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Hoy en día podemos seguir los pasos de una mujer que luchó por los derechos humanos, por la paz de su pueblo y por dignificar a sus ancestros. Es una dama guatemalteca que nació en una familia campesina maya. Durante su niñez y juventud careció de recursos económicos y fue víctima de violencia y discriminación racial.

La situación no pintaba nada bien. Con tan solo cinco años empezó a trabajar en fincas de familias ricas y tradicionales, ayudaba a sus padres para poder salir adelante. Se dice que quien lucha por los derechos humanos está condenado a la muerte, esto ella lo sabía muy bien, mas esa posibilidad no la detuvo para combatir contra la desigualdad social que viven los descendientes del pueblo maya. Rigoberta Menchú decidió salir de su terruño en Chimel, municipio de San Miguel Uspantán, departamento de El Quiché, Guatemala para poder ser escuchada e involucrarse en diversas causas sociales, culturales y políticas.

Participó en foros internacionales para denunciar las desigualdades económicas y sociales que ella había sufrido desde pequeña, mientras que los pueblos originarios, desde hacía siglos. En México contribuyó a la elaboración de la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas y en 1992 fue galardonada en Suecia con el Premio Nobel de la Paz.

La valiente dama sigue luchando para promover el diálogo y la justicia social en distintas partes de su país y en el mundo. Nos da un claro ejemplo de superación, perseverancia, entrega y confianza. Gracias a su aporte nos podemos dar cuenta de que ningún sueño es imposible de alcanzar, si se lucha mucho por él.

Al inspirarme en Rigoberta Menchú, me pude dar cuenta de que todas las mujeres somos capaces, que podemos lograr que una o muchas personas confíen en nuestras habilidades; que el hecho de ser mujer no te hace más o menos que nadie. Debemos aprender a superar los obstáculos que día con día se nos presentan, depende de nosotros hasta dónde vamos a llegar. El límite es el cielo. 

Es una mujer que continúa alzando su voz para que los derechos humanos sean respetados. «Mujer que lucha no se rinde«, esta es la frase que le inspiró para poder salir al mundo a pelear por ella y por los de su pueblo.  Al ser galardonada con el Nobel, Rigoberta Menchú dijo las palabras siguientes: Considero este premio, no como un galardón hacia mí en lo personal, sino como una de las conquistas más grandes de la lucha por la paz, por los derechos humanos y por los derechos de los pueblos indígenas, que a lo largo de estos 500 años han sido divididos y fragmentados y han sufrido genocidio, la represión y la discriminación».

Rigoberta Menchú Tum, me doy cuenta de que lo más importante es que los derechos de los pueblos indígenas no sean violados, que sean respetados y escuchados.  “La paz no se trata de silenciar con los fusiles. Se trata de un proceso de transformación social”.  Si lo crees, lo puedes lograr; ella nos brinda el ejemplo de que es posible alcanzar lo que anhelamos en la vida con esfuerzo y dedicación, siempre y cuando estés dispuesto a ser la persona que marque la diferencia.

Reina Lorenzo, mi mamá, es la hija mayor de seis hermanos y nació el 10 de febrero de 1977, en Todos Santos Cuchumatanes, en el municipio de Huehuetenango. En sus primeros años de vida emigró a la ciudad capital; vive actualmente en San José Pinula.

Mi familia me ha contado cómo era crecer en aquellos años. Su infancia no fue la más fácil, pero tampoco la más complicada. A temprana edad se tuvo que hacer cargo de sus cinco hermanos, debido a que sus padres debían trabajar para poder sacarlos adelante. 

Cuando mi familia recién llegó a San José Pinula, tuvieron a su cargo una finca. Mamá considera que no pudo haber mejor sitio para desarrollarse, ya que los patrones les permitían desplazarse por toda la propiedad. Cuando los jefes de mis abuelos se enteraron de que tenían hijos, los enviaron a la escuela y, de no haber sido por ellos, mi madre no se hubiese formado. Ella entró a los siete años en primero de primaria. 

Luego de terminar la primaria, mis abuelos la enviaron al Instituto Nacional de San José Pinula (era entonces uno de los mejores colegios del país), pero ella no se comprometió al 100 % y perdió primero básico, por lo que la retiraron de ahí y terminó los básicos en otro establecimiento. Debía seguir con el bachillerato, pero por el hecho de ser hija mayor ya era el momento de ver por sí sola y ser independiente para darle la oportunidad de educarse a sus demás hermanos; en consecuencia, se vio en la necesidad de buscar un empleo y estudiar durante los fines de semana. Felizmente se graduó como secretaria comercial. 

