La sabanilla de la paz
Los helicópteros Apache sobrevolaban, las llamas y el caos causado por la “Causa Justa”, los norteamericanos buscaban otro objetivo, otro lugar para expandir su terror. Maby (mi mamá), quien era muy joven, había salido a casa de una amiga para pasar la noche, jamás imaginó que ese momento lejos de su madre iba a ser tan terrorífico. Por otro lado, Javier (mi abuelo) tomaba rápidamente el álbum familiar y otros artículos esenciales y salió pronto de la casa que luego sería cenizas. No se salvó ni su altar al Cristo Nazareno.
La señora Xiomara, conocida mujer de templanza, corría desesperada ignorando el insoportable fogaje, producido por los voraces torreones de fuego de los caserones ardientes; los cadáveres tirados por la calle, los disparos y las explosiones a la distancia no la alejaban de su único objetivo: encontrar a su hija y ponerla a salvo.
El Puente de las Américas resultó ser una zona protegida y los sobrevivientes corrían a él para no ser atacados por los desmedidos soldados. Javier logró convencer a Xiomara, después de tanto insistir, en asegurarse ella y su otra hija recién nacida en aquel sitio.
En medio de la oscura noche solo iluminada por la ciudad ardiente, la gente de El Chorrillo hacía grupos para abandonar el barrio de sus vidas, algunos dejando atrás a su familia, con la esperanza de volver a verlos.
En medio del camino, un helicóptero armado se escuchaba cada vez más cerca y una voz en inglés decía: “Surrender” (rendición). Seguido, una ráfaga de disparos que salpicaba piedras a los hombres, mujeres y niños quienes corrían despavoridos. En medio del caos y la desesperación, la señora Xiomara alzó su brazo con una sabanilla blanca en señal de entrega. La aeronave hizo un alto al fuego y una voz en español les dijo que ellos mismos los iban a escoltar hacia el puente.
En el lugar se encontraba la gente desolada y quebrantada, el humo y las llamas eran el panorama a la distancia. Las personas llegaban en grupos y Xiomara esperó toda la noche que en uno de esos estuviese Maby. La noche se hizo eterna, pero llegó la mañana del 21 de diciembre de 1989 y la multitud empezó a aproximarse a los escombros de la ciudad, con el caos aún en el centro, a buscar a sus familias.
Maby pasó la noche en la Iglesia de Fátima con otros refugiados, el encuentro fue emotivo. Los siguientes meses fueron difíciles, muchos no se lograron reponer, perdieron a sus familias y otros no sobrevivieron; pero un grupo pequeño puede dar fe de que una sabanilla y un gran corazón les permitieron vivir para contar al mundo lo que pasó aquella noche del 20 de diciembre.
Xiomara no solo destacaba por su templanza y valentía, también era reconocida por ser una mujer de familia, desmedida con su gente y muy humilde. Maby se quedó con lo mejor de su mamá, creció, me tuvo a mí y al escuchar estas historias maravillosas solo puedo decir que es un honor llevar su apellido.