El barrio de La Ciénaga, un pantano medianero al ferrocarril de Panamá y cercano a la playa Peña Prieta en la bahía de Panamá, lugar actualmente conocido como avenida Balboa y la Cinta Costera, es el lugar donde todo ocurrió.

Estados Unidos y Panamá tienen muchas historias que contar, pero nada como el primer altercado entre ambas naciones. El suceso marcó la historia de Panamá y de él poco se habla: El incidente de la Tajada de Sandía ocurrido el 15 de abril de 1856, es de suma importancia para los panameños, pues fue el día que demostramos que no somos gente que se queda callada cuando algo nos disgusta.

Todo empezó cuando un estadounidense se negó a pagar cinco centésimos por un pedazo de sandía y la disputa terminó en una batalla campal que dejó 18 muertos y 28 heridos.

Pero nadie se pone a pensar en el trasfondo de esta historia. Los panameños estaban atemorizados, hasta cierto punto paranoicos, pues por la ciudad se rumoreaba que piratas llegaban a Panamá para conquistar la nación. El temor de los panameños los hundió en la desesperación y esto llevó a los sucesos de esa fatídica tarde.

Era un día tranquilo en el barrio de La Ciénaga, el lugar estaba lleno de pequeños puestos que vendían vegetales y frutas. José Manuel Luna estaba vendiendo sandías cuando Jack Oliver, un estadounidense quien estaba ebrio, se comió una tajada de sandía sin pagar y Manuel le reclamó diciéndole que debía pagar los cinco centésimos, pero este se negó amenazándolo con un arma de fuego. Los amigos de Oliver calmaron la situación y pagaron la cuota; sin embargo, no esperaban que el peruano Miguel Abraham se abalanzara sobre Jack, le arrebatara su pistola y saliera corriendo como si no hubiese un mañana.

Los latinos que veían cómo Oliver y su clan perseguían a Miguel, salieron en su defensa a pelear con los perseguidores del paisano. Pronto el lugar se convirtió en una batalla entre latinos y estadounidenses, no se sabía la razón, pero había rencor, pasión y un par de pistolas. Las autoridades tardaron alrededor de una hora y media en llegar. Ya era demasiado tarde…

Después del altercado, los heridos y familiares de los muertos estadounidenses mostraron quejas por los eventos sucedidos en Panamá. El gobierno de Estados Unidos, en compensación, le solicitó al gobierno de Nueva Granada del que Panamá formaba parte, más territorio y una suma de 412 mil 394 dólares como una paga por los daños causados. Además, firmaron un tratado que apuntaba a los norteamericanos como los ganadores del altercado.

Han pasado más de 166 años desde este terrible incidente, día en el que defendimos a nuestro Panamá con todo el orgullo, pero ese espíritu y pasión se ha ido desvaneciendo con las nuevas generaciones y, por ello, nosotros debemos prender esa llama nuevamente, revivir el fervor de defender nuestra patria y a las personas que pelearon por traer el honor. Debemos levantarnos, estar listos para las amenazas y enfrentarlas con valor.

Buscando un tema para mi crónica encontré un acontecimiento particular que capturó mi atención. Ese fue el naufragio del Vapor Taboga, pues al leer sobre aquel suceso, fui transportada al libro de la historia panameña en un capítulo bastante olvidado.

No fue mucho lo que encontré, pero descubrí que todo empezó un 23 de mayo de 1911. Habían pasado ocho años desde que Panamá era independiente. Eran tiempos difíciles, de extrema pobreza y las vías de comunicación terrestre no estaban listas, lo que hacía que la vía marítima fuese la más eficiente entre las demás.

En todo esto estaba la respetada Compañía de Navegación Nacional que había ganado tal fama por sus excelentes “medidas de seguridad”.  Entre sus majestuosos barcos estaba el vapor Taboga, pero ¿qué fue lo que pasó?

