El Teatro Nacional es un lugar histórico. Presentarse allí representa un objetivo para muchos bailarines, y llegar a pisar tan impotente y hermoso escenario llena de fuertes sentimientos a cualquiera que haya dedicado años a la danza.

Cuando llegó el gran día de su primera presentación en aquel solemne recinto, Diego se debatía entre un sentimiento de realización y grandes nervios, pero sin duda todo esto le producía una inmensa emoción.

Desde su pueblo tomó un bus hacia el teatro, ubicado en el icónico Casco Antiguo de Panamá. Partió a eso de las tres de la tarde para llegar a tiempo. La función estaba programada para las ocho de la noche del 22 de abril.

Llevaba vestuarios, zapatos y demás implementos de un bailarín. Aunque se encontraba inquieto por lo que estaba a punto de suceder, la antesala lo llenaba de emociones que le resultaban difíciles de describir.

Tenía la confianza de haberse preparado por meses para ese momento, así que mientras caminaba hacia la entrada, repasaba mentalmente los pasos y escuchaba la música para calmarse.

Entró al lugar y caminó hacia su gran momento al tiempo que admiraba la majestuosa infraestructura: las grandes columnas doradas, el techo como un gigantesco lienzo lleno de pinturas y las grandes cortinas colgadas del techo del escenario.

Saludó a sus compañeros y empezó a prepararse en su espacio, peinado y vestuario listos, sin dejar ni por un solo momento de chequear la coreografía en su mente.

Llegó la hora, la función estaba por empezar, calentó y estiró. Las puertas del teatro se abrieron y pasaron decenas de personas amantes del arte. Diego se puso detrás de una de las cortinas de los laterales del escenario, observó las butacas doradas y se imaginó realizando cada movimiento a la perfección.

Existe un dicho entre danzadores: “El escenario es mágico”. Por más nerviosos que sientan, al momento que ponen un pie en las tablas y escuchan las melodías de la música, cualquier rastro de temor desaparece y es reemplazado por adrenalina y pasión.

Y así lo sintió Diego cuando llegó su momento. El escenario se convirtió en un lienzo en blanco, los pasos eran la pintura, y él era el artista. Sí, resultó ser realmente mágico, y cualquier rastro de nervios se desvaneció. Se encontraba en el teatro más importante, histórico y majestuoso de Panamá, con una de las estructuras más admiradas de nuestro país. Estaba bailando y sentía cada paso como la única oportunidad de experimentar algo así.

La coreografía terminó, la música se detuvo, Diego realizó la pose final. Se escucharon los aplausos y ovaciones que el artista recibió con gusto, pues sabía que la mayor paga de un intérprete es la gratitud del público.

Luego del saludo final salió del escenario con la emoción característica de un momento como ese, recibió felicitaciones por parte de sus profesores y de sus compañeros bailarines.  Así terminó su noche, feliz, pero no satisfecho, ya que su deseo de superación artística siempre buscará más de lo que ya logró.  Diego salió dando un hasta luego a su primer gran escenario, el imponente Teatro Nacional de Panamá.

—¡Jo! ¡Pero qué calor más bárbaro! Lola, hija, ya puedes ir llevando estos pescados
—exclamaba Chevita estresada, dando indicaciones a sus hijos mientras preparaba los alimentos junto al famoso lago Gatún. 

Eusebia Castillo, mejor conocida como Chevita, vivía en La Arenosa junto con su familia. Pasó gran parte de su vida en los alrededores del lago, el cual le proporcionaba todos los medios para satisfacer sus necesidades. Desde muy pequeña comenzó a ayudar a sus padres con la pesca y la venta de mariscos, pero lo más importante de aquel estanque es que en él ocurrieron muchas vivencias que quedarían para siempre en su mente y corazón. Recuerdos de infancia, como el tiempo tan agradable que pasaba junto a su familia; también memorias de la adolescencia, de sus amistades y su primer amor. El lago era su vida. 

