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Y así concluyó esta historia y empezó un nuevo paso de mi vida…

*Unas semanas antes*

— ¡Ah, qué sueño!

Eso expresé yo mientras mi madre me despertaba diciendo que se hacía tarde para tomar el vuelo.  Me levanté con los ojos llenos de lagañas a las 4:30 de la madrugada de un 20 de agosto. Estaba cansado porque el día anterior me demoré preparando las maletas. Me fui a bañar y vestir, media hora después tenía que partir, si no iba a llegar tarde, aunque salimos una hora antes, pero bueno, ya listo a las 4:48 a.m. salí de mi casa.

El paisaje era hermoso, como de pintura, un amanecer rojo y amarillo como los pétalos de un girasol. Distraído con el paisaje no me fijé de que ya habíamos llegado al aeropuerto (fue menos tiempo de espera del que yo imaginaba). Subí al avión y adentro puse mi celular en modo avión, y despegamos. Unos 48 minutos después aterricé en el aeropuerto Enrique Maleck, en la ciudad David, provincia de Chiriquí.

Afuera del aeropuerto me recogió mi familia y nos fuimos a la casa. En la tarde de ese mismo día salí a pasear un rato: fui al mirador de Boquete, donde se sentía la brisa de la montaña que repasaba el río Calderas con sus rocas llenas de musgos y agua muy helada, realmente hacía mucho frío, como si estuviera en un paisaje de nieve. Luego llegué a una tienda de dulces llamada “El monje del cacao”, que se destacaba por sus ricos chocolates a base de esta semilla. También estuve en un lugar llamado “La viuda del café”, en donde hay deliciosas clases de cafés, incluyendo la famosa variedad Geisha.

Continué mi recorrido visitando una feria. Vi varios puestos de comida, accesorios artesanales, juegos, ropa, cafés y gorritos de telas; me tomé varias fotos e hice amistad con una vendedora de juegos, me divertí bastante.

Cansado por el paseo me dirijo hacia la cabaña de mi tío, en Boquete.  Con el frío de la noche y el brillo opaco de las estrellas por la neblina llegué muy cansado, me acosté en la cama, descansé un rato para ir a cenar comida tradicional, con aros de maíz nuevo y chicharrón.

Finalizada la cena salimos al portal y vimos las estrellas que seguían opacas por la neblina; escuchamos sonidos que son propios de lugares rurales: el agua caer, los búhos en las ramas y el croar de las ranitas.

En la sala estaban mis primos jugando monopolio y divirtiéndose con las historias de horror que contaban mis tíos, como “La llorona”, relatos que los mantenían con caras asustadas. Estos son algunos de los mejores recuerdos de la infancia.

Regresé tres años después a esa hermosa región, visitando los mismos lugares, queriendo encontrar a todas esas maravillosas personas, pero recibí una triste noticia: aquella señora tan cariñosa del “Monje del cacao” había fallecido, aunque pude encontrar a su hija, a la que le dije lo bella que fue su madre conmigo.

Gilberto es un famoso reportero de Panamá, conocido por sus investigaciones de salud por toda Latinoamérica. Se especializa en hacer investigaciones sobre el ambiente desde las partes más recónditas de Latinoamérica hasta las más limpias, y por eso hoy le traigo uno de sus reportajes.

Abril de 2020, cerca de un lugar conocido en Panamá como Cerro Patacón,  un vertedero ubicado en la ciudad capital, y que es el más grande del país.

La basura es y ha sido un terrible problema para la nación desde hace mucho tiempo.

Este vertedero, debido a la gran cantidad de basura, sufre el peligro de colapsar e inclusive perjudica a las comunidades aledañas. Por esta razón se está considerando cambiar su ubicación en el año 2023. Es un área donde los trabajadores pueden sufrir accidentes y enfermedades: fácilmente les podría caer algo y quedar heridos, o desarrollar una neumonía.

Recuerdo que cuando estaba llegando a Cerro Patacón en el transporte, desde que vi el lugar a lo lejos, por primera vez logré contemplar desde la ventana todos los montones de basura. Mi primera sensación fue un gran asco. Pero al bajar sentí nauseas por el paupérrimo olor que expedía. Sentí deseos de vomitar. En mi vida había visto algo parecido. Sentí también gran pesar al saber que era un lugar donde vivían muchos animales y donde había naturaleza y agua, pero que todo había sido destruido y convertido en un  lugar inhóspito.

