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Los días de enero de 1990 fueron momentos muy importantes para muchos, pero muy dolorosos para otros. ¿Por qué este tiempo marca tanto a Panamá en su historia reciente? La razón es que experimentamos las consecuencias de una dolorosa invasión militar extranjera, donde murieron cientos de civiles istmeños —o quizás miles, según a quién le preguntas—, a manos del ejército estadounidense. Unos defendiendo el honor de su patria y otros huyendo de aquello que los asustaba tanto.

El país estaba destruido y dividido. Eran inmensas aquellas miradas de tristeza de los habitantes. Por esos días, el Istmo ya no era aquel lugar alegre y musical que solía ser.

Es en este entorno, ya para 1994, aparece el nombre de la grandiosa Eileen Coparropa, quien estaba destinada a animar a su querido terruño, llenándolo de orgullo por sus hazañas. Ella se ganó el respeto y el cariño de los fanáticos nacionales, dejó en alto el nombre de Panamá y nos trajo de vuelta la felicidad.

En sus inicios, Eileen aprendió ballet, pero no se veía muy convencida de participar en este arte, por lo cual empezó a interesarse en la natación. Comenzó en torneos locales donde había aprendido a nadar. Luego compitió en las actividades escolares y finalmente en las nacionales, siendo para ella un honor muy grande formar parte de esta disciplina.

Una anécdota que recuerda con emoción sucedió cuando tenía quince años. Llevó la bandera nacional en la apertura de los Juegos Olímpicos de 1996 realizados en Atlanta, Estados Unidos. Sintió el mundo entero a sus pies mientras sostenía ese pabellón. Estaba muy orgullosa de cómo había logrado llegar tan lejos con su disciplina y esfuerzo.

En el año 2002 se llevaron a cabo, en El Salvador, los Juegos Centroamericanos y del Caribe, una de las competencias más importantes de la región para la carrera de esta joven. Las pruebas eran de 50 y 100 metros libres.

Durante estas justas, Eileen se encontraba enfocada en su objetivo. A través de las noticias, el país seguía sus resultados con muchos nervios. Ella solo pensaba en su querido sueño, que todo el mundo viera su nombre en el primer lugar en tanto sostenía el emblema nacional. 

Nos podemos imaginar el sudor frío bajando por su frente mientras millones de panameños esperaban que su Reina de la Velocidad consiguiera la tan anhelada victoria.

Al realizarse las pruebas, todos estaban a la expectativa de los resultados. Aunque siempre hubo confianza en ella, fue una sorpresa ver que la deportista había logrado en los 50 metros libres un tiempo de 25,68 segundos y en los 100 metros libres, 56,58 segundos. Logró batir su propio récord de 57,60 segundos, conseguido en los juegos de Maracaibo (Venezuela) de 1998.

Todo el país estalló en fiesta al saber que su queridísima Eileen había impuesto una nueva marca. Estaban más que felices, ya la atleta no regresaría a casa con una medalla, sino con dos de oro, cumpliendo el deseo de miles de compatriotas y el suyo de estar arriba del podio con la bandera que tanto amaba, la de nuestro Panamá.

Así fue como esta canalera, apodada también como la Sirenita de Oro, llevó alegría y entusiasmo a nuestra nación en la década de 1990 y se inscribió en nuestra historia.

La protagonista de esta historia nació en 1967, en la provincia de Coclé, distrito de Aguadulce. Fue la primera de seis hermanos, cuidada por su madre, quien trabajaba en el Hospital Marcos Robles. 

Su madre, Julia Eulalia de León, era dedicada, perseverante y luchadora. Se esforzaba para mantener a sus hijos, debido a eso laboraba hasta tarde. Por lo tanto, Natividad se enfocaba en ayudar, cuidando de sus hermanos y realizando las labores domésticas.

Amor, carácter y cotidianidad 

Todos los hijos de Julia se esmeraban por conseguir becas para seguir estudiando, con el objetivo de contribuir económicamente con la familia. Además, siempre sacaban tiempo para compartir entre ellos: se divertían con juegos de mesa y se apoyaban en las tareas escolares.   