De joven Chevita iba al otro lado del cuerpo de agua a buscar el sustento para su casa, vendía números o pilaba arroz. Así se ganaba el pan. Con el tiempo se convirtió en madre de cinco hijos. Todas las mañanas se sentaba en los alrededores del lago para desayunar café y la tradicional hojaldre. Antes de eso, desde la madrugada, salía junto a otros pescadores de la zona a “montear viejas”, colocaba un grillo en el anzuelo y aprovechaba la calma de las aguas para atrapar a los peces, que luego acomodaba para entregar por la noche. 

Antes del alba, Chevita y su hija Lola partían en un cayuco para entregar los
pedidos a la comunidad que se encontraba del otro lado del lago. En medio de la oscuridad, lo único que podían ver eran las estrellas y los ojos de las babillas que brillaban en las tranquilas aguas. Y a lo lejos, en los árboles, monos aulladores que rompían el silencio con un ruido que les causaba temor en ambas. Lola encendía la radio, como distractor, pues prefería escuchar el famoso «pindín». Chevita cantaba y silbaba para que su hija no tuviera miedo. Hacían lo mismo de regreso. Después seguían con la rutina de preparar nuevos encargos, pescar y pilar el arroz. 

Una mañana Chevita se encontraba remando junto a su nieta, esquivaban algunos troncos que salían del agua. 

—Abuelita, ¿por qué hay troncos por todo el lago? —preguntó la niña.

—Antes de que existiera este enorme estanque había un pueblo —respondió
Chevita—, pero debido a la construcción del Canal, decidieron desalojar para así crear un lago artificial; la zona era perfecta por ser un área de bosque tropical.  Es por esto que aún se observan troncos de casi cien años que sobresalen en el agua. 

—¿Me cuentas un poco más? —insistió la pequeña.

—Este lago forma parte importante del Canal de Panamá y ofrece sus aguas para su funcionamiento. Además, es considerado uno de los más grandes del mundo y es visitado por turistas —explicó Chevita mientras colocaba su mano en el pecho—. ¿Sabes? Crecí con él y adoraba compartir tiempo con mis hermanos mientras trabajaba. Son recuerdos que siempre estarán aquí, anécdotas que más adelante te contaré…

 

¿Qué iba hacer de aquella mujer? Tuvo dos esposos que la maltrataron. Uno de ellos terminó en la cárcel por circunstancias confusas.

Esta es la historia de mi vecina Olga Marina Erazo. De lejos lucía muy feliz. Era amable con todos. Parecía tener un pasado y un presente bonitos, alguien sin tantos problemas encima; pero, al escuchar su historia, era difícil asimilar el sufrimiento padecido.

Todo comenzó cuando conoció a su primer esposo, un guardaespaldas con quien tuvo dos hijas: Barinia y Dargely. Por alguna razón él quedó tras las rejas.

La hermana del marido ayudó a Olga con todos los gastos de su segundo embarazo y se la llevó a vivir a su casa, en la misma colonia en la que yo resido. Cuando sus hijas tenían unos ocho años, mi mamá las cuidaba mientras su progenitora trabajaba. Mi madre me señaló que ellas comían como si fueran unas princesitas, que no se ensuciaban y eran cuidadosas.

Al pasar los años Rosita, la hermana del ex de Olga, se mudó a España y desde Europa ayudaba económicamente a su antigua cuñada y a sus sobrinas.

Olga era empleada doméstica en una residencia del barrio La Granja. Allí conoció a otro hombre del cual se enamoró, y se fue a vivir con él. Este segundo compañero aparentaba ser mejor, tuvo un hijo con él; no obstante, luego demostró ser igual o peor que el anterior, ya que pronto comenzó a maltratarla a ella y a sus hijas.

Este hombre golpeaba a Olga con frecuencia y tenía otra familia aparte. De esto, por desgracia, ella se dio cuenta demasiado tarde. La exesposa de su marido se suicidó, cuentan que había terminado loca de tanta violencia que recibió.

Barinia decidió acabar con el abuso constante que recibía y se regresó a vivir con su tía Rosita. Al poco tiempo también se fue Dargely detrás de su hermana. Luego Olga tomó a su pequeño hijo, dejó ese hogar destructivo y se reunió con sus hijas.