Siguiendo por la zona permitida, estuve con una guía llamada Martha, quien fue  muy amable y me mostró toda la zona. Me enseñó cómo se colecta la basura y cómo se organiza en el vertedero de forma controlada. Me dijo que una de las maneras de llevar la basura al vertedero era mediante unos contenedores que fueron instalados en las vías principales, zonas de difícil acceso, centros comerciales, etc. Para que, en unas semanas, los camiones los llevaran al vertedero.

Algo muy preocupante del lugar es que después de que sea trasladado a otra parte, dejará una enorme huella en el lugar en el que estaba. Será una zona con gran contaminación y probablemente no permita crecer árboles u otros cultivos de manera correcta. Además,  toda la basura tendrá que ser trasladada a otra zona para contaminar aún más y seguir arruinando el ambiente del país.

Si seguimos tirando y creando aún más desechos, Cerro Patacón será un peor enemigo para nosotros ahora y principalmente en el futuro, arruinando el ambiente del país, contaminando todas las zonas en las que se instale. 

Por eso, les quiero instar a no botar tantos desechos. A usar menos plástico, a reutilizar y a reciclar. Así no habrá tanta basura en Cerro Patacón. Si todos ponemos nuestro granito de arena, no botando, sino reciclando todo lo que pretendemos desechar, podremos deshacernos de este gran problema que es Cerro Patacón, que hoy constituye un mal  presente y un peor futuro para Panamá.

Para mí los viajes son como un escape de la realidad, un pasaje a lo fantástico…

Provengo de la provincia de Los Santos y suelo viajar hacia allá cuatro veces por año: para los carnavales, Semana Santa, Año Nuevo y festividades de mi pueblo.

En el mes de abril, durante la Semana Santa, fui a pasar algunos días con mis abuelos que residen allá, en su casa de playa.

Aquel día cuando iba en camino, a eso de las 3:30 p.m.,  me asombré mucho cuando miré  por la ventana y pude observar un río muy contaminado con basura, bolsas plásticas, colchones…

En el momento reflexiono para mí misma: ¿Qué le pasará al ser humano para ser capaz de tirar basura en un lugar tan valioso?  Observo a mi mamá y hablamos sobre el tema durante el camino. 

Luego hicimos una parada a comprar algo para aguantar un poco el hambre; y después de 4 horas y 10 minutos logramos llegar a nuestro destino.

Recuerdo lo emocionada que me sentí al ver a mis abuelos, tíos y primos, quienes nos estaban esperando y nos recibieron con abrazos abiertos, miré hacia la playa y quedé fascinada con la escena: el mar estaba en calma y la brisa me traía el hermoso sonido de las olas al romper sobre la arena. Pasaron un par de minutos y mi abuela me preguntó si deseaba comer, le dije que sí y me dio un plato con arroz, carne frita y lentejas, eso ocurrió a las 8:10 p.m.

Pasaron los minutos y las horas y me comenzó a dar un gran sueño, así que me dormí.

Me desperté a eso de las 7:30 a.m., mi abuela me dio un rico desayuno, reposé un momento, bajé a la playa para bañarme en una pequeña piscina en la que el agua no pasaba de mis rodillas. Disfruté ahí un rato y luego fui al mar, el agua me llegaba hasta el pecho. Tenía un gran temor de que algún animal (aguamala, mantarraya) me picara.

A la mañana siguiente, fue entretenido volver a realizar las actividades del día anterior.

El último día bajé muy feliz a la playa con mis 15 primos, nos metimos a lo profundo del mar y el agua nos llegaba hasta la barbilla. De pronto, entre tanta diversión, sentí que algo me comenzaba a arder horrible en la pierna derecha. Les grité a todos mis primos que iba a salir, y lo hice rápidamente. Ya en la arena observo muy preocupada que mi pierna estaba súper roja. Me acerqué a mis padres y le muestro.  Mi mamá me revisa y dice que lo más seguro es que me picó un aguamala, me ponen hielo y se me calma el dolor, me quedé reposando y dormida hasta el día siguiente.

