El día llegó de una forma casual, con la cegadora luz del sol deseándole los buenos días. Llena de alegría y entusiasmo se dispuso a empezar la emprendedora Vanesa, una mujer de rizos definidos color azabache, mirada firme y penetrante, algo testaruda de carácter; siempre con la vista clavada en la victoria. Observadora e inquieta por naturaleza, le gustaba evaluar siempre una nueva oportunidad para emprender un negocio. Amante de las ventas y el contacto con los clientes.
Un miércoles por la noche, del año 2008, su esposo, preocupado, con las manos en la cabeza le platica que hubo un recorte de personal en la empresa donde él laboraba. Vanesa, un tanto agobiada, pensó: «¿Qué haremos ahora?». Como si de una chispa de luz radiante se tratara, llegó la respuesta unas semanas después: la mujer propuso emprender una librería técnica, donde venderían todos los materiales para las carreras de Arquitectura e Ingeniería Civil, pues en su ciudad había una gran demanda por un negocio de esta índole.
Y, efectivamente, en noviembre de ese mismo año se inauguró el local. Era toda una novedad, muchos estudiantes del casco urbano llegaban a comprar. La pareja empezó con lo básico: lápices, rapidógrafos, cartones de presentación para maquetas y muebles a escala. Luego se volvieron distribuidores de mesas de dibujo con todo su equipo correspondiente. Ampliaron el servicio que le brindaban a sus clientes con juegos de planos y la elaboración de maquetas a escala y en duroport (material plástico). Como los locales con fotocopiadoras eran escasos por esa zona, más tarde adquirieron una fotocopiadora y con las ganancias de su negocio lograron tener tres fotocopiadoras en un mismo local.
El negocio no solo generaba ganancias y realización para Vanesa, también creó oportunidades de empleo para otras mujeres. Ella no solo tenía el rol de emprendedora, también el de madre; siempre encontraba el equilibrio entre el tiempo con su hijo y ser eficaz en el trabajo.
No existe nada que motive más a una madre luchadora que su propio hijo. Vanesa encontraba en su pedacito de querer de apenas dos años de edad la motivación necesaria para levantarse todas las mañanas y cumplir con el negocio, la casa y su rol de madre. Por fuera lucía como alguien firme y estricto, por dentro era todo lo contrario, siempre llenaba a su pequeño de abrazos y besos en cada despertar, desde muy chico le enseñó a ser agradecido, honesto y solidario. Así creció su patojo entre vitrinas de colores, toque único de su librería. La mujer deseaba que su hijo fuera íntegro y feliz.
Vanesa representa a todas esas mujeres que salen cada día a rifarse la vida para llevar el sustento a sus hijos. Sí, hablo de esas damas que sacan adelante un negocio, en las plazas o mercados o desde sus propios hogares, combinando el hermoso privilegio de la maternidad con el emprendimiento.
Allí estaba Vanesa viéndose en el espejo diciendo: “Para todo hay un tiempo; tiempo para reír, llorar, bailar, cantar, ser feliz… menos para rendirse o tirar la toalla”.