Era casi mediodía cuando llegamos al distrito de Boquete, un lugar hermoso con veraneras que decoran las casas pintorescas. En el mejor de los días, el viaje por la llamada vía Boquete puede llegar a tomar entre cuarenta minutos y una hora. Con la nueva carretera los tiempos se acortan, pero sigue siendo una buena hora de camino desde la capital de la provincia chiricana.

Emprendimos rumbo a las 11:00 a. m. desde la residencia de mis abuelos, en David, Chiriquí. La casa se encuentra en la barriada Las Perlas, situada a la entrada de la vía. Salir más tarde no es recomendable; de hecho, durante la época seca, en esta ciudad se tiene la costumbre de subir a Tierras Altas cuando el calor de las tardes se hace insoportable. Si muchos carros entran y salen de Boquete a la vez, es posible quedar atrapados en un retén, que solo ralentiza el tránsito.

Temprano por la mañana no hay tanta gente subiendo, así que el viaje fue tranquilo. En el último tramo del camino se puede apreciar la cordillera de montañas que rodea a toda la provincia. Es posible observar el volcán Barú en su fascinante grandeza durante los días más soleados.

Al frente de nosotros se miran las montañas que protegen a Boquete. Si vemos nubes en la mitad de las elevaciones, hay muchas posibilidades de que haya bajareques y hermosos arcoíris. Hay tantos que los contamos por el camino cada vez que hacemos el recorrido.

Una vez que llegamos al pueblo pasamos por la calle principal. Tienditas y personas caminan en las pequeñas aceras o directamente en las calles, igual de diminutas para la cantidad y tamaño de los carros que visitan el lugar. La vista es una combinación única de edificios en desuso, tiendas que llevan años en ese espacio, arte urbano, hostales y nuevos negocios, en su mayoría restaurantes y bares. Hermoso, de una manera que solo describo como nostálgica.

El distrito de Boquete siempre ha tenido un atractivo turístico. Posee una belleza natural que parece mágica. Recuerdo cuando era una niña y llegaba a las casas de mis familiares, pasábamos la tarde entera en el patio, donde veíamos las flores y disfrutamos del ambiente. Mi abuela pintó muchos cuadros de esos mismos paisajes. Creo, hasta el día de hoy, que las flores ahí brillan con una vitalidad inigualable.

Nos estacionamos. Mi abuelo comentó cómo en sus tiempos los jóvenes jugaban ahí béisbol, prácticamente tenían que tirar la bola al revés si querían que el viento no se la llevara hacia el río.

El río Caldera es una parte importante del área junto con la Feria de las Flores que se encuentra justo a su lado. Camino a Palo Alto se puede ver los restos de un antiguo puente que fue arrastrado por la corriente; un recordatorio de que al río se le respeta, pues en una crecida casi se lleva al pueblo con él, si no fuera por esa muralla de la iglesia…

Después del almuerzo seguimos nuestro viaje. Llegamos a una zona llamada ‘El Salto’, elevada y coronada con una cruz. Cada pueblo tiene una para protegerse, ya que mucha gente se ha caído en las laderas, incluida una de mis tías que se salvó de milagro.

Posteriormente, pasamos por las áreas más exclusivas, que antes fueron fincas cafetaleras y ahora son propiedades valoradas en grandes cifras.

Exactamente a la 1:54 p. m., mi abuelo nos guio a un lugar alto, donde pudimos apreciar las vistas más hermosas del pueblo a la luz de la tarde. Parecía que la naturaleza quisiera enmarcarlas para nosotros y las llevé guardadas como una foto escondida en mi corazón. Después de eso empezamos nuestro descenso.

Pasaríamos al pueblo por un refrigerio para marcharnos. Mientras bajamos por la vía, con las montañas sonriéndonos, reflexioné que no era una despedida, en absoluto; sino un hasta luego. Volveré por otro paseo para conocer más de este pueblo, para no olvidarlo, para llevarme un pedacito de él.