Aquel 13 de enero de 2021 ocurrió un momento especial en mi vida. Al mudarme a mi nueva casa encontré un retrato que desde entonces observo para alcanzar las fuerzas que a veces me faltan. Me sentí atraído. Después de tanto tiempo pensando de quién se trataba, le pregunté a mi padre. Para mi sorpresa, era mi abuela Ernestina Acendra.
«¿La llegué a conocer?”, cuestioné tras aquella revelación. Él tomó en su mano la imagen y contó diversas anécdotas vividas. En ese momento, cuando supe que mi abuela había fallecido debido al cáncer de mama, pensé en todo lo que mi papá y sus hermanos a una corta edad tuvieron que hacer para estar unidos. Después de varios minutos colgamos el cuadro en la pared con vista a la ventana.
Recuerdos entre familia
La noche del 28 de junio de 2021 hubo una cena familiar. El olor a sopa impregnaba el sitio. Cuando agradecían a Dios por la comida, miré hacia una ventana y cerré mis ojos. Invité a mi abuela fallecida a comer con nosotros. ¿Por qué no invitar a esa presencia que estaba siendo un gran apoyo en mi vida?
Después de cenar y ver a todos conversando supe que era el momento para un interrogante que traía en mente por meses: “¿Extrañan a mi abuela?”. Me miraron confusos e intrigados. Después de un rato uno de mis tíos dijo: «Todos la extrañamos. Sin ella … (y mi papá terminó la idea), no tendríamos lo que tenemos».
El tío Rodrigo recordó el día que contuvo el llanto por la muerte que se avecinaba, un impulso que fue parado por una mirada maternal que solo quería ver una sonrisa en el rostro de su pequeño. En ese momento todos estaban devastados por la noticia.
Contó que mi abuela le hizo prometer lo mismo a cada uno: “Nunca se rindan, sigan adelante, cuídense entre ustedes, hagan sus familias y compartan lo que les he enseñado y, lo más importante, jamás se separen”.
Entre alegría y tristeza, aquella fue una noche en donde, al recordar a esa persona, mi corazón experimentó algo indescriptible: cerré los ojos y sentí que escuchaba su voz.
La conversación que todo nieto necesita
El Año Nuevo de 2021 fue una noche especial. Aunque la soledad se sentía a metros de donde me situaba, no dejaba de percibir que alguien, además de la brisa, acariciaba mi rostro.
Solo faltaba media hora antes de finalizar un año lleno de enseñanzas, retos, victorias y descubrimientos. Me senté en la sala mirando a mi alrededor y agradecí a cada persona por ser un pilar en el giro que dio mi vida. Dejé a la más importante para el final, ya que, gracias a sus enseñanzas, recolectadas a través de los recuerdos de otros, pude lograr metas que no creía posible.
Miré el retrato de mi abuela y tras un leve suspiro empecé a decirle los triunfos personales alcanzados desde que empecé a aplicar sus consejos, como no rendirse por más que todo se viera mal, o pedir ayuda siempre que fuera necesario.
Cada segundo que pasaba, un baúl de recuerdos se abría en mi mente mostrándome momentos en familia. Noté que ella siempre estaba ahí, aunque no física, sino espiritualmente, en mis pensamientos… O fue así que lo sentí.
Otra vez, al cerrar mis ojos y divagar por los recuerdos, escuché aquella voz y me dijo: “Estoy orgullosa”. Mi piel se erizó al estar solo, pero por dentro tenía una felicidad inexplicable. Experimenté tanta seguridad, como si a ese ser lo hubiera conocido desde hace muchos años.
Solo sonreí, rasqué mi cabeza y noté una brisa diferente en ese momento. Busqué a mi padre y le dije, con gran emoción: “Mi abuela está orgullosa de usted y de mí”. Nos abrazamos y ambos pudimos sentir aquella presencia que nos causaba nostalgia por esos momentos que algún día quisimos compartir.
A pesar de no estar entre nosotros, la abuela dejó un legado de valores como el amor y el respeto. Hay muchas anécdotas de ella, pero lo más interesante es que detrás de cada una hay historias de superación y valentía. Me inspiró a salir adelante y a escribir estas reflexiones dedicadas a ella. Una mujer que, sin un abrazo o sin escuchar su voz, renació entre recuerdos para transmitirme confianza y seguridad e influir en mí a través de su memoria.