Lo imposible no existe para mi abuela
Mi abuela Leonelda Guerra, a quien a la vez considero mi madre, es una mujer que se llenó de poder en situaciones adversas. Tuvo que soportar la muerte de su hija, pero, aun así, siguió adelante con todo y el dolor de la pérdida porque se quedaba con una parte de ella, el recuerdo más preciado: yo.
Tengo maravillosos recuerdos. Justo hay uno que atesoro y fue ese momento en que, tras varios años, nos mudamos de nuestra primera casa a otra. Ella aguantó muchos malestares, dolores de cabeza, aunque siempre cumplía con todos los quehaceres del hogar. Lo cierto es que con todo y el apoyo que a veces recibía del resto de la familia, apenas podía descansar.
Particularmente, me gusta que mi abuela se hace respetar por su buen trato hacia los demás. Nunca he notado que se considere superior a nadie. No necesita hacerlo para evidenciar que es una mujer luchadora y empoderada.
Ella me sacó adelante y sufrió por mí. Afirma que es mejor levantarse que quedarse en el suelo a llorar. Un ejemplo de ese coraje lo dio cuando mi madre, que me trajo al mundo, se fue al cielo. La abuela nos enseñó a ser educados, tolerantes, independientes; pero, sobre todo, nos recordó que la vida es el regalo más importante que hemos recibido y no debemos desperdiciarlo, ya que todos moriremos.
Siempre estaré agradecido con la mujer que ha sido padre y madre para mí. Con ella aprendí valores y modales, como decir buenos días al entrar a algún lugar o buenas noches al ir a la cama. También me mostró cómo rezar.
Mi abuela me ha defendido de todos los males. Estuvo ahí cuando casi nadie más lo estuvo, por eso la respeto y valoro mucho. Ha sido mi guía y mi luz en todo momento y no quisiera perderla, pero sé que es inevitable. Comprendo que debo seguir adelante con todas sus enseñanzas, porque ella es lo que más quiero en esta vida.