El Casco Viejo de Panamá fue declarado en 1997 por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Está rodeado de calles de ladrillos y edificios de múltiples colores. En 1673 era el corazón de la ciudad de Panamá y hoy alberga al corregimiento de San Felipe.
Es un centro cultural e histórico, donde abundan inmuebles importantes como el Teatro Nacional o el Museo del Canal, así como restaurantes con exóticos murales que decoran sus paredes. En uno de esos establecimientos de esparcimiento fue donde una dichosa niña tuvo el honor de bailar frente a una audiencia selecta.
Fue un 25 de noviembre. Eran las 6:30 p.m., cuando el sonar de unas campanas retumbó en los alrededores. Josenid Mosquera, de 13 años, sentía la presión de participar en uno de los bailes típicos más hermosos y reconocidos de Panamá: El Punto, que fusiona la elegancia, la melodía y una coreografía refinada. No cualquiera tiene la oportunidad de bailar ese clásico nuestro, y encima, ante personas de otros países que estaban emocionados de apreciarlo.
Su padre, Eligio, le decía a Josenid que este baile le recordaba su época, cuando entre 1988 y 1991, siendo joven, bailaba en el Conjunto Típico del Municipio de Panamá.
“¿Estás lista, hija?”, preguntó Eligio.
“Sí, pero con un poco de temor”, contestó Josenid, vestida con una hermosa pollera blanca.
Al escuchar las primeras notas musicales, Josenid sentía que se le salía el corazón del susto y de los nervios. Ella sabía que ese era un momento único y no quería cometer ningún error. Estaba tan contenta y emocionada de poder honrar a su cultura panameña.
Eligio, con 46 años de experiencia en bailes típicos, estaba orgulloso de bailar en compañía de su hija.
De hecho, Josenid solía preguntarle por qué las personas de otras latitudes se llenaban de emoción al ver los bailes típicos de Panamá. Él respondía que la razón era que, al ser un país compuesto por diversas culturas, se maravillaban al ver hermosos bailes, cuyos orígenes provenían de Europa, de África y de los pueblos originarios que habitaban el istmo antes de la llegada de los colonizadores españoles.
Ponía como ejemplo de esa diversidad el baile Congo, El Punto, El Atravesao y el Bullerengue. Le compartía que otra prueba de esa mezcla de razas y procedencias se reflejaba en nuestra gastronomía: arroz con guandú, el ceviche, los tamales, los bollos y el saus.
Su padre también hacía referencia a la diversidad de animales que hay en el istmo panameño. Como muestra el águila harpía, que es el ave nacional del país, que simboliza nuestra soberanía, pero que está en peligro de extinción como el jaguar, el tapir y la tortuga carey.
El baile terminó y la pareja compuesta por padre e hija recibió sonoros aplausos por parte del público. Después de refrescarse con agua, Josenid y Eligio participaron de una sesión de fotos en diferentes lugares emblemáticos.
Uno de los puntos fue la Cinta Costera, ubicada a lo largo del paseo marítimo que recorre Punta Paitilla, la Avenida Balboa y el Marañón; el recorrido también incluyó sectores del Casco Viejo, que fue fundado en 1673 como consecuencia del incendio que asoló a lo que se conoce en la actualidad como Panamá La Vieja y el ataque que ésta sufrió de manos del pirata Henry Morgan. Otro sitio escogido para la sesión fotográfica fue los alrededores de la iglesia Santa Ana, templo católico que fue fundado en 1678 y está ubicado en el corregimiento que lleva el mismo nombre.
Luego del amplio recorrido, Josenid fue para que le ayudaran a quitarse su pollera de gala, los tembleques blancos, sus zapatos de satín y el maquillaje. Después fueron a celebrar todo lo obtenido a un restaurante.
Cuando llegaron a casa, la joven todavía no podía creer que había realizado ese baile tan especial, y que pudo hacerlo tan bien. Aún no asimilaba que la fotografiaran y le tomaran videos turistas procedentes de Cuba, Colombia y Venezuela. Josenid estaba muy feliz. Aquel fue uno de los días más importantes de su vida. Uno de sus sueños se había hecho realidad.