En la historia mundial, la mujer ha estado marcada por la desigualdad y la inequidad, ocasionando que tenga poca participación en escenarios políticos, económicos, deportivos y sociales.

El fútbol es considerado uno de los deportes más populares —quizás el más popular— del mundo y donde hay mayor desigualdad de género. La historia de este deporte ha tenido una mirada en su mayoría masculina; sin embargo, se han dado algunos pasos para romper esta brecha de exclusión.

Keisilyn Gutiérrez es una joven panameña y futbolista profesional quien participó en las selecciones
sub-20 y mayor de Panamá.Toda la vida ha tenido el deporte en sus venas y en la actualidad es un ejemplo de inspiración para muchas jóvenes que desean empezar en este ambiente. 

“Desde pequeña me ha tocado jugar con los niños, no había mujeres cercanas que jugaran fútbol. Por suerte siempre he tenido unos padres que me apoyan en todo, siento que ese es el principal motivo de mi ascenso en este deporte, sin ellos, esta sería otra historia”, destaca Keisilyn.

Para la joven de veinticinco años lo más complicado de pertenecer a esta industria es salir de ese estatus impuesto por la sociedad, donde las mujeres no deben practicar esta actividad. “Siempre he sido criticada por jugar el deporte que amo, las amigas de mi madre me decían que el fútbol era para hombres y que debía dedicarme a otra cosa”, resalta. Pero la valentía y entusiasmo de la joven le han ayudado a sobrepasar ese tipo de situaciones y perseguir su sueño.

La joven, quien estudia para ser profesora de Educación Física, menciona que uno de los momentos más importantes de su carrera como futbolista fue cuando hizo su primer gol con la selección canalera. «Fue un sueño que desde niña siempre quise cumplir y lo logré; vestir el emblema nacional fuera de mi país es un honor que no todas tenemos”.

Hablando sobre goles, la anotación más importante de su carrera fue cuando marcó contra el Tauro F. C. “Ese día se jugaba la final, los nervios estaban a flor de piel, las probabilidades de perder eran muchas y ya se estaba acabando el partido, pero la manera como controlé el balón para luego realizar una finta, hizo que marcara uno de mis mejores goles; fue inolvidable la sensación de esa noche y la alegría que sentí”, recuerda orgullosa. 

Sin dudas, el fútbol le ha abierto muchas puertas a Keisilyn, a quien le han llegado distintas ofertas en el extranjero, pero su objetivo primordial es terminar su carrera universitaria; de hecho, enfatiza sobre la importancia de la educación en su vida.

En Panamá tenemos talento de sobra, solo faltan oportunidades. Keisilyn Gutiérrez es un ejemplo de constancia y es inspirador su trayectoria para convertirse en una exponente del fútbol femenino en Panamá que, lastimosamente, siempre ha sido la sombra del masculino. Pero, es hora de que cambien las cosas, y Keisilyn junto a otras destacadas deportistas están esforzándose para lograrlo. 

Desde las viejas épocas, las mujeres se daban a conocer por la posición y conexiones en la sociedad de su marido; pero, el 23 de mayo de 1922 ―lanzando por primera vez su llanto de vida― Petra Guerra Acosta llegó al mundo para cambiar esa realidad. Una tarde donde el sol alumbraba y el último capullo del guayacán florecía vio nacer a la cuarta joyita de sus padres, Jesús Guerra y Rosa Acosta, de un total de diez hermanos.

Aquel tiempo, colmado de buenos recuerdos, la niña tuvo el privilegio de cursar hasta el segundo grado de primaria; hasta que la crueldad de la naturaleza le arrebató su lazo más cercano. Era de tarde cuando su hermana Digna fue embestida por la fuerza de un descomunal rayo. Por primera vez Petra sintió en sus huesos la crudeza del dolor.

Luego de tres estaciones, aquella niña dolida encontró su lugar entre las notas de la caja, el dulce acordeón y el canto de la mejorana, cuyos ritmos alegraban su corazón. Un día, bajo el cielo repleto de estrellas, en medio del escenario silvestre, Petra danzaba a la luz de los candiles, provocando los suspiros de no pocos pretendientes atraídos por su jovialidad y ritmo. El conquistador fue Víctor Sánchez, de noble corazón, que logró compartir sus ideales de vida y formar una familia junto a la mujer a quien luego regaló su gran pasión.

