De las cenizas del pasado, un nuevo ser

Un veintidós de octubre de 1979, en un cuarto repleto de gritos de dolor, lágrimas y llantos un bebé luchaba por salir, aunque fuese de forma prematura. La razón de este nacimiento antes de tiempo, era que su madre estaba sufriendo con una infección urinaria y tuvo que darle a luz, aunque aún no lograra desarrollarse por completo.

Después de dieciocho arduas horas de parto, sintió por fin el aire de la habitación del hospital, y a la vez el frío de ser alejada del vientre materno. Por esto, se le llevó a una incubadora y pudo entonces sentir ese calor artificial. A esta nena le pusieron el nombre de Aura Estela Quijano.

Su madre quedó en el hospital y la niña se quedó en manos de sus abuelos. La realidad era que su verdadero padre ni siquiera quiso que naciera, y su madre creía que era mejor que viviera con sus abuelos que con ella y su entonces pareja. Con ellos fue feliz, no tenía necesidades, recibía suficiente amor y comprensión como si tratase de su padre y su madre. Con sus abuelos sentía ese calor natural y esa suficiencia que todos los niños merecen.

Cundo Aura Estela tenía diez años, su madre quedó embarazada otra vez y luego otra; y ahí fue entonces que decidió traer a su hija con ella y vivir todos juntos. Esa etapa fue complicada para Aura, no estaba acostumbrada a ese tipo de vida, no con esas personas. Las primeras noches que pasó fueron muy difíciles, su costumbre era dormir con su abuela, pero ahora tendría que dormir sola, no se quedarían con ella en la habitación, así como en su anterior vida. De esto último se dio cuenta, porque una de esas noches fue a buscar a su madre para que durmiera con ella, pero solo recibió como respuesta una mirada fría y un sentimiento de rechazo. Así se dio cuenta de que nunca más alguien la acompañaría en sus sueños.

Viviendo aquí, tuvo que aprender a hacer las cosas por su cuenta, lavar su ropa, sus zapatos, planchar, organizar sus cosas, ayudar en la limpieza de la casa y hacer sus tareas. A veces cuidaba a sus hermanos y jugaba con ellos, aunque ellos tenían sus propias nanas. Con el tiempo logró acostumbrarse a esa soledad y luchó contra ella, a pesar de que las veces en las que la pasó mal, sabía que se le haría caso omiso o que no recibiría el consuelo deseado.

Llegó a graduarse del colegio. Entró a la universidad en la facultad de Humanidades para ser profesora de Inglés. Ahora iniciaría una nueva vida, como una persona autosuficiente, alguien más fuerte y madura, que sabía qué decisiones tomar y por qué tomarlas de esa forma.

Hecha una mujer completamente diferente, comenzó su vida adulta. Mientras que comenzó su capacitación, compartía apartamento con otros compañeros, gracias a sus padres tenía un carro propio y un lugar en dónde descansar.

Ellos garantizaban el recurso económico, de eso había lo suficiente. En su último año de carrera, además de llevar a sus abuelos a una nueva casa para poder tenerlos cerca, conoció a quien sería su futuro esposo, Luis Carlos Pérez. También llevó a sus dos hermanos, que ya tenían 14 y 16 años. Estela se graduó, después de sortear muchas dificultades, consiguió su primer puesto de trabajo en San Félix, al año pasó a Volcán. Su deseo era llegar a trabajar en David. Algunos de sus compañeros la subestimaban y le tiraban en cara que no sería capaz de lograrlo. Aún así, ella no se dejó influenciar de esas personas, se esforzó mucho por el amor que le tenía a su profesión y estudió noches enteras para poder ganar y aprovechar la oportunidad de una beca y entrar al colegio que deseaba. Para aquel entonces, tenía el apoyo de su pareja y sus abuelos. Otra vez, sentía que el destino iba en su favor.

Consiguió el trabajo de anhelaba, era profesora permanente y les enseñaría a todos esos chicos que tendrían un gran futuro por delante. Todo avanzaba perfectamente: sus seres amados, su trabajo, sus estudiantes, su casa… se sentía muy completa. Pero no todo en el amor es un “felices para siempre” y lastimosamente no lo era para ella. Su esposo se convirtió poco a poco en un ser desconocido desde que ella tenía siete meses de embarazo.

Él era indiferente, no pasaba tiempo en la casa que con esfuerzo habían conseguido, tampoco le importaba su hija ni nada que tuviese que ver con ellas. Pasaba su tiempo con motos, en supuestas “excursiones” con otras profesoras y estudiantes del colegio en el que trabajaba, teniendo aventuras con otras mujeres. Lo peor de eso era que lastimaba a su esposa, diciéndole todo lo que hacía con otras en la cara.

Al octavo mes, dio a luz a su hija y pasó un día en coma. Sus padres estaban con ella y el doctor les dijo: “solo un milagro podría salvarla”. Después de llantos y rezos, volvió a la vida.

Esto la hizo aún más fuerte de lo que ya era, con el corazón roto y hecho trizas de la persona a la que más amo, se divorció de él. Se devolvió su libertad. Debía seguir adelante por lo que realmente era importante, su hija, sus abuelos y su trabajo eran sus pilares.

Esto sucedió en la vida de una gran mujer, que después de sufrir con las cenizas del pasado, se convirtió en un nuevo ser.

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