaba de contarme su historia, le pregunté: “¿Qué mensaje darías a los lectores de esta crónica? Ella respondió: “Estar pegada a la fuente, que es Dios, me ha hecho entender que todo lo que vivimos tiene un propósito. Problemas, enfermedades, dificultades y obstáculos son oportunidades para crecer, para sacar lo que hay dentro de ti, dar primero a los tuyos y luego a los demás”. ¡Asentí con mucho orgullo, pues aquella mujer es mi madre!

«Nadie puede construir un mundo mejor sin mejorar a las personas. Cada uno debe trabajar para su propia mejora». Esa reflexión pertenece a Marie Curie, una física y química oriunda de Polonia, nacida el 7 de noviembre de 1867. Su infancia transcurrió en Varsovia, en el seno de una familia de maestros, donde era la menor de cinco hermanos. Su padre, al igual que su abuelo, era profesor de Física y Matemáticas y su madre también se dedicaba a la docencia.

Desde niña, Marie mostró gran interés y capacidad para estudiar. En un lugar donde las mujeres tenían prohibido hacerlo, ella decidió romper todas las reglas e irse a formar en una escuela clandestina en la que cualquiera podía entrar, llamada la «Universidad Flotante». Sin embargo, se cansó de tener que esconderse para poder hacer lo que amaba: aprender. Unos rumores que escuchó de que había una universidad en Francia que aceptaba mujeres, la llevó a tomar la decisión de emprender un largo viaje, junto a su hermana, para entrar a La Sorbona.

Marie desde muy pequeña amó los metales y los magnetos, a tal punto que tendía a pasarse todo el día analizando estos junto a otros minerales. Lo que más le gustaba hacer con ellos era incinerarlos, para luego derretirlos y filtrarlos y entonces quedarse toda la noche despierta viéndolos brillar. Con estos juegos y su curiosidad descubrió dos elementos radioactivos a los cuales llamó Radio y Polonio, el último llamado así por su ciudad de origen. Gracias a estos descubrimientos se convirtió en la primera mujer en ganar el Premio Nobel; y no una sola vez.

Sin embargo, en ninguna de las dos ocasiones quiso ir a recibirlos. Como científica, fue nombrada directora del Instituto de Radio de París, en 1914. Además, gracias a ella se fundó el Instituto Curie.

Se casó con Pierre Curie, el cual estaba tan obsesionado con el trabajo de su esposa que dejó de lado el suyo, para ayudarla. Con él tuvo dos hijas: Irène Joliot-Curie y Ève Curie. El 19 de abril de 1906 su esposo tuvo un accidente cuando una carroza lo arrolló y terminó matándolo, lo que sumió a Marie en una profunda tristeza. A pesar de eso, ella no se detuvo y continuó haciendo lo que más quería: seguir investigando.

Lamentablemente, el 4 de julio de 1934 la científica falleció en Passy, Francia, debido a una anemia plástica, provocada por la alta exposición a los elementos radiactivos con los que trabajaba. Los restos de Marie Curie y su esposo descansan en el Panteón de París.

Toda su vida pudo dedicarse a los trabajos que más adoraba. Fue la primera profesora de la Universidad de París y la única en recibir el Nobel, tanto en Física como en Química, lo que nos deja bien claro que no se debe subestimar el poder de una mujer. Ahora es recordada con respeto y admiración por su valentía y por todos sus grandes descubrimientos científicos.​

Esta es la historia de una chica que no se rindió y que siempre siguió adelante. A pesar de los obstáculos, era feliz con su trabajo, con su familia y amigos. Dentro de lo que cabía tenía una vida normal como la de cualquiera.

Un día de 1990, Magdalena conoció al que iba a ser el papá de su hijo, ese niño que vino a cambiar de forma positiva su futuro. Todo iba muy bien hasta que el esposo decidió irse del país y la dejó sola con su pequeño. Ella siempre tuvo mucha fe en sí misma y no se detuvo ante este revés. Se sintió una mujer dichosa, pues aceptó ser madre sin la presencia de un hombre.

Siempre había luchado por lo que quería y una vez recibió el pago por su trabajo se quiso comprar un carro. Una de sus amigas le recomendó a alguien que vendía autos a buen precio. Ella llamó al comerciante y él amablemente respondió, empezaron a hablar, todo iba muy bien. Magdalena adquirió su vehículo y quedaron en comunicación.

Poco tiempo después se encontraron de nuevo, ya que sus trabajos estaban bastante cerca. Eso les permitió convivir más, pasaron tiempo juntos, tenían una buena conexión, se entretenían y se mostraban mucha confianza.

Uno de esos tantos días Magdalena le conversó a Alexander sobre su niño y del problema con su padre ausente. Él tomó la noticia de la mejor manera, quiso conocer y tratar al pequeño, quien por entonces tenía solo dos años. Alexander decidió hacerse cargo de la criatura cuando pasó a ser el novio de Magdalena. Luego llegó el día en que decidieron vivir juntos.