Tras el paso de los años, con sus 15 hijos (de los cuales vivieron 12), la familia, ya estructurada y establecida en el pueblo de Sabana Bonita, hizo el esfuerzo para mandar a sus hijos a estudiar y darles lo necesario. Sin embargo, la vida los golpearía por segunda vez. Al nacer uno de sus retoños, su esposo, o el Viejo, como ella lo nombraba, enfermó de asma, y la gravedad no le permitía colaborar en lo esencial; se agotaba rápido y sus pulmones no resistían la pérdida de energía por la falta de aire. Aunque eso no detuvo la entereza de Petra para sacar adelante a sus muchachos y apoyar a su marido.

Todos los días, antes de las cuatro de la mañana, mucho antes de que el gallo de su vecina cantara, tomaba una guaricha, la encendía e iba al cerco a buscar el ganado de leche para ordeñarlo; al volver a casa preparaba el desayuno. Pan caliente y café con leche fresca era el manjar ofrecido por una diosa. Luego de dar la bendición a sus hijos, salía a la faena del campo, que le permitía tener comida en la mesa para su familia. Sembraba y cosechaba frijoles, plátano, yuca y lo que la tierra pudiera ofrecerle.

Al regresar a la casa, ya con el refulgente atardecer, Petra se sentía como bañada de luz ante el deber cumplido; prendía el fuego y preparaba la cena enseñando a sus hijos a colaborar con tareas sencillas. Gracias a que en aquel entonces entre vecinos se trocaban todo tipo de productos —los turistas también participaban—, a las amas de casa se les hacía más fácil surtir la mesa con cierto decoro, más disponer de agua fresca, recién sacada del pozo.

También vivió los sustos de toda madre cuando sus hijos enfermaban. Ella los cuidaba con desvelo, preparándoles tónicos de hierbas, heredados de la sabiduría popular. Así pasaron quince años… Petra, con el sudor de su frente y la dignidad como único escudo, logró sacar adelante a su familia; para entonces, el Viejo ya había superado el asma.

Luego de cincuenta años de unión, en 1962, en la Iglesia de El Carmen, contrajo matrimonio con Víctor Sánchez, y sus retoños fueron oficialmente reconocidos. Otra etapa de su vida había culminado en paz: sus hijos, hombres y mujeres de bien, y su esposo sano.

Irónicamente, la vida gira una vez más cambiando su estado de felicidad, y en el año 1994 Víctor Sánchez abandona el mundo de los vivos, a causa de un derrame. Actualmente, con 6 hijos vivos, 15 nietos y 17 bisnietos, Petra Guerra Acosta reposa en la terraza de su casa, en compañía diaria de tres de sus hijas; en su cómoda bata de casa, recibe visitas regulares de la familia. Mientras saborea una taza de café, sonríe agradecida y consciente de que en 2022 cumplió cien años, o como ella dice, “un quintal”, con la mente suficientemente clara para recordar aquellos versos de mejorana, que, en su juventud, le alegraban el alma.

«Ella es una mujer que nació para ser escrita. Su valentía y virtud bastan para plasmarla en mi obra infinita» (Alexander Solano).         

La historia de Melva Pinzón empezó a los trece años, ya que a esa prematura edad perdió a su madre y quedó bajo el cuidado de su padre; a pesar de eso, siempre fue una chica risueña y, aunque algunos días la abrazara la tristeza, decidió juntar sus pedazos rotos para crear una obra, ser arte en ruinas, mientras lograba reconstruirse.

Y así fue creciendo, hasta llegar a la etapa en donde pudo obtener su diploma de Bachiller de Comercio con Énfasis en Contabilidad, para luego empezar a trabajar en una casa de familia, donde se dedicó a limpiar y cuidar niños. A los veinte años el destino la sorprendió con su primer amor, el padre de su primogénita Kirian Montenegro.

Sin embargo, después del nacimiento la relación se fracturó, así que Melva tuvo que continuar con su vida y tomar la decisión de que el padre se encargara de la pequeña mientras ella trabajaba. Era una labor en conjunto para criar una niña sana y con buena autoestima; cada quince días Mel los visitaba y llevaba lo necesario para el sustento de su hija, a pesar de que viviesen a unos cuantos kilómetros de distancia. 

