A nuestras inolvidables maestras Olga y Arelis Castillo
Muchos hemos considerado a nuestros maestros y maestras como segundos padres y madres en nuestra preparación educativa.
En la ciudad de Panamá, corregimiento de Santa Ana, existe aún la pequeña y hermosa escuela Juan Demóstenes Arosemena que, a pesar de ser golpeada por los años, sigue en pie. Allí trabajaron dos hermanas maestras, a quienes llamábamos las Castillo, por su apellido; ellas fueron inicialmente auxiliares de limpieza y laboraban en trabajos administrativos en los almacenes de insumos y materiales de ese centro educativo.
Ambas eran mujeres que, a pesar de su humildad, siempre lucían muy pulcras y bien arregladas, adornadas con sus collares “de bolas” con las que siempre se han identificado.
Por su destacada entrega, les concedieron estudios en la categoría de trabajadoras. Olga y Arelis egresaron de la Facultad de Educación de la Universidad de Panamá y empezaron a ejercer su profesión de maestras. Se enamoraron tanto de su trabajo, que dedicaron la mayor parte de su vida a la docencia.
Ahora, en el 12.° grado en el Instituto Nacional de Panamá, algunos compañeros revivimos ciertas anécdotas con ellas. El día estaba soleado, nos postramos bajo las sombras de un árbol de mango, el ambiente se tornó muy sano, unos hablábamos de clases y maestros, otros sobre las experiencias y ocurrencias vividas y, de pronto, dimos un salto al pasado.
Les comenté a mis amigos cómo recuerdo mucho, a través de maestras y profesoras con el mismo carisma, a nuestras inolvidables Olga y Arelis Castillo, mujeres llenas de sabiduría y bondad.
Como maestras nos enseñaron con lujos de detalles tópicos de ciencias sociales, historia y ciencia, crearon en mí interés y cercanía a la historia universal. Ambas se esforzaban día a día para enseñarnos el mundo a través de la escritura; las clases de ortografía y lectura fueron algo genial, era como viajar a través de la enseñanza.
Para mí, para mi hermana y primos cercanos sus lecciones fueron fascinantes. Eran maestras con un conocimiento enorme y las más nobles que hayamos conocido.
Lo notable de ambas fue su amor por la vida y la entrega incesante hacia sus alumnos, pues siempre estaban dispuestas a ayudar a todos los que se les acercaban.
Cada vez que vamos de visita a nuestra querida antigua escuela, las vemos muy ancianas y frágiles, pero tenemos en la memoria el tesón y las enseñanzas de esas maestras inolvidables. Nos acercamos y les hacemos recordar quiénes somos para agradecerles que hayan estado en nuestras vidas, porque debido a sus valiosas enseñanzas hoy somos jóvenes sobresalientes y de bien .
El tiempo corre muy deprisa, muchas veces quisiéramos que se detuviera, pero es absurdo. Esas apacibles maestras ya se han jubilado, pero nunca podrán retirarse de las memorias y de los corazones de niños y niñas que tuvieron el privilegio de ser sus estudiantes.