Un tiempo después se casaron y el niño oficialmente tenía un padrastro. Todo iba muy bien, como lo esperaban. Después Magdalena salió embarazada de una niña, los padres reaccionaron con mucha alegría y ansias de poder tenerla entre sus brazos.

Los niños crecían. Un día Alexander salió a comprar el almuerzo, en el camino se encontró con una mujer linda y carismática. Desde ese momento cambió su carácter, tenía un pésimo comportamiento con su esposa.

Magdalena empezó a notar algo diferente en la forma de ser de su esposo, nada parecido con el hombre de antes. Una tarde en que su marido dormía, sonó su celular y ella se vio en la necesidad de contestar, fue cuando se dio cuenta de la infidelidad.

Se sintió muy mal ante semejante descubrimiento. Cuando Alexander despertó vio su ropa recogida en unas maletas. Magdalena le pidió el divorcio. El marido le rogó que hablaran y que arreglaran su delicada situación, aunque ella, con dolor en su corazón, le contestó con un rotundo no.

Pero, a pesar de todo, ella lo amaba, y él a ella. Alexander era consiente de su error y estaba arrepentido. Magdalena le dio una nueva oportunidad y le volvió a abrir su corazón. De a poco la relación mejoró y siguieron adelante. Hasta el día de hoy luchan por su matrimonio, dando todo por ellos y por sus hijos.

Mi bisabuela Sofía Barreras de Omais, de 76 años, es una colombiana maravillosa. Te podrías sentar con ella horas escuchando las magníficas e interesantes historias sobre su vida, de cómo vivía en su tierra natal o cómo era la época cuando era adolescente. Es un ser muy admirable, mi ejemplo a seguir.

A sus diecisiete años se casó en Barranquilla, Colombia, con mi bisabuelo Khaled Omais, conocido como Calixto. Poco después se mudaron al Líbano y fue un cambio difícil, ya que ella no sabía nada de árabe, el idioma de ese país.

Después de años juntos tuvieron siete hijos: cinco niñas (Shahrazed, Saidy, Oliva, Aishy y Sumaya) y dos varones (Abuzaid y Hussein). Mi bisabuela, aparte de ser una persona íntegra, es una excelente madre.

Con el paso del tiempo sus hijas e hijos se casaron. Hoy, la mayoría ha formado su propia familia. Un día mi bisabuelo enfermó y lastimosamente falleció. “Fue algo muy duro, una despedida muy fuerte”, dijo la bisabuela. La idea de que no iba a volver a ver al amor de su vida, simplemente le dolía.

La familia estuvo junta por ocho días, pero después, cuando todos se fueron, mi bisabuela se quedó con su hija menor, Sumaya, de trece años, viviendo en una casa llena de recuerdos de mi bisabuelo. Luego de la muerte de su amado, se convirtió en musulmana.

La escuela comenzó y Sumaya asistió a sus clases regulares, lo que significaba que mi bisabuela pasaba todo el día sin compañía. Y con el paso de los años Sumaya se casó y fue la última hija en irse del hogar.

Por ese tiempo, mi bisabuela tuvo un derrame que le afectó una de sus piernas y su yerno, o sea mi abuelo Fayze Omais, y la hija de mi bisabuela, mi abuela Saidy Omais, la llevaron a una clínica, con los mejores médicos. Se repuso de aquel trance y nunca se echó para atrás, siempre siguió adelante por ella y por sus hijos. Actualmente vive sola y a veces come donde sus hijas o ellas van a visitarla y cocina sus típicos y deliciosos almuerzos.

Siempre he querido que mi bisabuela venga aquí, a Panamá, para que aprenda de la cultura de mi hermoso país. Ella me mostró que no importa qué tan mal estén las circunstancias que nos rodean, hay que intentarlo; y que siempre en un lugar oscuro encontraré alguna luz que me guíe. También me enseñó que soy capaz de lograr mis metas e inspirarme al ver cómo ella luchó por su familia.

“¡Viva la libertad!”, gritaba la icónica y legendaria patriota Rufina Alfaro, quien gracias a su lucha por la independencia ahora es un gran ejemplo para las niñas y mujeres panameñas.

Su existencia es motivo de un gran debate, ya que no se tienen documentos que confirmen la misma. En el artículo “Rufina Alfaro: ¿mito o realidad histórica?», publicado en el Semanario, de la Universidad de Panamá, el investigador de esta casa de estudios superiores, Antonio Menéndez, menciona que hay un marcado contraste que da fe de su veracidad, pues los primeros pasos independentistas surgieron en la provincia de Los Santos, y en los años recientes al heroico acto no desmintieron la presencia verdadera de la aguerrida dama.

Ana Elena Porras, directora de Cultura de la Universidad de Panamá, ha argumentado que, durante siglos, la historia fue escrita por la mano del hombre y los nombres de las mujeres osadas fueron olvidados de manera sistemática. La profesora menciona que algunos historiadores istmeños niegan la existencia de Rufina Alfaro, sin embargo, hay evidencias parroquiales encontradas por el sociólogo santeño Milciades Pinzón, en torno a que hubo un personaje importante en La Villa de los Santos. Agrega Pinzón que tenía el nombre de Gumersinda Alfaro y posiblemente ella sea nuestra Rufina.