Al pasar el tiempo se dio la oportunidad de conocer a un nuevo chico, ya que decía que el hecho de que las cosas hayan sido difíciles antes no significaba que siempre lo serían. Entonces, formó un hogar con él y quedó embarazada, pero a los dos meses de gestación contrajo varicela, enfermedad que complicó el nacimiento del bebé y le provocó una parálisis cerebral.  

El pequeño Bolívar necesitaba rehabilitación y Melva lo llevó al Instituto Panameño de Habilitación Especial (IPHE), lugar donde además a ella le brindaron la oportunidad de poder laborar como trabajadora manual durante cuatro años. 

A partir de esa experiencia, tomó la iniciativa de ingresar a la universidad para poder especializarse en educación especial, decisión que le permitió trabajar en el IPHE como asistente de maestra, atendiendo a niños como su hijo. 

Melva tiene veintiséis años de laborar en esa institución, allí atiende alrededor de trece niños y luego se traslada a casa para estar con  Bolívar, quien a pesar de los pronósticos médicos llegó a los treinta. Cuando ella está ocupada, su hermana y una muchacha cuidan de él.  

A pesar de lo difícil que puede ser ejercer esta responsabilidad, Melva está agradecida de tenerlo, tanto es así que al momento de entrevistarla dijo: “Cuidaré a mi pequeño hasta el fin de los tiempos, porque no conozco de obstáculo ni de barreras que me limiten, ya que el amor de madre no entiende de imposibles”.

Por esto y por más, la señora Melva Pinzón es una mujer que nació para ser inmortalizada en una obra, ella es una dama que inspira. 

 

El 22 de octubre de 1979, en un cuarto repleto de gritos de dolor, lágrimas y llantos un bebé luchaba por salir, aunque fuese de forma prematura. La razón de este nacimiento antes de tiempo, era que la madre estaba sufriendo de una infección urinaria y tuvo que dar a luz, a pesar de que no estuviera desarrollado por completo.

Después de dieciocho arduas horas de parto, sintió por fin el aire de la habitación del hospital, y a la vez el frío de ser alejada del vientre materno. En cuanto nació fue llevada a una incubadora y pudo entonces sentir el calor artificial. A esta nena le pusieron el nombre de Aura Estela Quijano.

Su madre se quedó en el hospital y la niña pasó al cuidado de sus abuelos. La realidad era que su verdadero padre ni siquiera quiso que naciera, y su progenitora creía que era mejor que viviera con sus abuelos que con ella y su entonces pareja. Con ellos fue feliz, no tenía necesidades, recibía suficiente amor y comprensión.

Cuando Aura Estela tenía diez años, su madre quedó embarazada otra vez y luego una vez más; y fue entonces que decidió traer a su primera hija con ella. Las primeras noches resultaron muy difíciles, su costumbre era dormir con su abuela, pero ahora tendría que hacerlo sola en una habitación. En una ocasión fue a buscar a su madre para que se acostara con ella, pero solo recibió como respuesta una mirada fría y un sentimiento de rechazo. Así se dio cuenta de que nunca más alguien la acompañaría en sus sueños.

Tuvo que aprender a hacer todo por su cuenta: lavar su ropa, lustrar sus zapatos, planchar, organizar sus enseres, ayudar en la limpieza de la casa y hacer sus tareas. A veces cuidaba a sus hermanos y jugaba con ellos, aunque ellos tenían sus propias nanas. Con el tiempo logró acostumbrarse a esa soledad y luchó contra ella, sabía que si hablaba al respecto no le harían caso o no recibiría el consuelo deseado.

Llegó a graduarse del colegio. Entró a la Universidad de Panamá, donde asistió a la Facultad de Humanidades porque soñaba con ser profesora de Inglés. Ahora iniciaría una nueva vida, como una persona autosuficiente, alguien más fuerte y madura, que sabía qué decisiones tomar y por qué.

Mientras realizaba sus estudios superiores compartía apartamento con otros compañeros, gracias a sus padres tenía carro propio y un lugar donde descansar. Ellos garantizaban el recurso económico, eso era suficiente.