El día de partida visité otra playa y volví a quedar impactada. ¡Wao, qué horror, estaba muy sucia! En realidad espero que aprendamos a valorar estos lugares en los que muchas familias se reúnen para tener bellos recuerdos y vivir momentos agradables.

El 14 de junio de 2019 tuve la oportunidad de viajar a la Isla Coiba, una de las joyas naturales de Panamá, situada en el Pacífico, al sur de la provincia de Veraguas.

Para conocer este hermoso lugar viajé hasta Santa Catalina, playa reconocida por tener un oleaje perfecto para surfear. Turistas nacionales y extranjeros frecuentan el sitio por la conexión directa en lancha rápida al bellísimo Parque Nacional Coiba, donde se encuentra la isla. Allí llegué junto a mi familia y nos hospedamos en un hotel. Al día siguiente tomamos la excursión en bote por un costo de 60 dólares por persona, que incluía un equipo de esnórquel, guía local y agua para refrescarnos durante todo el viaje.

Cuando llegamos a nuestro destino, el guía señaló que Coiba es la isla más grande del archipiélago, ahí se encontraba la colonia penal que fue utilizada por el gobierno panameño durante los tiempos de la dictadura y que albergaba hasta 3000 prisioneros. Esto permitió que el paraíso ambiental se encontrara desolado y conservara sus recursos naturales. En 2004 la prisión fue demolida, y gracias a un movimiento ambientalista se logró el estatus legal para que la reserva natural fuese declarada parque nacional y al año siguiente Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Seguimos el recorrido y llegamos a un museo con información acerca de los animales terrestres y acuáticos que habitan la isla, como el pez marlín o pez vela, conocido por ser uno de los más veloces del mundo. Yo aprovechaba cada rincón para tomar fotos. Queríamos avanzar, pero se hizo de noche, así que volvimos al hotel. Además, teníamos que descansar porque al día siguiente bucearíamos.

Al amanecer nos dirigimos hacia la isla. Apenas llegamos, fuimos directamente a sumergirnos en el agua. Admirar ese mágico mundo lleno de colores, formas y animales tan peculiares fue una sensación de libertad y paz. No pude filmar allá abajo, sin embargo, la experiencia resultó única y provocó en mí reflexiones acerca del cambio climático. Y es que los efectos negativos de la crisis ambiental están afectando a miles de especies marinas, el aumento de la temperatura en el mar provoca el blanqueamiento y la pérdida de tejido de los arrecifes coralinos.

El viaje ya había terminado, pero quedé cautivado. Ver los asombrosos paisajes de nuestro territorio me hizo aprender a valorar nuestro medio y apegarme de forma emocional y consciente a los recursos naturales que necesitan de nuestra ayuda.

El Parque Nacional Coiba posee el arrecife coralino más extenso de Centroamérica, el cual provee alimento, protección costera e ingresos a las personas alrededor. Además, un cuarto de toda la vida marina depende de estos ecosistemas para obtener alimentos y refugio. Desde pequeños peces, como los moluscos, hasta especies más grandes, como la tortuga, al igual que aves acuáticas y un sinfín de animales más dependen de estas comunidades marinas tan frágiles, que podrían desaparecer en las próximas décadas debido al calentamiento global por la forma como que se utilizan los recursos naturales. Es por ello que el manejo sostenible de los arrecifes de coral y del ambiente es fundamental para construir un futuro habitable para todos.

El paraíso se arruinó el día que la muerte cruzó por mi sendero. Era increíble, estaba muy emocionada de estar aquí. Algunos de mis amigos que ya habían visitado estas tierras me hablaron muy bien de Panamá. Por eso yo, Catherine Johannet, decidí subir un avión desde los Estados Unidos hasta este país en forma de “s” acostada.

Planeé visitar algunos sitios. El 28 de enero fui al Archipiélago de San Blas. En isla Ina me encantó el mar azul, aunque en realidad era transparente, pero un efecto en el agua la hacía ver de ese color. El mar se conjugaba con las palmeras que estaban en la arena. Las hojas se movían a causa del viento.

