La coreografía de su vida
1,2,1,2,3,4,5,6,7,8,9,10 (se marca el tiempo cual manecillas de reloj)
Beatriz Rached se deja ver como un compás. Así es su vida. Se puede decir que va al son del flamenco. En orden y a tiempo nos guía.
Ella siempre está ahí para ayudarnos. Es una manera de saber que vamos con la música y el ritmo, puntual, como ella… como el compás.
Desde los siete años de edad, Beatriz ha sentido una atracción demasiado grande por el flamenco. Su pasión ante este arte es tan grande y tan fuerte como sus zapateos.
Una de sus pisadas más fuertes fue en el año 2011, cuando logró abrir FBR (Flamenco Beatriz Rached). Desde hace once años ha ido logrando su misión de llevar su arte a Panamá. Lo ha hecho a través de mucho esfuerzo, amor y dedicación.
1,2,1,2,3,4,5,6. El compás es más lento y con un respiro. Esa parte de su vida está llena de sensibilidad, adornos y detalles. Son los momentos que te llenan de inspiración, momentos en los que esa coreografía tiene una sutileza, que quien la mire queda hipnotizado por su delicadeza y suavidad.
7,8,9,10. Sigue. La fortaleza que te sorprende y el remate que te asusta. Memorias de mi maestra. Recuerdo ver a Beatriz en escena, estando yo en primera fila, con toda mi atención puesta en ella. Todo era muy suave, muy delicado y de repente remata el baile con todas sus fuerzas. Yo, con tan solo diez años de edad, tenía los ojos llenos de lágrimas por la emoción y mis pelos estaban de punta. Estoy más que segura que el resto del público estaba igual que yo, sin saber ni entender cómo era que en dos minutos se había robado nuestro aire.
El compás vuelve y se repite, ya no sabes qué esperar, pues siempre que piensas que ya lo viste todo, llega algo mejor. Algo con más fuerza o con más suavidad, o como en muchas ocasiones, es una mezcla de sentimientos que simplemente te hacen quedar pasmado. No quieres parpadear ni un mínimo segundo, no te quieres perder ningún detalle. La emoción te recorre, el remate se acaba y sientes que ya puedes volver a respirar.
1,2,1,2,3,4,5,6,7,8,9,10 Retomamos la instrucción. “Si te equivocas el día del espectáculo y haces cualquier tipo de mueca, todos se darán cuenta porque tu cara lo dice todo. En cambio, si te equivocas y sigues sonriendo, o con tu cara seria o de brava, tristeza, lo que sea que estés sintiendo mientras bailas, nadie se dará cuenta. Puede que piensen que así es la coreografía, o solo tú te diste cuenta de tu error y el resto no porque en realidad era una confusión mínima que sinceramente no cambiaba en gran cosa el baile. Así que, pase lo que pase, expresen con su cuerpo y cara lo que sienten al bailar y si se equivocan no hagan muecas locas, niñitas”. Son esos pequeños discursos y frases que me persiguen desde que soy su alumna.
Desde muy chiquita me enseñó que mis ojos tenían superpoderes y que ellos pueden hablar por sí solos. Mientras yo bailo, mi mirada era la que cuenta toda la historia, haciéndole llegar todo el cuento al alma de los espectadores.
Vuelve a escena. Cuando teacher Bea baila palos como la bulería y el tango, el público se enloquece. Te puede sacar lágrimas sin siquiera darte cuenta. Todo por una mirada y unos gestos que te llegan hasta la última fibra de tu ser.
Beatriz se puede conocer cómo la del compás marcado de una bulería. Todo va rápido pero preciso. A la vez, se puede conocer como la sutileza y dulzura de las alegrías, esa parte llena de adornos y pequeños detalles que desbordan el alma con su gentileza y calidez humana.
Nuestra parte favorita: ¡Olé! Después de esa corta palabra el público se pone de pie y aplaude. Aplauden con todas sus fuerzas. Unos lloran, otros gritan, otros tienen una sonrisa de oreja a oreja por la gran satisfacción que causa Beatriz al bailar. Diez segundos de aplausos, que tanto para Beatriz como para cada bailaora parada en ese escenario, vale más de lo que cualquier persona se puede imaginar.
1,2,1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,1,2 1,2,3,4,5,6,7,8,9,10. Olé.