“La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata” (Virginia Woolf).

Virginia Wolf es una de esas personas que eligieron vivir para el arte, una escritora capaz de plasmar la conciencia en papel y dejar en cada página los recuerdos más espectaculares de su vida.

Su nombre de pila fue Adeline Virginia Stephen y nació en Londres, en 1882. Tuvo el privilegio que en esa época casi nadie poseía: la educaron tutores privados y había una biblioteca en casa. Ahí fue su primera cita con la poesía.

Por desgracia, cargó con una enfermedad que en su tiempo no tenía un nombre, pero que hoy reconocemos como el trastorno bipolar con fases depresivas. El primer pico fue a sus trece años, con la muerte de su madre por un ataque al corazón, y más adelante por los fallecimientos de su hermana y la de su padre.

Cuando el faro empieza a apagarse muchos barcos se quedan a la deriva. Sin embargo, Virginia tenía la capacidad de transformar en arte todo el dolor que había experimentado. Su máquina de escribir y su tinta eran capaces de atrapar mucho más que pensamientos o líneas vacías, podían capturar fragmentos de su existencia y encerrarlas para siempre en el papel.

Sus libros son el reflejo de su alma, y su forma de escribir son corrientes que arrastran sentimientos movidos por poesía. Como prueba este fragmento de su obra La señora Dalloway: “Su cerebro se encontraba en perfecto estado. Seguro que el mundo tenía la culpa de que no fuera capaz de sentir”.

Si algún día lees sus novelas te darás cuenta de lo buena que era transparentando la conciencia de sus personajes en el relato. Para leer sus obras lo mejor es no pensar demasiado y solo dejarte llevar por su pluma.

Virginia no es recordada solo por sus novelas llenas de ideas y una narrativa única. También llegó a expresar a través de su voz individual la experiencia de miles de mujeres confinadas a una vida sin decisiones ni libertades. Sobre esto reflexionó en una ocasión: “Yo me aventuraría a pensar que Anon (anónimo), quien escribió tantos poemas sin firmarlos, fue a menudo una mujer”.

Virginia escribió muchos ensayos hablando sobre la mujer en su época, cómo era retratada y encerrada; y defendía el derecho a tener independencia económica y social. En su obra clásica, Una habitación propia, anota: “Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien”.

Estudió en la Universidad de Cambrigde y en 1917 conoció a quien se describe como una de sus relaciones más profundas de su vida, Leonard Woolf. Se llevaban tan bien que más adelante fundaron Alba Editorial, que llegó a publicar y editar libros importantes para la época, desde los suyos hasta ensayos del psicoanalista Sigmund Freud.

La escritora estuvo en contacto con muchos pioneros y personas talentosas de la época. Ella recordaba su infancia con cariño, tuvo una familia grande y muchas de sus novelas están plagadas de recuerdos de su niñez, sus veranos al suroeste de Inglaterra, entre la arena, el mar, risas y el faro de Cornwall.

Sin embargo, las mentes brillantes no son eternas, y la mente no siempre es capaz de ganar todas las batallas. A inicios de la Segunda Guerra Mundial se lanzó a un río con los bolsillos llenos de piedra, y murió. Aunque no se pudo llevar la revolución que dejó en el arte ni su legado en la lucha de las mujeres que no tenían voz para oponerse a la opresión.

Sus cenizas fueron esparcidas en el jardín de Rodmell. Pero al igual que el arte, Virginia Woolf no puede morir.

Esta historia comienza con don Guillermo Gámez y doña Gloria de Gámez, ellos residían en La Ceiba, departamento de Atlántida. Cuando Iris Juventina nació, ya la familia Gámez tenía cuatro hijos mayores; ella solo conoció a dos. Don Guillermo en esa época era sargento de la Policía y ofrecía sus servicios en la cooperativa de la ciudad, por eso la niña solo lo veía una vez por semana.

Tiempo después la madre toma la decisión de trasladarse sola a Tegucigalpa. Don Guillermo vende sus terrenos y se muda a su pueblo natal con sus hijos; en este lugar solo vivió un año, durante el cual Iris Juventina vio cómo sus hermanos abandonaban el hogar que el padre con mucho esfuerzo intentaba mantener solo. La precaria situación que vivían era asfixiante, deprimente. Aquel hombre fuerte iba perdiendo el brillo de sus ojos que tanto lo caracterizaba.