Mi curiosidad me llevó a seguir leyendo. El barco tenía como destino final la ciudad de Panamá, era de mañana y todo un día estaba por delante. Partió de Soná, en la provincia de Veraguas. En él iban 140 personas, animales y mercancía.

Al caer la noche, el barco chocó con unas enormes rocas provocando un impacto muy severo, el buque se partió e hizo un semicírculo hasta su desafortunado fin.

Se dijo que quien tuvo la mayor culpa fue el capitán de la nave, de apellido Campbell, debido a que había sido advertido del riesgo de las rocas, pero no hizo caso, subestimando la situación y siguió hacia Punta Mala, en la provincia de Los Santos.

Decidí seguir mi viaje a través de la lectura y me di cuenta de que este solo era el principio, pues resulta que el barco solo tenía cuatro botes salvavidas y no muchos pudieron salir fácilmente. La desesperación de los tripulantes creció rápidamente y los que cayeron al agua se aferraron a todo lo que veían en un intento de salvación, aunque esto no acabó con los gritos de ayuda entre las olas y la densa oscuridad.

Algunos llegaron a playas, mientras que otros fueron rescatados; muchos tuvieron que estar horas y horas en el agua con esperanza de un posible rescate.

Fue una noticia que se esparció como plaga y la preocupación fue de esperarse, pues claro, yo también me preocuparía al escuchar una tragedia como esa. La información se conoció mediante un telegrama que envió una persona que había encontrado sobrevivientes en Punta Guánico y Búcaro. Dada la grave situación, se envió al cañonero Yorktown y al vapor David para ofrecer servicio a los náufragos necesitados, lo cual me llenó de esperanza después de leer todo lo anterior.

Afortunadamente, llegaron algunos sobrevivientes en el vapor David, quienes dieron sus testimonios. Al parecer, el capitán Campbell sobrevivió y también contó su versión de lo sucedido… Hay que admitir que no hay que darle todo el peso de la culpa, ya que desde luego no fue su intención.

Fueron entre 25 y 30 personas las fallecidas y el 26 de junio se organizó un funeral para ellos en la Catedral Metropolitana. Fue un día lamentable para muchos panameños.

Este evento me sorprendió, me hizo considerar los peligros del mar y también dejó cierta familiaridad en mi mente: el hundimiento del Titanic, suceso que ocurrió casi un año después.

La vida de una persona puede pasar tranquilamente, pero también puede experimentar grandes tormentas y experiencias, permitiendo tener diferentes perspectivas sobre las cosas. El Canal de Panamá, un imán que atrae a muchos, es un tema que podemos estudiar, debatir y dar a conocer detalles de su pasado, pero sin dudas, es mejor conocer la historia desde la voz de un testigo de ella.

Para “Alexis”, un hombre de 72 años, bien conservado y quien labora como técnico especial para el Canal de Panamá, trabajar en esta ruta marítima que cruza el istmo panameño y ver que el país se fortalece cada día, es un sentimiento de orgullo. El tiempo es testigo de la historia y la vía interoceánica ha tenido un gran cambio durante estos años. “No puedo creer cómo este lugar ha cambiado tanto desde mi niñez hasta ahora”, expresó.

La primera vez que Alexis conoció el canal fue en 1957, cuando solo tenía siete años. La escuela hacía excursiones a la esclusa de Gatún, ubicada a 10 kilómetros de la ciudad de Colón y a las esclusas de Miraflores, a ocho kilómetros de la ciudad de Panamá. Alexis dijo sorprenderse por los inmensos barcos que pasaban, el lento movimiento de la nave le hacía esperar su siguiente paso con gran expectativa. Por otro lado, también sabía que el “Behemoth” (refiriéndose a la magna obra) no pertenecía a Panamá, un país separado en dos después de la firma del Tratado Hay-Bunau Varilla, en 1903. Y es que, al firmar ese contrato, Panamá le otorgó el permiso de construir y manejar el canal a los estadounidenses. Además, de una zona de 10 kilómetros de ancho como zona de administración canalera.

