Una esperanza frente al Alzhéimer
Después de muchos años de esfuerzo, mi prima Sarah Fhima logró una gran hazaña junto a un grupo de investigadores: llevar a cabo una serie de experimentos que podrían cambiar las difíciles circunstancias de las personas afectadas por la enfermedad del Alzhéimer, un trastorno que destruye de manera lenta la memoria.
A este tratamiento se le conoce por el nombre de estimulación magnética transcraneal. Consiste en la aplicación repetitiva de un campo magnético de alta intensidad en el cerebro del paciente. Aunque estos procedimientos sólo habían sido utilizados en gente con autismo, recientemente se han estado probando en quienes padecen otros trastornos neurocognitivos tales como el Alzhéimer.
A mi familia esta enfermedad la ha afectado gravemente desde hace muchas generaciones. Mi tatarabuela, mi bisabuela y mi abuela la han sufrido. Esto motivó a que Sarah, quien es médico pediatra con diplomado en neurodesarrollo, se interesara más en los estudios sobre este mal. Ahora ella ayuda a mi abuela en el Brain Tools Center, con tratamientos para calmar sus síntomas.
Mi abuela se graduó de la carrera de Arquitectura en Bogotá (Colombia), se casó con mi abuelo y se mudaron a Venezuela, donde tuvieron dos niños y a una niña, entre ellos mi papá. Más tarde vine al mundo yo, y todos nos mudamos a Panamá, donde mi abuela empezó a cuidarme todos los días mientras mis papás se iban al trabajo.
Ella nunca paró de laborar, pero llegó un punto donde su memoria se empezó a deteriorar. La alegre persona que todos conocíamos había cambiado. Las risas se convirtieron en llanto y su vocabulario comenzó a limitarse.
Después de muchos años de estudios y de ir de médico en médico, descubrimos que había desarrollado el trastorno de Alzhéimer. Mientras las preguntas se fueron respondiendo, nuestra preocupación aumentó porque creíamos que ya no habría vuelta atrás para la abuela. Pero la estimulación magnética transcraneal ha impulsado su cerebro de forma positiva, y poco a poco ha ido recuperando su conciencia.
Cuando mi prima nos recomendó el tratamiento estábamos completamente escépticos, además no teníamos dinero para solventarlo. Sin embargo, al entender nuestra situación, hicimos un trato. Mi abuela participaría en un tratamiento relativamente nuevo y ayudaría con una serie de experimentos, a cambio de una rebaja en el precio del procedimiento. Al final mis abuelos aceptaron entusiasmados, no sólo por el hecho de que habría un chance de que mi abuela mejorara, sino porque también estarían aportando a la medicina y, en un futuro, su participación podría ayudar a millones de personas afectadas por la enfermedad del Alzhéimer alrededor del mundo.
Este caso sirve de inspiración para todas aquellas jóvenes que alguna vez han anhelado contribuir con los demás. Nada es imposible, y si todos ponemos un granito de arena, juntos podemos crear la diferencia. Yo aspiro algún día poder apoyar a la ciencia, como mi prima lo ha hecho, y que los estudios sobre los trastornos neurocognitivos avancen y mejoren, para el beneficio de las presentes y futuras generaciones.