Pese a las opiniones, el pueblo panameño la venera como una mujer que luchó para conseguir la libertad. Aparentemente causó intereses amorosos entre los españoles que se encontraban apostados en La Villa de Los Santos. Al gestarse las ideas de emancipación, ella decidió junto con otros voluntarios unirse a los planes de un alzamiento popular en aquel lugar.

De acuerdo a diversas documentaciones publicadas sobre la heroína, el 10 de noviembre Segundo de Villarreal designó a Rufina Alfaro, aprovechando la intimidad de la joven con los soldados, para que espiara el movimiento dentro del cuartel e informara la situación de los militares, con el fin de realizar la gesta sin derramamiento de sangre.

Al entrar al cuartel, Rufina se percató de que los soldados estaban totalmente distraídos; aprovechó ese momento y dio las señales a sus compañeros para rodear el lugar, sin oposición de los militares. Posteriormente fue convocado un cabildo abierto donde La Villa de los Santos fue nombrada como una “ciudad libre”.

Este hecho histórico es conocido como el Primer Grito de Independencia de La Villa de los Santos. La participación de Rufina Alfaro fue culminada abruptamente después del hecho, además de que su nombre no aparece en el Acta de Independencia de La Villa de los Santos, lo que refuerza su carácter legendario y demuestra su condición de víctima del patriarcado.

Aunque su existencia es incierta, todos sabemos que siempre va a ser recordada y admirada por su osadía y valentía en la lucha por la emancipación de Panamá gritando fuerte y claro: “¡Viva la libertad!”.

En conclusión, después de investigar sobre Rufina Alfaro y leer sobre la historia de este personaje, a pesar de que su figura resulte dudosa, la considero una mujer digna de admirar para quienes hemos escuchado de ella. Creo que todos los ciudadanos deberíamos por lo menos conocer y compartir sobre esta legendaria mujer panameña que ha marcado un hito en nuestra historia.

Minda creció bajo un cálido sol y una refrescante brisa que recorría las hermosas praderas como si le sonrieran a una vida llena de flores blancas y negras. Con todo su futuro por delante, la lista joven quedó embarazada. Al enterarse, su madre la alejó de la casa y ella tuvo que arreglárselas sola.

En el ínterin conoció a una pareja de buhoneros que viajaba y vendía finas y coloridas telas. Minda, con el afán de proteger a su hijo y salir adelante, lo dejó al cuidado de sus hermanos mientras ella emprendía un viaje junto a dichos vendedores para aprender sobre el negocio; el objetivo era adquirir experiencia y emprender el suyo más adelante.

La joven siempre decía que la dedicación y la honestidad eran los valores que la llevarían a ser «alguien». Tan provechosa fue la experiencia, que obtuvo lo suficiente para pagar la educación de su hijo. Sin saber leer ni escribir, logró generar suficientes ganancias económicas y, sobre todo, fama.   

Era la amiga del pueblo, iba de un lado a otro. Ella no conocía la serenidad. Siempre cuestionó las reglas y era curiosa. Un día vendiendo y al siguiente día manifestando su opinión. En fin, quién la entendía. En la época del presidente y militar Jacobo Arbenz (entre 1951 y 1954) salía a manifestar y apoyar al pueblo que pedía mejores condiciones de vida.

Minda pensaba más allá del cuadro que se le presentaba. Tener esa visión era su más grande virtud. Sin embargo, tanta fue su aventura que terminó por aburrirse; así fue, no hay otra explicación. Quería dedicarse a algo diferente; no sabía leer, pero conocía el valor del dinero y decidió empezar una abarrotería y, nuevamente, generó mucho dinero.

No podía estar quieta, en sus venas corría la astucia. Frente a la abarrotería había una gasolinera donde los viajantes y camioneros llegaban. Aprovechó esto y se decidió a venderles café y pan; sus clientes estaban felices. Claro, ya no era Minda, a secas; ahora era doña Minda. Siempre encontraba la manera de sacarle ventaja a las situaciones que se le presentaban. Los campesinos decían que era impredecible: “¿Qué hará ahora?” 

De nuevo, Doña Mina se aburrió y quiso emprender algo más, pero sabía que tenía que dedicarse a completar la educación de su hijo, por ello tuvo que sacrificar varias opciones que pensó. Envió a estudiar a su hijo a Jalapa, a un internado en Antigua Guatemala. Su más grande y anhelado sueño era ver a su hijo en lo más alto, ser un profesional, y para ello tuvo que sobrellevar sacrificios en el camino. Finalmente, su anhelo se cumplió y su retoño marcó el principio de una nueva generación.

Empezó sabiendo nada y terminó sabiéndolo todo. Se atrevió a mucho, arriesgó demasiado, y el que arriesga, gana. Fue una dama de acertadas decisiones.

Los secretos de una inspiradora y admirable mujer, quien subió las escaleras hacia el paraíso luego de vivir 82 aventuras en los diferentes senderos de montañas azarosas, las cuales también estaban llenas de flores…