La familia González-Valdez es feliz, aunque fiestera. Si de genética hablamos, cada uno de sus integrantes tiene un problema en común: la necedad. Tienen fama de ser muy obstinados, decididos e incluso agresivos. Y si alguien les reclama ese comportamiento, acostumbran decir: “Es lo que Yiya nos heredó”. Pero ¿quién es Yiya y por qué es tan importante para este clan?
En un pueblo de la provincia de Chiriquí, para el año 1934, Isaura Acosta trajo al mundo a una niña a quien llamó Elidia Valdés. Desde muy pequeña mostró ser alguien independiente, cualidad que desarrolló aún más al sufrir el dolor de la muerte de su padre, cuando tenía solo cinco años.
Su madre tuvo que pedir a sus hijos que trabajaran el doble para suplir lo que antes el papá aportaba. En aquella región y para esa época las niñas se quedaban en casa, ayudaban en los oficios y tenían la comida lista cuando los varones llegaban. Pero Elidia era diferente, ella era la que salía al monte, mientras sus hermanitos menores se quedaban en el hogar.
Por estar dedicada al trabajo, no pudo asistir a la escuela; no sabía leer ni escribir. Lo suyo era el trabajo físico, donde sí era muy buena. Incluso salió victoriosa de varias riñas donde quedó involucrada. Recuerdo cuando ella contaba con todo orgullo sus trifulcas y líos de la infancia y adolescencia: “La agarré del cabello y estrellé su cabeza contra el suelo… Le pegué con mis propios puños para enseñarle la lección”, eran algunas de sus anécdotas.
¿Orgullosa? ¡Claro que lo era!, y lo dejaba notar con su tono de voz y la sonrisa con la que contaba sus historias. Con la edad, su memoria la traicionaba y repetía las mismas andanzas, pero a nadie le importaba, todos se divertían mucho escuchando sus cuentos una y otra vez.
En su juventud, Elidia conoció a José González mientras era cocinera ayudante para los trabajadores que construían el ferrocarril. Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y pronto engendraron a cuatro retoños. Infortunadamente, José quedó desempleado y enfrentó problemas para mantener a sus hijos. Por recomendación de familiares y amigos decidió trasladarse hasta el otro extremo del país, la provincia de Darién, animado por los testimonios de hombres que se habían lanzado a la aventura y les había ido bien. Él también se alistó para abandonar la provincia de Chiriquí en busca de otras oportunidades. Pero se fue solo, dejó a su mujer en casa con sus cuatro niños y con el quinto que venía en camino.
Al pasar el tiempo, José logró concretar algo en Darién, volvió con buenas noticias y listo para llevarse a su familia. El nuevo panorama fue difícil para Elidia porque tuvo que decidir entre quedarse con su madre y su familia natal, o ir a establecer la suya en un lugar distante. Optó por la última, aunque con dolor en su corazón.
En Darién la familia siguió creciendo, como creció también el gusto de José por la vida fiestera. Aunque él nunca demostró ser realmente casero. Trabajaba duro, sí, pero solo cumplía con las obligaciones básicas del hogar y parte de su salario lo malgastaba en alcohol y mujeres. La mujer entendió que le tocaba a ella sola garantizar la seguridad y las necesidades de sus once hijos.
Y claro que lo hizo, se las ingeniaba para atender a sus niños y apoyar también a su esposo en el trabajo. ¿Cómo lo logró? Bueno, con aquella independencia que la caracterizó desde niña y con la fuerza con la que creció. Para mí estas cualidades la hacen un ser especial.
Por su carácter y la vida dura que enfrentó, Elidia no era una mujer muy expresiva o amorosa, no obstante, tenía formas de mostrar afecto a los suyos. Y su familia también la quería. Hasta el día de hoy sigue siendo muy recordada, después de más de dos años de su fallecimiento.
En las reuniones de los González-Valdez siempre se habla de doña Yiya, de sus historias maravillosas, de la buena mujer que fue y de cómo varios miembros de la familia son necios al igual que ella. Sobre todo, del éxito que tuvo Elidia en transmitir a sus descendientes ese espíritu de lucha, protección y perseverancia por los suyos.