Era lunes, 8 de febrero. Alrededor de las seis de la mañana la luz del sol se reflejaba sobre los edificios en la ciudad de Panamá, cuando la señora Sarah, de sesenta años, se dirigió al parque de Paitilla para hacer sus ejercicios diarios.

Aunque era tan delgada que parecía una hoja de papel, le gustaba ir para despejarse al escuchar el canto de las aves, ver caer las hojas de los árboles y oír el relajante sonido de las olas chocar contra el muelle. Estaba sola, era un ambiente de paz y tranquilidad.

La señora Sarah estaba caminando por el muelle cuando de repente una ola, que le pareció de unos cincuenta metros, la tumbó al mar. Quedó paralizada, no pudo pensar, no sabía qué hacer, ya que nunca había aprendido a nadar. Ella estaba en el amplio mar que le llegaba hasta la punta de su nariz, casi rozando sus oídos y se estaba raspando con las filosas y puntiagudas rocas; su única opción era pedir ayuda. Mientras luchaba contra el agua gritaba: «¡¡¡Socorro!!!».

Calcula que luego de pasar más de cuatro minutos desgalillándose, milagrosamente, desde lo más lejos del parque, un muchacho la escuchó suplicando. El valiente hombre entró al sórdido mar con una larga rama del árbol para rescatarla. La mujer ya estaba cansada, no tenía más fuerzas, el joven nadó directamente hacia ella y después de luchar unos segundos contra la corriente logró alcanzarla.

La respiración era lenta, el pulso entrecortado, pero este hombre pudo escuchar a Sarah decir con voz aguda mientras temblaba de frío: “Gracias”.

La mujer se acostó en la grama para reposar y recuperarse. El joven revisó que no tuviera ninguna herida grave. Después de haber descansado por veinte minutos se sintió mejor.

Nicole, una jovencita conocida del barrio, se acercó y preguntó qué le había ocurrido. Sarah y el muchacho narraron lo sucedido, por lo que, impresionada, llevó a la señora a casa de su nuera Tamy, quien le preparó una taza de té con galletas, ya que estaba muy débil; desde la mañana no había ingerido ningún alimento.

Aunque Sarah se sentía bien, Tamy la acompañó al médico para que así tuviera una atención más profesional. El doctor confesó que la señora Sarah había nacido de nuevo. Todos quedaron sorprendidos y se dieron cuenta del gran milagro que había ocurrido.

Sarah fue una líder positiva en Paitilla, siempre estuvo dispuesta a auxiliar a quien lo necesitaba, es por eso que en el momento que ella buscó ayuda nadie dudó en dársela. Era mi bisabuela, una mujer tan bondadosa que su corazón era más grande que su pecho; transmitía calma y serenidad. Fue y siempre será un gran ejemplo para todos los que convivimos con ella.

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