Durante muchos años el pueblo panameño anheló que llegara el fin del control militar de Estados Unidos sobre el país, debido a los vejámenes que sufrieron. En ese sentido, en 1964, específicamente el 9 de enero, a través de la radio se comunicó al pueblo que decenas de estudiantes estaban en la Zona del Canal luchando con estudiantes, civiles y soldados estadounidenses y que la bandera panameña había sido destruida. Al escuchar esto, los ciudadanos se fueron uniendo rápidamente a la lucha, defendiendo a la nación. Este suceso terminó con 21 muertos panameños.

Este incidente fue como la mecha de una bomba. Encendió el fuego del pueblo panameño y atrajo la atención del mundo. Todos sintieron tristeza por Panamá.

 La ira del pueblo y la condena internacional obligaron a Estados Unidos a dar un paso hacia atrás y el 7 de septiembre de 1977 firmaron el Tratado Torrijos-Carter que, entre otros acuerdos, devolvió la administración del Canal a Panamá en 1999.

 ¡El día llegó! El 31 de diciembre de 1999, fue un día memorable para los panameños, el regreso del Canal de Panamá contenía los sueños de esa y otras generaciones. “Nuestro deseo se cumplió”, dijo Alexis.

Llantos de dolor y sufrimiento se escuchaban en las calles de Panamá aquel 20 de diciembre de 1989, pues la vida de muchos nacionales quedó entre escombros y cenizas. 

El barrio de El Chorrillo fue testigo de cómo el ejército militar de los Estados Unidos destruyó todo a su paso. Las Fuerzas de Defensa, comandadas por el entonces general Manuel Antonio Noriega, estaban al mando del poder en nuestro país desde 1983 cuando asumió el cargo, luego del misterioso accidente aéreo donde perdió la vida el general Omar Torrijos Herrera, en 1981. Noriega, además de general, trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), pero poco después surgieron acusaciones hacia él de narcotráfico y corrupción. 

La operación militar “Causa Justa” fue comandada por el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush y se dio a cabo entre el 20 de diciembre de 1989 y el 3 de enero de 1990. Más de 26 mil militares estadounidenses pisaron tierras panameñas, con el objetivo de capturar al general y dictador Manuel Antonio Noriega. 

Pero antes de eso, el 16 de diciembre de 1989, un miembro de la Marina de Estados Unidos fue ejecutado por un oficial panameño, luego de entrar en el cuartel de Noriega. Usando esto como pretexto, el presidente de los Estados Unidos ordenó iniciar el ataque. 

La noche del 19 de diciembre de 1989 la operación militar “Causa Justa” se ejecutó. Alrededor de las 11:30 p.m. Estados Unidos invadió Panamá. Los estadounidenses embistieron diversos sitios donde se hallaban puntos militares del país. 

Ráfagas de destellos de misiles, sonidos de explosiones, helicópteros sobrevolando el oscuro cielo y mucha incertidumbre se vivió en el momento. 

Pasada la medianoche, el barrio de El Chorrillo estaba inmerso en un desmesurado fuego, ya que muy cerca quedaba el cuartel central de las Fuerzas de Defensa. Panamá solo contaba con un estimado de 12.000 soldados, teniendo Estados Unidos gran ventaja. 

Las personas temían por sus vidas, algunos se resguardaban en sus hogares, mientras otros corrieron aterrados sin la más mínima idea de lo que ocurría, en tanto, en el pavimento yacían los gélidos cadáveres de civiles asesinados. 

Desesperado, Noriega optó por ocultarse en la Nunciatura Apostólica de la ciudad de Panamá. El ejército estadounidense se posicionó a los alrededores del recinto y mediante parlantes colocaron música a todo volumen. Durante los siguientes días, canciones de diversos grupos musicales resonaban sin cesar en el lugar. Esto fue hasta el 3 de enero de 1990 cuando Noriega decidió rendirse ante las autoridades de Estados Unidos, dando fin a la sangrienta pesadilla. 

