¿Hermoso o peligroso?
La idea de visitar Guna Yala fue de Michael, de 38 años, y él se lanzó a esa aventura en compañía de su esposa Katherine, de 32 años, y de sus hijos Isabella y Luis, ese soy yo. Pero también convenció a algunos amigos: David y José Luis, quienes fueron con sus familias. Todos partimos emocionados con la idea de visitar los paradisíacos paisajes de este archipiélago.
Día 1: Decidimos visitar la mayor cantidad posible de lugares e islas alrededor de Guna Yala. Por ejemplo, Dog Island. Luego, cuando regresamos, como todavía no se ocultaba el sol, decidimos entrar un poco a la playa. Pronto caímos en cuenta de que estaba anocheciendo y la marea había subido, así que decidimos salir, cambiarnos, cenar y luego a dormir.
Día 2: En la mañana desayunamos patacones con queso, para luego, entre las 12:00 y 1:00 p.m., ir a la playa, pues había amanecido bastante soleado y caluroso. Ya en la playa nos bañamos dos o tres horas para luego almorzar a las 3:00 p.m., ya que como a las 4:00 p.m., después de reposar la comida, nos meteríamos una hora más. Al atardecer la pasamos hablando de lo que hicimos en el día y también cenamos, esta vez comimos unos ricos pescados fritos.
Día 3: Fuimos a la isla Chichime, ahí la pasamos haciendo ‘snorkeling’ toda la tarde, para luego, como a las 5:00 p.m., regresar a Guna Yala para arreglar todas las maletas, ya que el día siguiente regresaríamos a Colón. Cuando llegamos a Guna Yala conversamos un rato de todo lo que habíamos hecho, para luego salir a ver las estrellas, pues durante ese verano no había muchas nubes, tanto de día como de noche. De hecho, yo logré ver la Osa Menor. Luego regresamos al lugar donde estábamos hospedados para cenar e irnos a dormir.
En el último día del viaje, decidí regresar a la playa, pero esta vez me encontré con una pequeña sorpresa… justo en ese momento había unas pequeñas estrellas de mar en la costa y decidí ir a verlas más de cerca. Al estar frente a ellas noté algo más… parecía un erizo, pero tenía algo raro, no era cualquier erizo, era uno de fuego, considerado uno de los más peligrosos del trópico. Me aleje rápidamente de él, pues me explicaron en alguna ocasión que su picada puede causar un fuerte trauma por envenenamiento. Así que me marché de allí, fui adonde nos estábamos hospedando y le avisé a toda mi familia que cerca de esa área había erizos, para que tuvieran precaución.
Al caer la tarde ese último día, tomamos la lancha para regresar a Colón y después a Panamá. Me sentía agotado por todas las actividades que realizamos, pero a la vez emocionado por la aventura, que seguía repasando en mi mente, mientras me decía: ¡Qué grandiosa y peligrosa vivencia!