Estaba en camino a Taboga, ¿sabes que es conocida como la isla de las flores? Pero pensar en la dulzura y belleza de una isla tan tranquila, contrasta con lo picado que se puede poner el mar. En camino a este lugar, la lancha se movía de un lado a otro ferozmente. Me sentí muy asustada; para colmo el agua me salpicaba la cara y me empezaba a dar náuseas. Felizmente logramos llegar sanos y salvos.
A lo lejos se podía ver una pequeña isla que, mientras más nos acercábamos, se hacía cada vez más grande. Unos agentes de control de puertos revisaron las maletas para ver si todo estaba en orden, luego nos dejaron pasar.
Miré hacia la playa, las aguas cristalinas y la arena llena de conchas de mar. Era lo que más me emocionaba de estar allá.
Después mi mamá nos llevó a dar un pequeño recorrido por las calles de Taboga, mientras ella nos contaba pequeñas anécdotas que le habían sucedido cuando pasaba los veranos allí. Yo iba viendo las calles y escaneando la esencia de tal lugar, a mí me pareció un sitio muy bonito para ir a relajarse y aislarse un poco de la ciudad.
Luego de un rato, fuimos al restaurante de una de las amigas de mi mamá, entramos y luego de charlar un rato mi madre y mi padrastro pidieron la comida.
— “Cami y Mia, ¿por qué no van al parque que está a una cuadra de acá mientras llega la comida?”, nos sugirió mamá.
— “Ok, vamos Mia”, le hice caso a mi mamá y salimos del restaurante.
Al otro lado de la calle vi a 3 niños con mascarillas negras y le dije a mi hermana que pasáramos rápido por ahí, por si acaso. Cuando llegamos al parque podíamos ver el mar, me di la vuelta para ver si los niños todavía seguían allí. Ellos venían hacia el parque donde estábamos. Me preocupé.
— “Mia, creo que es mejor regresar al restaurante”, le dije nerviosa.
Salimos lo más rápido posible del parque y afortunadamente mi mamá venía a decirnos que ya la comida estaba lista.
Mia y yo les contamos lo que pasó a nuestros padres, pero nos dijeron que no nos preocupáramos, que tal vez ellos solo querían socializar con nosotras. Yo acepté la explicación y empezamos a comer.
Tras la comida, fuimos a la playa. Mi hermana y yo estábamos encantadas en la arena y a la vez comimos unas cosas que había comprado mi padrastro. Pero justo en ese momento de plena recreación nos vinieron a decir que ya nos teníamos que ir al muelle, pues después se acababan las lanchas para volver a tierra firme, a la ciudad de Panamá.
Estábamos en la lancha otra vez, pero ahora con recuerdos de Taboga. Así como mi mamá nos compartió pequeñas anécdotas que ella había tenido en aquella isla, ahora me toca crear recuerdos propios para contar, como lo hizo ella.