—Si quieres conocer una verdadera aventura para tus historias, arremanga tu camisa y ponte tus botas más fuertes—, me dijo un buen amigo. 

A partir de ahora, me advirtió, me contaría con pelos y señales su viaje de ensueño, subiendo unos tres mil metros hasta la cima del volcán Barú, que guarda la mejor vista de todo el país y donde el cielo estrellado está más cerca que nunca. 

El Barú es uno de los principales sitios turísticos de Panamá, ya que es el punto más alto del país. Siempre me han fascinado las alturas, el viento golpeando la cara, todo tan diminuto y extenso a la vez. Mi amigo contaba que subirlo tomaría entre seis y doce horas. 

“Para la subida solo llevamos lo esencial como agua y comida, sabíamos que teníamos que ser cuidadosos, ya que nos podíamos encontrar ciertos animales, como las serpientes”, empezó contando. 

A él no le afectó la altura porque estaba entrenado, pero no era el caso de algunos de sus acompañantes. De hecho, uno de ellos se desmayó. 

El camino era traicionero y extremo, pero ese era un factor que estaba dispuesto a superar a cambio de alcanzar su meta. Por ratos se apartaba del grupo con el que subió, para disfrutar del paisaje en silencio y sumirse en sus pensamientos. 

—Después del largo viaje vi algo que hizo que todo valiera la pena —saltó mi amigo. 

Me dejó intrigado su emoción y con los gestos de mi cara entendió que esperaba una respuesta rápidamente. 

—La belleza del cielo desde la cima cuando ya es de noche —contestó. 

La belleza para él era una infinidad de estrellas, cada una más reluciente que la anterior. “Me daban ganas de agarrar una y llevarla de recuerdo”, dijo. 

Mi amigo se dio cuenta de lo fascinado que estaba escuchándolo así que me invitó a una escalada, ya no al Barú sino al cerro Chame, una pequeña montaña a una hora de la capital. Para él, un paseo más por el parque; pero una verdadera travesía para mí. 

El Chame es pequeño en comparación con el Barú, pero eso no quita crédito a sus imponentes quinientos metros de altura.

La subida no fue fácil, viajar por un sendero rocoso e inclinado me hacía perder fuerzas en las piernas, pero saber que la cima se acercaba me mantenía animado. Por el camino pude ver sapos raros y variedad de insectos, uno de ellos me pegó un susto posándose en mi cara. Ya más próximo de la cumbre vi a un equipo de rescate, un miembro de ese grupo se había torcido el tobillo. Tengo que admitir que sentí miedo pensando que ese podía ser mi destino. 

Un par de paradas más para tomar agua y finalmente llegué. Vi el letrero que señalaba la cima y me sentí satisfecho. Caí de rodillas mientras veía un panorama contrastante, un área urbana y un paisaje rural, ambos igual de majestuosos. Podía apreciar el mar y ver desde donde comencé el recorrido.

Después de recuperarme, tomé unas fotos para celebrar mi proeza y recordé que hacía falta solo un detalle… tarde o temprano, tendría que bajar nuevamente.