Decidí refrescarme en el agua. Llevaba puestos mis lentes oscuros para protegerme de los rayos del sol. Me tomé una foto mostrando las bellezas naturales a mi alrededor, y la subí a Instagram. “I found paradise and it’s called Isla Ina” (Encontré el paraíso se llama Isla Ina), escribí.

Era 2 de febrero del año 2017. Faltaba poco para volver a mi hogar, en los Estados Unidos. Me encontraba ahora en Isla Colón, en la provincia de Bocas del Toro, hospedada en un hostal reconocido.

A las 10:30 a. m. estaba preparada. Quería seguir explorando. Hoy la aventura era en Bastimentos, una de las islas más bellas de Panamá, donde está la famosa playa Red Frog. Bajé a la recepción e informé sobre mí. Quería experimentar todo sana y salva.

Vi que tenía dos opciones para llegar a la playa. La primera era navegar en una lancha, viaje que me costaría alrededor de siete dólares. Luego, bajar en un sitio llamado Tortuga y caminar por un sendero seguro donde debía pagar cinco dólares para ingresar.

La segunda opción era también subirme a un bote, que me llevaría a Bastimentos, pero luego tendría que adentrarme en un bosque. Este plan era perfecto para mí, una aventurera deseosa de explorar y experimentar, para tener una conexión con aquel ecosistema.

 Mis piernas se movían con total calma, mientras observaba el relajante paisaje. Todo iba muy bien, pero de pronto pude sentir cómo una estructura chocaba contra mi cabeza por detrás. Una piedra enorme me había golpeado. Un hombre asaltó mi sagrado cuerpo y se aprovechó de mí. 

Johannet ya no estaba aquí. Mi sonrisa y emoción se transformaron en algo sin brillo ni vida. Mis esperanzas se habían borrado de la faz de la tierra.

Fui una noticia que conmocionó a los panameños por el viaje sin retorno de esta aventura.

¿Cuántas veces has recorrido la plaza 5 de Mayo? Si las has visitado al menos una vez, probablemente has podido observar una gran edificación, siempre cerrada, donde nunca entra ni sale gente. Déjame informarte que ese edificio es el Museo Antropológico Reina Torres de Araúz, el cual lleva más de veinte años sin operar.

Este museo es considerado un monumento nacional e histórico, y cuenta con más de dieciséis mil piezas arqueológicas, antropológicas y artesanales provenientes de la época precolombina, las cuales son de suma importancia debido a la poca información que se ha recopilado sobre esta era, sin olvidar que es un recate de nuestra identidad. Incluso, se puede encontrar molas y polleras de los antiguos grupos indígenas. Adaptó su nombre de la doctora Reina Torres de Araúz (1932-1982), una apasionada antropóloga, profesora y etnógrafa panameña, quien dedicó su vida a clasificar, recuperar y defender el patrimonio histórico de Panamá. 

Actualmente se realizan obras de reconstrucción y restauración en el museo. Esto se evidencia al pasar por la plaza. Una nube de polvo envuelve el aire, las vallas rojas no permiten el paso de los transeúntes alrededor, el edificio del museo está cubierto por una tela verde que no deja ver hacia adentro y los andamios cercan el lugar. 

Pese al cierre, este 2022 el Ministerio de Cultura (MiCultura) ha realizado recorridos para que el público y periodistas sean testigos de los avances de las obras. Por supuesto que al enterarme me apunté de inmediato al plan del 21 de mayo. Empezamos la gira por las grandes puertas del museo, adentro hay fragmentos de madera en las ventanas, ladrillos despedazados en el piso, galones de pintura blanca y torres de ladrillos; hombres con sus cascos y planos caminan de un cuarto a otro. Lo más preocupante son las fisuras en el techo, las filtraciones que suponen un gran problema, las tejas dañadas que no han sido cambiadas y cierta corrosión en las cerchas, según comentó la guía del lugar.

Es triste que las puertas de este centro de exhibiciones se hayan mantenido clausuradas, porque la generación actual no ha podido ver todo el patrimonio cultural de Panamá que allí se esconde. Me causa impotencia saber que incluso hay más museos inhabilitados desde antes de la pandemia o que otros son poco conocidos debido a la escasa publicidad o por la falta de cultura de los panameños.

