El abuelo luchador
En una mañana, con una taza de café y unas tortillas asadas con salchichas, mi abuela me empezó a contar acerca de mi bisabuelo llamado Eligio Valdez, padre de ella y de cada uno de sus hermanos. El hombre más tenaz del que jamás había escuchado.
Cuando Eligio era joven tuvo que dejar su pueblo para ir a la ciudad a trabajar. Realizó diversas tareas y, a pesar de que no sabía leer ni escribir, pudo laborar para ahorrar dinero y poder tener su casita y su familia.
Un día conoció a una joven de hermosos ojos que con solo mirarla lo dejó hipnotizado. Fue un flechazo. Quedó enamorado de la bella mujer llamada Francisca. Pasado un tiempo Eligio logró conquistarla y se casaron, junto a su esposa formó una numerosa familia de diez hijos (cinco mujeres y cinco hombres).
Cada día luchaba contra toda adversidad, ya que era poco el dinero que lograba conseguir, pero nunca se detuvo para darle a sus hijos algo que comer cada día. Eligio siguió adelante con su familia y le demostró a cada uno de sus descendientes que, a pesar de las situaciones difíciles y los obstáculos, siempre había que ser positivo y luchar contra la marea.
Él se dedicó a la siembra de frutas y verduras, cada cosecha brindaba a su familia alimento. Poco a poco sus hijos fueron creciendo y convirtiéndose en hombres y mujeres trabajadores, cada uno formó su propio hogar.
Después de años de felicidad llegó una terrible noticia: Eligio padecía de una terrible enfermedad, la cual nunca impidió que siguiera siendo fuerte y valiente. Con los años el hombre perseverante fue empeorando, aunque nunca borró la sonrisa de su rostro.
Eligio partió a un mejor lugar con su última sonrisa y una pequeña lágrima de felicidad, mientras agradecía a Dios por permitirle una hermosa vida y que, pese a las dificultades, disfrutó su vida, seguro de que lo recordarán como aquel hombre ejemplar y fuerte.
Sus últimas palabras fueron: “Para hacer un mundo mejor debemos sembrar buenas semillas, así cosechamos cosas buenas; y para ser grande es necesario tener sueños, los cuales hay que cumplir y construir poco a poco. Tenemos que saber esperar y reconocer que nuestra fortaleza proviene de Dios”.