La historia que les contaré es de una incansable mujer de las ciencias biológicas, Anabel Aparecida Ramos. Nació en Tolé, provincia de Chiriquí, en el seno de una familia de estricta moral, lo que la llevó a tener mucha disciplina y rigor en sus estudios, siendo desde pequeña una destacada estudiante.

Sus estudios primarios los realizó en la Escuela Santiago Bolaños Loaiza, en su natal Tolé. Más adelante, luego de graduarse de la escuela secundaria, fue una de las pocas mujeres que dio el paso al frente y viajó hasta la isla de Cuba para matricularse en la carrera de Biología, en la Universidad de La Habana. 

La educación recibida en el país caribeño fue una plataforma que le proporcionó un arma poderosa de formación e información, a través de la cual canalizó sus aspiraciones para su integración a un mercado laboral exitoso. La doctora Anabel es uno de esos ejemplos de genialidad que brillan con luz propia.

De regreso al Istmo, en 1967, trabajó como una incansable docente de Biología en Santiago de Veraguas. Posteriormente, con veinticinco años de edad, se casó con mi abuelo Fidel Ángel, quien estuvo a su lado por cuatro décadas. Ambos se especializaron en Biología Marina y motivaron a los jóvenes a intersarse por esa rama y salvaguardar las especies marinas en las costas del Pacífico, cercanas a la playa de Santa Catalina, en el sur de Soná.

A pesar de tener una familia e hijos que atender, Anabel supo lidiar con la ciencia y las tareas cotidianas como profesional, esposa y madre.

Durante sus investigaciones visitó diferentes países con enfermedades muy peligrosas como la malaria, tuberculosis, enfermedades venéreas, entre otras. En África subsahariana arriesgó su vida para salvar otras. 

Fue científica, docente y una referente indiscutida en los derechos de las mujeres, aunque no logró realizar sus publicaciones que le habían permitido obtener diferentes galardones en el ámbito de las ciencias naturales y exactas.

Desde el punto de vista personal, Anabel fue una persona de carácter fuerte, pero muy cariñosa; trataba de hacer más fácil la vida quienes la rodeaban. Era una excelente compañera de vida. Ella nos enseñó a tener empatía y colocarnos en el lugar de otros, también volcó todos sus conocimientos en sus alumnos. En plena pandemia, en el año 2020, dio su último aliento. 

Mujeres como Anabel Aparecida Ramos, con sus sobresalientes hazañas, han hecho posible que la pesada fuerza patriarcal haya disminuido, aunque todavía está latente en muchos sitios.