Mi Escuela, un pequeño parque ecológico

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Durante una mañana del mes de abril, llegué temprano a la escuela y pude ver a una familia de zarigüeyas: mamá y papá con tres crías corrían a toda prisa sobre los cables del tendido eléctrico que pasa por encima del portón de la entrada.

Estos mamíferos trepadores, de hocico alargado y pelaje gris muchas veces son despreciados por la gente; incluso algunos mueren atropellados en las carreteras.

Yo le puse nombre a la familia de mi escuela. La mamá se llama Lucy, y el papá, Lucio. Lucía, Lucho y Luchito, son los hijos, suponiendo que se trata de dos machos y una hembra.

Resulta que quince días después de que yo los descubriera, una de las crías se cayó del árbol. El maestro de VI grado la devolvió agarrándola de la cola. Momentos antes del rescate, la pobre mamá zarigüeya, en su desesperación, iba de árbol en árbol y emitía un sonido desgarrador, buscaba a su cría perdida. Me dio mucho dolor verla tan angustiada.

Las zarigüeyas son animales nocturnos; por lo tanto, es común verlos a las seis de la mañana yendo a su madriguera a dormir. Los de mi escuela parece que tienen sueño profundo o ya se acostumbraron a la bulla que hacemos, mucho más en la hora de recreo.

Me imagino que bajan de noche a cazar bichos y a alimentarse de restos de comida que dejamos en el plantel. Están gordos y hermosos. Mucha gente les tiene miedo por su parecido a las ratas, ya que al igual que ellas, tienen la cola pelada. A mí no me asustan, los veo como animales interesantes que cumplen con su función de controlar los insectos y plagas.

En mi escuela no solo hay una familia de zarigüeyas; también, una de ardillas, loros y pericos que conviven en armonía. No nos perturban. Es agradable verlos por la mañana.

A mediados de junio, a la mamá ardilla también se le cayeron sus tres crías. Estaban recién nacidas, se salieron del nido y no sabíamos cómo devolverlas. Por miedo a que la mamá ardilla las rechazara, una profesora decidió llevárselas para criarlas y en un futuro devolverlas a su hábitat.

A mis compañeros les gusta echarles alimentos a los animalitos. Ellos bajan de los árboles para comer felices. En mi colegio viven tranquilos porque nadie les hace daño. Precisamente, allí hay frondosos árboles de mangos y de otros tipos, los cuales sirven de hogar para muchas especies. Ojalá nunca los corten. 

Mi escuela es un pequeño bosque en plena ciudad, muchos de esos árboles tienen la edad del centro educativo, que en el 2023 cumplirá cincuenta años.