Es fundamental que los centros educativos instruyan a los jóvenes con información de estos lugares que guardan no solo tesoros históricos sino también obras de arte, que ayudan a aumentar el conocimiento y la experiencia sensible de la sociedad de una forma entretenida. Es momento de hacer campañas y encuentros familiares para incrementar el número de visitantes. Hay que recuperar la identidad de los museos, y para lograrlo, se necesita voluntad e inversión económica de las autoridades.

Estoy ansiosa por la reapertura del museo, quiero recorrer sus rincones y trasladarme a un mundo lleno de conocimiento y cultura. Este monumento contará en el piso inferior con cuatro salas de exhibición permanente y dos salas de exhibición temporal, auditorios, cafeterías, azotea de acceso público y elevadores que cumplen con accesibilidad universal. Además, un edificio especial de resguardo para mantener las piezas conservadas y la nueva museografía. 

El Museo Antropológico Reina Torres de Araúz reabrirá sus puertas en el segundo trimestre del 2023 con la intención de revivir uno de los edificios más antiguos y abandonados de la capital.

Junio 14 del año 2021. Confieso que no soy una persona positiva ni con motivaciones, me cuesta tener una razón para levantarme en las mañanas y algunas veces no encuentro sentido a seguir viviendo en un mundo desastroso. Pero ese mes fue algo diferente a los anteriores, que siempre resultaban aburridos y repetitivos, el mismo cuento, la misma rutina, la misma canción y un confinamiento de dos años por la pandemia.

Ese día sucedió algo inesperado, fue una hermosa sorpresa el anuncio hecho por mi padre: “Nos vamos para Santiago”.

Toma casi cuatro horas llegar desde el corregimiento de Tocumen hasta Santiago, en la provincia de Veraguas. Son 277,5 kilómetros de distancia.

Partimos a las 3:00 p. m. Fue un viaje en automóvil muy largo, pero divertido. Al principio todo estaba callado, cada quien metido en su mundo. Mi padre manejaba despacio, ya que es cauteloso a la hora de manejar; mi madre dormía y mis hermanas miraban videos por el celular. Mientras tanto, yo contemplaba el lindo paisaje del camino: observé una linda casa en medio de un lugar boscoso y empecé a imaginarme una vida ahí. Siempre he querido residir en lugares así, y es gracioso porque sé que no voy a pasar mucho tiempo en el campo debido a que no es mi lugar preferido; pero es lindo soñar, por lo menos eso dice mi mamá.

Llegamos alrededor de las 8:30 p. m. a la ciudad de Santiago, como mencioné, mi padre conducía muy lento.

Paramos en un restaurante de comida rápida, en cuanto salimos del auto mi hermana de ocho años se quejó de que se le había dormido el trasero de tanto estar sentada. Todos empezamos a reír, fue el primero de muchos momentos divertidos durante el viaje, en el que disfrutamos pasar tiempo en familia.

Cuando terminamos de comer seguimos nuestro destino hacia Río de Jesús. Era de noche y quise hacer una broma a mis hermanas: para llegar a ese pueblito debíamos pasar por lugares con muchos árboles y eso me permitía asustarlas diciéndoles que venía la Llorona por ellas. Fue tanto el miedo que provoqué en el ambiente que hasta yo misma me espanté cuando de la nada mi papá frenó en seco; lo primero que pensé era que se trataba de aquel ser mitológico porque mi madre gritó, pero era solo una zorra cruzando la calle.

El susto terminó en muchas carcajadas, al punto que me dolía el estómago de tanto reír. Cuando llegamos a Río de Jesús ya era medianoche, en la casa nos llevamos una gran impresión: había caballos por todos lados y casi atropellamos a uno. De repente vimos a mi abuelo, de cincuenta y ocho años, gritando en pijama. Fue muy gracioso, al parecer los caballos querían ser los primeros en darnos la bienvenida.

Después de ayudar a mi abuelo a meter los caballos en el corral nos fuimos a dormir, ya era muy tarde, casi la una y media.