En su último año de carrera, además de mover a sus abuelos a una nueva casa para poder tenerlos cerca, conoció a quien sería su futuro esposo, Luis Carlos Pérez. También llevó a sus dos hermanos, que ya tenían 14 y 16 años.

Aura Estela se graduó. Luego de sortear muchas dificultades, consiguió su primer empleo en San Félix, al año pasó a Volcán, ambas comunidades ubicadas en la provincia de Chiriquí. Su deseo era trabajar en David. Algunos de sus compañeros la subestimaban y le decían que no sería capaz de lograrlo. Aun así, ella se esforzó, estudió noches enteras para ganar una beca y laborar en el colegio que deseaba.

Consiguió el anhelado, era profesora permanente y les enseñaría a sus estudiantes que tenían un gran futuro por delante. Todo avanzaba perfectamente: sus seres amados, su trabajo, sus alumnos, su casa… Se sentía muy completa. Pero, en el amor no hubo un “felices para siempre”, poco a poco su esposo se convirtió en un ser desconocido desde que ella tuvo siete meses de embarazo.

Él era indiferente, no pasaba tiempo en la casa, tampoco le importaba su futura hija ni la madre. Pasaba sus ratos de ocio en supuestas excursiones con otras profesoras y estudiantes del colegio en el que trabajaba; tenía aventuras con otras mujeres. Lo peor era que lastimaba a su esposa diciéndole todo lo que hacía.

Al octavo mes, la mujer dio a luz a su hija y pasó un día en coma. El doctor dijo a sus padres: “Solo un milagro podría salvarla”. Después de llantos y rezos, volvió a la vida.

Esto la hizo aún más fuerte de lo que ya era, con el corazón roto y hecho trizas por el hombre al que más amo, se divorció de él. Recuperó su libertad. Debía seguir adelante por lo que realmente era importante, su hija, sus abuelos y su trabajo. Ellos eran sus pilares. Así surgió de las cenizas del pasado y se convirtió en un nuevo ser.

Daniella Alejandra Goodridge es una joven deportista alegre, determinada, disciplinada y, como se dice en buen panameño, echada pa’ lante, ya que a su corta edad nunca se ha rendido y siempre ha logrado las metas que se propone.

Nació el 14 de abril de 2003. Sus pasatiempos son jugar flag (fútbol bandera), ir al gimnasio y, sin duda, probar el menú de nuevos restaurantes, pues ama comer. Está muy unida a su familia, son su pilar, y en este momento está tan lejos de ellos porque está estudiando fuera de nuestras fronteras. A pesar de la distancia, su clan es su apoyo incondicional.

Desde muy chica ha sido atleta y esto la ha llevado a conseguir gran parte de sus logros. Comenzó a jugar flag con tan solo nueve años. Este deporte ha sido un parteaguas en su vida.
Siempre ha tenido mucha energía y por ello practica otras disciplinas como la natación, el fútbol, la gimnasia, el karate y el baloncesto; pero, definitivamente el flag se convirtió en su todo, pues le brindó la oportunidad de estudiar en Estados Unidos. En este momento se forma en ese país gracias a su gran esfuerzo y talento.

Su rutina diaria es bastante agitada. Se despierta a las 5:00 a.m. para su primer entrenamiento, después va a sus clases regulares, luego tiene su segunda práctica del día, y por último, trabaja.

Como no todo es color rosa, ha tenido altibajos en su disciplina y la parte más difícil es no rendirse, pero su compromiso y el trabajo en equipo le han dado muchas lecciones positivas. Se ha mantenido firme y lucha hasta alcanzar lo que se propone.

Es una muchacha de muchas conquistas. Por ejemplo, ganó los premios COS Awards en la categoría mejor jugadora de flag football. Estamos hablando de una distinción nacional que reconoce a los mejores deportistas panameños en diversas disciplinas.

Ella es una motivación para quienes desean cumplir sus sueños, sin importar su situación; pues ha demostrado que trabajando duro se pueden conseguir las metas que quieres alcanzar. Ese es su mensaje para todos.

¡Qué irónica es la vida!, ¿no? Pues cada decisión que tomemos nos marcará para bien o para mal.

El inicio es evidente, mas no lo que quiere el destino; y así fue, ella estaba ahí, siendo amada por sus seres queridos, sin saber que estaba a punto de comenzar el largo camino de la vida.

