Por: Adriana Mendoza

 

Esta bella historia es de la persona más especial, luchadora y guerrera que conozco: mi madre.

Desde pequeña recibió maltrato emocional y físico, rechazo y problemas en casa; sin embargo, soñaba con desarrollar actividades como tocar violín y piano, escribir o destacarse en la oratoria. Quería demostrar su capacidad, pero sus padres rechazaron esas ideas; para ellos eso solo lo podían hacer las personas pudientes.

Adriana Aguilar no se rindió y luchó a pesar del rechazo y la falta de apoyo. No le fue fácil, porque sus padres tenían adicciones y aunque para muchos esto era otra limitante, para ella no.

Estudió desde pequeña en escuela pública, donde tuvo buenos promedios. Luego ingresó a un plantel privado y se destacó en concursos de lectura y oratoria. Siempre trató de aprender todo lo que pudo.

En la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena se preparó como educadora. Fue presidenta de los graduandos de su promoción, tuvo muchas responsabilidades y al mismo tiempo pudo mantener su promedio entre los mejores; aparte de que cuidaba sus valores morales, lo cual es primordial para ella.

A Adriana le tocó luchar con el cáncer de su madre y el golpe económico que tuvo su familia; no obstante, no se desenfocó de su futuro deseado. Recuerda que algo que le taladraba el corazón era cuando veía a sus compañeras con sus madres durante las visitas en el internado donde residía. Dicha escena le hacía recordar que la suya tal vez estaba en un hospital con una mala condición de salud.

En ocasiones sentía que ya no podía más, pero no se rindió y siguió luchando contra todo lo que podía destruir su concentración. Muestra de ello es que ha logrado obtener muchos títulos universitarios, cursos y seminarios en el área de la educación, por su constancia y dedicación. Eso la ayudó a entender que valió la pena el sacrificio.

Consiguió un trabajo en la comarca Guna Yala, a pesar de que los niños no hablaban español buscó la manera de comunicarse con ellos y lo logró: aprendió a preguntar los nombres en dulegaya (lengua guna) y poco a poco pudo enseñarles a leer, escribir y muchas conocimientos más necesarios en su desarrollo.

Para ello se valió de recursos como mímicas, dibujos y repeticiones. Tocaba o señalaba objetos e imágenes y les preguntaba ¿Igui nuga? (¿cómo se llama?). Los niños le respondían en su lengua natal y ella les indicaba el significado en español. Tuvo que adaptarse a un lugar completamente diferente de donde ella venía, que era Puerto Armuelles, provincia de Chiriquí, pero gracias a todo ese esfuerzo y lucha, actualmente es profesora y trabaja en una escuela como maestra de grado, también en la Universidad Cristiana de Panamá, en la Universidad Internacional Mahanaim y en el Instituto Bíblico Virtual de la Iglesia Cuadrangular.

Adriana se siente orgullosa de sí misma por haber superado cada uno de los obstáculos y demostrar que no hay límites, pues manifiesta que estos son fundados con excusas y que, si en realidad queremos ser alguien en la vida, tenemos que batallar. “Solo es para valientes, hija, porque no va a ser fácil, es luchar contigo y no dejarte confundir”, señaló.

Casi finalizando la entrevista recalcó que a pesar de que no contemos con el apoyo de nuestros padres debemos trazarnos metas, proyectos y vencer todo temor de fracasar; «de lo contrario, nunca te podrás dar cuenta si pudiste ser una persona exitosa en la vida”.

“Hija, si tienes sueños no debes rendirte, lucha por conseguirlos y siempre marcarás la diferencia”, culminó.