Sumando kilómetros en familia
Junio 14 del año 2021. Confieso que no soy una persona positiva ni con motivaciones, me cuesta tener una razón para levantarme en las mañanas y algunas veces no encuentro sentido a seguir viviendo en un mundo desastroso. Pero ese mes fue algo diferente a los anteriores, que siempre resultaban aburridos y repetitivos, el mismo cuento, la misma rutina, la misma canción y un confinamiento de dos años por la pandemia.
Ese día sucedió algo inesperado, fue una hermosa sorpresa el anuncio hecho por mi padre: “Nos vamos para Santiago”.
Toma casi cuatro horas llegar desde el corregimiento de Tocumen hasta Santiago, en la provincia de Veraguas. Son 277,5 kilómetros de distancia.
Partimos a las 3:00 p. m. Fue un viaje en automóvil muy largo, pero divertido. Al principio todo estaba callado, cada quien metido en su mundo. Mi padre manejaba despacio, ya que es cauteloso a la hora de manejar; mi madre dormía y mis hermanas miraban videos por el celular. Mientras tanto, yo contemplaba el lindo paisaje del camino: observé una linda casa en medio de un lugar boscoso y empecé a imaginarme una vida ahí. Siempre he querido residir en lugares así, y es gracioso porque sé que no voy a pasar mucho tiempo en el campo debido a que no es mi lugar preferido; pero es lindo soñar, por lo menos eso dice mi mamá.
Llegamos alrededor de las 8:30 p. m. a la ciudad de Santiago, como mencioné, mi padre conducía muy lento.
Paramos en un restaurante de comida rápida, en cuanto salimos del auto mi hermana de ocho años se quejó de que se le había dormido el trasero de tanto estar sentada. Todos empezamos a reír, fue el primero de muchos momentos divertidos durante el viaje, en el que disfrutamos pasar tiempo en familia.
Cuando terminamos de comer seguimos nuestro destino hacia Río de Jesús. Era de noche y quise hacer una broma a mis hermanas: para llegar a ese pueblito debíamos pasar por lugares con muchos árboles y eso me permitía asustarlas diciéndoles que venía la Llorona por ellas. Fue tanto el miedo que provoqué en el ambiente que hasta yo misma me espanté cuando de la nada mi papá frenó en seco; lo primero que pensé era que se trataba de aquel ser mitológico porque mi madre gritó, pero era solo una zorra cruzando la calle.
El susto terminó en muchas carcajadas, al punto que me dolía el estómago de tanto reír. Cuando llegamos a Río de Jesús ya era medianoche, en la casa nos llevamos una gran impresión: había caballos por todos lados y casi atropellamos a uno. De repente vimos a mi abuelo, de cincuenta y ocho años, gritando en pijama. Fue muy gracioso, al parecer los caballos querían ser los primeros en darnos la bienvenida.
Después de ayudar a mi abuelo a meter los caballos en el corral nos fuimos a dormir, ya era muy tarde, casi la una y media.
Al despertar, el sol ya había salido, aunque no pude dormir bien por la emoción. Todavía no terminaban las sorpresas: esa misma mañana llegaron mis primas y mis tíos, y desde ese momento pasamos unas divertidas vacaciones en familia.