Fue una chica que supo aprovechar su juventud, ya que como mis tíos dicen: “Ella no se estaba quieta”. Lo cual me causa gracia, porque no me deja salir a varios lugares, pero pienso que es por un bien a largo plazo. Cada vez que veo fotografías de mi mamá quedo impactada, debido a que siempre fue una joven coqueta que trataba de estar a la moda. Esto me impulsa a quererme y valorarme; lo que me pongo me tiene que gustar a mí y hacerme sentir cómoda conmigo misma, no con nadie más. 

Uno de los deseos más grandes de mi mamá era casarse de manera formal y tener su propia familia, pero la vida le tenía otros planes: a los 29 años decidió tener una hija, yo, Amanda Avigail Lorenzo. Realmente fue muy valiente al contarle a mis abuelos que estaba embarazada. Cuando empezó a tener sospechas de su preñez, se realizó los exámenes correspondientes y salieron positivos; luego de dos días, no pudo esconder más la noticia y la compartió con ellos. Mi papá no se quiso hacer cargo de mí, lo cual enfureció a mi abuelo por el hecho de que su hija mayor fuera a ser una madre soltera.

Esto fue un factor que desencadenó muchos conflictos, pues para cualquier padre el hecho de que su hija vaya a ser mamá en aquellas difíciles circunstancias nunca está entre sus planes; pero mi madre afirma que el hecho de que seamos ella y yo es más que suficiente.  

Mi mamá se las ha arreglado para darme todo lo necesario y para que no me falte nada. Desde que tengo uso de razón, he visto cómo lucha por sacarme adelante. Siempre trata de ofrecerme lo mejor; propiciar las oportunidades que no tuvo ella para que yo sea exitosa e independiente. Si algo he aprendido de ella, es que no tengo que esperar a que otros hagan las cosas por mí, por lo que no debo depender de la ayuda de alguien y, si quiero un trabajo bien hecho, debo llevarlo a cabo por mis propios medios.

Desde muy pequeña he sido lo más autosuficiente posible, en el sentido de que sé cuáles son mis responsabilidades y obligaciones, y las debo cumplir. Gracias, mamá, por formarme así.

La disciplina de algunas personas es admirable y, cuando se combina con amor, se convierte en un superpoder que no cualquiera sabe controlar bien. Quili descubrió cómo manejar estas dos cualidades con mucha persistencia. Fue esposa de un hombre educado a la antigua, que creció con machete en mano y que no se dejaba quebrar por nada. Ella, una mujer sumisa y obediente a todo lo que él decía, no porque hubiera violencia ni problemas en la casa, sino porque era un matrimonio forjado por el amor y la mentalidad de mediados del siglo XX: la mujer a la cocina y el hombre al potrero. De esa manera André Guardado y Aquilina «Quili» Palma criaron a sus doce hijos.

En casa de Aquilina se respiraba un ambiente de valores. Inculcó rigor y temple a todos sus hijos y, cuando los varones eran lo suficientemente grandes, su padre los aconsejaba de acuerdo con los lineamientos de aquella época. En el caso de las seis mujeres, nunca dejaron de aprender con su madre los oficios domésticos y sabían desempeñarse en el campo. Los principios que les enseñó fueron tan fuertes y valiosos que todas los transmitieron a sus retoños.

Una abuela dulce y tierna, que dio lecciones a sus nietos, los crio con autoridad, pero con humildad y bondad. Mujer que le dejaba el título de patriarca a su esposo, él enseñaba de manera fuerte y severa.

Aquilina legó sus creencias y enseñanzas en cada una de sus hijas; a ellas les tocaba difundirlas a su respectiva descendencia. Tenía nietos, muchos nietos, y su corazón rebosaba de alegría. Ahora somos nosotros sus bisnietos y tataranietos quienes extendemos sus valores, recibidos de nuestros padres y que ellos aprendieron de los suyos, principios de esta gran mujer salvadoreña nacida el 4 de enero de 1924.

Llevar su apellido es un honor. En mi vaga conciencia de diez años recuerdo a mi bisabuela como la mujer que, con 92 años, me enseñó a separar el bien del mal; aprendí algunas mañitas de su cocina, y que en la vida podemos gozar y celebrar juntos, pero nada con exceso. Dedicó su existencia a su familia, nunca se rindió e incluso con el dolor que le daba haber perdido a su compañero de vida tiempo atrás, continuó con alegría y jamás la derrumbó la pena.