Cuando Iris cumplió cinco años, su padre viajó con ella y su hermana menor a Tegucigalpa en busca de doña Gloria, con el objetivo de que ella las cuidara por un tiempo mientras él solucionaba unos problemas; para mala fortuna, la madre no era muy cariñosa con las niñas y rápidamente buscó al padre para que regresarlas. En casa de don Guillermo solo estaba su madrina, quien sintió horror y tristeza al ver a las dos niñas escuálidas enfundadas en harapos sucios y pies descalzos.

Tiempo después don Guillermo se encontró a un primo que lo invitó a su casa y cuya esposa, al querer ayudar, se ofreció a cuidar a una de las dos pequeñas. Eligió a la menor, pero esta no logró adaptarse a la nueva familia, entonces decidieron quedarse con Iris, quien terminó viviendo con el matrimonio y se separó definitivamente de lo que una vez fue su familia.

Iris Juventina Gámez tenía la esperanza de que en ese nuevo hogar su vida fuera más fácil. Al llegar a la secundaria trabajaba por las tardes para poder pagar sus materiales escolares, además ayudaba en los quehaceres del hogar que la había acogido. En todo ese tiempo ella comprendió que no importaba la adversidad; si se esforzaba, no habría situación que no pudiera superar.

Su  pasado hizo que la madurez floreciera a una edad muy temprana. Sacrificando su niñez, logró tener un temple de acero para su futuro y dar a sus hijos el cariño y la seguridad que de joven nunca tuvo.

Cuando pienso en una mujer inspiradora, la primera persona que se me viene a la mente es mi abuela Routhy, a quien través de su vida le ha tocado luchar para seguir adelante, pero nunca ha quitado la sonrisa de su cara. Ella es una mujer fuerte, empática, paciente, valiente y, más que nada, mi modelo a seguir. 

Ser una persona que inspira significa ser ejemplo para los demás, exactamente lo que Routhy representa para cada individuo que la conoce. El que la ve pensaría que no tiene ni ha tenido un problema en su vida, ya que la calma que transmite es de admirar. Aspiro tener su paciencia algún día.

Su historia me motiva a perseverar. Mi abuela nació en Líbano y creció dentro de la comunidad judía de Beirut. El año del establecimiento del Estado de Israel, en 1948, hubo muchos disturbios en Jalab, Siria y sus padres se escaparon de ahí a Líbano, el país más cercano. Vivieron en la ciudad capital, donde nació mi abuela Routhy. 

Durante su estadía en ese país, sufrían constantemente del sentimiento aterrador que vino con la Guerra de los Seis Días, en 1967. Eran libres para salir y viajar, pero les hacían falta los documentos necesarios. 

Cuando comenzaron los problemas en Siria, la comunidad judía de Líbano se organizó para auxiliar a los que llegaron escapados. Todo iba perfecto, hasta que un día derrocaron al líder de esta organización de ayuda y todos los refugiados quedaron en necesidad de esconderse. 

Mi abuela Routhy se casó en junio de 1972, en la capital, siendo la última de sus hermanas en salir de Líbano, ya que las condiciones se estaban tornando cada día más difíciles y era necesario buscar un mejor hogar. 

Con un par de maletas solamente, mis abuelos junto a sus dos hijas bebés escaparon de aquel lugar en Medio Oriente a finales de 1975, pues la guerra entre musulmanes y cristianos se había intensificado. Fueron a Italia, pero luego de un tiempo se trasladaron a Israel con el resto de su familia, con la intención de ir a vivir en el país soñado por todos los judíos. 

Estando en Israel mi abuelo escuchó sobre las oportunidades de negocio en la Zona Libre de Colón, por lo que decidieron venir a Panamá. Tras un arduo trabajo, lograron formar su familia con cuatro hijos; actualmente diecinueve nietos y una bisnieta. 

Para mí es un honor poder compartir tiempo con una mujer tan increíble y admirable como mi abuela Routhy. Ella me ha enseñado que las dificultades que uno pasa en la vida son exactamente lo que nos hace las personas que somos. 