Este 2022 se conmemoran 33 años de este lamentable capítulo de la historia panameña y en la actualidad sigue sin saberse el número exacto de aquellos que perdieron la vida injustamente, o de quienes murieron luchando por nuestro país. La invasión de Estados Unidos a Panamá es un hecho que tal vez muchos han olvidado, pero otros todavía tienen una herida que no ha parado de sangrar. 

Una ciudad tendida sobre un istmo es el orgullo y fervor de los panameños.

Panamá La Vieja, fue la primera gran ciudad del océano Pacífico y fuente de grandes tesoros; una maravilla que logró conectar por primera vez etnias y culturas que hoy nos definen. Aquí nació el deseo de pertenecer a estas tierras. Este es uno de los legados más importantes que nos dejaron nuestros antepasados. Pero me pregunto: ¿qué historia esconde detrás de sus muros?

Un 6 de enero de 1671 un filibustero galés asaltó la calma del caribe panameño. Se acercó con más de dos mil hombres armados y embarcados en cuarenta navíos. A través de una carta se le dio la instrucción a Henry John Morgan de atacar a los enemigos de Inglaterra y hacer que los habitantes juraran lealtad a la corona, no obstante, este solo fue el comienzo de un plan de ataque que le llevaría a atravesar el istmo para pronto saquear la ciudad de Panamá.

Los corsarios partieron desde el fuerte San Lorenzo hacia Panamá.  En el poblado de Guayabal estaba el primer intento de resistencia armada española que no logró detenerlos. El plan de Morgan era marcar los senderos por mil doscientos piratas para que coincidieran en la ciudad, provocando sorpresa en los habitantes.

Su estrategia dejó confundidos a los españoles, pues Morgan se adelantó con doscientos de sus mejores tiradores. La caballería española avanzaba con gritos al mando, mientras eran aniquilados por los disparos de los terribles piratas; los españoles empujaron el ganado para agredirlos y crear confusión. En poco tiempo los mismos españoles se retiraron del campo de la batalla.

El terror avanzaba rápidamente por las calles con la presencia de los piratas. Provocando una estampida de la muchedumbre que buscaba huir del desafortunado destino. Era demasiado tarde para mirar atrás, Morgan había tomado la ciudad de Panamá.

Con los primeros saqueos las llamas se extendieron rápidamente por toda la ciudad, pero ¿Fue Morgan quien inició el incendio?

Antonio Fernández de Córdoba, el gobernador de la ciudad dio la orden de incendiar el polvorín. Lugar donde se guardaba la pólvora y demás municiones.

La ciudad en llamas era el telón de fondo de una obra que solo estaba por comenzar.

El libro de Alexandre Exquemelin, médico de confianza de Morgan, detalla cómo torturaron a hombres para obtener información de dónde se encontraba el oro.  El daño fue incontable.

Luego del ataque de Morgan decidieron mudar la ciudad a un área más segura situada en el “Sitio del Ancón”, lo que actualmente es el Casco Viejo. Se construyeron iglesias, calles y viviendas.  Amurallándola para protegerla de otro ataque, evitando que se repitiese en los fracasos del pasado.

Poco a poco fueron desmontando la vieja ciudad, dejándola en un bosque oculto, ignorando su agonía y dolor.

Miles de personas buscaron un nuevo asentamiento en la nueva Panamá, haciéndola florecer hasta llegar a ser la gran metrópolis que hoy conocemos. De ese Panamá que somos actualmente, ¿qué le debemos a la vieja ciudad?

Un repentino estruendo interrumpe la serenidad percibida en las Esclusas de Gatún y es que, con refulgencia ha de verse un buque colosal navegando con gran fervor, dejando a su paso olas marcadas dentro del largo río de la historia en este lugar especial.

Pasos apresurados de la multitud que sube y baja del ferrocarril, acompañados por los exquisitos aromas de las comidas criollas que se perciben en las cálidas mañanas de la ciudad caribeña. Colón, llena de virtudes y abundantes riquezas que son codiciadas y anheladas por muchas almas.