Recuerdo ese 10 de enero de 2016, la noticia que alarmó y puso en duelo a la familia: la abuela Quili falleció. Al escuchar la historia de cómo enfermó el día de su cumpleaños 92 y que seis días después descansó en los brazos de una de sus hijas, es triste. Quiero imaginar que su último suspiro llevó un «los amo», porque en verdad nos forjó con valores, con importantes lecciones de vida y con mucho cariño, que heredó y me transmitió la mujer que me trajo al mundo.

Mientras disfrutaba de aquel delicioso desayuno preparado por mamá, no pude evitar preguntarme: «¿Cómo puede ser tan fuerte? ¿Será su amor maternal el que no le permite mostrar ninguna debilidad?». Decidí no quedarme con la duda e interrogarla acerca de cómo lo lograba. Mientras me esforzaba por encontrar la valentía para hacerlo, sin darme cuenta me había quedado callada y sumida en aquellos pensamientos.

Mi madre estaba tranquila preparándose una deliciosa taza de café. De inmediato se dio cuenta de que algo diferente reinaba en el ambiente: había mucho silencio y, cuando volvió a ver a su acompañante de desayuno (a mí), que estaba pensativa, con gracia y un poco de curiosidad por saber qué rondaba por mi mente, tiernamente me llamó por mi nombre y pude regresar de mi trance. Captó mi atención con una simple pregunta.

—¿Qué pasa por tu mente, mi princesa guerrera? 

No pude evitar sonreír cuando escuché aquel sobrenombre tan bello que me ha dicho tantas veces desde que era pequeña. Dice que esa expresión la escuchó en una película sobre una niña que debió salir adelante sola contra el mundo; no me ha revelado el nombre de esta producción, ya que según dice no lo recuerda; mas sí tiene claro que vio el largometraje en el momento cuando supo que estaba embarazada de una hermosa niña (refiriéndose a mí) y le gustó la idea de llamarme de esa manera.

Deseaba que respondiera mi inquietud, respiré profundo y me atreví a romper el silencio con una consulta:

Mami, ¿por qué eres tan fuerte?

Se quedó en silencio por un rato.

Por ti —contestó.

¿Por mí? —pregunté asombrada y volvió a sonreír.

Sí, por ti —señaló con una voz dulce y segura. La confusión en mi rostro le enterneció—. La razón por la que soy fuerte es por ti y tus hermanitos; tú fuiste mi primera hija, aquella pequeña que me hizo salir adelante cada mañana, me inspiró a levantarme todos los días y no me permitió rendirme. Por ti es que continúo en este camino llamado vida, porque siempre has estado a mi lado y mientras lo estés, no me detendré nunca».

La mujer que tenía frente a mí, mi madre, la más poderosa, fuerte y hermosa que he conocido me había dicho todo aquello. Salí del asombro, me levanté de mi asiento, me acerqué a donde se encontraba y decidí abrazarla.

Gracias, muchas gracias —fue lo que alcancé a susurrar a su oído. Cuando me aparté solo se limitó a sonreír de nuevo.

Salimos de nuestro pequeño momento de paz cuando nos dimos cuenta de la hora; si no nos apresurábamos llegaríamos tarde a nuestros destinos. En el colegio bajé del auto y me despedí con un «te quiero», ella me contestó «te amo«, eso bastó para sacarme una sonrisa y tener un día lindo y tranquilo.

María Elena Pérez Guzmán es responsable, estudiosa y un ejemplo de superación. El 10 de febrero del 2004, a sus quince años, supo de su embarazo. Este acontecimiento marcó un nuevo inicio en su vida, para el cual no estaba preparada. Fue rechazada, abandonada y apartada por todas las personas “queridas” en su momento. Se vio obligada a buscar un trabajo y lo encontró en el salón de belleza Deyna, en el Municipio de San José Pinula. Laboraba todos los días a cambio de un bajo salario; debido a la preocupación de conservarlo, se esforzaba demasiado y, con la carga del ser en su vientre, la presión era todavía mayor.

Vivió en un apartamento ubicado en el mismo municipio, donde el alquiler era a un precio accesible, pero sin los servicios básicos; aún así, no le alcanzaba para solventar todos sus gastos. El 24 de noviembre del 2004 dio a luz a su hijo en el Hospital San Juan de Dios. Los siguientes meses fueron difíciles, pero gracias a Dios sus familiares la apoyaron al saber de su delicada situación.