Esta convivencia se vio reflejada en momentos alegres y también en algunos tristes. En ocasiones discutían entre ellos. Una vez uno de sus hermanos, en un momento de enojo, le tiró una taza en la cabeza a otro, dejándole una marca en la frente con forma de cruz.  

Una anécdota curiosa de Natividad ocurrió durante su infancia. A la edad de siete años consiguió su primera bicicleta. Practicaba todos los días, pero un día se cayó en el pavimento, se golpeó muy fuerte y la llevaron al hospital. Ese incidente no evitó que ella siguiera usándola. Con su persistencia logró su objetivo de aprender a controlar el vehículo. Este es un recuerdo que guarda con mucha emoción, pues resalta el carácter que hay en ella.

En su preadolescencia disfrutaba mucho jugando con los niños de su barrio y practicando deportes como el voleibol.  

Travesura en las salinas

Cuenta que una mañana varios chiquillos planeaban ir a la playa El Salado. Ella se unió al grupo. Caminaban mientras contaban cuentos. Además, observaron el sitio donde se producía la sal: las salinas. 

Su abuelo trabajaba allí, pues era un salinero y saludaba a los pequeños que pasaban, también les explicaba acerca de la evaporación del agua salada. 

Ese día Natividad y sus amigos vieron a personas cargando pesados sacos de sal, que eran llevados a la refinería, bajo el ardiente sol. Pero a su vez la brisa marina refrescaba con un viento frío a quienes estuvieran cerca. 

Muy curiosos, los chicos pensaron sobre lo que habría dentro de aquel lugar. Eran conscientes de que ingresar estaba restringido, pero a algunos de ellos no les importó y se acercaron velozmente. Observaron a muchos trabajadores, vieron el solar que tenía pequeños estanques donde se concentraba la sal y apreciaron su proceso de evaporación. Había personal con escobas arrastrando la sal evaporada en una esquina del estanque y formando una gran montaña que se repetía constantemente. 

La travesura duró hasta que de repente alguien pasó cerca y vio a un niño. Este empezó a correr de inmediato alertando a los demás. Todos regresaron al barrio agitados y riendo de lo sucedido; eran traviesos y divertidos en tales situaciones.

Actualmente Natividad vive en Panamá y trabaja en la Autoridad de Tránsito Terrestre. Ella es mi mamá.

Si hay una dama que representa el talento de las mujeres artistas y que es digna de destacar es, sin duda, Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón. Sí, Frida Kahlo, la icónica pintora mexicana que fue partícipe de la movida de los grandes muralistas de su país.

De acuerdo con lo que leí, supe que fue hija de un fotógrafo judío-húngaro de nombre Guillermo Kahlo y de Matilde Calderón, quien tenía herencia indígena. 

La artista, famosa por sus autorretratos, sus gruesas cejas y las coronas de flores que usaba en la cabeza, nació el 6 de julio de 1907. Tuvo dos hermanos, uno que murió muy pequeño y otra de nombre Cristina, quien en algunas películas biográficas de la pintora se puede ver que fue su mejor amiga, compañera y protagonista de una traición amorosa hacia Frida con su esposo, el pintor Diego Rivera.

Fue en el año de 1925 que Frida experimentó el terrible y doloroso accidente que cambió su vida. Hasta ese momento era una adolescente como cualquier otra: feliz y enamoradiza. Al menos así la describe la película Frida, protagonizada por Salma Hayek, en el año 2002.

Volviendo a 1925, cuando Frida se encontraba viajando en un autobús no tan grande y poco acogedor, este fue embestido por un tranvía. El choque entre ambos vehículos ocasionó una perforación en la pelvis de la artista, quien además tuvo una fractura en la columna vertebral y la clavícula, así como varias costillas rotas. 

A causa de este hecho fue sometida a 32 operaciones. Fue una guerrera, fuerte, luchadora y motivadora que no se dejó vencer.

En 1953, Frida sufrió otro revés del que ya no se recuperó. Debido a una gangrena tuvieron que amputarle la pierna por debajo de la rodilla. Como es evidente, esta pintora pasó por muchos momentos difíciles en su vida y a pesar de todo siguió perseverando y nunca se rindió.