Aquí te contaré un poco de la historia de esta bella metrópolis:

Un 21 de noviembre de 1739, Portobelo, el orgulloso asentamiento de los españoles, fue saqueado descaradamente por piratas dirigidos por el capitán británico Edward Vernon. Sin ningún tipo de resistencia, Portobelo fue golpeado duramente por el asalto, perdiendo su riqueza, su gente y su importancia en el istmo. Evidentemente, el pueblo colonense era indefenso ante los ataques, por lo que, los comerciantes cansados de las agresiones y los constantes altercados, anhelaban como si fuese de vida o muerte buscar otro lugar más estable y seguro. 

Más de 100 años después, específicamente en el año 1849, ocurrió otro incidente que impulsó la idealización de una nueva ciudad en Colón. El descubrimiento de oro en California, conocido también como “La fiebre del oro”, fue un hecho tan impactante que causó que miles de obreros, mineros e inmigrantes llegasen a Estados Unidos para hallar oro. Las multitudes tenían tres principales rutas en mente para llegar al destino tan deseado. Obviamente, optaron por la más factible: cruzar por Panamá. 

La gran cantidad de personas que estaba llegando a Panamá como ruta para transitar hacia y desde los Estados Unidos, cautivó la atención de los norteamericanos quienes idealizaron la construcción de un ferrocarril. Pero ¿dónde se haría esta magna construcción?  La respuesta era sencilla: en Colón. Ya sea, por su posición geográfica o por la desembocadura del río Chagres, Colón se ganó los corazones de los estadounidenses y las esperanzas de una nueva ciudad finalmente fueron consolidadas. 

Siglos más tarde, con la ayuda del ferrocarril y nuevas construcciones culminadas como la Zona Libre de Colón y el Canal de Panamá, se impulsó rápidamente la economía del país, siendo Colón una de las ciudades más ricas, pero al mismo tiempo, una de las más corrompidas del istmo panameño. 

Promesas vacías y sin cumplir, deseos y esperanzas fallidas; alimentos y combustible que suben de precio, pero nunca la calidad de vida. Calles deterioradas, edificios quemados, abandonados y jamás reparados. Esta es la triste realidad que vive actualmente la tan querida ciudad de Colón. 

“¡Este es un país libre, así que tenemos el derecho a manifestarnos!”, “¡Estamos tratando, por el amor de Dios, que el Gobierno venga a negociar!”, dijo Jairo “Bolota” Salazar, diputado colonense, durante una de las protestas recientes. Y esto me puso a reflexionar profundamente: “Mira pues, mundo, que solo Dios puede ser justo y prometedor”.

Colón, una ciudad que empezó poco a poco a resplandecer grandemente y protagonizó hechos que muchos no podían creer, pero debido a las manos equivocadas, está solo por acabar en desastre y en esperanzas deterioradas…

Con una diminuta lámpara de queroseno en la mano, telas de lanilla, agujas, tijeras, una máquina de coser portátil, y una esperanza del tamaño del universo, María Ossa de Amador y su cuñada, Angélica B. de Ossa, corrían apresuradamente en busca de un lugar seguro en donde pudieran forjar nuestro futuro pabellón nacional.

La casa de María, lugar en donde debería estar segura, había perdido esta cualidad desde el momento en que José Domingo de Obaldía, gobernador del departamento de Panamá, empezó a vivir bajo el mismo techo que ella y su familia. Ser vista confeccionando una bandera diferente a la de la Gran Colombia era prueba suficiente para ser acusada de rebelión y afectar a toda su familia. Poder traer a la realidad en tan poco tiempo los bocetos que su hijastro, Manuel Encarnación Amador, había dibujado era una idea completamente descabellada. Pero María, una mujer valiente, decidió dar un salto de fe y poner su granito de arena. 