En casa pasa su tiempo tejiendo o cocinando, recuerda los bellos momentos del pasado: cada instante, cada pizca de felicidad, mientras toma su primer café del día aun vestida con su bata. Pero ¿qué tanto recuerda? ¿Cómo ha llegado al punto en el que está?

Vamos desde el principio. El 7 de mayo de 1939 nació Domitila Saldaña, en un área rural de Dolega, en la provincia de Chiriquí. Allí pasó su niñez trepándose a los árboles de mangos y naranjas, mientras saboreaba sus frutos en compañía de sus hermanos, a quienes amó y tuvo muy de cerca.

Aunque era de escasos recursos económicos, siempre estuvo interesada por la educación, sus metas formativas eran su prioridad. Esto la impulsó hasta elegir una profesión: quería dedicarse a enseñar hasta el día de su jubilación. Con los años, juntando esfuerzo y disciplina, cumplió su sueño de ser educadora. Laboró en muchos planteles y lugares, siempre con esa chispa de alegría, desempeñándose de forma brillante.

Después de un tiempo fue seleccionada para ocupar un nuevo puesto de trabajo en Puerto Armuelles, donde formó su nuevo hogar. No sospechaba que en aquella zona costera encontraría a su único amor.

Además de su profesión como educadora, Domitila se dedicó a las labores sociales. Su incondicional servicio la llevó por el camino del éxito profesional, no solo por su pasión desmedida, sino también por disfrutar cuando ayudaba a las personas con hambre de aprender. Y mientras gozaba de ese baño de luz que la acercaba jovial y solícita a la gente, supo que su vocación espiritual le haría un nuevo llamado.

Su devoción hizo gala de la belleza del alma de Domitila, pues si algo resalta de esta valiosa mujer es su compromiso con la religión; su amor y su entrega eran las credenciales con las que se ganó el respeto de todos.

A decir de sus compañeros: “Ella brinda un servicio sincero a la comunidad, lo mismo liderando a las mujeres de la Iglesia y recaudando fondos para ayudar a las familias más necesitadas”. Y aunque el tiempo es implacable y se adueña de la lozanía juvenil de todos, poniendo el cuerpo a merced de los achaques de la vejez, Domitila ha tenido que continuar su faena colaborativa de otra manera, pero sigue sin descanso.

Sus amistades, aquellas memorias, los recuerdos de toda su existencia hoy siguen presentes… Observa un hermoso Jesús crucificado que adorna la cabecera de su cama y dice nostálgica: “Cada uno carga su cruz, aceptando el propósito que la vida nos tiene reservado. Hoy puedo cerrar mis ojos tranquila y conforme, pues todo lo que hice, lo volvería a hacer de corazón”.

La vieja Domitila Saldaña tiene consciencia de que está a punto de terminar su tiempo prestado aquí en la Tierra, pero mientras bebe su café, una vecina le pregunta si puede ayudar a entender una tarea de la clase de Español de su muchacho…

Mi inspiración es mi hermana Génesis Bernal, una de las mejores personas, pues me enseñó que todo se debe apreciar. En muchas ocasiones, los humanos cometemos el error de no valorar nada; sin embargo, ella promueve en la familia el valor del agradecimiento, porque cada día la vida es más complicada. 

Génesis posee otras cualidades que la hacen muy increíble y es que, sin importar qué tan mal esté, siempre te podrá escuchar y tendrá un consejo para ti.

Quizás muchas personas piensen que escribir sobre mi hermana es algo aburrido. Sé que no todos hablarán de alguien cercano. Seguramente, muchos destacaron a figuras públicas o alguien conocido, pero existe algo sumamente inspirador en el solo hecho de saber que ella siempre está conmigo, sea en las buenas o en las malas. Todavía no sé cómo le hace, pues dentro de su aflicción no duda en seguir de pie ayudando a los demás.

Uno de sus mayores pilares para seguir adelante es Dios y luego sus dos hijos. De adolescente no le fue bien y llegó a tocar fondo, pero supo cómo levantarse y seguir adelante. Dentro de su lucha por actuar de la forma correcta está poder brindar un poco de lo que no tiene a aquellas personas que lo necesitan. 

