Ni el amor es una jaula ni la libertad es estar solo.

¡Quién diría que una sonrisa escondería tanto dolor! Esta es la historia de una mujer que fue abusada, humillada y utilizada por su esposo. Incluso la obligaba a vender droga para su beneficio. Y poco a poco ella fue entrando en un círculo del que sería casi imposible salir.

La primera vez que la vi fue en un bello día soleado, donde algunas nubes pintaban el cielo haciéndolo lucir más hermoso de lo usual. Junto a sus hijos, Daniela González caminaba hacia su hogar con pasos seguros, lucía feliz. Nunca imaginé que detrás de aquella sonrisa se ocultaba tanto sufrimiento.

Al pasar el tiempo, en un día nublado y frío me dirigía con mi abuela hacia el edificio de color marrón, con dos pisos de treinta apartamentos. De pronto veo a Daniela, quien en ese momento ya era mi amiga, tirada en el suelo, despeinada, con su rostro golpeado y la mirada perdida. Quedé impactado. No sabía qué hacer. Me acerqué para ayudarla y pude percibir que una llama latía en su pecho, pero no de temor, sino de agotamiento. Abrió sus ojos lentamente y me miró fijo.

Secándose las lágrimas, entre sollozos, Daniela murmuró: «Estoy cansada de sufrir abusos de parte de Ismael, sus malos tratos y humillaciones me abruman». Se levantó y se dirigió a su apartamento a pasos lentos. Quedé totalmente desconcertado al ver cómo la arrastraba el viento de su angustia.

Al día siguiente fui a su casa con el pretexto de jugar con sus hijos, pero la verdad es que quería saber cómo seguía. Al acercarme a la puerta escuché que alguien lloraba. No me detuve y toqué. Hubo silencio, y luego fue Daniela quien abrió. Me dijo que sus hijos estaban dormidos, pero me invitó a pasar.  Entré y eché un vistazo, muchos pensamientos se apoderaron de mí. Se sentía un ambiente hostil. Ella se sentó en el borde de la cama y empezó a desahogarse.

—Me siento ahogada, no sé por qué Ismael me hace sentir así. Me trata como un objeto. Todo lo que hago le molesta. Tengo ganas de…

—No sigas —le pedí.

No sabía qué decirle. Me invadió un sentimiento de tristeza. Solo la abracé y lloré junto a ella. Luego intenté animarla: “Tranquila, saldrás de aquí, eres una mujer fuerte, no te rindas”.  Daniela, aún con el alma en pedazos, me abrazó y dijo: «Eres como ese hijo que siempre quise tener. Sé que me comprendes. No deseo que mis hijos sigan pasando por esto. Saldremos de aquí, los amo y no dejaré que él nos haga más daño. No sabes cuánto agradezco tu presencia y respaldo en este momento. Gracias, muchas gracias».

Ella sabía que no sería fácil escapar de su realidad. Ese hombre insistiría hasta verla sin fuerzas para continuar su vida. Pero asumí que tomaría las decisiones necesarias. Me despedí y cuando había avanzado varios metros me crucé con el esposo. Me detuve. Y a corta distancia vi cuando llegaba a casa y ella salía a enfrentarlo. Me sorprendió que, aunque Daniela estaba casi sin fuerzas, le reclamó con firmeza: «¡¿Qué haces otra vez aquí?!». Él respondió: “Vengo cuando quiera y hago aquí lo que yo quiera”.

Entonces Daniela lanza un grito desesperado: «¡Ya no aguanto más! Mis hijos sufren por ti, no te da vergüenza que ellos observen cómo me maltratas, estoy harta de esta situación, no merezco vivir esto». Aquel hombre se llenó de ira y vi cuando le pegó. Los niños se pusieron a llorar y le gritaban: “¡Papá no le pegues a mamá, no le pegues más!”. Ella como pudo se zafó, lo empujó y lo amenazó: «Donde me vuelvas a buscar te juro que no dejaré nada de ti». En ese momento Daniela tomó a sus hijos y se alejó de él.

No podía creer lo que había presenciado. Pensé: se llegó el momento, seguro ella tomará la decisión de separarse definitivamente.

Pasaron unos meses. Un día la encontré por casualidad. Me alegré mucho de verla cambiada. Hasta lucía más joven, su mirada segura, su cabello brillante y vestía muy bien. Me contó que la fuerza de voluntad la había llevado a vencer el miedo y ponerle un alto al maltrato físico y emocional. Lágrimas empaparon sus mejillas. Mi corazón latió de felicidad al escucharla.

Daniela empezó un negocio independiente que fue su soporte económico para seguir adelante. No se rindió y salió de esa cárcel en que vivía, decidida a no ser más esclava del temor.

1 comentario
  1. adielbonillam
    adielbonillam Dice:

    Te felicito por tu crónica, Luis. Es la mejor de tu grupo y de las mejores que he leído en este proyecto.
    Te haría solo dos observaciones.

    Al inicio escribes: Ni el amor es una jaula, ni la libertad es estar solo.
    Por regla general, no se escribe coma antes de la conjunción «ni», porque ella en sí misma actúa como conector, por lo que no es necesaria la coma.
    «Ni el amor es una jaula ni la libertad es estar solo».

    Luego la historia es muy intensa, pero con un final rápido. De hecho, me quedó la duda de cómo esta mujer valiente logró salir de este cuadro de abuso y violencia.
    Solo dices: Me contó que la fuerza de voluntad, vencer el miedo y ponerle un alto al maltrato físico y emocional.

    Pienso que puedes explicar un poco qué lo que te contó, relatar algo de esa decisión de cambiar y fuerza de voluntad que ella tuvo. Y es que de cierta forma eso es el desenlace de la trama que vienes contando en la crónica.
    Si agregas algo de lo que te relató para salir del abuso, será también un mensaje de ánimo para otras personas que vivan situaciones lamentables como esta, un mensaje de esperanza, pero también de acción para el cambio.

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