El 2 de noviembre de 1903 la luna llena les iluminaba el camino y las acompañaba en la búsqueda de un lugar de amparo. Las dos damas encontraron una casa abandonada en el corregimiento de San Felipe conocida como “Casa Tangui” que sería su refugio de trabajo por las siguientes horas de la noche. 

Al llegar a la casa, María y Angélica se dieron cuenta de que la puerta principal estaba cerrada y que no había ninguna manera de abrirla. La única solución, que parecía una completa locura, era entrar por una ventana que estaba en malas condiciones. Con miedo a que la estructura colapsara repentinamente, María y Angélica treparon una pequeña escalera para poder alcanzar la ventana y poder entrar. Las acompañaba Agueda, una criada de Angélica, quien les pasó por la ventana con mucho cuidado todos los materiales. 

Poniendo todo en el piso, empezaron la larga jornada de trabajo que les esperaba. Las horas empezaron a volar mientras el fuego dentro de la lámpara daba la ilusión de extinguirse cada vez más. La tensión y el temor reinaba en este lugar, pues María Ossa temía ser descubierta, acusada de rebelión e involucrar a su familia. Esto no solo era una lucha psicológica, también física contra el cansancio, pero en una esquina de aquella casa había un sentimiento de honor y motivación que hizo que María pudiera seguir adelante. El deseo de poder ver a Panamá como un país soberano y libre era su sueño más grande. 

Al pasar las horas, María y Angélica estaban cada vez más cerca de culminar el plan que al principio parecía una completa locura. Después de horas de arduo trabajo, pudieron terminar las primeras dos banderas de nuestra República, con la esperanza de que algún día fueran izadas, llena de orgullo, en lo más alto. 

Estas dos banderas no solo son pedazos de tela unidas con hilos, ellas representan el sacrificio que nuestros antepasados estuvieron dispuestos a pagar para que hoy pudiéramos vivir en un país soberano. Gracias a todos ellos una parte de nuestra historia como panameños se encuentra detrás de cada puntada de la Bandera Nacional de Panamá.

Hablar del archipiélago de Guna Yala es sinónimo de palmeras, arrecifes de coral, playas de arena blanca y agua cristalina. Está en el caribe panameño y es un conjunto de 365 islas en el que además se puede realizar gran cantidad de actividades como senderismo, kayak, observación de aves y buceo.

Cuando llegaron los españoles en el siglo VI, los indígenas gunas vivían cerca del golfo de Urabá, en lo que hoy se considera Colombia, pero el contacto con los españoles resultó en un caos significativo y un comercio limitado. Los gunas huyeron hacia la región del Darién, lo que hoy se considera Panamá y comenzaron a vivir a lo largo de los ríos que desembocaban en el Caribe.

A mediados del siglo XIX se reubicaron en islas cercanas a las desembocaduras de los ríos de agua dulce, pues esto los protegía de enfermedades, serpientes y mosquitos, además tuvieron acceso al comercio costero, con productos forestales como el coco. Los gunas entraban en los barcos comerciales que viajaban a lo largo de las rutas costeras, vivían de esta manera en las islas y mantenían sus granjas en el continente. Hasta mediados del siglo XIX esta región permaneció relativamente pacífica.

En 1858 se hundió un barco carguero que viajaba desde Colón hasta Colombia, se dañó el motor por un arrecife cerca de Isla Perro y ahí se incendió. Por una ley colombiana del 4 de junio de 1870 se creó la comarca de Tule Nega, que comprendía también el actual territorio del distrito de Guna Yala.

Después de la separación de Panamá de Colombia, en 1903, el acta de 1870 fue ignorada. El territorio de la antigua región quedó dividido en dos partes: la mayor parte quedó en la nueva República de Panamá, mientras que una pequeña porción permaneció en Colombia.