A los episodios dolorosos se suman la relación tormentosa con su marido, en medio de infidelidades de ambas partes, y las pérdidas de sus embarazos. Una situación muy triste y delicada para las mujeres que sienten el deseo de la maternidad desde su infancia y no lo logran. 

Hoy, la casa de su familia, ubicada en la calle Londres, en el número 247 del barrio Coyoacán, en la ciudad de México, conocida como la Casa Azul es un museo.

Así termina este perfil contando una parte de la existencia de una mujer que representó mucho el carácter mexicano y se convirtió en un ícono del siglo XX.

 

“¡Viva la libertad!”, gritaba la icónica y legendaria patriota Rufina Alfaro, quien gracias a su lucha por la independencia ahora es un gran ejemplo para las niñas y mujeres panameñas.

Su existencia es motivo de un gran debate, ya que no se tienen documentos que confirmen la misma. En el artículo “Rufina Alfaro: ¿mito o realidad histórica?», publicado en el Semanario, de la Universidad de Panamá, el investigador de esta casa de estudios superiores, Antonio Menéndez, menciona que hay un marcado contraste que da fe de su veracidad, pues los primeros pasos independentistas surgieron en la provincia de Los Santos, y en los años recientes al heroico acto no desmintieron la presencia verdadera de la aguerrida dama.

Ana Elena Porras, directora de Cultura de la Universidad de Panamá, ha argumentado que, durante siglos, la historia fue escrita por la mano del hombre y los nombres de las mujeres osadas fueron olvidados de manera sistemática. La profesora menciona que algunos historiadores istmeños niegan la existencia de Rufina Alfaro, sin embargo, hay evidencias parroquiales encontradas por el sociólogo santeño Milciades Pinzón, en torno a que hubo un personaje importante en La Villa de los Santos. Agrega Pinzón que tenía el nombre de Gumersinda Alfaro y posiblemente ella sea nuestra Rufina.

Pese a las opiniones, el pueblo panameño la venera como una mujer que luchó para conseguir la libertad. Aparentemente causó intereses amorosos entre los españoles que se encontraban apostados en La Villa de Los Santos. Al gestarse las ideas de emancipación, ella decidió junto con otros voluntarios unirse a los planes de un alzamiento popular en aquel lugar.

De acuerdo a diversas documentaciones publicadas sobre la heroína, el 10 de noviembre Segundo de Villarreal designó a Rufina Alfaro, aprovechando la intimidad de la joven con los soldados, para que espiara el movimiento dentro del cuartel e informara la situación de los militares, con el fin de realizar la gesta sin derramamiento de sangre.

Al entrar al cuartel, Rufina se percató de que los soldados estaban totalmente distraídos; aprovechó ese momento y dio las señales a sus compañeros para rodear el lugar, sin oposición de los militares. Posteriormente fue convocado un cabildo abierto donde La Villa de los Santos fue nombrada como una “ciudad libre”.

Este hecho histórico es conocido como el Primer Grito de Independencia de La Villa de los Santos. La participación de Rufina Alfaro fue culminada abruptamente después del hecho, además de que su nombre no aparece en el Acta de Independencia de La Villa de los Santos, lo que refuerza su carácter legendario y demuestra su condición de víctima del patriarcado.

Aunque su existencia es incierta, todos sabemos que siempre va a ser recordada y admirada por su osadía y valentía en la lucha por la emancipación de Panamá gritando fuerte y claro: “¡Viva la libertad!”.

En conclusión, después de investigar sobre Rufina Alfaro y leer sobre la historia de este personaje, a pesar de que su figura resulte dudosa, la considero una mujer digna de admirar para quienes hemos escuchado de ella. Creo que todos los ciudadanos deberíamos por lo menos conocer y compartir sobre esta legendaria mujer panameña que ha marcado un hito en nuestra historia.

Así continúa la larga vida de esta mujer que lleva más de 5 años destacándose por ser una persona llena de bondad y fortaleza; una mujer que cuida, ayuda y representa la sangre de mi familia, mi sangre.

El cáncer es una enfermedad que entra no solo en tu cuerpo, sino en tu alma como un tornado y te saca el corazón desde adentro. Deja el dolor y el vacío de una pérdida. Todo esto lo sé por medio de la experiencia de mi tía Carmen.