Muchos piensan que la vida ideal no tiene problemas ni obstáculos; pero la verdad es que se trata de mantener una actitud positiva en cada situación para así lograr estar en paz con nosotros mismos y las personas que nos rodean.

Eso exactamente es lo que hace a mi abuela Routhy una mujer tan inspiradora. Su actitud inigualable, sus ganas de crecer, enseñar y cómo ha percibido cada dificultad en su vida como un regalo es lo que la hace tan especial y lo que marca el ejemplo para mí. 

«Acepté el reto y me monté en el barco del aprendizaje» (Maribel Fong).

Maribel es el vivo ejemplo de que, cuando se quiere, se puede. Ella es de la generación denominada los baby boomers porque nació en el año 1962. 

Tomó la actitud de una mujer valiente cuando la tecnología llegó a su vida de forma inesperada. Pasó por una ardua fase de adaptación al mundo digital. Hoy es toda una líder en su área de trabajo.

Su origen

Maribel es de la ciudad de Panamá. Sus padres son Domingo Fong y Gladys Meneses, quienes le inculcaron que los valores y el estudio deben ser primordiales en la vida para lograr el éxito. Ella lo comprobó a cabalidad. 

Creció junto a sus hermanos Rafael, Maruja, Gladys, Lourdes y Raúl. Desde la niñez apoyó a su mamá siendo obediente y ayudando con los quehaceres del hogar. Cuidaba de sus hermanos, cocinaba y los orientaba con los trabajos escolares, mientras que su papá trabajaba como subgerente en una de las sucursales del almacén Gran Morrison.

Cursó su primaria en la Escuela María Ossa de Amador. Dentro de su timidez siempre se involucraba en las actividades de su plantel. Hacía murales y participaba en las ferias. Luego, realizó el primer ciclo en el Colegio José Antonio Remón Cantera y el segundo en el Richard Neumann, donde se graduó de bachiller en Comercio con Especialización en Contabilidad.

En primer ciclo no fue muy aventajada en los estudios porque todas las tareas las dejaba para la última hora, pero al pasar a segundo ciclo maduró.

Entre la familia y los sueños

Años después de graduarse de la escuela decidió casarse. Después se dio cuenta de que no fue la mejor decisión debido a que su pareja no la apoyaba para realizar su sueño de ir a la universidad. Tuvo cuatro hijos varones a los que les inculcó la importancia de la superación profesional a través del estudio.

Pasaron algunos años y se divorció. Fue una etapa difícil para ella y sus hijos, no obstante, renació el reto de llegar a ser una gran profesional. Como no tenía los medios económicos suficientes, pidió ayuda a su hermano mayor, quien estaba en una posición financiera mejor que ella. Así logró entrar a la universidad.

En la Universidad Santa María La Antigua obtuvo el título de Técnico en Banca. Continuó sus estudios obteniendo una licenciatura en Banca y Finanzas y una maestría en Recursos Humanos. No fue fácil, ya que cuando estaba en la Universidad Latinoamericana de Ciencia y Tecnología tuvo un accidente vehicular. Esto la dejó incapacitada por un tiempo, pero gracias a Dios pudo salir adelante de ese tropiezo. 

Ingresó en el Banco General, empresa que le abrió las puertas en el ámbito laboral, como recepcionista. Después de un año de aprendizaje, pasó al área de Plataforma como ejecutiva de Atención al Cliente, llevando a cabo aperturas de cuentas. Después pasó al departamento de Plazo Fijo, donde se desempeñó como supervisora. Avanzó y logró ser oficial de Operaciones, después pasó al campo operativo del banco hasta ocupar, por su experiencia, el cargo de gerente de sucursal.

Maribel, mi madrina, es un modelo de superación y, como ella manifiesta: «Rendirse no es una opción. Si nos superamos, cuando menos lo imaginamos, podemos lograr nuestros sueños; por consiguiente, siempre tenemos que esforzarnos y ser positivos para alcanzar una meta».

Ella recuerda que sus primeros años de trabajo los inició con un equipo tradicional, sin embargo, con la entrada del siglo XXI tuvo que adaptarse y aceptar los retos que imponían las nuevas tecnologías. Además, debió aprender a tener un equilibrio entre su ámbito laboral y el familiar.