La madre trabajaba y podía mantener a su familia. Cuando todo marchaba muy bien, el papá del hijo de Olga regresó con una denuncia, ya que ella había tomado la decisión de que ese abusador no estuviera cerca de su pequeño y no le permitía que lo visitara, y por esa razón él la acusó ante las autoridades. Para no entrar en problemas legales, dejó que su exmarido visitara al chiquillo. En ocasiones, Olga incluso acompañaba a su hijo a casa del padre, con mucho temor, porque temía que le hiciera algo a cualquiera de los dos. Por fortuna, el padre trataba muy bien a su hijo.

Olga comenzó a recibir acoso de parte de este hombre, así que decidió acabar con la situación, de raíz. Se marchó a México y ahora reside allá con su hijo. Sus dos hijas veinteañeras tomaron distintos rumbos. Barinia se fue a vivir a España y Dargely se quedó en nuestro país.

El papá del hijo de Olga la comenzó a buscar desesperado. Traía consigo un citatorio, pero ella ya no estaba en Honduras, así que no pudo hacer nada más. Espero que no vuelva a molestar a Olga, ella merece ser feliz porque ha sufrido demasiado.

En un caluroso 11 de marzo de 1974 una mujer luchadora y maravillosa llegaba a este mundo. Era la décima de doce hermanos. Merlín Elvir tuvo una vida difícil, veía cada día a su madre luchar por 12 seres dependientes, 12 vidas, 12 bocas, 24 manos y 24 pies, mientras que su padre viajaba a lugares lejanos en un tráiler, por trabajo.

Mi mamá sufriría las consecuencias multiplicadas por 12, ya que un día su padre llegó a la casa con intenciones de abandonar a la familia. Esa madre (mi abuela) desesperada quebró una botella de vidrio para que su esposo no se fuera, pero esta reacción provocó una fuerte discusión y al final su marido se marchó. La mujer sufrió mucho, pero salió adelante. Fue cuando se convirtió en vendedora de golosinas.

Con mucho sacrificio Merlín pudo ir al colegio. Estudió la carrera de Secretariado Taquimecanógrafo y se graduó cuatro años después. A pesar de que su madre no podía leer ni escribir, sí quiso que sus dos hijas mayores tuvieran una carrera profesional. Ambas consiguieron graduarse.

Merlín se casó con el soñado príncipe azul del cual tuvo tres hijos (dos varones y una mujer). Al principio todo parecía ser color de rosa, la familia asistía a la iglesia, pero siempre había peleas entre la pareja hasta llegar al punto de agredirse.

Pensó que estas situaciones eran normales, al haber vivido algo parecido en su infancia. Hasta cuando su hija más pequeña se dio cuenta de la forma en la que su padre maltrataba a su madre. Se sintió tan mal que llegó a pensar que las peleas eran por su culpa y un día intentó suicidarse tomando un frasco completo de pastillas, que rápidamente la madre le arrebató.

Merlín decidió buscar ayuda y fue allí donde conoció a la organización Alternativas y Oportunidades, una ONG sin fines de lucro, que ayuda y capacita a jóvenes y padres en riesgo social sobre los derechos de los niños y de la mujer.

La mujer empezó a identificar que era violencia lo vivido en casa de sus padres y lo padecido en su hogar. Ya sabía cómo defenderse y no se quedaba callada; poco a poco fue descubriendo más a fondo sobre sus derechos.

Después realizó un diplomado en Seguridad Humana que le permitió profundizar más sobre los motivos de todas las formas de violencia y el trato que las víctimas merecen. A raíz de este conocimiento Merlín pensaba y actuaba diferente, exigía justicia y no permitía agresiones de nadie.

Un día tuvo una fuerte discusión con su esposo y por una frase ofensiva de este ella se le fue al cuello y lo empezó a asfixiar. Sus tres hijos estaban aterrados porque pensaban que iban a presenciar un asesinato. Los niños le gritaron a su madre que lo dejara, fue allí donde reaccionó y lo soltó.