Esta terrible enfermedad no solo la hizo sufrir a ella, realmente estremeció a toda mi familia. Cuando mi tía tenía 42 años le detectaron el mal y afortunadamente no estuvo sola; además de su hijo de 17 años, estaban el resto de personas amadas.

Como muchos con igual diagnóstico, fue al Instituto Oncológico Nacional de Panamá. Ante la situación y lo demandante de la rutina, mi primo permaneció bajo el cuidado de nuestra abuela Lucía, en Chiriquí. Él pasaba meses sin ver a su madre, lo que a ella le parecía injusto.  

No fueron días fáciles. Con el paso de los fuertes tratamientos fue perdiendo el cabello y optó por cortárselo. Luego de un tiempo mejoró y permaneció estable en casa.

Aprovechó esa firmeza para viajar a Chiriquí a ver a mi primo. La visita no duró mucho. Al poco tiempo tuvo que volver a la capital para continuar con el tratamiento para su enfermedad. 

Para asistir a esas citas médicas debía despertarse a las 3:00 a. m. y así tener tiempo de bañarse, arreglarse y llegar al hospital, donde atienden por orden de llegada. A veces, dependiendo de la hora a la que lograba estar, podía salir del médico a eso de las 10:00 a. m. 

Ante el panorama de mejoría continua, mi tía viaja nuevamente a Chiriquí para ver a su hijo. Recuerden que es su motor. Él quiere estar con su madre, por lo que ella accede y regresan juntos a la ciudad capital. 

Llegan a Panamá y a ella le realizan una última quimioterapia. ¡Logra curarse! Por precaución, cada año tiene que regresar a una cita para comprobar que no ha resurgido el cáncer.

Por fortuna, mi tía Carmen no corrió con la misma suerte que mi tía Iris, a quien deseo mencionar. Esta no superó el cáncer, con ella experimentamos en su máxima expresión ese tornado que nos sacó el corazón, dejando vacío y dolor.

Una mujer que dejó un legado imborrable en el arte hondureño. Mayormente autodidacta, su obra era una bella representación de la naturaleza tropical. Antes de ejercer con el pincel se dedicaba al profesorado; descubrió su vocación por la pintura a partir de una grave enfermedad que la dejó en cama y llegó a convertirse en una maestra que expuso en países como Guatemala, España y Estados Unidos. Ella es Teresa Victoria Fortín Franco, mejor conocida como Teresita Fortín.

Nació en el pequeño pueblo de Yuscarán, en el oriente de Honduras, en una familia burguesa; era hija de Miguel Fortín y Rita Franco. Teresa quedó huérfana de madre siendo muy joven, y le tocó cuidar a sus hermanas y hermanos. Estudió en Tegucigalpa y se graduó de la carrera magisterial para ser docente. Poco después su padre fue exiliado a El Salvador por razones políticas y ella quedó como el pilar de su hogar.

En la década de los 20, a sus 35 años, Teresa fungía como maestra en Valle de Ángeles. Durante este tiempo sufrió un quebranto de salud que la obligó a guardar reposo por largos periodos, fue entonces cuando despertó sus destrezas artísticas. Empezó a dibujar al natural, luego hizo pinturas al óleo inspiradas en la naturaleza; finalmente, se dedicó al arte profesionalmente.

A principios de 1933 realizó una muestra de sus pinturas en la Biblioteca Nacional bajo el patrocinio del Ministerio de Educación. El evento resultó todo un éxito y las autoridades la apoyaron para recibir clases con el maestro Max Suceda. Teresa también fue alumna de Pablo Zelaya Sierra, conocido como el padre de la plástica hondureña.

Su carrera siguió en ascenso hasta convertirse en la primera artista en brillar en Honduras. Para el año 1934 Teresa Fortín fue nombrada como maestra de la Academia Nacional de Dibujo Claroscuro al Natural, fundada por el maestro Carlos Zúñiga Figueroa. Hacia finales de la década, realizó cinco exposiciones personales y envió muestras a ocho lugares. También participó, en 1942, en la restauración de Los evangelistas, obra pintada por José Miguel Gómez en las pechinas de la cúpula de la Catedral de Tegucigalpa; allí despertó su interés por el arte religioso, al que le dedicó buena parte de su vida. También cultivó el realismo, el impresionismo, el collage y el arte naíf.

