Capaz, responsable, amable, alegre, segura, única… son solo algunas palabras que describen a mi querida e increíble abuela Mira.
Nació en Aleppo, Siria donde tenía una vida bastante buena y próspera junto a mi abuelo y sus tres hijos. Su familia practicaba de forma ortodoxa el judaísmo, religión del pueblo judío, que con mucho amor cumplía desde que tenía memoria.
Mis abuelos eran exitosos en Siria, ya que el país estaba a cargo del gobierno francés que imponía orden y justicia, además ofrecía oportunidades económicas en todo el territorio; sin embargo, una vez que esta administración se retiró, por razones políticas, el lugar se convirtió en una terrible dictadura.
Todo comenzó a figurar mal para los habitantes de Aleppo, especialmente para los judíos, quienes se encontraban en constante peligro al ser vistos como la “víctima fácil” de la cual se podían aprovechar.
Crímenes físicos tanto hacia ellos, sus tiendas, casas, posesiones o sus propias familias eran comunes y encima se rehusaban a darles algún tipo de pasaporte o documento de identificación para buscar otra oportunidad de una mejor vida.
Muchos de los familiares o amigos de mi abuela ya estaban escapando del país, aunque fuera arriesgado, por miedo a lo que les pudiera llegar a pasar si se quedaban en Aleppo. Hubo quienes perdieron la vida a tiros al ser descubiertos.
Mi abuela, sabiendo que para ella lo más importante era la seguridad de su familia, decidió junto a su esposo seguir habitando en el país con la esperanza de que algún día todo volviera a la normalidad. Mantuvo siempre una buena cara ante la situación y fue el sostén que permitió a todos sobrevivir los momentos difíciles que pasaron al quedarse; sin embargo, un día ocurrió algo y perdió la esperanza, ya que se dio cuenta de que no era seguro estar en su propio hogar.
Estaba lavando ropa en su balcón cuando de repente su mano comenzó a sangrar. ¡Una bala la había rozado! Fue inmediatamente llevada al hospital, y gracias a que el proyectil no penetró se pudo recuperar al 100%, pero, los culpables, que alegaron haber estado jugando tiro al blanco y “sin querer” apuntaron mal, salieron libres de pena.
“Tanto peligro y corrupción había en el país que todo el mundo llevaba armas y un aire de poder que hacía a uno temer”, decía mi abuela.
Este evento despertó el instinto de protección que tenía Mira sobre su familia y su vida, por lo que, junto a mi abuelo, decidió arriesgarse para tratar de huir y buscar un mejor futuro para sus hijos.
Hicieron contacto con unas personas para fugarse, pero les dijeron que solo había espacio para cuatro, la familia de mi abuela era de cinco. Les aseguraron que no habría otra oportunidad por años, pero ella se rehusaba a dejar atrás a alguien. O escapaban todos o no lo hacían. Milagrosamente, semanas después les ofrecieron un cupo más y lograron salir del país en una difícil y temerosa misión; pero eso es otra historia, para otro momento.
Escuchar todas estas anécdotas de mi abuela me sorprende cada día más y crea un sentimiento de asombro y orgullo por todo lo que tuvo que sobrepasar manteniéndose siempre fuerte y cariñosa frente a sus hijos y su esposo.
Me siento dichosa de saber que vengo de una familia de valientes, que no permiten que nadie ni nada los derrote y que siempre buscan la forma de salir adelante y tener un buen porvenir.