Después de esto tomó la decisión de divorciarse. Para ella este proceso no fue fácil, pero al parecer era la única salida. Luego le pidió perdón a sus hijos por el infierno que les hizo vivir y hoy está feliz, vive tranquila con su familia, ya no hay más discusiones ni peleas.

La mujer sigue capacitándose y asiste a varios programas del Centro de Estudios de la Mujer Hondureña, es parte de la agenda de seguridad humana de las mujeres de los barrios y colonias del Distrito Central de su país. También está en la mesa de «Mujeres migrantes y desplazadas», que trabaja para que esas damas tengan un buen trato en la ruta migratoria. Además, conforma la Red de Mujeres Haciendo Historia de su comunidad e integra la Red de Mujeres Rurales Francisco Morazán.

Merlín Elvir dijo en una ocasión: «Doy gracias a Dios por todas las personas que han sido parte de mi proceso, por darme tanto conocimiento y las herramientas necesarias para poder ser la mujer que soy ahora; jamás pensé que yo podría cambiar».

Sí se puede salir de una relación abusiva. “Derecho no conocido es derecho perdido”, dice. El ejemplo de Merlín demuestra que aprovechamos el tiempo cuando nos capacitamos, porque formarse nos empodera y nos permite cambiar cualquier situación.

.

Todos en algún momento fuimos inocentes, reímos sin pensar, disfrutamos los momentos… Es lo normal siendo niños, ¿no? Jamás pensamos en la perversión que puede existir en el mundo hasta que llegamos a verla o vivirla, pero algunos pequeños sufren, sufren sin imaginar.

¿Acaso es normal padecer en plena niñez? ¿Qué hace a una infancia feliz o infeliz? Desde jóvenes algunos viven una realidad llena de una inmensa tristeza, algo así como un infierno; pero la vida apenas inicia para algunos. Las personas se hacen fuertes o son obligadas a serlo a partir del dolor.

La vida de una mujer no es fácil, tampoco la de un hombre; todos tenemos una historia diferente. Teresa ha demostrado que no importa la barrera, por más fuerte que sea, puede superarse. Su vida ha sido una lucha constante, una agonía. Así fue cuando tuvo que avanzar por tierra, lodo, piedras y ríos esperando un hijo; o cuando le tocó caminar en la completa oscuridad y bajo el inmenso cielo del que caían grandes gotas de agua, siempre buscando la forma de salir adelante.

El hecho de perder aquello que su madre siempre le decía que no debía entregar a cualquier hombre, por parte de su misma familia, ¿la hace culpable? Por un momento pensó en rendirse, esa noche se convirtió en la mujer más triste del mundo y odió a la humanidad; ver aquella sangre bajo sus muslos la hizo sentir sucia y humillada, mientras que por su mente pasaba el terrible deseo de disparar a aquel demonio que le robó su inocencia. Sus alas fueron robadas y su alma encadenada.

¿Es aquí donde terminó?, ¿su hora llegó? Cualquiera en esa situación pensaría: “No puedo, ¿cómo vivir de esta manera? Mi vida perturbada y mi cuerpo tomado como carne no me dejarán seguir”. Pero ella no.

En esa noche, en ese instante, no dejó su vida ahí. Incluso con esas cadenas que le torturaban su mente siguió adelante. ¿Quién es ella? Una mujer que, por más que quisiera llorar y romperse en el frío suelo donde una parte de ella murió, no lo hizo; alguien que tras vivir tanto tiempo en la oscuridad obtuvo la fuerza para detener las lágrimas y que, creyendo en el paraíso y los finales felices, no se detuvo en el bosque tóxico lleno de bestias.

Hay veces que una mujer debe luchar tanto que no tiene tiempo de vivir de verdad. Teresa, al verse en el espejo vacía, sin brillo en los ojos y desamparada, siguió su existencia para hoy estar leyendo acerca de ella.

Hay situaciones que matan el espíritu y fallecemos inclusive respirando. Teresa siempre nos hará recordar que a veces morimos por dentro para aprender a valorar la vida.