En la actualidad sus funciones son liderar y formar a todo el equipo de trabajo, administrando y supervisando las acciones que ocurren en la sucursal. Todavía, con cuarenta años de servicio, se mantiene en constante aprendizaje. Ella sigue enfrentando los nuevos retos que se le presentan.

 

    

El 5 de septiembre de 1959, en una comunidad del municipio de Maraita, situada a 50 km de Tegucigalpa, Honduras, nació Cándida Rosa. Hija de campesinos, desde su infancia fue obligada a realizar tareas de adultos y a madrugar para alimentar a varios jornaleros y cuidar de sus hermanos menores. A menudo era castigada cruelmente, sus cicatrices atestiguaban los malos tratos que recibía de su padre. Producto del excesivo esfuerzo, a los nueve años desarrolló dos hernias y otras enfermedades que la afectaron a lo largo de su vida. Su madre trataba de protegerla, pero ella también era maltratada físicamente, además padecía de artritis y tenía una vida difícil.

Venciendo muchos obstáculos Cándida asistió a la escuela. Al momento de seguir sus estudios la única posibilidad era trasladarse a la ciudad, pero ya sabía que en la casa donde pensaban hospedarla podría ser abusada y no estaba dispuesta a someterse a situaciones peores a las que ya había vivido. Este punto fue muy complejo, porque interrumpir su formación fue una decisión que la marcaría para siempre, por eso se prometió hacer hasta lo imposible para que sus hijos pudieran prepararse.

A los diecinueve años se casó y tuvo cinco hijos, a quienes nombró Rafael, Angélica, Domingo, Mirna y Johana, en ese orden. A pesar de sus complicaciones de salud y la pobreza extrema en que vivían, se aseguró de educar a sus retoños de otra manera, sin abusos, con mucha paciencia y amor, contrario al trato que ella había recibido. Con un nudo en su garganta, pero al mismo tiempo muy determinada, vio partir a sus hijos rumbo a la ciudad, cuando eran todavía jóvenes.

Cándida Rosa se comunicaba con ellos a través de cartas. Se notaba confianza y cariño a través de esas letras pensadas para animar y acuñar los valores que ella inculcó. Con toda clase de dificultades sus hijos se graduaron, los esfuerzos y anhelos de la abnegada madre se vieron realizados, y con ello se reventaron cadenas de tristeza para dar paso a un nuevo capítulo.

La orgullosa madre también se realizó de otras maneras. Sin proponérselo, en todos los lugares que vivió puso a disposición su enorme vocación de servicio, su nobleza y calidez humana. No importaban sus limitaciones económicas, siempre se las arregló para ayudar a quien lo necesitara.

Y después, a pesar de que sus padres la trataron como una hija fracasada, los cuidó sin reproches, no guardó rencores ni odios contra nadie, era consiente de que su ejemplo de vida era la mejor herencia que podía ofrendar a sus hijos.

La mujer fue diagnosticada con lupus en una etapa avanzada, apenas logró conocer a su primer nieto. El 21 de noviembre de 2006 fue hospitaliza por última vez y cuatro días después cerró sus ojos definitivamente. A su funeral llegó tanta gente, que, al menos por unas horas diluyó el dolor de sus hijos. En cuanto a mí, solo puedo decir que me habría encantado conocer a mi abuela.

   

Ella nació en un pueblo de Santa Bárbara por 1972, creció con seis hermanos, realizó su educación primaria en la escuela Dolores Sabillón. A los once años emigró a la ciudad capital con la intención de seguir su formación, pero le fue difícil porque sus padres eran de bajos recursos.

La joven empezó a trabajar como empleada doméstica a sus doce. Hubo un jefe que la animó a estudiar durante la noche, así pudo graduarse de la carrera que ella deseaba más adelante.

En el trayecto de su vida se le presentó otra oportunidad de empleo. Una compañera de estudios la invitó a dejar su currículum en una oficina, donde les pareció interesante. Al día siguiente la llamaron y comenzó el nuevo trabajo, donde se superó un poco económicamente. También seguía estudiando, transcurrieron tres años y se graduó de Perito Mercantil y Contador Público.