La suspensión de la región, las incursiones de forasteros a los pueblos Guna en busca de oro, caucho, tortugas marinas, las concesiones bananeras y el abuso de la Policía Colonial causaron gran descontento entre los indígenas y dieron lugar a la Revolución Guna del 25 de febrero de 1925, encabezada por Nele Kantule, del pueblo de Ustupu y Ologintipipilele de Ailigandí. Armados, atacaron a la Policía en las islas y en Ukupseni Tupile, ya que fue acusada de abusos y represión de las costumbres gunas en varias comunidades. Esto provocó que los indígenas proclamaran la República Independiente del Tule, separándose del Gobierno Central de Panamá por unos días.

Así surgió el tratado de paz posterior que estableció el compromiso del Gobierno de Panamá de proteger las costumbres de los indígenas guna. Estos, a su vez, aceptaron el desarrollo de un sistema escolar formal en las islas y la brigada policial fue expulsada de su territorio y todos los presos liberados. Las negociaciones que pusieron fin al conflicto armado constituyeron un primer paso para establecer la autonomía de los indígenas gunas y mantener la cultura que estaba siendo reprimida.

Recuerdo que cuando era niño me gustaba viajar por mi país. Uno de los lugares que visitaba mucho era Guna Yala, o como solemos llamarlo, San Blas. Fui por primera vez en 2014 cuando tenía ocho años. 

Deseaba conocer más sobre los grupos indígenas que habitan nuestro Panamá, su pasado, sus tradiciones y cómo viven actualmente. ¿Podremos hacer que sus tradiciones sean conservadas para la eternidad?, me pregunto con frecuencia. 

Investigando acerca del tema, encontré que un grupo destacado que vivía en nuestras tierras fueron los cuevas, ubicados en el suroeste de Panamá. Abarcaban desde el río Indio hasta el río Atrato en Colombia, según se describe en el libro Historia general de Panamá, de Alfredo Castillero Calvo. Estaban repartidos en varios cacicazgos y también contaban con una lengua unificada. 

De acuerdo con la evidencia, esta etnia fue la más afectada por los conflictos con los españoles, ya que desapareció. De ella nos quedó la palabra Panamá, que se cree que es de origen cueva, de acuerdo con lo expresado en el Compendio de historia de Panamá, de Juan Bautista Sosa (1911). 

Después de su exterminio, los gunas repoblaron el territorio cueva en los siglos XVII y XVIII, explica Kathleen Romoli en Los de la lengua de cueva: los grupos indígenas del istmo oriental en la época de la conquista española (1987).

Estos últimos son uno de los grupos más reconocidos en nuestro país. Durante la unión a Colombia abogaron por la creación de una comarca y lo consiguieron, sin embargo, al declararse Panamá una república, el territorio guna fue dividido, quedando una parte en la región colombiana y otra del lado del naciente país.  

A inicios de la República se les forzó a abandonar sus atuendos. Esto provocó lo que se conoce como Revolución Dule, que fue el levantamiento del pueblo guna en el año de 1925, contra las autoridades panameñas, exigiendo respeto a sus tradiciones. Con esta batalla lograron la autonomía sobre su territorio y la creación de la comarca de San Blas, luego renombrada Guna Yala, narra Aresio Valiente López en La jurisdicción indígena en la legislación panameña. 

En la actualidad, los gunas cuentan con tres comarcas en nuestro país: Guna Yala, Madugandí y Wargandí, aunque también hay pequeñas comunidades en el vecino país de Colombia.

Los gunas, al igual que los demás grupos que habitan el Istmo, tienen una misma misión: proteger la madre tierra, como se cuenta en La lucha de los siete hermanos y su hermana Olowaili en defensa de la madre tierra: hacia la pervivencia cultural del pueblo kuna tule, escrito por Abadio Greem Stocel. 

Ellos tienen claro que sin nuestro planeta, perderíamos toda parte esencial de la vida. Los gunas, entre su estilo de vida, promueven la protección del ambiente. Varios de sus líderes han alzado su voz en contra de actividades humanas como la deforestación, el calentamiento global y la pérdida de la fauna nativa. 