Y tú, ¿estás vivo?

En mi vida hay muchas mujeres importantes, pero una destaca sobre todas: mi madre Vielka Acevedo. Es y siempre será la más relevante porque ella me lo ha dado todo, desde la vida hasta el capricho más tonto. Además, es de las pocas personas que ha pensado en mí antes que en ella, y nunca ha dudado en anteponer su felicidad a la mía.

El segundo escalón lo ocupan otras dos grandes personas: mis abuelas,  ya que una no es más que la otra; me cuidan como a su hijo y cuando me ven se les iluminan los ojos como a un niño pequeño el Día de Reyes. Son las que más me defienden cuando me peleo con mis hermanos, pues como soy el más pequeño de la casa, saben que los demás pueden defenderse solos. Ellas se preocupan mucho por mí, por cómo estoy, si me hace falta ropa… Y por todo lo que hacen por mí, tienen bien merecido ese segundo destacado puesto.

En mi tercer escalón, uno muy, pero que muy grande, hay varias chicas, todas exactamente a la misma altura, ninguna por encima de la otra. Ellas son mis educadoras y también amigas, que desde pequeño han estado conmigo: cuando he llorado, cuando he reído… en todo momento han sido mi apoyo. Pasamos de compartir clases a ser un grupo de amigos casi inseparable, y a pesar de las discusiones nos queremos mucho.

Éramos desconocidos y ahora con una sola mirada podemos intuir que algo no va bien, y sin hablar ya nos entendemos. Hemos llegado a ser como los tres mosqueteros: todos para uno y uno para todos. Es decir, que si hay algún problema, todas seguramente me ayudarían encantadas, incluso sin necesidad de pedirlo. Ellas son una parte especial para mí.

Hay más escalones en los que también hay otros seres humanos importantes, pero creo que si estas mujeres están en los tres primeros es porque se lo han ganado. No ocupan estos lugares especiales porque sí, están ahí por todo lo que han hecho por mí, y estoy agradecido.

Nota del editor

El siguiente relato es una interpretación de la difícil e inspiradora vida de Carlina Ramírez López (1931-2005), una madre que, a pesar de las limitaciones, sacó adelante a sus hijos.

Soy una madre sacudida por la muerte de varios de mis hijos, cada experiencia más dolorosa que la anterior; pero, a pesar de ello, me propuse que estas circunstancias no afectaran a mis hijos que seguían vivos y que necesitaban de mí. No fue fácil.

Todos pasamos momentos dolorosos, que siempre se presentan de diferentes formas para cada quien, lo importante es no ceder ante la pena. Para mí, fueron mis múltiples pérdidas, aunque siempre he intentado que eso no afecte a mis seres queridos.

Mi vida inicia en el año 1931, el 11 de enero. Vivía con mis padres y mis cinco hermanos en una casa de Manizales, en Colombia. Éramos una familia muy humilde, a los hijos mayores les tocaba ir a ayudar a mi padre en su trabajo para poder traer comida. Ni mis hermanos ni yo pudimos estudiar. Así transcurrió gran parte de mi vida.

Poco después del Año Nuevo, mi padre Juan Bautista murió. Eso complicó todo, nuestra ya mala situación económica decayó aún más. Pasó un tiempo hasta que conocí a un hombre humilde, pero trabajador, y más adelante decidimos casarnos para tener nuestro propio hogar.

Después de dos años de la boda, mi marido Luis y yo nos llevamos la sorpresa de que venía en camino nuestro primer hijo. Fue un momento de alegría al recibir la noticia, pero después la realidad nos golpeó como si nos cayera un balde de agua fría, al darnos cuenta de que no teníamos los recursos para darle la vida llena de comodidades, como deseábamos.

Se llegó el momento de su nacimiento y así, sin meditarlo y sin importar todas las necesidades, en un abrir y cerrar de ojos ya teníamos catorce hijos. Diez niños y cuatro niñas.