La joven continuó creciendo en su trabajo y ahorró para comprar un establecimiento donde desarrolló su propia empresa, en 1993, año en que conoció a un joven con quien se casó y tuvo a su primer hijo dos años más tarde. Siguió sus estudios en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, en el año 2000 se matriculó en la carrera de Ingeniería Industrial, pero la abandonó para poder seguir con su negocio; sin embargo decidió terminarla en el 2013.

En 2010 nació su segundo hijo. Esta dama ha salido adelante con sus propios esfuerzos, demostrándoles a sus retoños los valores más importantes como respeto, honestidad, responsabilidad, disciplina, solidaridad, integridad, sociabilidad, cristiandad, honradez, puntualidad, amor, deseo de superación y compromiso hacia ellos que la hicieron una mujer fuerte, servicial, capaz de enfrentar todos los obstáculos que se le presentaron.

La mujer se demostró a sí misma que tenía mucho camino por recorrer y suficiente coraje para seguir adelante. Se olvidó de sí misma y dio lo mejor a sus hijos: el talento y la humildad.

Hoy esta linda dama, mi madre, quiere seguir adelante con la ayuda de Dios.

El feminismo propugna un cambio en las relaciones sociales que conduzca a la liberación de la mujer. Muchas mujeres estaban cansada  del abuso hacia ellas,  pero fue a finales del siglo XIII, cuando Guillermine de Bohemia planteo crear una iglesia solo para mujeres. Otras rescatan como parte de la lucha feminista a las predicadoras y brujas (ver brujas), pero es recién a mediados del siglo XIX cuando comienza la lucha organizada y colectiva. Las mujeres participaron en grandes acontecimientos históricos del siglo como el renacimiento. Es a partir del sufragismo cuando reivindican su autonomía.

La lucha de la mujer comienza a tener finalidades precisas a partir de la Revolución Francesa, ligada a la ideología igualitaria y racionalista del Iluminismo, y a las nuevas condiciones de trabajo surgidas a partir de la Revolución Industrial. Olimpia de Gouges, en su “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” (1791), afirma que los “derechos naturales de la mujer están limitados por la tiranía del hombre, situación que debe ser reformada según las leyes de la naturaleza y la razón”.

Olympe de Gouges es el seudónimo de Marie Gouze, escritora, dramaturga, panflestista y filósofa política francesa. Como otras feministas de su época, militó a favor de la abolición de la esclavitud.

En 1792 Mary Wollstonecraft escribe la “vindicación de los derechos de la mujer”, planteando demandas inusitadas para la época: igualdad de derechos civiles, políticos, laborales y educativos, y derecho al divorcio como libre decisión de las parte. En en siglo XIX, Flora Tristán vincula la reivindicaciones de la mujer con las luchas obreras. Publica dn 1842 La Unión Obrera, donde presenta el primer proyecto de una Internacional de trabajadores. Sobrina de un militar peruano, residió un tiempo en Perú, y su figura es reivindicada especialmente por el feminismo latinoamericano. En 1903 se crea la woman’s Social an Political Union, dirigida por Emmiline Pankhurst, organizo actos de sabotaje y manifestaciones violentas, propugnando la unión de las mujeres más allá de sus diferencias de clase. Declarada ilegal en 1913, sus integrantes fueron perseguidas y encarceladas.

Aunque hubo aportes esenciales por parte de Alexandra Kolontai, también el socialismo estaba teñido de una ideología patriarcal.

El feminismo actual es encontrar estrategias adecuadas para articular sus luchas con otros movimientos más amplios, de mujeres, derechos humanos, etc…, para impulsar las transformaciones que requiere la sociedad actual.

 

Todas estas mujeres y más han luchado año tras año contra el machismo y desigualdad de género. Aún en la actualidad se lucha contra esto, pero gracias a estas y más mujeres que lucharon contra ello en el pasado hoy en día tenemos derecho a votar, estudiar, trabajar y valernos por nosotras mismas. Es por eso que son mujeres admiradas y respetadas en la actualidad. Gracias a ellas que tuvieron la voluntad, fuerza, esperanza y agallas.