Al contrario de hace décadas atrás cuando huyeron de tierra firme a las islas debido a las enfermedades y otras situaciones que los rodeaban, hoy hay comunidades de la comarca que deben reubicarse en territorio continental, esta vez porque el nivel del mar los amenaza. 

Los gunas son el grupo indígena más organizado de Panamá. De hecho, son un caso de estudio en el mundo, en cuanto a la defensa de su territorio y aprovechamiento de su riqueza cultural. Sus luchas los proyectan como las voces de la madre tierra, ya que buscan la protección de su entorno y ven a este planeta como su único hogar.

Panamá, tierra de oportunidades y corazón del universo, con fauna fascinante y flora inigualable, bañada de ríos y rodeada de dos mares preciosos. Pero como en toda historia, la codicia y el egoísmo hacen daño a todos nuestros recursos naturales únicos.

Nuestro patrimonio natural siempre ha estado en la mira de muchas empresas extranjeras y nacionales para su explotación. Justamente, sitios web como www.cobrepanama.com describen al país como un territorio lleno de riquezas y de muchas oportunidades. En contraposición, el medio de comunicación Mongabay Latam deja ver que estas corporaciones que se benefician de las tierras parecen hacerse de la vista gorda en lo referente al daño ecológico que provocan sus actividades.

En nuestro país tenemos alrededor de 152 concesiones de extracción de materiales metálicos y no metálicos, tal como indica el periódico digital El Capital Financiero. En quince de estas hay extracción autorizada de metales preciosos y no preciosos.

El pueblo de Coclesito, fundado en el año 1970, es un lugar de gente trabajadora y amable, lleno de áreas verdes con árboles enormes. ¡Un paraíso ecológico! Cerca de este maravilloso sitio encontramos miles kilómetros de tierras maltratadas y deforestadas, según fue documentado por el Centro de Incidencia Ambiental (CIAM). La destrucción y explotación de estos bosques es preocupante, ya que es un área de alta biodiversidad y forma parte del Corredor Biológico Mesoamericano.

La deforestación en la zona comenzó con la explotación de oro por la empresa panameña Petaquilla Gold y ha continuado con la extracción de cobre por parte de Minera Panamá, pues a lo largo de los años se han vendido y traspasado los derechos de las empresas afiliadas y concesionarias.

Otorgada a la sociedad Minera Petaquilla mediante el Contrato Ley No. 9 del 25 de febrero de 1997, la concesión para explotar los yacimientos minerales ubicados en el área de cerro Petaquilla abarca un área de 13 000 hectáreas, que equivale aproximadamente a sesenta veces el tamaño del distrito capital. 

De esa cifra mencionada, según el estudio de impacto ambiental que cita es.mongabay.com, 5900 hectáreas es la cantidad exacta de afectación, de las cuales 5500 son de bosques tropicales de tierras bajas. Impresionantemente, 25 de estas hectáreas corresponden a grandes e importantes cuerpos de agua dulce como el río San Juan, el río Caimito y el río Petaquilla. De los dos últimos depende el pueblo de Coclesito.

En el año 2009 el CIAM demandó el contrato ley mencionado, logrando que la Corte Suprema de Justicia lo declarara inconstitucional. Luego de una rigurosa investigación se evidenciaron varias irregularidades en algunas normas ecológicas. 

El 24 de septiembre del año 2018 la Corte falló a favor CIAM, por lo que la Minera Panamá tuvo que ajustar sus medidas de seguridad ambiental, como el manejo de residuos tóxicos que estaban afectando a los residentes cercanos. 

Este impacto ecológico perjudicó las condiciones climáticas en el área. En noviembre del 2018, el calor era bastante elevado, lo cual incomodaba a los habitantes. Caían pocas lloviznas y además fueron desapareciendo los cultivos. 

Aunque el fallo de la Corte Suprema de Justicia fue celebrado por los ambientalistas, los efectos de la actividad minera se siguen sintiendo. ¿A qué precio?