Al despertar, el sol ya había salido, aunque no pude dormir bien por la emoción. Todavía no terminaban las sorpresas: esa misma mañana llegaron mis primas y mis tíos, y desde ese momento pasamos unas divertidas vacaciones en familia.

El lunes, 21 de enero de 2019, a la 1:00 a. m., mi familia y yo llegamos a la Gran Terminal Nacional de Transporte de Albrook para tomar un autobús de la ruta Panamá-Santiago. Poco después de cuatro horas arribamos a la capital veragüense y abordamos otro transporte, Santiago-Viguí, que nos llevaría a la entrada de San Bartolo en aproximadamente 45 minutos. Desde la parada nos esperaban entre 15 y 20 minutos más de camino para llegar al caserío. 

San Bartolo es un corregimiento del distrito de La Mesa, en la provincia de Veraguas, con una población de 2440 habitantes, según el Censo del 2010. Un pueblo de personas humildes que cuenta con escuela, iglesia, centro de salud, cooperativa y corregiduría; también un pequeño parque para el entretenimiento de los niños. Su fauna y flora son hermosas, y tiene un río de régimen mixto, el famoso charco Lagarto, que conecta con el río San Pablo. 

Las casas en San Bartolo están construidas con bloques y solo cuenta con dos viviendas de barro o quincha, las cuales ya muy poco se ven. Los lugareños se dedican a la agricultura, algunos de los alimentos que siembran son: frijoles, arroz, maíz, plátano, banano, ajíes, yuca y ñame que cultivan especialmente para el sustento de la familia.

Mientras avanzaba sentía alegría por llegar a la casa de mi abuela, por eso, cuando la tuve cerca nos dimos un cálido y emotivo abrazo. Luego saludé a mi abuelo, mis tíos y mis primos. 

Al observar las montañas llenas de neblina me pareció que venían hacia mí con el dulce y fresco amanecer. Apreciar el pasto verde y las flores con los colores más hermosos que he visto me dio una sensación de libertad.

Después del almuerzo, como de costumbre, mi familia y yo estábamos listos para ir al río cerca de la casa de mi abuela, a solo cinco minutos. Allí nadamos, reímos y jugamos hasta el cansancio. Conversamos y merendamos algunas botanas que llevó mi tía y que mis primos pequeños también aprovecharon para dar de comer a los peces.

A las 4:00 p. m. regresamos a casa, cenamos y casi todos mis primos decidieron ir al parque, ya que aún teníamos mucha energía para continuar la diversión. 

La vida en el campo para algunos es simple o quizás aburrida; sin embargo, para mí es muy divertida porque hay libertad para caminar sin riesgo a que te asalten o que alguien del barrio a quien no le caes bien te busque pleitos. En definitiva, te puedes divertir en un ambiente sano. 

San Bartolo es ideal para el viajero que desea hacer turismo rural, pues ofrece espacios de relajación, bienestar y una buena calidad de vida, sobre todo para el profesional jubilado que desea vivir en un ambiente tranquilo cerca de vecinos amables y a pocos minutos del centro comercial Santiago Mall.

Te presento al cerro Cabra, catalogado como domo volcánico extinto, esto quiere decir que se formó por la lava, mas no por un cráter, durante el periodo cuaternario. Debido a su altura fue considerado como un punto de extracción de oro para los aborígenes del periodo Cubitá, quienes lo llamaron Jefe. 

Declarado bajo acuerdo municipal como área protegida en el año 2012, se encuentra ubicado en la provincia de Panamá Oeste, distrito y corregimiento de Arraiján; colinda con los corregimientos de Veracruz y Cerro Silvestre. Su extensión es de 468 hectáreas y su altura aproximada de 512 msnm, tanto así que lo consideran como el pulmón verde de la zona. 

Sorprendentemente, es el sello y la representación de las instituciones más importantes del distrito, entre ellas el Municipio, Consejo Municipal, centros educativos y organizaciones que operan dentro de la demarcación. Sin embargo, no es suficiente. Cada minuto que pasa las personas toman posesión de las tierras del cerro como si fueran dueños de sus recursos. Entonces, de nada vale que sea una insignia simbólica —y subrayo que es simbólica—, porque no hacen nada por conservarlo, protegerlo o regenerarlo, y esto ocasiona su desestabilización.     