Hoy en día las mujeres son más fuertes, más valientes y no se callan. A pesar en que algunos países todavía este mucho el machismo, pero en algún momento también saldrán del machismo y capitalismo.

A diario sexualizan a las niñas, adolescentes y mujeres, viven con el temor de ser acosadas, secuestradas o violadas. A pesar de tener derechas, pareciera que en algunos casos no, ya que aún sigue el machismo y un hombre tiene más razón que una mujer. Todos los días las mujeres son más juzgadas que admiradas.

A pesar de todo lo malo que viven las mujeres, que vivimos. Nos reconocemos, admiramos y apoyamos entre nosotros.

En una tarde oscura y lluviosa estaba con mi abuela escuchando la radio y el locutor decía que en Estados Unidos despegaba un cohete espacial con una tripulación valiente; pero lo que más me asombró fue cuando mencionó que en ella iba una mujer. En ese momento me pregunté quién habría sido la primera dama en llegar al espacio.

Esta es la historia de una de las féminas más increíbles del mundo, porque para muchos era imposible lo que ella logró, para otros, una hazaña. Se trata de Valentina Tereshkova, la primera en llegar al espacio.

Desde muy pequeña fue una aficionada a las alturas. Trabajaba en una fábrica textil y, pasados los años, cuando ya estaba madurando, sus padres la apoyaron para que hiciera su primer salto en paracaídas. Esa fue la afición que la llevó a incorporarse a la Fuerza Aérea Soviética y ser una cosmonauta. Aunque ha pasado mucho tiempo, Valentina ha sido la única mujer en ir sola al espacio.

En la mañana del 16 de julio de 1963, Valentina, a sus veintiséis años, se puso su traje espacial para inscribirse en la historia. Sus compañeros, deslumbrados, la llamaron Chaika (gaviota en ruso) y la felicitaron. Una vez  que estaba todo listo, la acompañaron a la plataforma de despegue y empezó su viaje. Al abandonar la órbita terrestre lo primero que dijo fue: «Veo en el horizonte una raya azul, es la Tierra, ¡qué hermosa!».

Valentina despegó a bordo del Vostok 6, duró 70 horas en el espacio y dio más de 48 vueltas a la Tierra, un logro impresionante. Pero, en el solitario viaje no todo fue fácil, sufrió muchos mareos y jaquecas, lo que nos lleva a pensar en su valor y determinación.

A su regreso ya no era una persona común, sino una leyenda. Fueron muchos los que quedaron impactados con su hazaña.

A finales de los años 70 otras mujeres fueron al espacio y Valentina deseó volar otra vez. Se sometió a varias pruebas y no todo salió como quería, no había superado los exámenes médicos; sin embargo, no todo fueron malas noticias, en este proceso conoció al doctor Yuliy y nació entre ellos tanto cariño y amor que se casaron. Desgraciadamente, el esposo falleció, en 1999.

Luego de estas experiencias, se fue a vivir en una casa pequeña en el campo. Durante las noches de soledad soñaba con su aventura espacial y una vez dijo: “Si tuviera dinero, viajaría otra vez al espacio, aunque sea como turista e incluso volaría a Marte aunque solo fuera con billete de ida”.

Hoy día Valentina es un ejemplo y la reconocemos como una persona que logra lo que se propone. Es fácil hablar de no rendirse y perseverar, pero requiere de mucho valor, como el que tuvo la astronauta rusa.

Esta es la inspiración de las mujeres que siempre siguen adelante con lo que aman y desean, principalmente aquellas que quieren ser astronautas y saben que no es fácil. Valentina es una mujer luchadora que nos deja un hermoso legado: nada es imposible, si te esfuerzas.

Y tú, querido lector, cuando te propongas cumplir esa meta, lo lograrás como lo hizo esta dama, quien nunca perdió la fe, aunque fuera tropezando en su camino, pues eso la iba fortaleciendo. Solo debes tener presente que todo llega en su momento a quien sabe esmerarse y esperar.