Éramos una familia muy pobre, lo que causó muy mala salud en mis hijos e incluso unos presentaban  desnutrición. Solo recordarlo me parte el alma y me vuelve añicos el corazón.

Al poco tiempo, una de mis hijas menores ya no despertó, esa imagen ante nuestros ojos nos destrozó. Solo siete años y perdió su vida. Sentí que mi mundo se cayó en pedazos. Estaba desesperada, porque fui perdiéndolos poco a poco. Solo me quedaron cuatro y luché para que ellos no sufrieran junto a mí, pero una luz me iluminó y me dije a mí misma: «No puedo permitir que ellos me vean así.  Aunque esté desplomándome, destrozándome, muriéndome de angustia, no puedo arrastrarlos  con mi dolor… ¡No lo voy a permitir!, tengo que ser fuerte».

Para ellos fui muy buena madre y en realidad nunca me culparon por lo sucedido. Incluso ahora de adultos guardan bellos recuerdos de su niñez y no me reprochan nada. Ahora que los veo ya realizados profesionalmente, me parece un sueño. Las lágrimas que corren por mis mejillas no son de tristeza, sino de felicidad y gratitud. Por fin vi los frutos de sobrevivir a la caída del dolor, pero en realidad todo lo que pude hacer por mis hijos es un anhelo hecho realidad.

Doy gracias a Dios por darme la fortaleza de continuar; él no permitió que desmayara. Las enseñanzas que les dejé a mis hijos fueron los valores de humildad, hermandad, amor, tolerancia y vivir en familia, a pesar de las limitaciones.

Mi nombre es Ruth Raudales, nací el 28 de julio de 1980 en la ciudad de Guaimaca, en el municipio de Francisco Morazán. Tuve una infancia muy bonita, donde mis padres y mis hermanos mayores me cuidaban y me llenaban de mucho amor. Crecí en medio de la naturaleza, escuchando cada amanecer el maravilloso canto de las aves y el murmullo de ríos y arroyos que rodeaban mi cálido hogar.

Cuando alcancé los seis años, mis padres (con el deseo de que sus hijos se preparen académica y personalmente) decidieron trasladarse a la capital de Honduras, Tegucigalpa. Aquel fue un proceso difícil porque tuve que adaptarme a un ambiente totalmente diferente. Ingresé al kínder en 1986 y resultó muy complicado socializar con mis compañeros, era víctima de acoso por pertenecer a la Iglesia Menonita, quienes se distinguen por su vestimenta. Fui excluida y objeto de burla, pero superé la situación gracias a la seguridad que me infundieron en mi familia y al apoyo de mi maestra.

Estuve en la escuela primaria entre 1987 y 1992. La cursé de manera exitosa con la ayuda de mis progenitores. Al finalizar cada jornada escolar, llegaba a mi casa a realizar mis deberes y luego ayudaba a mi madre a preparar ricas golosinas para la venta, pues siempre me enseñaron el valor de aprender y trabajar para lograr superarme. Así ingresé a secundaria, asistiendo de lunes a viernes, y los fines de semana iba a la Iglesia con mi madre y mi hermana.

Para el nivel Medio, entre 1993 y 1995, decidí estudiar Secretariado Ejecutivo Bilingüe, una carrera con duración de cuatro años. Durante el tercer año de esta formación, en el trayecto hacia el colegio, conocí a una persona del sexo opuesto, también estudiante, quien me propuso su amistad para posteriormente cortejarme. No correspondí, pero quedamos como amigos, sin darme cuenta de que me convertí en su obsesión.

Cierto día, en horas de la tarde, este joven llegó a mi casa. Yo estaba en compañía de mi madre y hermana. Él se paró frente a mí y me hizo tres preguntas.

—¿Me tienes miedo?

—No, no te tengo miedo —respondí—, ¿por qué te voy a tener miedo?

—¿A tu familia le tienes miedo?

—No, ¿por qué les voy a tener miedo?

—¿Quieres ver a Dios?

