Una historia de perseverancia
El 16 de noviembre de 1978, en el Hospital Manuel Amador Guerrero, provincia de Colón, nació la protagonista de esta historia: Vanessa Valencia, quien siempre se ha destacado por ser vivaz, extrovertida e ingeniosa. Ella tuvo una infancia llena de mudanzas, momentos felices y otros con dificultades, pero siempre ha tratado de ponerle una buena cara a la vida.
A los once años, después de vivir en otros domicilios, Vanessa se mudó de nuevo a su natal Colón e ingresó a sexto grado, recibió mucho bullying en la escuela; a pesar de las dificultades, logró ser el primer puesto de honor en ese grado.
En séptimo se cambió al colegio La Asunción de María, en esa época tuvo muchos problemas de baja autoestima, derivada mayormente del dolor por la ausencia de su padre y una madre poco cariñosa; no obstante, comenzó a acercarse a Dios y a encontrarle sentido a su vida.
Vanessa oraba, participaba en la Iglesia y hablaba con Dios tanto como pudiera. Asegura que gracias a Él encontró su vocación como trabajadora social, enseñando la palabra a niños de áreas en riesgo social y llevándolos a la congregación los fines de semana.
Eso quitó la nube negra que sentía sobre sí y le mostró el camino que debía seguir: entender que, independientemente de las dificultades, tenía un padre celestial que la amaba, que la eligió para ser salva y que absolutamente siempre estaría con ella; la ayudó a vivir marcando cada paso con felicidad.
En la vida adulta, uno de sus mayores retos ha sido ser madre. Vanessa tiene dos hijos, el mayor padece de una enfermedad rara, la enfermedad de Addison, cuyo tratamiento hay que realizarlo de por vida. Esto la ha llevado a abrir una asociación de pacientes con seis años cumplidos y tiene un grupo en Facebook con más de 1300 personas de habla hispana.
Al principio la comunidad era oculta y el objetivo era conversar sobre las situaciones por las que podría pasar su pequeño y así apoyarse con otras personas con historias similares; así fue hasta que una vez en el hospital le regalaron unas pastillas de un niño que tenía una enfermedad rara parecida a la de su hijo, pero había fallecido. Con el pesar que tenía, Vanessa comenzó a orar y sintió cómo en su corazón Dios le decía: «En secreto no ayudas a nadie».
Fue entonces cuando Vanessa entendió lo que debía hacer, cambió la configuración del grupo a «público» y comenzó a llegarle gente en manada, la sensación de ayudar a tantas personas fue muy reconfortante y al mismo tiempo fue subsanando todas las dudas y preocupaciones acerca de tener un hijo con esta condición.
Actualmente, Vanessa es parte de la Fundación Ayoudas, que conciencia sobre las enfermedades raras. Esto la ha llevado a tener diferentes aventuras.
La historia de Vanessa me fascina, porque convirtió cada tropiezo en una oportunidad, que como peldaños en una escalera la llevaron cada vez más arriba. Gracias a su manera de abordar la vida pudo convertir la oscuridad en luz e iluminar a mucha gente siendo una influencia que les ayuda a seguir adelante, a pesar de los obstáculos.