De cabello rizado, reconocida en América Latina por algunas canciones de su autoría como Despacito, y sobre todo distinguida por su talento como cantante. Erika Ender nació el 21 de diciembre de 1974 en ciudad de Panamá, tiene ascendencia brasileña y estadounidense, lo que ha sido una parte importante en su carrera, ya que gracias a su linaje aprendió los idiomas inglés y portugués.

Empezó su sueño de cantautora desde los nueve años, cuando ya se encontraba escribiendo algunas canciones y tenía claro qué quería.

Participó en un programa de televisión llamado Sábado Sensacional, de Venezuela, en el cual debutó como solista. También estuvo en un concurso de poesía representando a su colegio a los dieciséis años.

Pero el camino hacia sus sueños y metas no fue fácil. Ender empezó a buscar una oportunidad, así que acudió a varios productores de música para presentar sus demos; pero, en cada lugar que visitaba le daban un no por respuesta.

En marzo de 1998, a la edad de veintitrés años, decidió tomar un vuelo hacia la ciudad de Miami, en los Estados Unidos. Ese momento marcó el inicio del éxito para la panameña, pues empezó a componer algunos temas musicales como solista y también junto a otras personas.

Al año siguiente se convirtió en alguien importante dentro del mundo de la música. Productores de Sudamérica y México querían que algunas de sus canciones fueran interpretadas por artistas de esas latitudes, lo que efectivamente sucedió porque Erika entregó algunas de sus composiciones para ellos.

Ender también colaboró escribiendo dos éxitos para el cantante Chayanne, Candela y ¡Ay, mamá!, junto a Donato Poveda.

También estuvo en una orquesta donde se encontraba Rubén Blades con sus gira llamada “La rosa de los vientos». Apareció en la revista People en Español. Compuso canciones para una gran lista de cantantes, entre ellos el rapero Daddy Yankee, el puertorriqueño Luis Fonsi y el ganador de cinco premios Grammy, Gilberto Santa Rosa.

Como cantante ha interpretando sus canciones llenas de sentimiento como el tema Cómo hubiera sido, que tiene un gran significado para ella, ya que en 2009 fue hospitalizada debido a unos fibromas benignos en su útero. Erika tuvo que ser operada, pero perdió la oportunidad de ser madre. Un proceso que, según contó, la inspiró para abrir la Fundación Puertas Abiertas, donde se motiva a los jóvenes, por medio del concurso Talenpro, a ser mejores seres humanos usando sus habilidades.

En sus treinta años de trayectoria es la primera mujer panameña en ganar un Grammy. Además, fue galardonada con premios como el Horizon y Humanitarian Awards. Hoy cuenta con cuatro álbumes llamados Hoje a festa, Panamá mía, Tatuajes y MP3-45.

                                                                                                  

Esta es la historia de Dafni Mora, una doctora panameña que lleva años abriéndose camino en uno de los tantos terrenos de la vida dominados por los hombres, y que por eso ha sido reconocida.

Es profesora especial eventual en el Departamento de Energía y Ambiente de la Facultad de Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica de Panamá. Entre sus investigaciones más destacadas están “Explorando el comportamiento de los ocupantes en los edificios” y “Variables de comportamiento y patrones de ocupación en el diseño y modelado de edificios de consumo de energía casi nulo”.

No cabe duda de lo preparada que está. De hecho, habla también inglés e italiano. Es la persona detrás del Laboratorio Especializado en Soluciones Energéticas Pasivas y Confort en Edificaciones (LESEPCE), cuyo objetivo es fortalecer el talento humano en las áreas de uso racional de la energía e implementación de técnicas de bajo consumo. Por eso ganó el Premio Nacional L’Oréal – UNESCO “Por las Mujeres en la Ciencia” 2021. Su aspiración no es solo ayudar a nuestro país a ser más consciente sobre el uso de la energía, sino también apoyar en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.

Es la inspiración personificada, y resume la vida de miles de panameñas: trabaja, se dedica a la investigación y al mismo tiempo ejerce su papel de madre. Es un gran ejemplo de perseverancia, lucha, superación y tenacidad. Su historia nos recuerda que se deben construir más oportunidades para las mujeres.

El mundo va en avance y los problemas que enfrentamos nos han demostrado que todos y todas debemos aportar las soluciones. Ella pudo, y debemos aspirar a que las demás también puedan.