Interrogante que no me dejó responder, pues en ese momento él comenzó a dispararme y me impactaron tres proyectiles mientras yo le gritaba que no lo hiciera. Luego se disparó en el abdomen y salió corriendo de la casa. Ambos nos encontramos en la sala de emergencia del Hospital Escuela, donde los médicos nos prestaron auxilio. Sin embargo, él no sobrevivió. Atravesé un proceso de tratamientos médico-quirúrgicos, dolorosos y difíciles para mí y la familia, que gracias a Dios logramos superar.

Este suceso cambió radicalmente mi vida, pues aparte de atravesar el daño físico, acompañado de insultos y amenazas por parte de la familia del fallecido, también enfrenté un proceso legal, pero logré salir adelante. Luego me reincorporé a mis estudios y me gradué.

Actualmente soy una mujer muy bendecida. Culminé mis estudios universitarios, obtuve una licenciatura y laboro en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Además, tengo dos hijos varones y disfruto pasar tiempo de calidad con mi maravillosa familia. Agradezco cada día a Dios por el milagro de la vida y a mis padres por inculcarme valores que fueron necesarios para ser la mujer de éxito que hoy soy. Espero seguir cumpliendo el propósito que Dios me dio y por el cual sigo aquí.

 TEXTO CORREGIDO

Al pensar en mujeres inspiradoras de mi país, vienen a mi memoria aquellas valientes que nos han dejado un legado de valores, talentos y perseverancia, figuras como Amelia Denis de Icaza (poeta), María Ossa de Amador (diseñó la bandera panameña) o Rosa María Britton (médica y escritora), quienes han abierto el camino para el desarrollo integral de más y más féminas a lo largo de nuestra historia.

Podría dedicar esta crónica a alguna de estas mujeres talentosas, sin embargo, deseo escribir sobre una que ha sido un gran ejemplo para mí: mamá. Ella es una fuente de inspiración por su tenacidad, resiliencia y su fe inquebrantable, principios que la han convertido en alguien fuerte, decidida y con una gran sensibilidad frente a las adversidades.

Mi madre nació y creció en la ciudad de Panamá, su niñez estuvo fuertemente influenciada por sus padres y abuelos, quienes le inculcaron el respeto a las personas, amor al trabajo y alto sentido de la responsabilidad. 

Con la obtención de un préstamo educativo, culminó sus estudios de licenciatura en Derecho y Ciencias Políticas, en la Universidad Católica Santa María La Antigua, alcanzando el promedio más alto de su promoción. Tras el divorcio de sus padres, experimentó algunas carencias económicas que la enseñaron a valorar más lo que obtenía. 

Al poco tiempo de iniciar labores en una prestigiosa firma de abogados, mi madre fue diagnosticada con artritis reumatoide, una enfermedad autoinmune que afecta primordialmente las articulaciones. Desde entonces han pasado dieciocho años y continúa luchando de manera incansable.

Aunque las secuelas de la afección se hacen visibles en sus extremidades, ella no ha perdido su tenacidad y amor por la vida, pero, sobre todo, no ha perdido la fe; su lema de vida es: “No se trata de poder hacer, sino de querer hacer”.  A pesar de su limitación física, mi madre logra, de manera sorprendente, realizar todas las tareas del hogar, además, conduce su auto, escribe y ejerce su profesión. Es admirable ver su capacidad de lograr todo lo que se propone.

Día tras día me siento sumamente orgullosa de ella, pues las adversidades no la han detenido. Una mañana, al verla coser la basta de uno de mis pantalones, le pregunté: «Mamá, ¿qué es lo más complicado que te ha tocado enfrentar con la enfermedad?». Ella sonrió y me respondió: “Hija, hoy puedo decir con certeza que he aprendido muchas cosas con esta enfermedad, desde escribir de nuevo hasta utilizar el teclado de una forma diferente e inclusive a coser con la mano izquierda; sin embargo, lo más difícil han sido los prejuicios sociales, ya que muchos subestiman el talento y aptitudes de una persona con discapacidad. Esto es lo que me impulsa cada día a demostrarme a mí misma y al resto del mundo que sí puedo». 

