Pocos en el mundo exterior saben que entre los muros amarillos del Instituto Nacional de Panamá camina estruendosamente un ser casi mitológico, una mujer que lleva dentro de sí la sabiduría y genialidad, forjada con bronce y con enormes alas que enseñan a los aguiluchos cómo volar. Es la profesora Zahira Valencia, quien en 2022 me impartió la materia de Cívica III.

Su primera presencia ante mí fue en la primera semana de noveno grado. Entró como una luz que conoce su dirección antes de encenderse, su peinado de cola de caballo no dejaba ningún cabello por fuera, usaba unos lentes que hacían que sus ojos se vieran enormes y sus uñas delataban las garras con las que nos enfrentaríamos posteriormente. Ese año conocí a la profesora, viví su clase y desde entonces dejé de ser un estudiante común.

En mi última temporada escolar, luego de regresar de las clases virtuales, tuve el privilegio de dar clases de nuevo con ella; fueron más motivadoras que nunca y no porque fuera la más amable o comprensiva, sino por los retos y cuestionamientos lógicos a los que nos enfrentamos en cada lección y por las enseñanzas que nos deja con su autenticidad.

Un día de la primera semana de octubre, saliendo del colegio, vi cómo se acercaba a mí cual águila agarra su presa y me preguntó: “David, ¿quieres representarme el Día del Estudiante?”. Al principio me sorprendió, pero confiado le respondí que sí.

Las siguientes clases dejé de ser solo un alumno. La profesora Zahira no había tenido un estudiante que la representara en el Día del Estudiante desde el 2014, así que me convertí en uno que debía corroborar su capacidad. Las preguntas en el aula ahora iban directas hacia mí; en ocasiones pude responder, sin embargo, en muchas erré y como respuesta me dio tres lecciones que nunca olvidaré.

Por escuchar comentarios de otras personas antes que los míos, me enseñó la primera:

1. “¡Siempre tienes que ir a ti!”: mi ser es lo único que me pertenece, mis creencias y verdades deben ir primero que las del mundo.

Al fallar en mis respuestas, me dio la segunda:

2. “¡Acepta tus errores!”: si cometo un desacierto, con dignidad lo acepto y aprendo de ello.

Ante varios fallos y antes de que yo comprendiera dichas enseñanzas me dijo: “Si crees que yo molesto mucho, dime que no me representarás, aún estás a tiempo». Pero confiado de mí le afirmé que la representaría aquel día.

Y así lo hice el 27 de octubre, le di clases a tres de sus grupos. Mientras que todo el mundo me decía que debía parecerme a ella, actuar como ella y dar clases como ella, aprendí la tercera enseñanza que me dio luego:

3. “Jamás serás Zahira Valencia”: no seré nunca ella, porque ella ya es. Lo que tengo, lo que soy y lo que represento siempre seré yo, mi esencia.

Al final del día pude apreciar más todo lo que me enseñó en el mes, cada palabra y pregunta fue por un motivo. Esas y cada una de sus lecciones las llevo conmigo, pues más allá de una historia o de un aprendizaje, la profesora Zahira Valencia nos hizo desarrollar una habilidad, la capacidad de afrontar el mundo y ver más allá siempre.

Ya a punto de graduarme, me entristece la idea de no volver a ser un estudiante del Instituto Nacional de Panamá, no ver las esfinges cada día al entrar, pero me apena sobremanera no tener dos horas a la semana en las que pueda aprender más sobre la vida, a través de ella.