En pleno siglo XX, época marcada por convencionalismos sociales, donde la mujer era marginada a labores tradicionales nos encontramos con este personaje que, a pesar de las dificultades, supo sobresalir y adaptarse a las circunstancias que se le presentaron. Su trabajo le valió numerosos premios y reconocimientos, como Lauro de Oro del Distrito Central, en 1978. Dos años después recibió la Hoja Liquidámbar en Plata y el Premio Nacional de Arte Pablo Zelaya Sierra.

Al hablar de su vida es evidente que Teresa es una mujer que inspira, sobre todo por su talentosa conexión con la pintura y la naturaleza y por perseverar frente a la adversidad. Así como Teresa me motiva, espero que pueda hacerlo con otras personas a través de este escrito, mi pequeño homenaje hacia ella.

Mi mamá se llama Ana Cecilia López, apodada Anita. Aunque nació en la ciudad de Panamá, tiene raíces asiáticas gracias a mi abuelo. Ha sido una mujer presente en nuestras vidas, pero sobre todo ha sido valiente.

Cursó la carrera de Medicina en Costa Rica. No creas que estudiar en el exterior fue su primera opción, ya que había ingresado antes en la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá, pero no logró adaptarse a las materias. Intentó luego con Arquitectura y, a pesar de que le fue bien, se retiró. Como es una mujer que no se rinde y que persevera, solicitó una beca para estudiar en el vecino país, y la aceptaron.

Lejos de nuestra tierra conoció a mi papá, Eduardo. Ellos salieron por cinco años y se casaron en 2001. Dos años después nació mi hermano, llamado como mi padre y a quien le decimos Eduardito. Siete años más tarde llegué al mundo yo, María Paula.

Mi mamá es osada ante todas las adversidades de la vida. Les cuento que yo no vivo con mi padre, pues él cometió un acto de infidelidad. A pesar de esta situación, ella vivió con él por casi diez años. Luego pasaron algunos hechos que hicieron de ella una mujer determinada, que decidió separarse de mi papá. Y traigo el tema a este escrito porque muchas mujeres no se atreven a hacer lo mismo por diferentes factores. Mi mamá se llenó de valor y pudo. Para mí, eso fue un logro.

Desde que mi padre se fue del hogar, mi vida no ha sido la más fácil. He tenido bajones y muchos problemas en general, pero ¿sabes quién siempre está ahí para apoyarme?, no es mi padre, sino mi mamá. Ella es alguien que nunca me dejaría colgando en el aire. Cada vez que me siento mal, está para darme ánimos. Es mi sostén.

A mi mamá nunca la llamaría madre. En mi concepto, madre es la que da la vida, mamá es la que cría. Mi mamá me crio y me ha hecho ser la persona que soy ahora.

Anita, como le dicen, por el momento está aprendiendo finanzas, aunque es médico pediatra desde hace quince años y le ha ido muy bien. Lo cierto es que detuvo un poco su carrera para cuidar a mi hermano mayor, ahora de diecinueve años, y a mí que tengo doce. Pero eso no impidió que ella se convirtiera en una gran profesional.

Agradezco a Ana Cecilia López por darme las herramientas para ser una persona civilizada y de buena fe. Mi mamá, teniendo obstáculos en su vida, ha logrado transmitir alegría y determinación por las metas cumplidas. Aunque no tenga la vida de ricos o de lujos, ella es feliz, y si ella lo es, yo aún más.

Mujeres inspiradoras que han dado la cara por su país y que harían todo lo posible para que su nación sea un territorio nuevo existen demasiados ejemplos; pero, lamentablemente, muy pocos conocidos. Sé que lo dicho no es muy bueno, pero considero que es la verdad. Las damas que han luchado y se han sacrificado por su patria merecen más mérito y mención en los libros de Historia en mayúscula, y aquí estoy yo para hablar de una de ellas.

Rigoberta Menchú Tum, una líder indígena y activista guatemalteca, es defensora de los derechos humanos y ha sido designada como Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Entre sus reconocimientos más destacados está haber obtenido el Premio Nobel de la Paz, en 1992; aunque también se puede mencionar que recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional. Su reconocimiento ha sido nacional e internacional.

