Reina Lorenzo, mi mamá, es la hija mayor de seis hermanos y nació el 10 de febrero de 1977, en Todos Santos Cuchumatanes, en el municipio de Huehuetenango. En sus primeros años de vida emigró a la ciudad capital; vive actualmente en San José Pinula.

Mi familia me ha contado cómo era crecer en aquellos años. Su infancia no fue la más fácil, pero tampoco la más complicada. A temprana edad se tuvo que hacer cargo de sus cinco hermanos, debido a que sus padres debían trabajar para poder sacarlos adelante. 

Cuando mi familia recién llegó a San José Pinula, tuvieron a su cargo una finca. Mamá considera que no pudo haber mejor sitio para desarrollarse, ya que los patrones les permitían desplazarse por toda la propiedad. Cuando los jefes de mis abuelos se enteraron de que tenían hijos, los enviaron a la escuela y, de no haber sido por ellos, mi madre no se hubiese formado. Ella entró a los siete años en primero de primaria. 

Luego de terminar la primaria, mis abuelos la enviaron al Instituto Nacional de San José Pinula (era entonces uno de los mejores colegios del país), pero ella no se comprometió al 100 % y perdió primero básico, por lo que la retiraron de ahí y terminó los básicos en otro establecimiento. Debía seguir con el bachillerato, pero por el hecho de ser hija mayor ya era el momento de ver por sí sola y ser independiente para darle la oportunidad de educarse a sus demás hermanos; en consecuencia, se vio en la necesidad de buscar un empleo y estudiar durante los fines de semana. Felizmente se graduó como secretaria comercial. 

Fue una chica que supo aprovechar su juventud, ya que como mis tíos dicen: “Ella no se estaba quieta”. Lo cual me causa gracia, porque no me deja salir a varios lugares, pero pienso que es por un bien a largo plazo. Cada vez que veo fotografías de mi mamá quedo impactada, debido a que siempre fue una joven coqueta que trataba de estar a la moda. Esto me impulsa a quererme y valorarme; lo que me pongo me tiene que gustar a mí y hacerme sentir cómoda conmigo misma, no con nadie más. 

Uno de los deseos más grandes de mi mamá era casarse de manera formal y tener su propia familia, pero la vida le tenía otros planes: a los 29 años decidió tener una hija, yo, Amanda Avigail Lorenzo. Realmente fue muy valiente al contarle a mis abuelos que estaba embarazada. Cuando empezó a tener sospechas de su preñez, se realizó los exámenes correspondientes y salieron positivos; luego de dos días, no pudo esconder más la noticia y la compartió con ellos. Mi papá no se quiso hacer cargo de mí, lo cual enfureció a mi abuelo por el hecho de que su hija mayor fuera a ser una madre soltera.

Esto fue un factor que desencadenó muchos conflictos, pues para cualquier padre el hecho de que su hija vaya a ser mamá en aquellas difíciles circunstancias nunca está entre sus planes; pero mi madre afirma que el hecho de que seamos ella y yo es más que suficiente.  

Mi mamá se las ha arreglado para darme todo lo necesario y para que no me falte nada. Desde que tengo uso de razón, he visto cómo lucha por sacarme adelante. Siempre trata de ofrecerme lo mejor; propiciar las oportunidades que no tuvo ella para que yo sea exitosa e independiente. Si algo he aprendido de ella, es que no tengo que esperar a que otros hagan las cosas por mí, por lo que no debo depender de la ayuda de alguien y, si quiero un trabajo bien hecho, debo llevarlo a cabo por mis propios medios.

Desde muy pequeña he sido lo más autosuficiente posible, en el sentido de que sé cuáles son mis responsabilidades y obligaciones, y las debo cumplir. Gracias, mamá, por formarme así.