En la escuela siempre he sido aplicada y estudiosa, razón por la que muchas veces competía en certámenes sobre conocimientos de cultura general. En una de esas veces me encontré con Gloria. Desde el comienzo me pareció una dama muy agradable. Me gustó platicar con ella.
Me dijo que era parte de una institución que ayudaba a personas de escasos recursos económicos, sin hogar y que les daba becas a los niños y adolescentes para que continuaran sus estudios. Esa institución es una ONG llamada Alternativas y Oportunidades.
En un momento de la conversación me dijo que yo podía ayudarle dando charlas a estos niños. Gloria vio en mí potencial y me entusiasmó a que impartiera mis conocimientos a chicos necesitados.
Acepté de una. Quería saber qué se siente estar en los zapatos de ellos, comprenderlos y, sobre todo, hacer conciencia de que no todos la pasamos bien. Desde el día de mi coloquio no volví a ser la misma, ya que Gloria me hizo darme cuenta de la necesidad que tengo de servir a los demás. Deseo ayudar a esos niños sin hogar, sin alimentos, que lo único que a veces quieren es que alguien los escuche, les preste un poco de atención y les brinde amor.
Esa experiencia fue tan maravillosa que luego fui muchas veces a visitar a los pequeños. A través de Gloria visualicé mi camino: ayudar a tantas personas que lo necesitan. Ella misma es una mujer maravillosa que lucha por mantener viva la empatía y compartir amor sin esperar nada a cambio.
En una de esas reuniones nos pidieron que si queríamos llevar a una persona que tuviera algún tipo de problema. En ese momento no pensé en nadie en particular, pero, a medida que pasó el tiempo, recordé a mi vecina, una madre con siete hijos: Anahí, Jordán, Sofía, Jonathan, Johan, más dos gemelitas. Su esposo era muy malo, la maltrataba a ella y a sus pequeños. Encima el señor tenía problemas con el alcohol. Apenas tenían para comer una vez al día y los chicos no estudiaban, pues no contaban con los recursos suficientes para hacerlo. Era una difícil vida familiar.
Un día me decidí. Le comenté a la vecina sobre la colaboración que podía recibir de Alternativas y Oportunidades. Le compartí que allí había personal dispuesto a apoyarla a ella y a su familia para salir de la espiral de violencia donde estaban. Por entonces ella ni siquiera sabía qué era la violencia doméstica, pensaba que lo que vivía era normal.
Así fue que acudió a la ONG y por fin logró darse cuenta de que sufría abuso. Le ayudaron a emprender un negocio, recibió los insumos para que sus hijos pudieran seguir estudiando y le brindaron los recursos básicos para seguir adelante. Ahora ella y los suyos tienen una vida agradable, con oportunidades.