En el 2007 se postuló para presidente de su país, quedando en quinto lugar, con el 3,9% de los votos.

Su vida

Hija de Vicente Menchú y Juana Tum. Desde muy pequeña supo y conoció de primera mano todas las injusticias, maltratos, discriminación y abusos que debían sufrir los indígenas guatemaltecos en extrema pobreza. 

A los cinco años fue forzada a trabajar en lugares donde la gente se enfermaba y moría pronto por las deplorables condiciones laborales. Además fue testigo de la represión y la violencia por parte del ejército de Guatemala, que abusaba de su poder y se aprovechaba para maltratar a los pueblos originarios.

Estuvo involucrada desde joven en diferentes causas sociales. Participó en organizaciones a favor de la liberación del pueblo guatemalteco, como el Comité de Unidad Campesina (CUC) y la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOC) desde 1977.

En la guerra civil de Guatemala (1962-1996), familiares de Menchú fueron torturados y asesinados por los militares. Durante esa época había una campaña contra la población sospechosa de pertenecer a algún grupo armado. Fue en ese momento cuando ella se vio obligada a exiliarse en México, a donde llegó en 1981, apoyada por grupos militantes católicos.

Desde este país se dedicó a denunciar a nivel mundial la grave situación de los indígenas guatemaltecos. Aunque Rigoberta sufrió la persecución política y el exilio, no detuvo su lucha, sino que continuó alzando su voz y desde su experiencia contribuyó a la elaboración de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).

El 10 de diciembre de 1992 recibió el famoso Premio Nobel de la Paz, volviéndose así la primera mujer indígena en lograr tal distinción, siendo también una de las más jóvenes.

Con el dinero del Nobel creó la Fundación Vicente Menchú, la cual busca recuperar y enriquecer los valores humanos para la construcción de una ética de paz mundial a partir de la diversidad étnica, política y cultural de todos los pueblos del planeta.

Esta dama indígena es una gran inspiración para las mujeres y hombres que buscan luchar por el cumplimiento de los derechos humanos y la seguridad de las personas menos suertudas. Por todos estos motivos, ella es un excelente ejemplo a seguir.

Me puse a pensar: «¿Y si escribo sobre alguien que haya marcado la historia de nuestra patria Panamá?». Llegué a una conclusión: «¡Lo haré sobre María Ossa de Amador!».

Ella fue la esposa del primer presidente de Panamá, Manuel Amador Guerrero. Durante la época departamental, estaban pasando muchos conflictos sociales y económicos dentro de los estados que formaban parte de la Gran Colombia. Como se sabe, a causa de esto, Panamá buscó su anhelada independencia.

Gracias a que comenzó el proceso para la emancipación, en secreto se empezaron a crear los símbolos representativos del Istmo, y ahí es donde entra ella, María Ossa de Amador, quien, en la noche del 2 de noviembre de 1903, confeccionó la bandera nacional junto a su cuñada Angélica Bergamota y a la señorita María Emilia Bergamota (hija de Angélica). 

Pero ¿cómo la elaboró? Antes que todo, las telas fueron compradas en tres lugares diferentes para no despertar sospechas de nadie. Una en el establecimiento La Daila, otra en el Bazar Francés y otra parte en A la Ville de París. Como en ese entonces las autoridades de Colombia estaban muy atentas de cada posible movimiento independentista, las banderas no podían ser confeccionadas en la casa del presidente del Estado Federal, así que María Ossa de Amador decidió comenzarla en la casa de Angélica Bergamota y luego terminarla en una casa abandonada. 

Las primeras dos banderas fueron de 2,25 x 1,50 metros, y hubo una más pequeña, armada por María Emilia, con la tela que sobró. El 3 de noviembre de 1903 los emblemas fueron paseados por las calles de una Panamá libre.

La mujer al lado del primer presidente

Pero bueno, todos conocemos la historia de la confección de la bandera nacional así que, ahora les voy a hablar del gran honor que tuvo María Ossa de Amador al ser la primera mujer en ostentar el puesto de primera dama de Panamá.

