Una ciudad convertida en un destino soñado y deseado por muchas personas, un escondite especial para extranjeros que vienen a gozar de sus atracciones. La cultura de los panameños en un solo sitio a tus pies: el Casco Viejo, donde escapas de la rutina diaria. Cada rincón y calle que recorres tiene su propia historia, sentimiento y esencia, que al final le dan un encanto especial a esta zona llena de misticismo.

Desde la ventana del auto ya me cautivaba su arquitectura colonial, con colores llamativos que dan vida a los antiguos edificios y apartamentos, en contraste con los rascacielos que bordean el horizonte de la moderna capital. 

En el Casco Viejo predominan paredes y balcones escondidos detrás de la exuberante vegetación y enredaderas rastreras. Estas maravillas son un pequeño recuerdo para que los visitantes tengan una idea de cómo era en antaño la ciudad de Panamá.

El punto de partida de mi recorrido fue una de las calles principales repleta de restaurantes, tiendas de ropa modernas, puestos de ventas de molas y de joyas hechas por indígenas, con muchos turistas y autos. En el aire se podía oler un aroma “antiguo”, y en todas partes había un relato por contar. 

Mientras caminaba me fijé en las esquinas y calles angostas… Escuché en el fondo conversaciones de individuos hablando en diversos idiomas. Algo que me impactó fueron las paredes llenas de grafitis coloridos de diferentes artistas, con ilustraciones de animales tropicales o frases. Luego de una larga caminata ya era necesario almorzar, así que una de mis principales paradas fue en un restaurante que ofrecía una variedad de platillos con un toque panameño.

Reanimada y satisfecha retomé la ruta al siguiente destino: la Parroquia de San Felipe de Neri, de estructura sobresaliente en su exterior e interior. Una de sus características, que la hace tan excepcional y llamativa, es el inmenso nacimiento con más de tres mil piezas ubicado en el umbral, el cual la familia Sandoval Adames —y posteriormente la familia Varela Sandoval— había adquirido a lo largo del tiempo. En cierto momento hubo un acuerdo para exponer el pesebre durante todo el año, en el Oratorio de San Felipe Neri, para el agrado de todos los visitantes.

El último sitio de mi visita fue el Convento de Santo Domingo. Lo primero que salta a la vista es una pared hermosa de la cual brotan algunas malezas en la parte superior; se podría decir que es la fachada sobreviviente del edificio religioso colonial.  

La iglesia y el monasterio del Siglo XVII fueron quemados dos veces y reconstruidos después de 1756, por lo que poco se conservó a través de los siglos, excepto el frente de la obra y un arco dentro de ella. Fue un gran privilegio observar cómo un simple arco delicado tomó parte en la historia y evolución de un país.

Allí fue donde terminé mi primera travesía por el Casco Viejo. Quedaron muchos sitios más por descubrir, pero me llevo un grato recuerdo y el sentimiento de poder conocer un pedacito del Panamá de ayer, que recobra vida en estas callejuelas tan agradables para andar. Un viaje en el tiempo por la cultura, gastronomía y tradiciones panameñas.