“Dun, dun, dun, dun, dun…”. Así comienza la canción «Cherry Bomb», de The Runaways. Las rápidas y continuas notas de las guitarras llamaron mi atención. Esta pieza musical de solo dos minutos de duración fue suficiente para cambiarme la vida. Tenía que saber quiénes eran los dioses que producían esos ritmos tan cautivantes. Y al buscar en Google, me sorprendí al saber que todas eran diosas. Y no solo eso, me enteré de que fueron la primera banda de rock y punk compuesta solo por mujeres, que alcanzó fama internacional en la década de 1970.

Tanto me gustaron sus canciones, que hasta había intentado cantar como Cherie Currie, pero claro, mi voz no alcanzaba la suya, con su estilo excéntrico y único. Me sorprendí aún más cuando escuché por primera vez su álbum titulado como el nombre de la agrupación. El rango de su voz era tan extenso que podía igualar los llantos agudos de las guitarras de Lita Ford y Joan Jett o el sonido profundo del bajo de Jackie Fox, las otras integrantes adolescentes de The Runaways.

Cuando terminó el tema agarré mi guitarra y, a pesar de que solo había estado tocando por unos tres meses y no era buena, decidí aprender, de a poco, «Cherry Bomb». Claro, al comienzo fue muy difícil; pero con mucho ensayo, al final pude tocar el verso y el coro. Ahora era tiempo para el desafío real: el solo de guitarra de Lita Ford que me erizaba la piel y explotaba en mis oídos. Era algo que no se me salía de la cabeza.

De noche y de día practicaba y practicaba hasta que, de repente, pude hacer la interpretación que me había acelerado el corazón meses atrás. Sentía que mi espíritu seguía el ritmo fuerte y resonante que producía la batería de Sandy West. Las vibraciones de las notas viajaban por las puntas de mis dedos hasta alcanzar mi alma. Finalmente lo había logrado.

Siempre me ha gustado la música, desde pequeña. Escuchaba artistas como Shakira, Jamiroquai, Guns and Roses y veía a mi papá oír temas clásicos de rock y tocar guitarra, que fue lo que me inspiró a aprender. Él también fue quien me enseñó mis primeras canciones y acordes.

Mi gusto ha cambiado mucho. Antes escuchaba música de forma casual, pero ahora es como una especie de religión. Con el pasar de los años he descubierto muchos géneros que me cautivan como la salsa, el jazz, el hiphop, el disco, el reguetón y el reggae, pero mis favoritos son el rock, el blues y el metal.

Algo que siempre me ha inspirado es observar videos de bandas que me gustan, como The Runaways, mientras tocaban en directo por medio mundo. Me impulsa a seguir ensayando, para tratar de llegar a ese nivel. También me dio el coraje para comenzar a tocar la guitarra en público, en vez de hacerlo sola en mi cuarto. Antes me daba demasiada pena tocar en frente de otros, incluso de mi familia, pero lo superé al ver que ellas lo hacían en escenarios ante miles de seres humanos que coreaban sus canciones. Ahora, con casi dos años de estar tocando, espero comenzar una banda de rock con mis amigos.

A decir verdad, antes de saber sobre las Runaways, a veces me sentía desilusionada. Cuando veía las listas de los mejores 100 guitarristas en la historia, no había más de tres mujeres. Pensaba que no tenía oportunidad ni lugar en el mundo para ser una de las mejores con ese instrumento de cuerda. Pero eso cambió cuando las descubrí.

Luego me enteré de que a muchas de mis amigas también les gustaba su música y las admiraban, especialmente a Joan Jett. Mi punto de vista cambió. Ya no me sentía sola ni que la música fuera una carrera inalcanzable. The Runaways, al haber superado las dificultades del machismo por ser una banda de mujeres jóvenes en los años 70, ayudaron a inspirar a varias generaciones de artistas, incluso cinco décadas después. Si ellas pudieron hacerlo, yo también.

Nunca olvidaré el momento en que escuché aquella canción por primera vez. Espero algún día ser como ellas, para influenciar a otras chicas con el sueño de ser artistas, así como ellas me inspiraron a mí.