Génesis, siendo una vendedora inmobiliaria, ha salido adelante aun sin conocer a su padre, puesto que abandonó a la madre cuando le contó del embarazo. Al pasar los años, esta experiencia la ha motivado a ser esa hermana amorosa que brinda cariño, a ser desmedida con el afecto que da a los niños, quizás por eso es tan importante en mi vida, pues ha sido una guerrera junto a su madre.

Hay circunstancias en la vida que te hacen sentir inferior; sin embargo, al ver a su madre luchar sola por ella, Génesis ha sido una niña, adolescente y adulta ejemplar y ha sabido transmitir a sus seres queridos buenos valores. Enseña que siempre se debe luchar por ser mejores personas y buscar la manera de no cometer los mismos errores del pasado. Ella te invita a soñar y a hacer los sueños realidad.

María Ossa de Amador acordó rápido la hazaña con su cuñada Angélica Bergamota. Sería el 2 de noviembre por la noche, cuando con lámpara y máquina de coser en mano buscarían alguna casa abandonada en la ciudad para confeccionar la que sería la primera bandera de la República de Panamá, todo esto en medio de las tensiones patrióticas y en absoluta clandestinidad. Era 1903 y, después de 21 intentos, el Istmo aspiraba a separarse definitivamente de Colombia, y su marido, Manuel Amador Guerrero, estaba al frente de la maniobra.

María Ossa nació en 1855 en Sahagún, un pueblo al sur de Cartagena, en Nueva Granada. Ella fue una de las protagonistas de una de los tantos momentos tirantes entre Colombia y Panamá a lo largo de más de ochenta años.

Era una dama de clase alta, así que le enseñaron música y costura, dos artes imprescindibles en esa época para las mujeres que como ella buscaban casarse. Esta habilidad, 48 años después, le sirvió para dar vida a la bandera ideada por su hijastro, Manuel Encarnación Amador, quien diseñó la obra a partir de estas características: dos rectángulos y dos estrellas azul y roja sobre un lienzo blanco, que anunciaría el nacimiento de una nueva nación.

Ella asistió a una escuela convento en la ciudad de Panamá y luego fue educada por tutores privados. 31 años antes de coser la bandera ya se había casado con Manuel, quien más tarde sería el primer presidente de Panamá. Era su segunda esposa. Con él tuvo a sus hijos Raúl Arturo Amador Ossa y a Elmira María Amador Ossa.

La operación de costura de la bandera no fue tarea fácil. Utilizaron lanilla azul, roja y blanca, y tuvieron que ir a tres tiendas diferentes para hallarlas, y de paso, no alertar sospechas. A toda marcha, María Ossa y su cuñada fabricaron dos banderas grandes y con los retazos que quedaron armaron una tercera un poco más pequeña. Al día siguiente, las dos grandes fueron paseadas por toda la ciudad como prueba de nuestra independencia.

María Ossa, para muchos la Madre de la Patria, murió el 5 de julio de 1948, en la ciudad de Charlotte, en Estados Unidos, y su legado para los panameños es inmortal. 

 

Por: Iris Rivera 

María Pío Valdés de Rivera, mejor conocida como Agustinita (por su padre llamado Agustín), fue una persona muy humilde. Desde muy temprana edad sabía que el tiempo no debía perderse, más cuando vienes de una familia que tiene pocas oportunidades.   

Mi abuela estaba llena de muchos valores. De pequeña vivía en la provincia de Veraguas y buscaba trabajos para mantener a su familia. Por muchos años colaboró en casas de familia y en la iglesia, principalmente ayudaba a la comunidad católica, la cual le brindó muchas oportunidades que la guiaron a ser muy solidaria. Luego, se mudó a Tocumen, donde conoció a quien fue su esposo.   

Agustinina salió adelante de una gran manera, formando un círculo familiar de cuatro hijos, uno de ellos, mi padre. Hacía labores sociales como cuidar enfermos, brindar comida a la gente necesitada, contribuir con ofrendas para los niños, entre otras. No quería que vivieran lo mismo que ella de niña: tener que buscar un trabajo para comer y sobrevivir.   

Después de un tiempo, pasó muchas adversidades que la llevaron a la tristeza: la muerte de su hija Iris, de veintisiete años, fue una de esas; no obstante, este evento desafortunado no hizo que se quedara estancada y la ayudó a amar aún más a los suyos.   