Fue una mujer bastante alegre y determinada, ya que nunca dudaba en tomar decisiones. Animaba a la gente con una buena actitud.

Tuvo dos hijos, Raúl Arturo y Elmira María; esta última se casó con William Ehrman, una persona de gran poder en esa época al ser uno de los dueños de la Compañía Bancaria Ehrman.

A pesar de la brevedad del mandato de Manuel Amador Guerrero, su esposa es recordada por el pueblo panameño como una de las figuras claves de la independencia nacional. De hecho, en 1935, cuando ya habían transcurrido cerca de cinco lustros desde la muerte de su marido, fue homenajeada el 4 de noviembre (antiguo Día de la Bandera y actualmente Día de los Símbolos Patrios) por la Escuela Normal de Institutoras. Esta actividad fue promovida por la doctora Esther Neira de Calvo y apoyada por todas las instancias oficiales del país.

María Ossa fue una persona tan importante que hasta en el corregimiento de Parque Lefevre, en la ciudad capital, se nombró una escuela en su honor. En 1953, debido al 50 aniversario de la República, el Gobierno emitió un sello postal donde figuraban ella y su esposo.

Murió el 5 de julio de 1943, a sus 93 años, en Charlotte, en Estados Unidos, aunque más tarde sus restos fueron enterrados en Panamá.

Estaba en camino a Taboga, ¿sabes que es conocida como la isla de las flores? Pero pensar en la dulzura y belleza de una isla tan tranquila, contrasta con lo picado que se puede poner el mar. En camino a este lugar, la lancha se movía de un lado a otro ferozmente. Me sentí muy asustada; para colmo el agua me salpicaba la cara y me empezaba a dar náuseas. Felizmente logramos llegar sanos y salvos.

A lo lejos se podía ver una pequeña isla que, mientras más nos acercábamos, se hacía cada vez más grande. Unos agentes de control de puertos revisaron las maletas para ver si todo estaba en orden, luego nos dejaron pasar.

Miré hacia la playa, las aguas cristalinas y la arena llena de conchas de mar. Era lo que más me emocionaba de estar allá.

Después mi mamá nos llevó a dar un pequeño recorrido por las calles de Taboga, mientras ella nos contaba pequeñas anécdotas que le habían sucedido cuando pasaba los veranos allí. Yo iba viendo las calles y escaneando la esencia de tal lugar, a mí me pareció un sitio muy bonito para ir a relajarse y aislarse un poco de la ciudad.

Luego de un rato, fuimos al restaurante de una de las amigas de mi mamá, entramos y luego de charlar un rato mi madre y mi padrastro pidieron la comida.

— “Cami y Mia, ¿por qué no van al parque que está a una cuadra de acá mientras llega la comida?”, nos sugirió mamá.

— “Ok, vamos Mia”, le hice caso a mi mamá y salimos del restaurante.

Al otro lado de la calle vi a 3 niños con mascarillas negras y le dije a mi hermana que pasáramos rápido por ahí, por si acaso. Cuando llegamos al parque podíamos ver el mar, me di la vuelta para ver si los niños todavía seguían allí. Ellos venían hacia el parque donde estábamos. Me preocupé.

— “Mia, creo que es mejor regresar al restaurante”, le dije nerviosa.

Salimos lo más rápido posible del parque y afortunadamente mi mamá venía a decirnos que ya la comida estaba lista.

Mia y yo les contamos lo que pasó a nuestros padres, pero nos dijeron que no nos preocupáramos, que tal vez ellos solo querían socializar con nosotras. Yo acepté la explicación y empezamos a comer.

Tras la comida, fuimos a la playa. Mi hermana y yo estábamos encantadas en la arena y a la vez comimos unas cosas que había comprado mi padrastro. Pero justo en ese momento de plena recreación nos vinieron a decir que ya nos teníamos que ir al muelle, pues después se acababan las lanchas para volver a tierra firme, a la ciudad de Panamá.

Estábamos en la lancha otra vez, pero ahora con recuerdos de Taboga. Así como mi mamá nos compartió pequeñas anécdotas que ella había tenido en aquella isla, ahora me toca crear recuerdos propios para contar, como lo hizo ella.