Los viajes del destino
A las 5:18 a.m. sonó el reloj. Sentía frío. Mi madre comenzó a preparar las maletas. Me vestí con un «blazer«, jeans largos y una playera para el viaje en bus. Ella cerró la casa y salimos.
En la Gran Terminal Nacional de Transporte de Panamá mi mamá compró dos vasitos con café, mientras esperábamos el bus de Bocas del Toro. Cuando llegó metimos las maletas en la enorme caja de acero y finalmente emprendimos el viaje. La música de fondo era lo único que se escuchaba mientras el bus avanzaba hacia el interior del país. La primera parada fue en Santiago de Veraguas, bajamos para almorzar. Pasado un tiempo, retomamos la travesía, que todavía era larga.
Después de diez extenuantes horas llegamos a la isla de Bocas del Toro. Fue agradable salir del bus y sentir la brisa fresca del lugar, las vistas eran asombrosas y la gente acogedora. Pronto nos pasó el cansancio de estar tantas horas en el bus. Comenzamos a recorrer el lugar, nos divertimos mucho, hicimos compras y todo eso me hizo bien.
Pero seguía con una interrogante: ¿Por qué mi madre había ido sola conmigo a ese viaje? La respuesta a esta pregunta llegaría pronto. El pretexto era querer pasar unas vacaciones ella y yo, aunque en realidad fuimos a visitar a mi tía, que no me vería desde que yo tenía siete años.
Ella nos recibió muy bien. Luego de un rato de haber llegado me fui a dormir, pero no conciliaba el sueño, pues mi mente daba vueltas. Mientras trataba de dormir, de pronto escuché un diálogo de mi madre con mi tía.
— Mariela, no quiero que Liss se entere de lo que he hecho en mi vida —dijo mi madre—. Ella nunca me lo perdonaría.
— La verdad no sé qué decirte Carolina, ese es tu problema, y ahí no me meto, respondió mi tía.
— Gracias por tu ‘apoyo’, contestó mi madre con tono sarcástico.
— Hermana, tú sabes cómo he sido estos años contigo, arregla las cosas con ella y listo, agregó mi tía.
Salí de la habitación, mi madre se asombró al verme despierta, le dije que tenía insomnio. Fue en ese momento que me comentó la verdad, algo que nunca imaginé: mi padre había fallecido y antes de morir había pedido verme… pero es último encuentro nunca de se dio.
¡Eso me dolió tanto! Me hacía falta, tenía más de cuatro años sin verlo y no podía creer que mi propia madre me hubiera privado de estar a su lado en sus últimos momentos. Mi mamá se justificó diciendo que por mi seguridad prefirió que yo me quedara con ella, en lugar de estar con mi padre mientras él permanecía en el hospital. Descubrir eso me hizo sentir mal, estaba realmente enojada, solo quería lanzarme de un puente.
Mi madre intentó tranquilizarme, me explicó que mi padre había hecho cosas indebidas, con la excusa de cumplir con sus responsabilidades, para poder darme lo que necesitaba. También me contó que llegó un momento cuando él quería dejar todo lo malo, pero los que lo llevaron a ese mundo no lo permitieron. Lo acecharon y le dispararon. Fue triste escuchar todo eso. Pensar que tal vez en el fondo él solo deseaba protegerme, aunque no por las formas correctas. Puedo intentar comprenderlo, pero no dejo de pensar en eso.
Cuatro meses después, volvimos a la ciudad de Panamá. Esos primeros días en casa los pasé realmente triste. Me sentía sola.
Ahora con la llegada de la escuela me mantengo más ocupada. Se me presentan nuevas oportunidades y estoy dispuesta a aprovecharlas para continuar mi vida, y hacer honor a la memoria de mi padre. Le hice muchas promesas a él, objetivos que también son para mi bienestar futuro. Estoy decidida a cumplirlos, sé que lo lograré.