Es el punto natural más alto de Arraiján, desde su cima logras ver el cerro Ancón. Es el único altozano que divisa el Océano Pacifico y sus islas Taboga y Otoque. Además, puedes observar los dos enlaces que conectan con la ciudad de Panamá: el Puente Centenario y el Puente de las Américas.    

 Ahora que lo conoces, te invito a que nos hagamos estas interrogantes: ¿Por qué los arraijaneños no luchan por conservarlo?  ¿Será que no conocen su valor cultural y ambiental?     

Quiero contarte que, a pesar de ser fuente de vida para muchas comunidades, en sus faldas hay canteras de extracción de piedra caliza que ya llegaron a su límite, sin embargo, se les ha cedido más espacio para seguir explotando el recurso. Así, el cerro pronto morirá, las hojas de sus árboles se marchitarán, los animales migrarán o morirán con él y peor aún, el agua no fluirá y se perderá.  

En el 2019 una pisada sacudió las tierras del cerro, avivó su color y le dio notas al canto de las aves. Una joven llamada Stefany Peñalba le devolvió la esperanza al lugar con la Fundación Alianza Verde por Panamá. Actualmente la organización se encuentra en el desarrollo de tres proyectos que buscan beneficiar a la comunidad por medio de la conservación ambiental. Primero, la regeneración cultural del agua; segundo, la reforestación, forestación y arborización de toda su extensión y zonas afectadas por el hombre, que busca fortalecer el afluente del agua; y tercero, el turismo regenerativo, donde los vecinos se transforman en guías locales. 

Te invito a que conozcas la extensa riqueza biológica del cerro Cabra y los procesos sistemáticos que se interrelacionan en su extensión. A través de las giras que realiza la fundación junto a entidades afines tendrás la oportunidad de observar animales como el mono jujuná (especie en peligro de extinción), serpientes, tucanes, ranas cristal y otros que reposan en las sombras de los gruesos troncos de las especies endémicas. ¡Quedarás maravillado! 

Las molas son un arte indígena muy hermoso, que te atrapa por sus tejidos y sus radiantes colores. Y no hay mejor lugar para entenderlas en su máxima expresión que al visitar el Museo de la Mola.          

Este centro cultural es un proyecto que explica al visitante la importancia y la belleza de esta manifestación ancestral. Está ubicado en el Casco Antiguo de la ciudad de Panamá, en un edificio que parece una antigua casa europea. No importa dónde mires, siempre habrá una mola para contarte una historia: cómo fue creada, qué quieren decir sus diseños o el significado de sus colores. A veces las obras tienen animales, otras lugares o bien figuras mitológicas.

En mi recorrido admiré todas, pero me cautivó ver un mostrador en el que se exhibía el proceso de costura y transformación de las telas para llegar a sus luminosos estampados. 

Las molas son una expresión del pueblo guna, uno de los grupos originarios del país. Estas obras de arte las cosen a mano, en paneles con diseños complejos y múltiples capas, con una técnica llamada appliqué inverso. 

Una de las molas exhibidas daba pistas de cómo las hacen: tiene tres capas de telas, cada una con una función muy importante. La primera se usa de fondo y suelen emplear colores como el negro o el rojo vino, mientras que en la segunda cortan la forma que desean crear en la mola. 

Ya en la tercera, los gunas cosen a mano pequeños pedazos de tela cortados con distintas formas y colores. Cada color utilizado tiene un significado: el rojo al planeta Tierra, el naranja a la sociedad y el amarillo refleja el sol y a la felicidad. Luego los tonos oscuros como el verde representan a la madre tierra; el azul al espacio cósmico y el morado a la ideología indígena. 

Los gunas tienen tres formas de inspiración para las molas: la naturaleza, las formas geométricas y los símbolos. 

Mirando todas las piezas de telas del museo fue inevitable comparar los colores de las telas con el óleo, la acuarela o el acrílico de los cuadros. Sus diseños se basan en bocetos hechos a lápiz. Pensé en ese instante que ese lugar estaba repleto de un arte único, hermoso y deslumbrante. Eso es la mola.