Continuó trabajando en el salón de belleza. Pasó el tiempo y María conoció a José Pablo, se enamoraron y se casaron. En los siguientes años comenzó a laborar como secretaria en diferentes empresas: en la Subdelegación TSE San José Pinula, en las Agencias Way San José Pinula, en MISCORP S.A. Outsourcing People y en Solusersa. Devengaba el salario mínimo. 

Ella y su esposo compraron una casa en las afueras del Municipio de San José Pinula, algo que ella pensaba que era imposible. En 2013 retomó su aprendizaje y en el 2016 ingresó a la Universidad Mariano Gálvez de Guatemala, en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Luego de cinco años pudo ejercer su profesión de abogada en el Centro de Justicia Laboral, lo cual les dio una vida más holgada a ella y a su familia. 

Hoy en día tener un hijo a temprana edad y salir adelante es difícil, a causa del alto costo de la vida, la escasez de fuentes de trabajo y la marginación a la que son sometidas las madres solteras. Sin embargo, esta mujer lo manejó muy bien, luchó día a día para poder sobrevivir y me inspira saber que, incluso si cometo un error, esto no definirá el resto de mis días; al contrario, puede ser un incentivo que me hará ver lo difícil que es independizarse, especialmente con un hijo, en una situación para la que nadie está preparado a esa temprana edad.

Por ello, estudien, jóvenes; diviértanse, disfruten de su etapa, no adquieran aún la responsabilidad de tener un hijo. Una equivocación la comete cualquiera, pero se necesita demasiada madurez para afrontar esa clase de responsabilidades, así como lo hizo María Elena.

Las personas suelen aprender a lo largo de su vida de muchas figuras femeninas que pasan a ser importantes en sus corazones y se convierten en fuentes de inspiración. Son mujeres con mucho potencial, que logran sobresalir en sus diversos roles; valiosas en sus carreras, con una merecida fama por su trabajo y su valor ante las adversidades. 

¿Qué pasa con aquellos seres humanos menos conocidos? ¿Qué ocurre con los héroes anónimos? Es por ello que quiero hablar sobre las mujeres de mi familia y la manera como han logrado perseverar. Son madres solteras, fuertes y luchadoras, que sacaron adelante a sus hijos por encima de todos los obstáculos que debieron enfrentar.

Cada una de esas damas han sido valiosas y admiro todo el esfuerzo que ellas realizan. Por ejemplo, aunque mi madre me hizo una persona independiente, deseo hablar acerca de alguien en especial, Liliam, a quien más venero por la actitud que transmite por encima de todo lo que ha pasado.

La llamamos cariñosamente Lili. Siempre ha sido como una madre para toda mi familia y es la protectora de cada uno de nosotros. Ella ha sido ejemplar e inspiradora, es la más cariñosa y amable; ejerce lo que llamo una disciplina amorosa. Es mi mayor fuente de valentía cuando debo encarar situaciones adversas, ya que ha vencido dos veces el cáncer. Su historia está llena de emociones y retos, y es que, a pesar de haber sentido fuertes malestares, al principio ocultó sus dolores y sentimientos para no preocupar a nadie.

Cuando le diagnosticaron el cáncer, aceptó su realidad y siguió su vida con el apoyo de todos. Recuerdo que aquella noticia fue devastadora y triste. Estuvimos junto a ella en todo momento. Afortunadamente, venció el mal después de un intenso tratamiento. Pasaron siete años de calma, pero comenzó a sentir el mismo malestar y en el mismo lugar de su cuerpo; la enfermedad había regresado. Como la mujer fuerte que es, luchó, nunca perdió la fe y logró derrotarlo por segunda vez. 

Aunque todo esto ocurrió durante mi infancia y mis recuerdos han sido pocos, este hecho marcó mis años de crecimiento. Lili me inspira y aprendí de ella a enfrentar problemas, enfermedades y situaciones duras de la vida, sin dejar de ser amable y amorosa, ya que aun cuando tenía dolores, siempre nos brindó su apoyo y nunca dejó de amarnos.

Aunque este texto habla de la mujer a quien más admiro, también quiero dedicar esta nota a todas aquellas damas que no pudieron vencer al cáncer y a sus familiares que las acompañaron durante la batalla para recuperar la salud. A todas les muestro mi respeto y solidaridad por tener la valentía para luchar contra una enfermedad mortal.