Pasaban los años y Agustinita veía crecer a sus nietos, agradeciendo siempre a Dios por darle la posibilidad de ver hasta dónde sus hijos llegaban.   

Ella te apreciaba sin importar cómo eras o si provenías de otra familia. Una gran demostración fue el cariño que tenía hacia mi mamá. Mi madre me contó que cuando se iba a las cuatro de la mañana para el trabajo, mi abuelita despertaba minutos antes para hacerle café y la obligaba a tomárselo para que no se fuera con el estómago vacío. Mientras mi madre trabajaba, mi abuela cuidaba a mi hermana y aseaba la casa, para que cuando llegara solo fuera a descansar.   

Todo cambió cuando yo nací, pues Agustinita empezó a presentar la enfermedad de Alzheimer, que se agravó al cabo de cinco años. Yo tenía unos nueve y la veía muy triste siempre que me acercaba, no podía moverse ni hablar. La razón es que me llamo Iris, como su hija fallecida. En el 2015, a sus 74 años, mi abuelita se mudó con mi tío para recibir una mayor atención médica. 

Fue un 12 de abril cuando llegué de la escuela con mi hermana y vimos a mi papá sentado en el sillón:  

—Papá, ¿qué te pasó?, ¿por qué lloras? —preguntamos.  

—Su abuelita Agustina ha fallecido…  

Corrimos a abrazar a mi padre. 

Es cierto que no conocí mucho a mi abuelita, pero con los relatos que me han contado mis padres de su vida puedo saber que era una persona muy especial e inspiradora, y a pesar de que falleció cuando yo era muy niña, siempre será un ser que recordaré. 

 

 

Aunque de adulta la llamaban la Encantadora de Números, de niña tuvo serios problemas para educarse. Esa es la historia de Augusta Ada Byron, una mujer que ayudó a crear una de las máquinas de análisis matemáticos más complejas y que hoy es reconocida como la primera programadora de la historia.

Nació el 10 de diciembre de 1815, en Londres. Su papá fue un poeta romántico y su mamá, matemática. Ir a la escuela no fue fácil para ella: para esa época las mujeres tenían poco espacio en las aulas de clases.

Ada tuvo una tutora que, con la ayuda de su madre, le inculcó el gusto por la ciencia analítica. A los diecisiete años conoció a Charles Babbage, quien en ese momento inventaba la máquina analítica. Babbage quedó tan impresionado con todo lo que Ada sabía, que la bautizó con el popular apodo. Él le envió anotaciones sobre la construcción de la máquina que era capaz de realizar cálculos matemáticos complejos.

A los veintinueve Ada se casó con lord Lovelace, un conde cuyo estatus permitió a Ada acceder al mundo de la ciencia. Y la máquina de analítica seguía rondando su vida.

Charles Babbage dio muchas conferencias sobre la máquina por toda Europa hasta que llegó a Turín, donde el matemático Louis Menabrea quedó sorprendido por su potencial y sobre su propuesta publicó un artículo en un periódico francés. Ada tradujo ese escrito al inglés, lo que le tomó nueve meses. No solo hizo la traducción, sino que agregó sus notas en las que describió, a través de un diagrama, un conjunto de operaciones que la máquina tendría que realizar para poder calcular el comportamiento de un flujo a lo largo de una línea, el llamado Principio de Bernoulli. La dama se inspiró en el sistema de tarjetas perforadas que en ese entonces se usaba en las fábricas textiles para proponer otras ideas sobre el artefacto y hasta habló de que con el tiempo esta podría mover objetos.

Su gran dilema era que al ser una mujer muy joven no podría publicarlo con su nombre, así que puso sus iniciales A. A. L. Y ese artículo fue más famoso que el original. Babbage quedó impactado por su contenido, ya que se dio cuenta de que ella veía más potencial en la máquina que él mismo.

Desafortunadamente, Ada murió de cáncer de útero a los 36 años. Más de un siglo después, gracias a sus aportes, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos creó un lenguaje de programación con su nombre. En su honor también se celebra un día especial.

Cierro con una frase que describe a la perfección a Augusta Ada Byron: “Soy más que nunca la novia de la ciencia. La religión para mí es ciencia y la ciencia es religión”.